Entre Brasil y África: el poeta y africanista Alberto da Costa e Silva

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Ricciardi
Alberto…
Tiovanni
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Letras N° 44: 71-78, 2009Entre Brasil y África: el poeta y africanista
issn 0716-0798
Entre Brasil y África: el poeta y africanista Alberto
da Costa e Silva
Between Brazil and Africa: the Poet and the Africanist Alberto
da Costa e Silva
Giovanni Ricciardi
Università degli studi di Napoli-L’Orientale, Italia
gricciardi@iuo.it
En este artículo analizaré la obra del poeta brasileño y africanista Alberto da Costa
e Silva, considerando las diferencias y los puntos de contacto entre su poética y sus
ensayos. A través del poema “Elegia dos Lagos”, que relata los mundos y los oficios
de Alberto da Costa e Silva (la infancia y la esclavitud; el poeta y el africanista…),
intento demostrar la intrigante contradicción en la contigüidad espacio-cultural entre
Fortaleza y Lagos, entre Brasil y África. Para Alberto da Costa e Silva conocer África
es y fue una obligación para entender Brasil y su cultura.
Palabras clave: Alberto da Costa e Silva, poesía, africanismo, esclavitud,
intercambios culturales.
In this article we will analyze from a totalizer way the work of the Brazilian poet and
Africanist Alberto da Costa e Silva, considering the differences and the meeting points
between their poetry and their essays. Through the poem “Elegia dos Lagos”, that
contains the world and the job of Alberto da Costa e Silva (the childhood and the slave;
the poet and the africanist), attempt to demonstrate to the intriguing contradiction in
the space-cultural contiguity between Fortaleza and Lagos, Brazil and Africa. To say
the truth, for Alberto da Costa e Silva to know Africa was and still being an obligation
to understand Brazil and its culture.
Keywords: Alberto da Costa e Silva, Poetry, Africanismo, Slavery, Cultural
Interchanges.
Fecha de recepción: 1 de octubre de 2008
Fecha de aprobación: 11 de marzo de 2009
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Introducción
Inicio este estudio con del poema “Elegia dos Lagos”, de Alberto da Costa
e Silva:
Aqui
os velhos navios
vinham limpar os cascos,
não das ondas, nem dos ventos, nem do que sonha a distância,
mas do que tende à terra e à pedra, ao caramujo, ao sapo e ao
[lagarto,
ao que é feio e se aferra
à superfície do mundo
e é inércia e espera1.
Pero para mí los versos más intrigantes siguen siendo:
Desço a rua de minha infância, na direção da praia
e venho dar neste porto de escravos…2 (de Poemas reunidos)
Sabiendo que el poeta es brasileño y que nunca había estado en Lagos
(África) cuando niño, me parece que existe una evidente contradicción:
¿cómo podría él, recorriendo la carretera hasta el mar, llegar hasta Lagos,
el puerto de esclavos? El texto escogido justamente logra reunir el mundo y
el oficio de Alberto da Costa e Silva, es decir, su faceta de poeta que trabaja
obsesivamente el tema de la infancia; y su faceta de africanista y el tema
de la esclavitud.
Alberto da Costa e Silva: el poeta
Alberto da Costa e Silva es un paulistano que se siente piauiense3 debido a
que su padre nació allá; sin embargo, él vivió sus verdes años en Fortaleza,
su refugio sentimental, lócus amoenus de sus sueños y de su infancia. Hacia
fines de la Segunda Guerra Mundial, se traslada con la familia de Fortaleza
hacia Río de Janeiro en busca de mejores condiciones de vida, formación
profesional, trabajo y cuidados. “Fue una obligación más que una elección”,
recuerda el autor en su autobiografía Espelho do Príncipe: “La madre quería
que él llegase a ser un gran hombre y, por ello, lo llevaba para Río” (149).
