LA VERDAD HISTÓRICA ACERCA DE JESÚS 1. JESÚS, ¿EXISTIÓ REALMENTE? 2. SEGÚN FUENTES EXTRA BÍBLICAS, ¿QUÉ SE PUEDE AFIRMAR DE JESÚS? 3. ¿SON DIGNOS DE CRÉDITO TODOS LOS EVANGELIOS? 4. ¿EN QUÉ CONSISTE EL EVANGELIO DE JUDAS? 5. ¿ES DIGNO DE CONFIANZA EL NUEVO TESTAMENTO? PARECE QUE NO 6. ¿ES DIGNO DE CONFIANZA EL NUEVO TESTAMENTO? PARECE QUE SÍ 7. ¿QUÉ HECHOS CUENTA EL NUEVO TESTAMENTO? 8. ¿QUÉ DICE DE JESÚS LA COMUNIDAD DEL NUEVO TESTAMENTO? 9. ¿QUÉ DICE LA COMUNIDAD DE LO QUE JESÚS DICE DE SÍ MISMO? 10. ¿CONTINUIDAD ENTRE LA PREDICACIÓN DE JESÚS Y LA IGLESIA? 1. JESÚS, ¿EXISTIÓ REALMENTE? Las personas que existieron en el pasado no las podemos observar directamente. Nadie tiene el gusto de haber conocido personalmente, por ejemplo, a Carlomagno. Es que al pasado se llega siempre por las huellas que tal o cual persona, o grupo de personas, ha dejado y perduran en el tiempo. Esas huellas son textos, inscripciones, monedas, o edificios. Los estudiosos de la historia tampoco pueden conocer a Jesús directamente. Muchos años nos separan de su vida terrena, por lo tanto sólo lo podemos conocer históricamente por medio de las huellas que ha dejado su vida. Esas huellas son lo que los historiadores llaman “las fuentes”. Una vez que se llega a esos testimonios, a esas fuentes, el método histórico se pregunta si acaso esas fuentes son confiables. Es imposible, también en el método científico desconfiar de todo. Ciertamente, el que desconfía de todo, no podrá conocer ni siquiera el presente, ni muchos menos informarse de la antigüedad. En definitiva, no se puede vivir sin confiar. Sin embargo, esa confianza debe ser crítica. No se puede confiar en cualquier cosa. El método histórico desarrolla una confianza crítica. Esta no es una confianza ingenua, pues las mismas fuentes antiguas a veces son inconsistentes e incluso contradictorias. Por eso, la ciencia histórica ha desarrollado un método y unos criterios que permiten determinar con bastante precisión la confiabilidad de las fuentes. Para saber si Jesús existió realmente habrá que encontrar fuentes y someterlas al estudio crítico para determinar si son fuentes confiables. Algunos dicen que Jesús no existió nunca. Esta sospecha aparece recién en el siglo XVIII. ¿Será verdad? Para saberlo hay que buscar fuentes confiables. Afortunadamente, de Jesús tenemos más y mejor información que de la mayoría de los personajes de su tiempo. Por el momento sólo veremos fuentes ajenas al cristianismo. Para algunas personas estas gozan de mayor credibilidad. De Jesús habla un historiador, Tácito, (54 – 119) que escribió Anales de Roma, hacia el 116. Para ello se sirve de las actas del imperio. Nos dice que tras el incendio de Roma, las sospechas del pueblo recayeron sobre Nerón, lo que, naturalmente, resultaba muy delicado desde el punto de vista político: “A pesar de todos los esfuerzos humanos, de la liberalidad del emperador y de los sacrificios ofrecidos a los dioses, nada bastaba para apartar las sospechas ni para destruir la creencia de que el fuego había sido ordenado. Por lo tanto, para destruir ese rumor, Nerón hizo aparecer como culpables a los cristianos, una gente a 1 quienes todos odian por sus abominaciones, y los castigó con muy refinada crueldad. Cristo, de quien toman su nombre, fue ejecutado por Poncio Pilato durante el reinado de Tiberio. Detenida por un instante, esta dañina superstición apareció de nuevo, no sólo en Judea, donde estaba la raíz del mal, sino también en Roma, ese lugar donde se dan cita y encuentran seguidores todas las cosas atroces y abominables que llegan desde todos los rincones del mundo. Por lo tanto, primero fueron arrestados los que confesaron [ser cristianos], y sobre la base de las pruebas que ellos dieron fue condenada una gran multitud, aunque no se les condenó tanto por el incendio como por su odio a la raza humana”1 El texto citado es interesante por muchas razones, pero sobre todo porque contiene una explícita referencia a Jesucristo, que viene de parte de una fuente ajena e incluso hostil al cristianismo. No es esta la única referencia de los romanos a Jesús: Suetonio dice que el Emperador Claudio “expulsa de Roma a los judíos que se sublevaban continuamente por instigación de un cierto Crestos”, lo que da a entender que en el origen de dicha expulsión están las disensiones que a propósito del cristianismo se suscitan en las comunidades judías de Roma, aunque se confunde al atribuir a Cristo una presencia física en esa ciudad2. De gran importancia es la carta de Plinio el Joven (en el 112 d. C.) al Emperador Trajano, en la cual el Gobernador de Bithynia consulta a su majestad imperial sobre cómo manejar a los cristianos que vivían en su jurisdicción. Por una parte, sus vidas eran manifiestamente inocentes, no podía probarse ningún crimen contra ellos excepto su creencia cristiana, que le parecía al romano una superstición extravagante y perversa. Por otra parte, a los cristianos no se los podía desvincular de su alianza con Cristo, a quien celebraban como su Dios en las reuniones temprano a la mañana3 La cristiandad aparece aquí ya no como una religión de criminales, como lo hacía en los textos de Tácito y Suetonio; Plinio reconoce los altos principios morales de los cristianos, admira su constancia en la fe, que parece remontarse a su culto de Cristo. En Conclusión, no se puede dudar de la existencia histórica de Jesús. Lo atestiguan las numerosas fuentes confiables. Estas hablan de un grupo de hombres llamados cristianos, que siguen a una persona que se llamaba Cristo. Estas fuentes son confiables porque son numerosas, son coherentes entre sí, son contemporáneas o muy cercanas a los hechos mismos que relatan. Además, sus autores no son cristianos, no quieren favorecer la causa cristiana. Algunas de ellas son abiertamente anticristianas pero ellas jamás pusieron en duda la existencia histórica de Jesús. Por ejemplo: "Acta Pilati" en Thilo, "Codex apocryph. N.T., I, 526; cf. Justin, "Apol.", I, 35 en el que se considera el nacimiento de Jesús como fruto de una unión ilícita. Orígenes da cuenta de esa idea en Contra Cels., I, 28, 32. Otros