Honras / Osvaldo Aguirre

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Honras / Osvaldo Aguirre
La amistad con Dámaso venÃ-a de lejos. No sé decir de cuándo, las fechas se me confunden. Pero empezó, como
tantas otras amistades, en la Redonda. La cárcel de encausados. Dámaso era uruguayo y habÃ-a caÃ-do por un banco,
el Banco de Londres y América del Sur. No su primer banco, desde ya. Llevaba un tiempo en la ciudad y estaba
haciendo estragos.
    Dámaso no viene por trabajo, ni por un viaje. No, se viene por una mina. Ya se sabe que un pelo de concha tira
más que una yunta de bueyes. Se viene por Marisa, una pelirroja a la que habÃ-a conocido en una competencia de
turismo carretera, en Azul, en OlavarrÃ-a, en algún lugar de la provincia de Buenos Aires. Ella estaba con un corredor de
Rosario y se cruzan en los boxes, o en la tribuna. Al principio no le daba ni cinco de pelota, pero al mismo tiempo le
daba a entender que le cabÃ-a, que le gustaba cómo venÃ-a la mano. Esas cosas de las minas. Yo también la hubiera
seguido, porque Marisa estaba muy fuerte. Muy fuerte. No era especialmente bonita, pero sÃ- alta, robusta, bien
plantada. Un poco gordita, pero qué importaba. Entonces él se viene y al tiempo se junta con ella.
    Yo estaba en la Redonda por un hecho en Casa TÃ-a. Fue algo que en su momento dio que hablar, porque saltó
un tipo de civil, un gil que empezó a gritar Alto en nombre de la ley, policÃ-a, policÃ-a, y terminó con un tiro en la pierna,
pidiendo por favor que no le hicieran nada, porque le dolÃ-a mucho la pierna. Esa gente es asÃ-, no vale la saliva que me
gasto en hablar. Pero antes de presentarme detenido, porque en ese momento pensé que no me quedaba otra, habÃ-an
dado vuelta la casa de mi vieja, habÃ-an dado vuelta la casa de mi novia, y entonces antes de presentarme fui a hablar
con GarcÃ-a Jurado. Con el viejo, no con el hijo. Fui por una recomendación, y desde el estudio me acompañó a los
tribunales y después se hizo cargo, después se puso a trabajar y de asociación ilÃ-cita, robo calificado, atentado a la
autoridad, portación de arma de guerra y qué sé yo qué más, empezó a restar, empezó a restar, y llegó un punto en
que no sé si el juez no me debÃ-a algo. La primera y última discusión que tuvimos fue por los honorarios, porque
GarcÃ-a Jurado calculaba un porcentaje según la plata que decÃ-an los diarios y yo le explicaba, y era la rigurosa verdad,
que Casa TÃ-a multiplicaba por tres, por cuatro, que nos habÃ-amos llevado bastante menos de lo que se decÃ-a. Pero
fue la primera y última discusión, porque él se dio cuenta de que yo iba con la verdad y yo me di cuenta de que él, a
pesar de todas las cosas que se comentan, era un tipo de palabra. El viejo, al hijo no lo conozco. El viejo atendÃ-a a
mucha gente del ambiente. Entonces yo estaba esperando que me dieran la libertad, cuando un dÃ-a ingresa Dámaso a
la Redonda.
    En la cárcel estaban los rosarinos y los santafesinos. También habÃ-a un grupito de porteños, pero los tenÃ-an
aparte, como a los putos, porque si coincidÃ-an en el patio común los masacraban. Es más, creo que los porteños
estaban con los putos, sÃ-, los porteños estaban con los putos y creo que todavÃ-a sigue siendo asÃ-. Los rosarinos, los
santafesinos, los evangélicos y los porteños con los putos. Pero los que mandaban eran los rosarinos y los
santafesinos, por eso nos separaban de entrada en los pabellones. Y un uruguayo era, no digo un extraterrestre, pero
no tenÃ-a nada que ver con nada. Aparte Dámaso venÃ-a con su cartel, lo habÃ-an sacado en el diario y en el diario
decÃ-an que se habÃ-a llevado una valija de guita del banco, el Banco de Londres y América del Sur, sin disparar un solo
tiro. En el diario decÃ-an también que la policÃ-a no le habÃ-a encontrado un centavo en el bolsillo. Y que le habÃ-an dado
la captura en una cueva, una casa donde estaba aguantándose, por una tarea de inteligencia, o sea que lo habÃ-an
buchoneado. Porque las tareas de inteligencia de la policÃ-a no existen, las tareas de inteligencia son tener cuatro, cinco
buchones, hacer la vista gorda con ellos a cambio de datos, de nombres, de direcciones. Esta casa era de un tipo al que
llamaban Anteojito. Anteojito GarcÃ-a, que más de una vez ha salido en los diarios. Era un tipo que le conseguÃ-a dónde
estar a gente que andaba prófuga. Un evadido, alguien que necesitaba borrarse, alguien con la captura recomendada.