Diplomático de carrera, visitó casi toda África: de Etiopía a Ghana, de Senegal
a Sierra Leona, y también Zaire, Angola, Costa de Marfil, Nigeria, Lagos;
una vida errante, con el corazón en Brasil. Un epitafio escrito demasiado
temprano, a fines de los años setenta, sintetiza así sus andanzas:
Aqui estou enterrado. Jamais quis
1  “Aquí/
los viejos barcos/ venían a limpiar los cascos,/ no de las olas, ni de los vientos, ni
del que sueña a distancia,/ mas del que tiende a la tierra y a la piedra, al caramujo, al sapo
y al lagarto,/ al que es feo y se aferra/ a la superficie del mundo/ y es inercia y espera”.
2  “Bajo la calle de mi infancia, en la dirección de la playa/ y vengo a dar en este puerto
de esclavos…”
3  [Del Estado del nordeste brasileño, Piauí].
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Entre Brasil y África: el poeta y africanista Alberto…
morrer longe de casa. Mas sofri
muitos anos exílios simultâneos.
Gastei-me em outras terras.4 (de Poemas reunidos)
“¡Me gasté en otras tierras!”, a pesar de estos textos organizados en Poemas
reunidos, publicado en 2000, el libro otorga pocos signos explícitos de sus
andanzas por el mundo, a excepción de algunos poemas como “Uma tarde
em Caracas”, “A travessia do Rio Volta”, “Elegia dos Lagos” o “Dezembro em
Bogotá”. A partir de estos títulos se deja ver que se trata de dos textos africanos y dos latinoamericanos. El primero es una prosa poética, un delicioso
cuadro familiar, en el cual los padres junto a sus hijos descubren el mundo
a través de las fábulas. Mientras “Dezembro em Bogotá” describe la imagen
de un niño, del nieto, en comunión con la naturaleza:
Tua mão
limpa
as pétalas
das flores.
Faz-se mais puro o mundo
com teu corpo.5 (de Poemas reunidos)
Nada de exótico, ni de africano, ni de latinoamericano. La poesía de Alberto
da Costa e Silva, un hijo del arte6, es imparcial, como la definiría Mario
Quintana. Se trata de una poesía interiorizada, poco acometida por las cosas
o acontecimientos externos; una poesía poco tocada por la “luz del suelo”
de la cual habla Ferreira Gullar, y que no es sino un ancla para lo concreto
de la vida y para la materialidad de las cosas.
La experiencia circunstancial en Alberto da Costa e Silva es primeramente
interiorizada y metabolizada, después restituida y transformada en pura palabra, en poesía. El tema único, el pretexto de ella, es la infancia: la infancia
infinita de “Testamento”, la infancia desterrada de “Soneto”. Una infancia con
pocos protagonistas, tales como el niño –el modo como el poeta se refiere a
sí mismo–, la casa repleta de flores, de plantas y de animales domésticos,
y el padre, siempre enfermo, figura dominante en su infancia y responsable
de su iniciación en la poesía y la vida:
meu pai dizia o sol é sal e o solo
nada cultiva em nós nem a descalça
morte rastro leve na farinha.7 (“Rito de iniciação”, Poemas reunidos)
4  “Aqui
estoy enterrado. Jamás quise/ morir lejos de casa. Pero sufrí/ muchos años exilios
simultáneos./ Me gasté en otras tierras”.
5  “Tu mano/ limpia/ los pétalos/ de las flores./ Se hace más puro el mundo con tu
cuerpo”.
6  Su padre fue el poeta Antônio Francisco da Costa e Silva (1895-1950), quien escribió
Sangue (1908), Zodíaco (1917), Pandora (1919), Verônica (1927) y Poesias completas
(1976), ayudado por su hijo.
7  “mi padre decía el sol es sal y suelo/ nada cultiva en nosotros ni la descalza/ muerte
rastro ligero en la harina” (“Rito de iniciación”).
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O pai fala como quem canta e lhe explica o que é rima e metro. Metro
e reto, certo e perto. Lamento e lento e remo e vento… A voz do pai
alonga-se: o nome de uma flor, que colhe. E ao menino mostra as
sépalas e os estames, o pistilo e a corola (Espelho do Príncipe 64)8.