consideran la existencia de Jesús como fruto de una unión adúltera de sus padres. Una leyenda que se remontaría a fines del siglo I habla de que el nombre del padre de Jesús habría sido Pantera, un soldado común. Anales, XV, 44. Y sigue: “Además de matarles [a los cristianos] se les hizo servir de entretenimiento para el pueblo. Se les vistió en pieles de bestias para que los perros los mataran a dentelladas. Otros fueron crucificados. Y a otros se les prendió fuego al caer la noche, para que la iluminaran. Nerón hizo que se abrieran sus jardines para esta exhibición, y en el circo él mismo ofreció un espectáculo, pues se mezclaba con las gentes disfrazado de conductor de carrozas, o daba vueltas en su carroza. Todo esto hizo que se despertara la misericordia del pueblo, aun contra esta gente que merecía castigo ejemplar, pues se veía que no se les destruía para el bien público, sino para satisfacer la crueldad de una persona” (ibid.). 2 Vidas de los doce césares, V, 25, 4. También habla de la persecución de Nerón (VI, 16, 2). 3 Ep., X, 97, 98. 1 2 Por otro lado, los que dicen que Jesús no existió no cuentan con ninguna fuente histórica confiable. 2. SEGÚN FUENTES EXTRA BÍBLICAS, ¿QUÉ SE PUEDE AFIRMAR DE JESÚS? Hoy en día, con el desarrollo de la ciencia histórica, los avances arqueológicos, y nuestro mayor y mejor conocimiento de las fuentes antiguas, se puede afirmar con palabras de un conocido especialista del mundo judío del siglo I d.C. —a quien no se puede tachar precisamente de conservador— que “podemos saber mucho de Jesús” (Sanders). Por ejemplo, este mismo autor señala “ocho hechos incuestionables”, desde el punto de vista histórico, sobre la vida de Jesús y los orígenes cristianos: 1) Jesús fue bautizado por Juan Bautista; 2) era un Galileo que predicó y realizó curaciones; 3) llamó a discípulos y habló de que eran doce; 4) limitó su actividad a Israel; 5) mantuvo una controversia sobre el papel del templo; 6) fue crucificado fuera de Jerusalén por las autoridades romanas; 7) tras la muerte de Jesús, sus seguidores continuaron formando un movimiento identificable; 8) al menos algunos judíos persiguieron a ciertos grupos del nuevo movimiento (Ga 1,13.22; Flp 3,6) y, al parecer, esta persecución duró como mínimo hasta un tiempo cercano al final del ministerio de Pablo (2 Co 11,24; Ga 5,11; 6,12; cf. Mt 23,34; 10,17). Es importante descubrir que ninguno de estos datos está en contradicción con los datos que nos ofrecen los evangelios del Nuevo Testamento. Sobre esta base mínima en la que los historiadores están de acuerdo se pueden determinar como fidedignos desde el punto de vista histórico los otros datos contenidos en los evangelios. La aplicación de los criterios de historicidad sobre estos datos permite establecer el grado de coherencia y probabilidad de las afirmaciones evangélicas, y que lo que se contiene en esos relatos es sustancialmente cierto. 3. ¿SON DIGNOS DE CRÉDITO TODOS LOS EVANGELIOS? Jesús anunció la buena noticia del reino de Dios. Pero Él no escribió nada. Por eso, después de su muerte serán los discípulos los que comienzan a hablar y anunciar lo que habían visto y oído de Jesús. En los primeros años después de la muerte de Jesús, el evangelio era el anuncio verbal hecho por los testigos presenciales. Ellos garantizaban la veracidad de su testimonio y mantenían vivo el recuerdo de Jesús en el seno de las comunidades. Pero muy luego se comenzó a poner por escrito ese anuncio. Así, por ejemplo, cuenta Eusebio de Cesarea (350 d. C.) citando a Clemente de Alejandría (150 – 225): “El evangelio según Marcos fue escrito en las siguientes circunstancias. Habiendo predicado Pedro la doctrina públicamente en Roma y expuesto el evangelio por el Espíritu, sus oyentes, que eran numerosos, exhortaron a Marcos, que lo había acompañado desde hacía mucho tiempo y tenía presentes sus recuerdos, a que pusiera por escrito lo que había dicho Pedro. Marcos lo hizo y puso por escrito el evangelio para los que se lo habían pedido. Llegando esto a su conocimiento, Pedro no aconsejó en ningún sentido, ni para impedirlo ni para alentarlo” (Hist. Ecles. VI, 14, 6 – 7). Así nacieron los evangelios. 3 Pero también aparecieron otros textos cuyo origen no estaba tan claro. La comunidad entonces, los valoraba de distinta manera, comparándolos con aquellos textos o testimonios que sí les merecían confianza. Es decir, la comunidad cristiana también aplicó ciertos criterios, un verdadero método crítico para determinar la verdad o falsedad de esos escritos. ¿Cuáles serían los criterios para determinar la verdad o falsedad de los textos? A mediados del siglo II, San Justino nos habla indirectamente de esos criterios. Él habla de las “memorias de los apóstoles o evangelios” (Apología, 1,66, 3) que se leían en la reunión litúrgica”. Con esto, se dan a entender dos cosas: el origen apostólico de esos escritos y que se coleccionaban para ser leídos públicamente. Fundamentalmente la comunidad consideraba genuinamente verdaderos los textos de origen apostólico y que se leían en la celebración litúrgica. Los textos no reconocidos como genuinos se llamaron evangelios apócrifos, palabra que significa “secreto”. Se llamaban así en cuanto que eran escritos que se dirigían a un grupo especial de iniciados y eran conservados en ese grupo; después pasó a significar inauténtico e incluso herético. Hasta hace poco eran conocidos sobre todo por fragmentos citados por escritores cristianos de la época antigua. Pero a partir de 1945, por descubrimientos arqueológicos en Egipto, se han podido conocer más integralmente varios de ellos. Era una literatura que nació por dos motivos: 1) Un grupo de textos, de carácter más folklórico, surge con el deseo de alimentar la piedad de los fieles y saciar su curiosidad, por medio de la composición de leyendas piadosas. Estos no tienen valor histórico alguno pues están llenos de datos pintorescos. Veamos un ejemplo de evangelio apócrifo, tomado del Evangelio de Tomás: “Este niño Jesús, que a la sazón tenía cinco años (...) hizo una masa blanda de barro y formó con ella doce pajaritos. Era a la sazón día de