90 LATERCERA Sábado 29 de marzo de 2014 Cultura&Entretención DIARIO DE UN CANALLA/ BURDEOS, 1972 E n un prólogo repleto de información suculenta acerca de la vida de Mario Levrero, el notabilísimo escritor uruguayo, Marcial Souto nos dice que “los textos de este libro son fruto de dos grandes aventuras en su vida, una por amor y otra por necesidad”. Souto, además de amigo del autor, fue el primero que editó sus libros, actividad que curiosamente desempeñó en tres ciudades: Montevideo, Buenos Aires y Barcelona. Considerando que hasta hace pocos años Levrero era uno de los genios desconocidos de la literatura latinoamericana, no deja de resultar llamativa y admirable la persistencia que, desde un comienzo, puso Souto en la obra del uruguayo. El primero de los dos textos que componen este magnífico volumen autobiográfico, Diario de un canalla, relata ciertas experiencias peculiares que Levrero vivió en Buenos Aires, ciudad a la que llegó a vivir en 1985 acuciado por carencias económicas. Mientras está en búsqueda de cierta espiritualidad perdida, el autor es visitado por un par de crías de pájaro que, ex- Mario Levrero. Mondadori. $ 9.500 CRITICA DE LIBROS Enamorado de la mujer estufa Juan Manuel Vial Crítico literario Los dos diarios que componen este libro permiten apreciar las formidables características de la literatura de Mario Levrero. trañísimamente, llegan por accidente, y en momentos distintos, a vivir a un pequeño patio interior de su departamento. También arribará una rata, pero ella no tiene las connotaciones simbólicas del caso: “Todo co- menzó el día en que empecé a escribir este diario; luego el pichón de paloma se fue, yo me fui también de viaje, luego me entretuve con el cubo de Rubik, y ahora, cuando había abandonado la escritura, aparece el go- rrión. ¿Estoy loco? Es probable. Pero toda esta agitación de pájaros a mi alrededor me hace sentir la presencia del Espíritu”. Burdeos, 1972 es el relato de un romance que se inició de manera sorprendente o, si se prefiere, de un modo marcadamente levreriano. Aunque siempre fue un tipo renuente a sociabilizar, Levrero asistió a un cóctel en la sede de la Alianza Francesa de Montevideo. El resto de la anécdota lo cuenta Souto: “Hacía frío y durante toda la noche se había quedado en la zona más agradable de la sala, de espalda a una pared que tenía instalada una estufa. Al terminar la reunión había mirado en esa dirección y descubierto que aquello no era una estufa sino una mujer. La mujer, de la que se había enamorado perdidamente, se llamaba Marie-France, trabajaba en la embajada francesa y estaba a punto de volver a su país. Unos días más tarde me la presentó y los dos me anunciaron que pronto se irían a vivir juntos a Burdeos”. Diario de un canalla también incluye una graciosa descripción, salpimentada a ratos con efectivos toques dramáticos, de la convalecencia que sufrió el narrador tras una operación a la vesícula. En cuanto a la relación amorosa desarrollada en Burdeos, Levrero recuerda muy bien las circunstancias en que el fracaso se le presentó ante los ojos: “Después, cuando empecé a comprar revistas obscenas (ah, esos números viejos de Follies de Paris et de Hollywood) e historietas infantiles en la feria de los sábados, y antiácidos en la farmacia, empecé a darme cuenta de que las cosas andaban mal”. En conjunto, ambos diarios dan cuenta de las formidables características de la literatura de Levrero: un humor oscurecido y pulimentado a punta de aparentes sinsentidos, una capacidad realmente patológica para la observación de sí mismo, cierta autocompasión cómica, morigerada a veces con raptos de autoflagelación, y la condición mágica de crear espacios de una profundidad exquisita a partir de vivencias personales que, de nuevo en apariencia, pueden resultar menores o incluso deslucidas. Mezclando todo esto, siempre en silencio, siempre alejado del mundo y poniendo a su servicio una prosa superior, Levrero construyó una de las obras más relevantes de las letras latinoamericanas del siglo XX.