Homilía Final (Lc 7: 31-35)

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Homilía Final (Lc 7: 31-35)
Me estaba preguntando cuál es la invitación del Evangelio de hoy para nosotros y la
Congregación en el día final de nuestro Capítulo. Profundizando un poco más en la palabra, vi
que el Evangelio pone delante de nosotros una hermosa imagen que nos indica nuestra tarea
para el futuro. Nos presenta el último toque necesario para el trabajo del Capítulo.
En el pasaje del Evangelio que hemos oído, Jesús pregunta: “¿Con qué compararé a los
hombres de esta generación? ¿A qué se parecen?” Luego habla de los niños en la plaza de los
cuales se quejan sus compañeros: “Hemos tocado la flauta y no bailasteis, hemos entonado
cantos fúnebres y no llorasteis”. Luego Jesús da el significado de la parábola señalando la
inconsistencia de los oyentes que no podían entender ni el mensaje de Juan Bautista ni el del
Hijo del Hombre. Solamente se quejan de que Juan ayuna y de que Jesús asiste a banquetes.
Si Jesús dijera: “Con qué comparará a los Claretianos de hoy? ¿A qué se parecen?”, ¿Cómo nos
describiría? ¿Estamos desentonados con lo que Él canta para nosotros hoy? El Capítulo estaba
buscando cómo podríamos estar a tono con la llamada del Señor en nuestro tiempo.
Hemos identificado nuestra llamada a ser “testigos y mensajeros de la Alegría del Evangelio”.
Está bien preguntarnos si estamos a tono con este mensaje central que unifica todo lo que
hemos discernido durante el Capítulo. Nuestra tarea es afinarnos a nosotros mismos y
nuestras actividades a los niveles personal, comunitario y congregacional para ser en verdad
testigos y mensajeros de la alegría del Evangelio.
Una imagen que el evangelio me sugiere sobre nuestra vida y misión juntos es la de una
sinfonía. En una sinfonía hay una armonía de varios instrumentos y voces que dan vida a la
composición. Cada uno toca su papel que se mezcla con los otros produciendo la sinfonía
claretiana, nuestra expresión carismática, en la Iglesia. Cuando nuestra vida y actividades no se
ajustan con el carisma, solo producimos una cacofonía que es una mezcla de sonidos
discordantes y sin sentido.
Nuestras vidas personales, nuestras comunidades o la Congregación universal se convierten en
una sinfonía o en una cacofonía dependiendo de qué integrados estamos como personas
consagradas, unidas como comunidad, como una congregación carismática y profética de los
Hijos del Corazón de María.
Como individuos claretianos, si estamos a merced de nuestros propios impulsos y emociones o
si somos fácilmente afectados por las pasiones y modas pasajeras del mundo exterior, nuestra
vocación no podrá ser el principio organizador de nuestra existencia y la motivación profunda
de nuestra vida y misión. Uno estaría tocando una nota discordante solitaria en una multitud.
Nuestras comunidades están llamadas a ser “expertas en comunión”. Necesitamos ponernos a
tono con la vida y misión de la comunidad que crea armonía por medio de la comunión y de la
comunicación. Hemos experimentado esta comunión en el Capítulo y hemos hablado sobre
ello muchas veces en el documento capitular.
La Congregación en general es la sinfonía del Espíritu Santo para proclamar la Palabra de Dios
en la Iglesia y en el mundo. Los diversos apostolados, actividades y unidades administrativas
en la Congregación se orquestan unidos para expresar nuestro carisma en una melodía alegre.
El Espíritu Santo, el gran maestro de la sinfonía y cada uno de nosotros nos ponemos a tono
por el discernimiento y nos integramos en el flujo de la música. La llamada del Capítulo a cada
claretiano ha sido jugar nuestro papel con alegría y así ser testigos y mensajeros de la alegría
del Evangelio.
El mejor tributo que podemos dar a nuestra querida Congregación es cuidar de nuestra propia
vocación. Cuanto más profundamente entremos en contacto con la experiencia de nuestra
llamada y cuanto más dispuestos estemos a dar una respuesta alegre, tanto más abiertos
estaremos a mirar al mundo con los ojos del Señor. Sin esta visión, no podremos salir a las
periferias donde nuestros hermanos y hermanas están sufriendo. La misión fluye de nuestra
experiencia vocacional.
Queridos hermanos, tratemos de componer juntos esta sinfonía entonándonos a nuestra
vocación y misión claretiana y tocando la misma música de nuestro carisma por medio de los
diferentes dones y talentos que tenemos. Que nuestra Congregación sea una hermosa sinfonía
en la Iglesia. Así no seremos una cacofonía, sino una verdadera sinfonía de auténticos testigos
y mensajeros de la alegría del Evangelio.
Meditad por un momento cómo podréis entonaros para crear la Sinfonía Claretiana en la
Iglesia.
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