sábado y había otros muchachos jugando con él. Pero cierto hombre judío, viendo lo que acababa de hacer Jesús en día de fiesta, se fue corriendo hacia su padre José y se lo contó todo: "Mira, tu hijo está en el arroyo y, tomando un poco de barro, ha hecho doce pájaros, profanando con ello el sábado." Vino José al lugar y, al verle, lo reto diciendo: ¿Por qué haces en sábado lo que no está permitido hacer?" Mas Jesús batió sus palmas y se dirigió a las figurillas, gritándoles: "¡Marchaos!" Y los pajarillos se marcharon todos gorjeando. Los judíos, al ver esto, se llenaron de admiración y fueron a contar a sus jefes lo que habían visto hacer a Jesús”. Otros, como el llamado “Protoevangelio de Santiago” que narra la permanencia de la Santísima Virgen en el templo desde que tenía tres años y cómo fue designado San José que era viudo para cuidar de ella cuando ésta cumplió los doce años. Los sacerdotes del Templo reunieron a todos los viudos y un prodigio en la vara de José consistente en que de ella surgió una paloma hizo que el fuera el designado. Otros apócrifos más tardíos que recogen la misma historia, como el el “Pseudo Mateo”, cuentan que la vara floreció milagrosamente. También se detiene el Protoevangelio en contar el nacimiento de Jesús cuando San José iba con María hacia Belén. Narra que el santo patriarca buscó una partera la cual pudo comprobar la virginidad de María en el parto. En una línea parecida otros apócrifos como “la Natividad de María” se detienen en narrar el nacimiento de la Virgen de Joaquín y Ana cuando éstos eran ya ancianos. La infancia de Jesús y los milagros que hacía siendo niño los cuenta el “Pseudo Tomás”, y la muerte de San José es el tema principal de la “Historia de José el Carpintero”. En los apócrifos árabes de la infancia, ya más tardíos se fija la atención en los Reyes Magos de los que en un apócrifo etíope se dan incluso los nombres que se han hecho tan populares. Un motivo muy querido en otros apócrifos, como el llamado “Libro del reposo” o el “Pseudo Melitón” fue la muerte y la Asunción de la Santísima Virgen, narrando que murió rodeada de los apóstoles y 4 que el Señor transportó su cuerpo en un carro celeste. Todas estas leyendas piadosas circularon con profusión en la Edad Media y sirvieron de inspiración a muchos artistas. 2) El otro grupo, nace de motivaciones más teológicas que buscan propagar una determinada imagen de Jesús, muchas veces proveniente de alguna secta particular. Los Santos Padres los citan para rebatirlos y, con frecuencia, los designan por el nombre del hereje que los había compuesto, como el de Marción, Basílides o Valentín, o por los destinatarios a los que iban dirigidos, como el de los Hebreos o el de los Egipcios. Otras veces los mismos Santos Padres acusan a estos herejes de poner sus doctrinas bajo el nombre de algún apóstol, preferentemente Santiago o Tomás. Las informaciones de los Santos Padres se han confirmado con la aparición de unas cuarenta obras gnósticas en Nag Hammadi (Egipto) en 1945. Normalmente presentan presuntas revelaciones secretas de Jesús que carecen de cualquier garantía. Suelen imaginar al Dios Creador como un dios inferior y perverso (el Demiurgo), y la adquisición de la salvación por parte del hombre a partir del conocimiento de su procedencia divina. No se puede negar como principio que los apócrifos más antiguos, como el Evangelio de Tomás, contengan algún dato transmitido oralmente que no quedó registrado en el Nuevo Testamento. Puede ser. Pero en la práctica los datos que contienen los apócrifos acerca de las palabras y los hechos de Jesús que son atendibles, dependen del Nuevo Testamento. De este modo, los apócrifos, en líneas generales, están conformados por datos extraídos de los Evangelios mezclados con las especulaciones o fantasías del autor del texto. Naturalmente, estos textos no dan al historiador la suficiente confianza de veracidad histórica. En conclusión, no todos los evangelios tienen el mismo valor. En el mismo siglo II, algunos escritores ya nos dicen que los evangelios apostólicos eran cuatro y solo cuatro. Así, Orígenes: “La Iglesia tiene cuatro evangelios, los herejes muchísimos, entre ellos uno que se ha escrito según los egipcios, otro según los doce apóstoles. Basílides se atrevió a escribir un evangelio y ponerlo bajo su nombre (...). Conozco cierto evangelio que se llama según Tomás y según Matías; y leemos otros muchos” (Hom. I in Luc., PG 13,1802). 4. ¿EN QUÉ CONSISTE EL EVANGELIO DE JUDAS? Se trata de un papiro de 26 páginas encontrado en Egipto en 1978 y que ha rodado desde entonces por los círculos de anticuarios, pero cuyo contenido y edad se desconocían hasta ahora, en que la National Geographic Society los ha dado a conocer al público. Sin embargo, ya se sabía de la existencia de ese texto pues San Ireneo de Lyón lo cita en su obra «Contra las herejías», escrita en torno al año 185. Para este santo, el “evangelio de Judas” era herético, y había causado divisiones en la iglesia de aquellos primeros siglos de nuestra era. San Ireneo sostenía que el “evangelio de Judas” era una “historia ficticia” que la secta de los cainitas había escrito “en el estilo de los evangelios”. Los cainitas, según nos advierte San Ireneo, creían que Judas tenía conocimientos secretos, y que la meta de Judas era “causar confusión en los cielos y en la tierra”. ¿Cuál es el origen de este texto? Naturalmente, no lo escribió Judas. De ser así, Judas debería haber vivido unos 200 años. Se trata de un manuscrito del siglo IV, es decir, más de 300 años después del nacimiento de Jesucristo, que contiene un relato que lleva por título "El Evangelio de Judas". Se trata de un evangelio apócrifo, escrito muy 5 posteriormente a los hechos que relata. Se tituló Evangelio de Judas, siguiendo una costumbre de la antigüedad que consistía en buscar un nombre de alguien autorizado para darle credibilidad al texto mismo. ¿Qué dice el texto? El documento pretende presentar a Judas Iscariote de manera positiva y le describe obedeciendo a la orden divina de entregar a Jesús a las autoridades para la salvación del mundo. En él se ve a Judas