Anteojito tenÃ-a dos o tres piezas en el fondo de su casa, siempre habÃ-a un lugar dónde tirar un colchón y esperar que
bajara la marea. HabÃ-a gente que decÃ-a que pateaba con las dos piernas y que ir a pedirle ayuda era meterse en la
boca del lobo, pero Dámaso siempre lo defendió. O sea que la buchoneada vino de otro lado, pero fue imposible saber
de dónde, los soplones son un ejército en las sombras.
    Pero ya me estoy yendo por las ramas. La cuestión es que los guardias quisieron hacerle pagar su derecho de
piso, no directamente ellos sino a través de otros presos. Porque Dámaso, y ahÃ- fue cuando empecé a pensar que era
un tipo de ley, de nuestra ley, no les dio cinco de pelota. En la cárcel se puede dormir en un colchón, se puede comer
fuera del menú de puchero y gorgojos, se puede tener papel higiénico y sábana para la visita Ã-ntima y se puede mirar
un trocito de cielo por la ventana del calabozo, pero cada una de esas cosas se paga, y al contado rabioso. Y Dámaso,
pudiendo hacerlo, no lo hizo. No lo hizo por una cuestión de estómago, porque peor que dormir en el piso y respirar el
olor a meo y creolina impregnado en las paredes, en el piso, en el techo, peor que eso, decÃ-a, es comprar lo que los
guardias les sacan a las visitas. Porque los guardias siempre tenÃ-an una excusa para quedarse con algo de comida,
con un cartón de cigarrillos, con lo que les gustaba de lo que traÃ-an las visitas. Eso pasa en todas las cárceles, yo he
estado en Córdoba, en Devoto, en BahÃ-a Blanca, y en todas es igual. En todas. Los guardias les roban a las visitas de
los presos y después venden esas cosas en la cantina. Yo he comprado un paquete de galletitas que tenÃ-a pegada la
carta de un hijo a su padre preso, me pasó a mÃ-, no lo estoy inventando. Y el derecho de piso, que a eso iba, era
generalmente una paliza. Cuando uno entra en la cárcel tarda un poco en orientarse, en saber por dónde tiene que
moverse. Los territorios están marcados y por más macho que uno sea hay lugares por donde no tiene que pisar. En la
cárcel los amigos son tan importantes como los enemigos. Unos te ayudan, te aguantan cuando parece que el mundo
se olvidó de vos, cuando no hay una visita, un paquete, nada, cuando volvés de los tubos, de las celdas de castigo, y
están a tu lado si hay que defender el rancho o la parada o si hace falta una palabra de aliento. Y los otros, los otros
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Generado: 19 November, 2016, 10:33
también son necesarios, porque vos tenés que depositar el odio en alguien. El odio que vas acumulando dÃ-a tras dÃ-a,
eso que te supura sin darte cuenta, cuando ves que un juez te basurea con un discurso o haciéndote comer un plantón,
cuando te mandan a cortar los yuyos, a limpiar el baño, cuando una psicóloga te muestra una hoja con manchas y te
pregunta qué ves, cuando tenés que quedarte en el molde aunque sea una rata la que te da una orden, porque los
guardias son eso, ratas. Ese odio te puede pudrir la cabeza y si vos tenés un enemigo, alguien a quien putear, a quien
prometerle que lo vas a matar cuando lo agarres afuera, lo podés descargar, podés oxigenar tus pensamientos, respirar
mejor, pasar a otra cosa. La palabra de aliento es necesaria, pero la puteada también. La puteada te levanta, te
mantiene vivo. Por eso tu enemigo es tan importante como tu amigo y no sé si más importante, porque un enemigo,
aparte, te permite saber quién sos y qué pensás de la vida.
    Entonces qué hacen las ratas, los guardias, digo. Traen a Dámaso de tribunales, que lo traen a los cinco minutos
porque se habÃ-a negado a declarar, todavÃ-a estaba con el defensor de oficio, un defensor de oficio que parecÃ-a un
fiscal, que antes de entrar al despacho del juez le tiraba la lengua para sacarle de mentira verdad. Le tocaba con
Carranza, encima, el juez Carranza, un gordo hijo de puta que parecÃ-a incómodo con el saco y la corbata, como si el
saco y la corbata le picaran, un hijo de puta que seguramente estarÃ-a más cómodo con gorra y uniforme de la policÃ-a.
Pero si habÃ-a cerrado la boca en Investigaciones, en la jefatura de policÃ-a, no la iba a abrir con su señorÃ-a. Parece
increÃ-ble pero todavÃ-a quedan giles que creen que la policÃ-a y la justicia son cosas diferentes, que dicen Señor juez,
me comÃ- flor de biaba, que dicen Me reservo el derecho de declarar porque yo creo en la justicia. Pero ya me estoy
yendo por las ramas. Los policÃ-as de Investigaciones no pueden sacarle una palabra, querÃ-an saber dónde estaba la
valija con la plata. Remueven cielo y tierra y se quedan con las manos vacÃ-as, sin morder ni un poquito de la torta.