El padre, de quien el poeta era cómplice en su sufrimiento, era considerado
un maestro de vida cuando él era todavía niño. Entre otros motivos poéticos,
encontramos la figura de Vera, la esposa omnipresente y pacificadora, que
dio título a la recopilación de poesía Ao lado de Vera, de 1997, además de los
innumerables poemas que le dedicó el poeta a lo largo de su obra tales como
“O riso de Vera”, “A Vera em Frómista”, “Soneto a Vera”. Una poesía, como ya
señalé, construida a partir de las insignias de los afectos y de la desgarradora
nostalgia de un paraíso perdido que es suyo por derecho: el paraíso de una
infancia feliz, sin las frecuentes jaquecas, sin la constante ausencia-presencia
del padre, víctima de la depresión desde 1932, cuando Alberto tenía solo un
año de edad. Escribe el poeta en “As cousas simples”:
Ele não acordou, embora o esperasses
e fizesses da espera o centro do teu sonho.9 (de Poemas reunidos)
Al lado del poema “A travessia do Rio Volta”, cuya atmósfera es dominada
por los paisajes y las apariciones fugaces y dolorosas de una “infancia sin
nalgas y de un ombligo herniado” –pero con la sonrisa abierta e inocente–,
el otro texto africano es “Elegia dos Lagos” a partir del cual comencé este
estudio. Uno de los poemas dice inicialmente que contiene el mundo y los
oficios de Alberto da Costa e Silva a modo de binomios unificados. En este
ámbito, una intrigante contradicción resulta de la contigüidad espacio-cultural
entre Fortaleza y Lagos:
“Desço
a rua de minha infância na direção da praia
e venho dar neste porto de escravos.”
Esto quiere decir que de Fortaleza, pasando por la infancia, llega a Lagos, como
si la ciudad estuviera a dos pasos solamente, como si tuviera que atravesar
un río. Y Um rio chamado Atlântico es el título curioso de un recientísimo
libro, editado el 2003, que tiene como subtítulo: A África no Brasil e o Brasil
na África. Como si el poeta dijera: no existe solución de continuidad entre
Brasil y África, entre Lagos e Fortaleza.
Alberto da Costa e Silva: el africanista
Antes de leer sus escritos sobre África, conocí personalmente a Alberto da
Costa e Silva y leí su poesía. Una poesía delicada, interna, siempre melancólica,
8  “El
padre habla como quien canta y le explica lo que es rima y metro. Metro y recto;
cierto y cerca. Lamento y lento; y remo y viento… La voz del padre se alarga: el nombre de
una flor, que cosecha. Y al niño muestra los sépalos y los estambres, el pistilo y la corola”
(Espejo del príncipe, 64).
9  “Él no despertó, aunque lo esperases/ e hicieses de la espera el centro de tu sueño”.
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y que refleja un poco su carácter definido por el crítico Antônio Carlos Vilaça
como: “Huidizo, esquivo, la interrogación en la mirada, levemente triste”. Y
solamente después conocí sus ensayos. Da Costa e Silva, como buen nordestino, se asemeja a la figura del sertanejo (personaje rústico del interior del
territorio, un campesino), al cual se refiere Euclides da Cunha en Os sertões.
Durante el período verde, cuando todo es fácil y el pasto es abundante, el
sertanejo es un “indolente incorregible” que vive apáticamente su cotidianidad, siempre a caballo, atrás de sus bueyes. Sin embargo, cuando comienza
la sequía, la plaga que periódicamente asola con dureza al noreste brasileño,
el sertanejo reacciona y se transforma, es decir, se torna una fortaleza.
En sus ensayos Alberto da Costa e Silva abandona la figura del niño y la
del padre enfermo, la infancia, los afectos familiares y el tono humilde y
melancólico de sus poemas y amplía su horizonte, expandiéndose apasionadamente en dirección al África subsahariana. La pasión aquí significa trabajo
de investigación, consultas de archivos, curiosidad intelectual, dudas permanentes, intuición y confirmación de hipótesis. Ejemplo de eso es la idea
de que durante la esclavitud algunas danzas tradicionales africanas, como el
reisado, el maracatu, las congregaciones de esclavos negros y hasta el candomblé, hubieran disfrazado la “continuidad y adaptación de las estructuras
políticas africanas en Brasil” (Silva, Um rio chamado Atlântico 71-2), o aún,
la hipótesis acerca del origen del frevo, evidentemente nacido en Recife entre
los siglos XIX y XX que, según Alberto, después de haber presenciado una
muestra de danza en Costa de Marfil en 1972 (Silva, Um rio… 187), habría
tenido origen en África Occidental.