como "el único discípulo que conoce la identidad verdadera de Jesús". Así, Judas no fue el traidor que vendió a Jesús por unas monedas sino el discípulo privilegiado al que encarga la misión más difícil: sacrificarlo. El “evangelio de Judas” pertenece a la época y a la secta de los gnósticos de la segunda mitad del siglo II cuando una enorme cantidad de textos con «nuevas revelaciones» quisieron colocarse por encima de los auténticos y verdaderos Evangelios que dieron origen al cristianismo. Todos estos textos fueron analizados en su tiempo por la Iglesia del siglo II y desautorizados por sus falsedades. ¿De dónde proviene esta idea de Judas? De una secta llamada de los gnósticos. ¿Quiénes eran los gnósticos? Eran una secta que tomaban elementos del judaísmo, del cristianismo, de la religión del actual Irán, de la filosofía griega, y amasaban una doctrina para liberar al ser humano de todas las angustias de esta vida material. La palabra «gnosis» proviene del griego y quiere decir: conocimiento. «Serás mejor que todos los demás», le dijo Jesús a Judas en referencia a sus discípulos, «porque sacrificarás el cuerpo de hombre del que estoy revestido». Este concepto es propio de los gnósticos llamados «cainitas»: Judas, al entregar a Jesús a la muerte, facilita su salida del cuerpo aparente y la liberación de la divinidad que llevaba dentro. Sus principales creencias son: o o o o o o o o La trascendencia indudable de Dios (separado de toma forma material). La explicación del mundo material por una complicada jerarquía de seres que se encuentran entre la materia y el Dios del cual han emanado en decadencia. Valoración totalmente negativa de la materia. Introducción del mal en el mundo por un ser intermedio. La inmaterialidad de Jesús. El cuerpo de Jesús fue solamente aparente para poder manifestarse a los hombres. Concepción antropológica dualista (el cuerpo es malo y el espíritu es bueno). La salvación consiste en asimilar un conocimiento supuestamente oculto y que es revelado a ciertos «escogidos». Comparando con los cristianos, que creemos que un Dios bueno creó un mundo bueno, y que por el abuso del libre albedrío, el pecado y la corrupción entraron en el mundo y produjeron desorden y sufrimiento, los gnósticos atribuyen a Dios el mal en el mundo y afirman que creó el mundo de un modo desordenado. Por esto, son partidarios de la rehabilitación de figuras del Antiguo Testamento como Caín, que mató a su hermano Abel, y Esaú, el hermano mayor de Jacob, que vendió sus derechos de primogenitura por un plato de lentejas. Judas entra perfectamente en la visión gnóstica que muestra que Dios quiere el mal del mundo. ¿Qué valor tienen estos escritos? Ante todo, el texto es producto de la imaginación fantasiosa del autor y nada tiene que ver con el auténtico testimonio de los apóstoles que leemos en los cuatro Evangelios canónicos y en los textos del Nuevo Testamento que se refieren a las noticias y testimonios de aquellos que estuvieron junto a Jesús de Nazaret y 6 que vivieron con él, paso a paso, todos los acontecimientos más importantes de su vida entre nosotros. Para saber de Jesús, este texto no nos aporta nada. Sólo sirve para conocer el contexto histórico y las creencias de los gnósticos del siglo II y III. ¿Por qué se le da importancia hoy a este texto? Posiblemente, nada más que porque es una ocasión para ganar dinero. En efecto, los mercaderes suelen preguntarse cuáles son los temas de interés para fabricar productos fácilmente consumibles. Este sería uno de esos casos, es decir, nada más que para sacar dividendos económicos tras un tema que a todos interesa. Pero también puede ser para levantar la sospecha de que la Iglesia miente. El slogan diría que la Iglesia nos ha ocultado el verdadero rostro de Cristo. Nos ha inventado una doctrina que no es la auténtica. Una razón más para decir, Jesús sí, Iglesia no. Así, inventa la idea de que estos textos han sido ocultados por la iglesia (absolutamente falso, están publicados desde su aparición en las editoriales más católicas… Y también puede ser, unido a todas las anteriores, para buscar argumentos de autoridad para ideologías contemporáneas. De hecho no es la primera vez que se introducen ideas como esta. «Jesucristo Superstar», en la que Judas canta «Realmente no he venido aquí por mi propia voluntad», o la novela de Taylor Caldwell, de 1977, «Yo, Judas». 5. ¿ES DIGNO DE CONFIANZA EL NUEVO TESTAMENTO? PARECE QUE NO ¿Podemos confiar en el texto del Nuevo Testamento? Algunos dicen que no se puede confiar en el Nuevo Testamento porque: o o No guardamos un ejemplar original. El Nuevo Testamento no es un libro “objetivo”, “neutral” ya que fue escrito para difundir las ideas de los cristianos. Algunos historiadores del siglo XIX cuestionaron la objetividad de sus contenidos. Para estos estudiosos, los relatos evangélicos eran poco creíbles porque no contenían lo que Jesús hizo y dijo, sino lo que creían los seguidores de Jesús unos años después de su muerte. Como consecuencia, durante las décadas siguientes y hasta mediados del siglo XX se cuestionó la veracidad de los evangelios y se llegó a afirmar que de Jesús “no podemos saber casi nada” (Bultmann). A esas objeciones sin embargo, se puede contestar: o ¡De ninguna obra literaria de la antigüedad se conserva el manuscrito original de su autor (lo que se llama el autógrafo)! En efecto, en la antigüedad se escribía habitualmente en papiro, un material que no dura más que un par de siglos. Después, con el invento del pergamino, la duración de los textos aumentó, pero no por eso fue menor la posibilidad de perderse o quemarse. Recién en el siglo XIV se usó el papel. Toda la literatura antigua, clásica y cristiana, nos es accesible por medio de 'copias de copias de copias' del original. El autógrafo más antiguo que se conserva de una obra literaria es de Francisco Petrarca, poeta italiano del siglo XIV, todas las obras anteriores nos llegan por medio de copias. Por lo tanto, no contar con un ejemplar original no es obstáculo para considerar estos textos como confiables. Los manuscritos que conservamos de los evangelios, con un estudio atento de lo que se denomina crítica textual, nos muestran que, frente a la mayoría de obras de la antigüedad, la fiabilidad que podemos darle al texto que tenemos es muy grande. 