Traen entonces a Dámaso de tribunales, lo pasean un poco y como por descuido, como por casualidad, los guardias lo
dejan en un patio equivocado. El patio donde estaban los porteños. Pero en la cárcel no hay descuidos, ni
casualidades. Era la hora del mate, y yo venÃ-a de los talleres, porque en la panaderÃ-a, en la carpinterÃ-a del penal uno
podÃ-a distraerse y pasar el tiempo sin agachar la cabeza. VenÃ-a con Mosquito, que habÃ-a caÃ-do conmigo por lo de
Casa TÃ-a, y con el Negro Rizzo. El Negro Rizzo estaba con perpetua por doble homicidio y accesoria por tiempo
indeterminado, pero era un pan de Dios. Un pan de Dios, nunca conocÃ- un tipo más bueno. Trabajaba en la
petroquÃ-mica, en Puerto San MartÃ-n, hacÃ-a su vida normal. Nadie podÃ-a decir nada de él. Hasta que un dÃ-a se cargó
a dos vecinos en una pelea de cumpleaños, porque le habÃ-an dicho algo a la señora, la habÃ-an ofendido, y uno de
esos vecinos tenÃ-a familiares o amigos en la justicia.
    Cuando vengo del taller con el Negro y con Mosquito, y paso por el patio de los porteños, lo veo a Dámaso solo,
como si estuviera perdido, y al lado cuatro, cinco porteños, y un tipo que tenÃ-a tetas. Hugo, me dice Mosquito. Nada
más. Hugo, me dice. SÃ-, le digo, como si nos estuviéramos hablando con la mente. Qué casualidad, no habÃ-a un solo
guardia alrededor. No habÃ-a uno solo, cuando normalmente uno no se podÃ-a mover sin que le estuvieran diciendo
algo. Los porteños lo rodearon a Dámaso y lo empezaron a apurar. Le decÃ-an que se habÃ-a querido meter con el tipo
que tenÃ-a tetas, y que ese tipo era del pabellón. Uno le tiró una trompada, y Dámaso le contestó y enseguida otro lo
quiso agarrar de atrás y otro más le tiró una patada. Dámaso los tenÃ-a a raya, pero no podÃ-a zafar, atrás tenÃ-a los
baños y si se metÃ-a en los baños no salÃ-a más. Entonces nos metimos nosotros. Vamos a emparejar, les dije.
Porteños de mierda y la puta que los parió, les dije. No se pelea cinco contra uno, les dije, y Mosquito surtió al que
parecÃ-a ser el jefe de ellos. Mosquito habÃ-a hecho boxeo en el gimnasio del club RÃ-o Negro, habÃ-a peleado como
aficionado en la categorÃ-a mosca, de donde le venÃ-a el apodo, porque más que mosca, por lo flaquito y estirado, era
Mosquito. Otros dos se le vinieron encima al Negro Rizzo, y el Negro, que era un pan de Dios, que era incapaz de matar
una mosca si no lo provocaban, sacó una púa que afilaba en la carpinterÃ-a, un pedazo de hierro con un mango de
madera que afilaba mientras se ponÃ-a a pensar en los vecinos que se habÃ-an propasado con su señora, y tiró un
chuzazo al aire. Uno de ellos quiso sacar también una faca, quiso nomás, porque le calcé una patada en los huevos y
quedó desparramado por el suelo. El tipo que tenÃ-a tetas se puso a gritar y de pronto se llenó de ratas, digo, de
guardias. Las ratas se ensañaron con el Negro Rizzo, porque le encontraron la púa y de paso le cargaron la faca que
tenÃ-a el porteño. Le cargaron la faca y lo llevaron a los tubos, cuando salió el Negro Rizzo parpadeaba como si
estuviera jugando al truco, no soportaba la luz del sol.
    A los dÃ-as, a la semana, Dámaso se vino a nuestro pabellón y empezamos a compartir el rancho. En una visita le
presenté al viejo GarcÃ-a Jurado y el viejo le empezó a llevar la causa y más o menos por la misma época salimos con
falta de mérito. Falta de mérito o beneficio de la duda, no me acuerdo. Sin perjuicio de que continúen las
investigaciones, dijo el juez. Pero qué perjuicio y qué investigaciones, si los reconocimientos en Casa TÃ-a dieron
negativos, hasta el policÃ-a al que le habÃ-amos tirado se confundió cuando nos pusieron en la rueda, y a Dámaso
tampoco le pudieron probar nada. Qué perjuicio y qué investigaciones, pelotudo.
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Generado: 19 November, 2016, 10:33
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