Sus primeros trabajos sobre África se remontan al año 1962 y a su experiencia diplomática nigeriana: Uma visita ao museu de Lagos, Os sobrados
brasileiros de Lagos, Os brasileiros de Lagos. Es ejemplar su punto de partida,
explicitado desde su primer texto: “Limpio los ojos de toda una ideología de
la civilización de la cual participan igualmente Santo Tomás, Gibbon, Darwin,
Taylor, Morgan, Marx, Engels, Burkhardt y Nietzsche”. Alberto se aproxima a
África y a su historia con ojos y espíritu puros, desprovistos de eurocentrismo, pero con una fuerte empatía, y consciente –siendo brasileño– de que
la historia de Brasil no puede ser disyuntiva de gran parte de África y que
“conocerla ayuda a explicarnos”. El africanista, entonces, concluye: “Aunque
de esto no tengamos conciencia, el obá de Benim o el angola a quiluanje
están más próximos de nosotros que los antiguos reyes de Francia” (Silva,
Um rio… 240).
Conocer África para entender Brasil fue y continúa siendo una obligación y
una convicción de muchos estudiosos brasileños. Hay una rica bibliografía,
primero sobre el negro en Brasil, que cuenta con innumerables autores, entre
ellos: Gilberto Freyre (Casa grande & senzala, 1933), Nina Rodrigues (Os
africanos no Brasil, 1932), Arthur Ramos (O negro brasileiro, 1934), Luís
Câmara Cascudo (Made in Africa, 1965), Édison Carneiro (Antologia do negro
brasileiro, 1950 e Candomblés da Bahia, 1987). Por otra parte, más recientemente se multiplicaron los estudios sobre la experiencia de extranjeros que
pasaron por África, comenzando por el gran Pierre Verger que recibió de un
jefe africano el apodo de Fatumbi, que significa “Aquel que nació de nuevo
por gracia de Ifá” (Fluxos e refluxos do tráfico de escravos entre o golfo
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do Benim e a Bahia de todos os Santos, dos séculos XVII a XIX, l’edizione
Parigi, 1968), pasando por los ensayos del propio Alberto da Costa e Silva,
hasta los actuales estudios como los de Luiz Felipe Alencastro (O trato dos
viventes, formação do Brasil no Atlântico Sul, séculos XVI e XVII, 2000),
Milton Guran (Agudás, os brasileiros do Benim, 2000). No podemos olvidar
también los estudios que tratan de los esclavos y negros en Brasil, como los
trabajos de João Roberto Pinho Góes (O cativeiro imperfeito, 1993), João José
Reis (Escravidão e invenção da liberdade, 1988), Manolo Florentino e José R.
P. Góes (A paz das senzalas, 1997), Marco Antonio Pamplona (Escravidão,
exclusão e cidadania, 2001).
Además de lo mencionado, debo recordar que existe también en la historiografía literaria brasileña una bibliografía que aborda todos esos problemas. Se
inicia con la novela Úrsula (1859), escrita por la maranhense Maria Firmina
dos Reis, y continúa con las célebres novelas A escrava Isaura (1875) de
Bernardo Guimarães, O mulato (1881) de Aluísio de Azevedo, O feiticeiro
(1897) de Xavier Marques, Menino de engenho (1932) de José Lins do Rêgo,
Jubiabá (1935) de Jorge Amado, Noite sobre Alcântara (1984) de Josué
Montello.
No obstante, se trata de una literatura que, a excepción de O rei negro
(1914) de Coelho Neto, “refleja una típica mentalidad patriarcal, impregnada
de reflejos condicionados, pero de los cuales no consigue libertarse ni darse
cuenta. Existe absolutamente un rechazo a aceptar al negro tal cual es, en
su verdad y en su dignidad de ser humano, aunque las intenciones del autor
fueran sinceras y declaradamente abolicionistas” (Marotti 463-4).