7 En primer lugar, por la cantidad de manuscritos. De la Iliada, por ejemplo, tenemos menos de 700 manuscritos, pero de otras obras, como los Anales de Tácito, sólo tenemos unos pocos —y de sus primeros seis libros sólo uno—. En cambio, del Nuevo Testamento tenemos unos 5.400 manuscritos griegos, sin contar las versiones antiguas a otros idiomas y las citas del texto en las obras de los escritores antiguos. Además, está la cuestión de la distancia entre la fecha de composición del libro y la datación del manuscrito más antiguo. En tanto que para muchísimas obras clásicas de la antigüedad es casi de diez siglos, el manuscrito más antiguo del Nuevo Testamento (el Papiro de Rylands) es treinta o cuarenta años posterior al momento de composición del evangelio de San Juan; del siglo III tenemos papiros (los Papiros de Bodmer y Chester Beatty) que muestran que los evangelios canónicos ya coleccionados se transmitían en códices; y desde el siglo IV los testimonios son casi interminables. Así, el Nuevo Testamento es el documento mejor conservado de la antigüedad. En efecto, muchos textos antiguos nos llegan por pocos manuscritos e incluso por uno solo. El Nuevo Testamento, en cambio, cuenta con miles de manuscritos antiguos, relativamente independientes entre sí, varios del siglo II y algunos fragmentos incluso del siglo I. Actualmente se conservan al menos dos grandes códices del siglo IV que contienen el Nuevo Testamento completo (British Library y Biblioteca Vaticana). En total, contamos con un material abrumador. Son más de 6.000 los manuscritos antiguos y 40.000 las traducciones muy tempranas. Por el modo de traducir de los antiguos, muy literal, el disponer de esas traducciones nos permite hacernos una idea muy exacta de los textos a partir de los cuales fueron hechas. De modo, entonces, que salvo pequeños detalles, podemos tener seguridad en que los textos con que hoy contamos son fieles. Desconfiar del texto del Nuevo Testamento significaría dudar de la confiabilidad de toda la literatura antigua. Todo esto brinda al historiador un grado muy alto de confianza. o Se suele decir que el Nuevo Testamento no es un libro de historia, en el sentido moderno de la palabra. Y tampoco es un escrito 'neutro', puesto que está totalmente 'comprometido' con la difusión del cristianismo. Si no lo escribió un historiador, y no es neutro, ¿Podemos, entonces, confiar en el Nuevo Testamento como fuente histórica? Hay que aclarar entonces, que efectivamente el Nuevo Testamento no es un libro de historia y tampoco es un escrito 'neutro'. Pero en realidad, ningún escrito es 'neutro', y mucho menos en la antigüedad. Sin embargo, decir que los textos del Nuevo Testamento no son textos de historia en el sentido moderno de la palabra es algo tan obvio, y casi sin sentido, como decir que los documentos antiguos no son modernos. Nuevamente, decir que los evangelios no son biografías en el sentido moderno de la palabra, es tan obvio como decir que las biografías antiguas no son biografías modernas. ¡Ninguna biografía de la antigüedad es una biografía en el sentido moderno! ¡Ningún texto antiguo es un texto de historia en el sentido moderno de la palabra! Más aún, hoy seguimos reconstruyendo la historia, incluso la más reciente, en base a textos que no pretendían ser textos de historia. Además, la neutralidad es absolutamente imposible. Siempre hay un punto de vista desde donde se cuenta la historia. 6. ¿ES DIGNO DE CONFIANZA EL NUEVO TESTAMENTO? PARECE QUE SÍ Si no hay razones para dudar de la confiabilidad de los textos del Nuevo Testamento, ¿hay razones asegurarla? 8 Un criterio válido para determinar la confiabilidad de una fuente es la proximidad histórica. La pregunta es ahora ¿de qué época son los textos del Nuevo Testamento? El NT no fue escrito de una sola vez; cada escrito tiene su propia historia. Los textos más antiguos son las cartas de Pablo, la primera, 1Tesalonicenses, data del año 50 y las últimas, Filipenses, Colosenses y Filemón, fueron escritas entre el 55 y el 62; el evangelio de Marcos se puede datar en la década de los años 60, Mateo, Lucas y los Hechos alrededor del año 75 y Juan entre los años 90 y 100. De este modo, el texto más antiguo que nos informa acerca del cristianismo primitivo son las primeras cartas de Pablo, escritas en torno al año 50. A partir del Nuevo Testamento podemos, entonces, tener una 'fotografía' de las convicciones de los cristianos a partir del año 50, es decir, unos veinte años después de la muerte de Jesús. Tenemos, por lo tanto, textos de una gran proximidad histórica con la persona de Jesús y los hechos que le rodearon. ¿Es posible disminuir aún más la pequeña distancia que resta? Sí. Hemos dicho que los escritos más antiguos del Nuevo Testamento, en su redacción final, datan del año 50, pero por medio de técnicas filológicas, usadas comúnmente en la ciencia histórica, es posible reconocer que estos escritos contienen material más antiguo que su redacción definitiva. Así, por ejemplo, Pablo en su primera carta a los corintios cita un texto que él declara haber recibido: 1Co 15,3 Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; 4 y que fue sepultado y que fue resucitado al tercer día, según las Escrituras… Otro ejemplo es el uso de palabras arameas en comunidades de lengua griega, como las de Pablo y Juan, ¿cómo se explica que comunidades de lengua griega recen utilizando algunas expresiones en arameo? Ciertamente, porque las recibieron de la comunidad de Jerusalén: 1Co 16,20-24: El que no quiera al Señor, ¡sea anatema! «Maranatha». ¡Que la gracia del Señor Jesús sea con vosotros! Rom 8,15 Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! Gal 4,6 La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! Pablo no es el autor de estos textos, sino que los recibió. Pero, ¿cuándo lo recibió? De acuerdo a la cronología de la vida de Pablo, lo más seguro es que lo haya recibido en su viaje a Jerusalén, cuando