Ser lento no es malo Leemos en una revista de psicología que una joven profesional se presenta a una entrevista para postular a un trabajo. Cuando los entrevistadores le preguntaron cuál, según ella misma, sería su peor defecto, ella respondió con toda sencillez y espontaneidad: “soy algo lenta”. Después, en la soledad de su casa pensó que había sido tonta al José Luis Ysern de Arce Psicólogo responder de esa manera, pues así ella misma se habría mal recomendado para ese trabajo. ¿Quién la iba a contratar si era una persona lenta? Sin embargo, la llamaron a los pocos días y quedó Facultad de Educación y Humanidades. contratada. ¿La razón? Porque en esa empresa, según le dijo después la jefa de personal, ya estaban hartos de gente acelerada, precipitada, neurótica, personas apuradas, siempre estresadas y de mal humor, y que a pesar de tantas prisas y de ser tan trabajólicas, su productividad dejaba mucho que desear en calidad y cantidad. No es tan mala la lentitud si no es exagerada. Ser lento no quiere decir que uno sea poco eficaz ni poco inteligente. Hay gente algo lenta pero que son personas muy sabias, ponderadas, tranquilas de espíritu, que conservan la paz, y saben mantenerse siempre serenas, sin angustias ni estrés. Por algo en determinadas culturas, distintas de la nuestra, celebran la sabiduría de la tortuga y la tienen como símbolo del buen proceder, imagen de la persona que sabe trabajar bien, y que llega lejos con pasos firmes y seguros. Muchas personas que parecen lentas son reflexivas, pacientes, tranquilas, serenas y autoexigentes en la perfección y terminación de sus trabajos. Al contrario, no nos fiamos de la calidad de una tarea que hemos visto realizada a la rápida, sin precisión, en forma precipitada y acelerada. :: Artículos de la Tribuna Universitaria :: Documento creado el 16/11/2016 a las 09:38:29 :: Página 1/2 :: Tenemos que aprender de la tortuga. Nos estamos matando por culpa de las prisas, y estamos perdiendo nuestra paz y la calidad de nuestra convivencia. Así no llegaremos muy lejos, pues nos agotaremos y extenuaremos antes de alcanzar la meta. Por culpa de las prisas vivimos mal y no rendimos más ni mejor; por culpa de las prisas las personas llegamos a olvidar nuestra convivencia, y cuando nos encontramos unos con otros, no faltan ocasiones en que más nos ladramos que nos hablamos. Cuántos papás que no tienen tiempo para contar cuentos a sus hijos pequeños, y por culpa de ello se privan de ese placer tan grande de ver crecer la relación de afecto y sana complicidad que surge entre padre e hijo, gracias a ese cuento bien contado y mil veces repetido, pero que ayuda a surgir algo más importante que el cuento: la amistad para siempre entre ese padre y ese hijo que han crecido juntos en lo más importante, en la relación de amor. Por culpa de las prisas veo estudiantes todos los días que buscan resúmenes de libros en vez de darse tiempo para gozar de verdad con la lectura serena, profunda y tranquila de la obra original. Por culpa de las prisas veo todos los días señores ejecutivos y profesionales, hombres y mujeres, que consumen o tragan una comida rápida (comida chatarra) en vez de recrearse en un rato de convivencia que se puede gozar con el grupo de amigos o de la familia, junto a un sabroso y sencillo plato de comida decente. Tenemos que levantar el pie del acelerador; no podemos seguir así; nos estamos matando. Hay que volver a lo verdaderamente importante: debemos aprovechar bien el tiempo, lo que no quiere decir andar acelerado, sino hacer bien lo que en cada momento se tiene que hacer; trabajar para vivir y no vivir para trabajar. :: Artículos de la Tribuna Universitaria :: Documento creado el 16/11/2016 a las 09:38:29 :: Página 2/2 ::