Así como la historiografía y los estudios africanos, la literatura atraviesa el río
Atlántico y pasa a interesarse por los brasileños en África y por los visitantes
de paso. Al lado de Luanda Beira Bahia (1971), de Adonias Filho, historia
de un viaje a África –Luanda (Angola) y Beira (Moçambique) y finalmente,
Bahía–, debo recordar también la bella trilogía de Antonio Olinto, agregado
cultural en Lagos en los primeros años de 1960: A casa da água (1969 e
1983), O rei de Keto (1980) e Trono de vidro (1987). La trilogía, que tiene
su hilo conductor en Mariana, es la epopeya de una familia llevada desde
África a Brasil y que solamente tras la abolición de los esclavos retornará a
Nigeria.
“Conocer África para entender Brasil”, decía Alberto da Costa e Silva. He ahí
entonces cómo un bandeirante con toda su fuerza y obstinación cognoscitiva,
amansando África, sobre todo África sahariana, explora su historia en dos
volúmenes de casi mil páginas. El primero, A enxada e a lança, cuyo subtítulo
es el África antes dos portugueses, es un resumen de los acontecimientos
de aquella región, desde la prehistoria hasta los años 1500. El volumen,
según el relato del propio autor, resulta de las innumerables lecturas que
él venía haciendo desde la juventud: “No dejé de leer uno solo de los libros
que sobre África fui encontrando en librerías y bibliotecas durante los años
que mediaron entre el primer contacto con Gilberto Freyre y mi ingreso a la
carrera diplomática” (Silva, A enxada e a lança 2).
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En ese primer volumen, frecuentemente los documentos se confunden con
las leyendas –pero el autor tiene conciencia de ese hecho– como ocurre, por
ejemplo, con la ciudad de Ioruba de Irê que, según las palabras de Pierre
Fatumbi Verger, habría sido conquistada por Ogum, uno de los más fuertes orixás (divinidades) del olimpo africano: “Ogum, o valente guerreiro, o
homem louco dos músculos de aço! Ogum, que tendo água em casa, lava-se
com sangue” (Verger 14).
Y a propósito de zonas ambiguas entre historia y leyendas, habría sido muy
placentero si yo hubiese leído algunas páginas más acerca de Preste João, el
mítico rey cristiano, a quien Pero de Covilhã, a pedido del rey Dom João II,
en 1487, había intentado inútilmente encontrar en los altiplanos abisinios.
El segundo volumen, A manilha e o libambo (manilha es un brazalete que
tiene la forma de una C y libambo, una cadena que ataba a los esclavos a
través del cuello de cada uno) reflexiona exclusivamente acerca de los problemas relativos a la esclavitud que era considerada, desde siempre, una
condición tan normal como generalizada, tan difundida entre los hombres
y las cosas, que la historia de África podría ser leída como la historia de la
esclavitud. Rarísimas fueron las voces contrarias a esa práctica. Inclusive,
hasta la interpretación del Corán se doblegaba ante sus urgencias, documenta
Alberto da Costa e Silva. Un buen ejemplo de esa historia es la respuesta
de Al-Maghili, el gran jurista del siglo XV, al rey Muhamed de Songai. Según
él, el deber de un musulmán era “hacer la guerra santa contra los infieles,
matar a los hombres, esclavizar a las mujeres y a los niños y quitarles todas
las riquezas” (Silva, A manilha e o libambo 32). Y todavía más, hasta el
cristianismo fue doblegado e instrumentalizado.
Me permito hacer aquí solo una pequeña anotación acerca de la obra de
Alberto de Costa e Silva, importantísima, la de no haber recordado aquella
poderosa ayuda, aquel soporte espiritual, pero sustancial, que los Papas daban
a los soberanos portugueses, cuando iban a guerrear en tierras africanas.