pasó 15 días con Pedro, el año 36. De este modo, por medio de estas cartas de Pablo podemos conocer algo de las convicciones y prácticas litúrgicas de la comunidad de Jerusalén sobre la identidad de Jesús. Naturalmente, si Pablo recibió estos textos y estas prácticas como tradicionales el año 36 es porque ya venían desde antes. Por lo tanto, todo hace pensar que lo que cuentan los textos del Nuevo testamento guardan una fidelidad con los hechos. Además, los textos mismos no tienen nada de fantasiosos, ni extravagantes. Si algo pudiéramos reprocharles es precisamente su sobriedad. Relatan los hechos de manera escueta e incluso desapasionada. Si uno lee, por ejemplo, su descripción del proceso y crucifixión de Jesús se sorprenderá por la ausencia de juicios valorativos. Tampoco se detienen en detalles espectaculares. Se limitan a decir lo que pasó: lo que vieron ellos directamente o los testigos directos que ellos mismos entrevistaron. Por otra parte, existe una prueba bastante contundente de su fidelidad con los hechos. Al menos dos de los evangelistas sufrieron martirio por el solo hecho de proclamar a Jesucristo. Juan sobrevivió y fue muy respetado, como el único de los apóstoles que llegó vivo al final del siglo. Si unos testigos están dispuestos a sufrir torturas y enfrentar la 9 muerte antes de desdecirse de sus afirmaciones, entonces esos testigos gozan de la máxima credibilidad. 7. ¿QUÉ HECHOS CUENTA EL NUEVO TESTAMENTO? De acuerdo al testimonio confiable del Nuevo Testamento, confrontado con todos los elementos extra bíblicos, se puede asegurar que Jesús de Nazaret murió crucificado el año 30. Muy poco tiempo después, encontramos en Palestina un grupo de judíos piadosos, educados en la observancia de la Ley, que poco tiempo después de la crucifixión rinden culto a Jesús. Lo llaman Señor. Creían que Jesús había muerto 'por nuestros pecados' y que había resucitado al tercer día según las Escrituras; lo consideraban el Hijo de Dios preexistente que había sido enviado al mundo por Dios Padre; que estaban convencidos que Jesús era superior a la Ley de Moisés y que por medio de él venía la salvación a toda la humanidad (y no sólo al pueblo judío). Sus convicciones eran tan fuertes como para iniciar una misión en tierras paganas (lo que implica dejar las seguridades por una vida itinerante y peligrosa, al punto de arriesgar la vida). Ya el año 34, uno de ellos por nombre Esteban, moría apedreado. El 36 Pablo visita a Pedro. Todo esto, después de un hecho demoledor: su fundador ha muerto crucificado. Si aceptamos, como todos los historiadores, que Jesús fue ejecutado y murió violenta y vergonzosamente, nos podemos preguntar ¿cómo se explica el surgimiento de una comunidad de tanto empuje, vitalidad y entusiasmo en circunstancias tan adversas? ¿No sería más lógico esperar la dispersión de los seguidores y la disolución de la comunidad? Algo debió pasar después de la crucifixión que explique la gran transformación religiosa que da origen a la Iglesia. De acuerdo a la documentación cristiana, aquello que sucedió fue, naturalmente, la resurrección. No hay otra explicación documentada. No hay otra explicación razonablemente aceptable. Pero junto a ello, está la asimilación que hizo ese grupo de toda la enseñanza que recibió de su maestro antes de su muerte. Un puñado de 'ideas vagas acerca de Jesús' no son capaces de sostener la transformación religiosa que implica la primera misión cristiana abierta a los paganos, la convicción de que la salvación viene por Jesús (no por la Ley o el Templo), el culto a Jesús y el martirio. ¿Qué podemos saber históricamente de la resurrección? Que los discípulos llegaron a creer en la resurrección de Jesús algunos días después de la crucifixión constituye uno de los hechos indiscutibles de la historia, que debe ser aceptado por creyentes y no creyentes. Los datos históricos permiten afirmar que un grupo de seguidores de Jesús, pocos días después de la crucifixión, estaban convencidos que Jesús había sido resucitado por Dios, y estaban convencidos con tanta certeza como para transformar todo su sistema religioso, su fe y sus prácticas, e incluso poner en riesgo su propia vida. La ciencia histórica no puede demostrar la resurrección, pero sí puede afirmar que los discípulos creyeron en la resurrección. Pero, ¿por qué creyeron en la resurrección? Pueden haber creído en la resurrección por dos motivos. En primer lugar, porque Jesús resucitado se les apareció 'dando muestras que estaba vivo'. O, en segundo lugar, porque tuvieron alucinaciones y se engañaron. El historiador debe interpretar los datos disponibles, y debe optar entre «creer» que Jesús resucitó o «creer» que los apóstoles se engañaron. Ninguna de las opciones es 'neutra' y ambas, en diverso sentido, son opciones de fe. 10 8. ¿QUÉ DICE DE JESÚS LA COMUNIDAD DEL NUEVO TESTAMENTO? ¿Qué podemos saber acerca de la vida terrena Jesús? Este es el segundo factor que fundamenta el nacimiento de la Iglesia: la actividad terrena de Jesús. Hasta ahora hemos hablado de las convicciones de los discípulos o de los evangelistas. Podemos saber qué creían ellos acerca de Jesús. Pero, ¿podemos saber algo históricamente acerca de Jesús mismo? La tarea es más difícil, porque los evangelios reflejan las convicciones de los evangelistas. Tenemos, entonces, 'cuatro reflejos de Jesús'. ¿Podemos, a partir de estos 'reflejos', remontarnos hasta Jesús mismo, el fundamento de estos reflejos? Si bien, como se ha señalado anteriormente, los evangelios no son 'cronologías neutras', la ciencia histórica ha elaborado ciertos criterios que nos permiten identificar algunos datos históricamente seguros sobre Jesús mismo. o Respecto de su origen. Es históricamente seguro que Jesús fue judío, que nació en Palestina y se crió en Nazaret. Su nacimiento tuvo lugar en torno al año 4 antes de Cristo (!). Conocemos el nombre de su madre, María, y de algunos de sus parientes. La seguridad de los datos ofrecidos en estos párrafos está basada en el criterio del 'testimonio múltiple', es decir, de la concordancia de múltiples fuentes independientes entre sí y en el de los 'datos incómodos'. o Respecto de su ministerio. Sabemos que el inicio de su vida pública estuvo relacionada con Juan el Bautista, por quien se hizo bautizar (dato incómodo). No hay dudas que fue considerado un Maestro y que reunió un grupo de seguidores; su predicación estaba centrada en el anuncio del Reino y ofrecía una particular interpretación de la Ley de Moisés y del valor del Templo. También es seguro que sus contemporáneos, tanto seguidores como adversarios, estaban convencidos de que hacía curaciones milagrosas y expulsaba los demonios: los fariseos lo acusan de expulsar demonios en nombre del príncipe de los demonios, lo que supone que dan crédito a sus prodigios (Mc 3,22; Mt 9,34; 12,24; Lc 11,15). Las fuentes extrabíblicas lo confirman: Flavio Josefo lo menciona y Celso, un anticristiano del siglo II, asegura que Jesús aprendió magia en Egipto (Contra Celso, I,28). o Respecto de su fin. Es históricamente seguro que su actividad y predicación chocaron contra las autoridades judías y romanas (es discutible en qué proporción), y que esta oposición lo llevó a morir crucificado en Jerusalén en torno a la Pascua, posiblemente, el 7 de abril del año 30. También se puede considerar como un dato seguro, tal como ya se dijo, que sus discípulos, pocos días después de su crucifixión, estaban convencidos que Jesús estaba vivo, y así lo proclamaban. 9. SEGÚN LA COMUNIDAD ¿QUÉ DICE JESÚS DE SÍ MISMO? ¿Cómo Jesús se concibió a sí mismo? El estudio de cómo Jesús se comprendió a sí mismo se llama 'la cristología de Jesús'. Los evangelios transmiten palabras y acciones de Jesús que la crítica literaria considera históricamente sólidas. En base a estas palabras y acciones es posible reconstruir, al menos parcialmente, qué creía Jesús acerca de sí mismo. Ésta es, naturalmente, la cristología más antigua. o Jesús perdona los pecados. Jesús se presenta como quien tiene autoridad para perdonar pecados, que es una prerrogativa exclusiva de Dios. Tanto el perdón de los 11 pecados como las comidas con los pecadores manifiestan que Jesús se concibe a sí mismo con autoridad divina, es decir, como el plenipotenciario definitivo de Dios. o Jesús corrige la Ley de Moisés. Jesús a veces cumple la Ley, a veces no la observa, y a veces la vuelve más exigente. Así, Jesús se concibe a sí mismo como alguien que tiene autoridad sobre la ley. En el discurso de la montaña, habla en primera persona proponiendo su propia palabra como superior a la ley: “…pero yo les digo…” (Mt 5). Para los contemporáneos de Jesús, la Ley era la expresión máxima de la revelación divina, así todo, Jesús se sitúa por sobre la Ley. o Jesús llama al seguimiento de sí absoluto e incondicional. El modo como Jesús invita a dejarlo todo y seguirlo a él manifiesta su propia identidad. La rudeza de su lenguaje muestra el carácter confiable de estos relatos. En ellos Jesús afirma que la decisión de seguirlo o rechazarlo a él mismo, tiene un significado definitivo. Jesús no llama a seguir a Dios o a la ley, llama a seguirlo a él en persona. El carácter absoluto de la llamada muestra que Jesús mismo tiene conciencia de que la suerte final del hombre se juega de acuerdo a la actitud frente a sí mismo. Ningún 'evangelista piadoso' inventaría un texto como Lc 14,26: «Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, hermanos, hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío». o Jesús llama a Dios, Papá. Hay algo nuevo y único en la relación de Jesús con Dios, al que trata familiarmente de 'Abba, Papá. Los discípulos vieron que Jesús trataba a Dios de un modo insólito: como un hijo trata a su papá, y eso es lo que se transmite en los evangelios. Jesús nunca habla de «nuestro Padre», sino que distingue «mi Padre» y «vuestro Padre». Así se expresa el carácter único de la relación de Jesús, 'el Hijo', con Dios, 'su Padre'. o Jesús enfrenta la muerte de un modo único. Jesús, ciertamente, previó su muerte violenta (bastaba saber de la muerte de Juan el Bautista para calcular el final de Jesús). Si Jesús previó su muerte violenta, ¿qué sentido le dio? Jesús vivió para los demás, y, por tanto, también murió para los demás, pues se muere como se vive. La vida en favor de los pecadores conduce a una muerte en favor de los pecadores. Toda una vida comprendida como servicio a los demás (pro-existencia) implica una muerte como servicio a los demás. Toda la vida de Jesús está orientada a la entrega a los demás, en íntima obediencia al Padre. 10. CONCLUSIÓN ¿HAY CONTINUIDAD ENTRE LA PREDICACIÓN DE JESÚS Y LA IGLESIA? Hemos demostrado dos cosas importantes. Nuestra fe se basa en una persona concreta y real. Como ha dicho el Papa, nuestra fe brota de un encuentro con una persona y un acontecimiento. Jesús realmente existió. Históricamente es un dato seguro. Para saber la verdad de cualquier personaje del pasado se debe acudir a las fuentes confiables. Es lo que hemos hecho. Acudir a los testigos directos de su vida, los cuales dejaron su testimonio en el Nuevo Testamento. Desconfiar de los testigos directos y confiar en testimonios tardíos y de segunda mano no tiene ninguna lógica. Pretender que la verdad sobre Jesucristo se encuentra en un texto tardío, del que se conserva un único manuscrito del siglo IV, encontrado hace algunos años en Egipto, es algo que ningún estudioso serio, que busque con sinceridad la verdad, podría aceptar. ¡Qué curioso, los que desconfían de los evangelios y de la tradición cristiana, terminan por confiar en cualquier reportaje o novela de dudosa procedencia! ¿Es lógico? ¿Es falta de fe o de razón? Ambas cosas. 