Me refiero a las bulas papales: de Rex Regum del papa Eugenio IV (1436),
pasando por la Dum diversas (1452) y Romanus Pontifex (1454) de Niccolò V,
a la Inter coetera (1456) de Callisto III, bulas que los autorizaban –singular
coincidencia con la sentencia de Al-Maghili– “a invadir, conquistar, expugnar,
derrotar y subyugar las tierras y todo y cualquier bien e inmueble poseído
por ellos (musulmanes, paganos y demás enemigos de Cristo donde sea que
estuvieran)10” (Hernanaez 826). La lectura de A manilha e o libambo es muy
eficaz por su gran doctrina y por su profusión, también por el estilo placentero
que ora se asemeja al cuento ora a la novela y que me hace recordar la forma
en que está escrita Casa grande & senzala de Gilberto Freyre.
He aquí una pequeña prueba, la presentación de los temibles bigajós de la
Costa de Marfil:
10  Romanus
Pontifex: “possessiones et mobilia et immobilia bona quaecunque per eos
(Saracenos ac Paganos aliosque Cristi inimicos ubicumque constitutos) detenta ac possessa invadendi, conquirendi, expugnandi, debellanti et subjugandi, illorumque personas in
perpetuam servitutem redigendi”.
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Desnudos, solo las ingles cubiertas, y pintados de ocre y yeso, con
plumas de aves presas a los cabellos entrelazados y rabos de caballo
colgados al cuello, y muchos guisos y arcos y flechas en cuyas puntas
ponían las espinas ponzoñosas de un pez, salían a saquear las aldeas
del continente. Vivían de piratería y pronto transformaron su codicia,
del saqueo de las plantaciones de arroz, de la pimienta y del ganado,
a la captura de seres humanos, que vendían a los portugueses… (Silva,
A manilha e o libambo 205).
Posteriormente a esos dos volúmenes, Alberto da Costa e Silva publica Um
rio chamado Atlântico que recoge, juntamente con los escritos sobre Lagos
elaborados en la década del sesenta, sus últimas reflexiones y sus últimos
artículos. Los temas son los tránsitos, los intercambios culturales, algunas
experiencias particulares de los esclavos en Brasil como por ejemplo la venta
del Corán en Río de Janeiro, a mediados del siglo XIX, y la protesta de cuño
islámico en Bahía, en 1835. Dedica también, en 2004, una puntual y pormenorizada biografía (Silva, Francisco Félix de Souza, mercador de escravos)
al bahiano Francisco Félix de Souza.
Se trata de un viaje de regreso a la patria. Alberto da Costa e Silva fue a
estudiar a África y retornó a Bahía convencido de que las historias de lugares
son interdependientes y complementarias. Es el por qué y la verdad poética de los versos con los cuales inicié este estudio y con los cuales también
quiero finalizar:
Desço a rua de minha infância e venho dar
Neste porto de escravos,
Pero lo inverso es también verdad: “Desço a rua até o porto dos escravos e
venho dar na estrada de minha infância”. Dos realidades: Fortaleza y Lagos,
África y Brasil, divididos solo por un río, el Atlántico.
Bibliografía
Marotti, Giorgio. Il negro nella letteratura brasiliana. Roma: Bulzoni, 1982.
Hernanaez, Francisco Javier. “Romanus Pontifex”. Bulas, Breves y outros documentos. Bruselas: 1879. [“possessiones et mobilia et immobilia bona
quaecunque per eos (Saracenos ac Paganos aliosque Cristi inimicos
ubicumque constitutos) detenta ac possessa invadendi, conquirendi,
expugnandi, debellanti et subjugandi, illorumque personas in perpetuam servitutem redigendi”.]
Silva, Alberto da Costa e. Francisco Félix de Souza, mercador de escravos.
Rio de Janeiro: EdUERJ, 2004.
. Um rio chamado Atlântico. Rio de Janeiro: Nova Fronteira, 2003.
. A manilha e o libambo. Rio de Janeiro: Nova Fronteira, 2002.
. Poemas reunidos. Rio de Janeiro: Nova Fronteira-Biblioteca Nacional,
2000.
. Espelho do Príncipe. Rio de Janeiro: Nova Fronteira, 1994.
. A enxada e a lança, Rio de Janeiro: Nova Fronteira, 1992.
Verger, Pierre Fatumbi. Lendas africanas dos orixás. São Paulo: Corrupio,
1987.
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