12 Pero hemos demostrado también otra cosa. Hemos demostrado que la Iglesia ha sido fiel trasmisora de la experiencia de fe de los primeros discípulos. No es una conclusión menor. Las Cartas de san Pablo y los cuatro evangelios fueron redactados cuando los testigos directos de la vida de Cristo aún estaban vivos. Estos escritos han sido conservados y transmitidos como un tesoro por una comunidad viva, que los ha leído, copiado y difundido públicamente a lo largo de la historia. Para quien sospeche que la Iglesia ha estado ocultando el verdadero rostro y mensaje de Cristo, ha de saber que la difusión que ha realizado la Iglesia ha sido tan amplia que ella misma, aunque hubiese querido, no podría haber deformado los Evangelios, puesto que desde el inicio del cristianismo han sido demasiado conocidos por todos. Quizá la palabra que mejor expresa la cualidad de la fe trasmitida por la Iglesia es “solidez”. Después del estudio sobre la veracidad de los evangelios no cabe otra cosa que entonar un gran himno de gracias por la Iglesia. Gracias a la Iglesia conocemos hoy el verdadero rostro de Cristo. Sin tergiversaciones. Sin reducciones. Sin fantasías. A modo de ejemplo, ofrecemos un texto muy hermoso que nos muestra la solidez de la tradición oral. Es un párrafo de una carta de San Ireneo, obispo de Lyón, escrita al final del siglo II, cuando el Nuevo Testamento estaba bien consolidado y cuando el Credo estaba ya redactado: «Yo me acuerdo tanto que puedo incluso decir el lugar donde Policarpo se sentaba a conversar, así como su modo de vivir y su aspecto corporal, los discursos que hacía al pueblo, cómo describía sus relaciones con Juan y con los demás que habían visto al Señor y cómo recordaba sus palabras, y qué era lo que había escuchado de ellos acerca del Señor, de sus milagros y sus enseñanzas; y cómo Policarpo, después de haberlo recibido de estos testigos oculares de la vida del Verbo, todo lo relataba en consonancia con la Escritura» (HE V,20). Así, hoy como ayer – y gracias a la Iglesia- podemos creer en armonía con los primeros discípulos, que Jesús es mucho más que un gran hombre o un profeta, o un sabio de la antigüedad. Él es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. En consonancia con la primera comunidad y gracias a ella podemos estar convencidos que Jesús es el mismo Dios que se ha hecho hombre. Esto es algo absolutamente insólito. Ni un semi dios, ni un ángel, ni un hombre sin más… “Dios y hombre verdadero”. Ante la continua tentación de aminorar las exigencias de Jesús, la fidelidad de la Iglesia en la transmisión de la fe nos permite recordar que al mismo tiempo de la exigencia moral, está la dulzura y suavidad del yugo de Jesús. El cristianismo afirma que Cristo es nuestro Redentor. Esto supone una serie de cosas desagradables, como que existe el pecado y que necesitamos una redención pues no nos podemos salvar a nosotros mismos. Pero esa redención es gracia que Dios da a todo el que se la pide. En medio de una cultura hedonista como la nuestra, la fidelidad de la Iglesia a la hora de transmitir la fe, nos permite saber que al verdadero Jesús no le dio asco la cruz. Y amándola, la venció. Esto nos permite pretender ser felices también en la hora del dolor, y lograrlo. Por eso es que nunca vamos a encontrar a un hedonista que pueda estar feliz en medio de una quimioterapia o a pocos minutos de morirse. A un cristiano sí. Gracias a la fidelidad de la Iglesia las nociones de dignidad humana nos resultan hoy tan familiares. ¿Lo serían si el mundo no hubiera escuchado la parábola del Buen samaritano? 13 A la Iglesia le debemos desde sus orígenes los hospitales de beneficencia y los hospicios de caridad. Nunca cedió ella a la tentación gnóstica de creer que la sabiduría de Dios era sólo para una clase seleccionada, elegida, sino para todos, predilectamente para los pobres de la tierra. Eso sigue siendo un escándalo para las religiones orientales que algunos alaban en occidente. Gracias a la fiel predicación de la Iglesia el nombre de Jesús y su vida ha estado presente en las obras de artes más bellas de la historia, como en la música de Bach o de Mozart, en la pintura de Miguel Ángel o Dalí. Gracias a la fidelidad con los hechos, ella nunca cedió a la tentación iconoclasta, porque Jesús era el icono del Padre y tampoco él cedió a las tentaciones pauperistas, ya que el verdadero Jesús dejó que una mujer rompiera el cántaro de alabastro y le rindiera el homenaje. Gracias a la fidelidad con que la Iglesia transmitió la experiencia de Jesús, la fe jamás se asoció a la superstición o la brujería, e hizo que la ciencia moderna pudiera crecer al alero de las universidades católicas y que en sus pasillos pudieran pasearse sus grandes impulsores, que a pesar de los problemas que hayan podido tener con algunos eclesiásticos de la época, nunca dejaron de considerarse cristianos, como Copérnico, Galileo o Newton. ¿Quién salvó la entera cultura clásica cuando Roma fue invadida por los bárbaros? Fueron los monjes cristianos, quienes dedicaron sus vidas a transcribir viejos manuscritos, salvando gran parte de los tesoros culturales de la Antigüedad. No existe, ni de lejos, en la historia de la humanidad una institución que haya enseñado a tanta gente a leer, como la Iglesia Católica, ni que haya fundado o inspirado tantas escuelas y universidades, o haya hecho tanto para la causa de la paz, como bien sabemos chilenos y argentinos, y por la familia. El evangelio gnóstico odia el cuerpo, el matrimonio y a la mujer4. Gracias a la Iglesia, hoy profesamos la fe en la resurrección de la carne, el respeto al cuerpo, el cual consideramos sagrado y templo del espíritu Santo. Creemos gracias a ella en la santa vocación al matrimonio, condición elevada por Cristo a la dignidad de sacramento, iglesia doméstica, espejo del amor con que Dios ama a su Iglesia. Y gracias a la fidelidad de la Iglesia proclamamos la santidad única e irrepetible de una mujer, María, la Madre del Señor, de la cual tomó su cuerpo y nació el Verbo eterno de Dios, y que nos salva ayer y hoy de llevar al cristianismo al plano de la pura abstracción o de la ideología, de la hipótesis o de la sospecha; haciéndonos ir siempre al plano real y verdadero de un Dios que quiso ser lo que nosotros somos; pues a Ella Dios no le pidió ideas, sino un cuerpo, unas manos y unos pies, un corazón humano desde donde Dios amaría divina y eternamente. El Evangelio de Tomás hace decir a Jesús, en defensa de Magdalena: “Yo las dirijo para hacerlas varones, y así, también ellas llegarán a ser almas vivas parecidas a las vuestras, pues toda mujer que se convierta en varón entrará en el reino de los cielos”12. 4 14