Programa Coro Nacional de España Mireia Barrera, directora David Malet, órgano I Antonin Dvorák (1841-1904) Misa en Re mayor, opus 86 Kyrie Gloria Credo Sanctus Agnus Dei Diana Tiegs Meredith, soprano Ana Vassalo Neves, contralto José María Abad Bolufer, tenor Carlos García Parra, bajo II Felix Mendelssohn (1809-1847) Veni Domine, opus 39 núm. 1 Laudate pueri, opus 39 núm. 2 Adspice Domine, opus 121 Manuel Mendaña García, tenor Emilio Gómez Barrios, barítono Juan Pedro García Marqués, bajo Jorge David Fanjul Campos, violonchelo Cristóbal Caballero Aparicio, contrabajo Ave Maria, opus 23 núm. 2 Francisco Gallego Morales, tenor Mª de los Ángeles Pérez Panadero, soprano Margarita Arguedas Rizzo, soprano Pilar Pujol Zabala, mezzosoprano Helia Martínez Ortiz, contralto César Hualde Serrano, tenor Emilio Gómez Barrios, barítono Pedro Llarena Carballo, bajo Anton Bruckner (1824-1896) Cuatro motetes para coro y órgano Tantum ergo Libera me Tota pulchra es Christus factus est Fernando Aguilera Martínez, tenor Ciclo de Cámara y Polifonía. Coro Nacional de España. Sábado 10 de diciembre de 2005, a las 19:30 h. Auditorio Nacional de Música (Madrid). Sala Sinfónica. El concierto se transmitirá por Radio Clásica (RNE) el día 31 de diciembre a las 12:00 h. Notas al Programa TRES CARAS DE LA MÚSICA CORAL SACRA DEL XIX La Misa en Re opus 86 (B.153) fue concluida por Dvorák en junio de 1887. Las piezas sacras de Mendelssohn incluidas en el programa datan de principios de la década de los años treinta del mismo siglo XIX. Y los cuatro motetes de Bruckner que cierran el programa los escribió el autor en 1843, 1849, 1878 y 1884. Tenemos, pues, un recital coral cíclico, que va a comenzar y a acabar con música sacra de finales del XIX, con un pequeño repaso de la zona central de la centuria. ¿Es así de sencillo el análisis? ¿Se trata de un simple “bocadillo” de estilos o hay que matizar más? Creo que el programa que Mireia Barrera ha escogido para hacer su debut con el primer coro de esta casa encierra otros compromisos. Desde luego nos informa acerca de la evolución de la música coral religiosa del siglo del romanticismo, pero las piezas escogidas no sólo nos van a hablar de un progreso entendido desde el paso del tiempo, sino en una permanente relación con, por un lado, la “sociología” de la Iglesia, una institución que si por algo se ha caracterizado siempre ha sido por la defensa a ultranza de sus valores inmutables, y, por otro, con las necesidades del mundo secular, y muy particularmente del de los aficionados a la música, los seres de carne y hueso que escuchamos y nos emocionamos, con o sin un texto religioso de apoyo o base. Una misa atípica Lo que en absoluto quiere decir que Dvorák –como Berlioz o Verdi, por ejemplo– hiciera algún “rodeo” especial para expresarse en lo religioso con procedimientos estilísticos ajenos al medio; es singular por otras razones. Él la definió como una obra “de fe, esperanza y amor a Dios Todopoderoso”, y no sólo se refirió a ella en estos términos por razones espurias o intereses contractuales del encargo, sino que al observar los medios que pone a disposición del discurso, tan humildes como comprometidos con una trascendencia que en todo momento se percibe como de sincero origen religioso, uno se siente muy alejado de la escena “operística” en la que se movieron los arriba mencionados autores, o, por qué no decirlo, el mismo 5 Beethoven en su Missa solemnis. No; esta misa de Dvorák no es un producto típico de un tiempo en el que el concepto sinfónico campa a sus anchas en las interminables misas con orquesta. Pero tampoco una obra hecha a la medida de los requerimientos eclesiásticos de una Iglesia desatada en sus nuevas exigencias para la música religiosa: en 1893 el cardenal de Venecia inició una cruzada defendiendo que la única música sacra posible había de ser la escrita bajo las directrices del canto gregoriano y la polifonía palestriniana, cosa que acabó convirtiéndose en norma cuando Giuseppe Sarto –el mentado patriarca de la ciudad de las mil islas– fue entronizado como papa Pío X. Ni lo uno ni lo otro; más bien estamos ante una obra de espíritu religioso pero de carácter civil. Para su Misa en Re Dvorák no siguió ninguna de las mencionadas directrices, como, en principio, sí hizo un Liszt, por ejemplo, en su muy ceciliana (término con que se bautizó el movimiento antisinfónico para la música eclesiástica) obra religiosa, aunque, y después volveremos a ello, algo que dudo hiciera Bruckner con la misma propiedad, por mucho que sus detractores históricos se empeñaran una y otra vez en afirmarlo. La obra de Dvorák es una gran música de circunstancias, y digo “gran” porque estando construida con unos medios tan escasos, sus notas brillan con una luz y una tensión interna impresionantes. No fue escrita para ninguna celebración litúrgica concreta ni para ningún concierto (como otras partituras sacras del autor, sin ir más lejos para festivales como los de Birmingham o Leeds, en Inglaterra), sino para el arquitecto Josef Hlávka, que fue el fundador de la Academia Checa de las Ciencias y las Artes. Tenía éste un castillo en Luzany, donde había construido una capilla, y realizó el encargo a Dvorák para consagrar ese pequeño oratorio familiar. En tales circunstancias, la obra fue en principio escrita para cuatro solistas, un coro y acompañamiento de órgano, y fue interpretada el 11 de septiembre de 1887 en al acto de dedicación de la capilla; Dvorák dirigió, y dos de las cantantes fueron las esposas del arquitecto y el compositor. Hoy escucharemos esta versión, pero habría que recordar que 6 el editor de Dvorák, impropiamente, pues la obra gozaba ya de un esplendoroso acabado, no se hizo cargo de ella hasta que el compositor no le añadió una “parte importante de orquesta”: todavía Novello no se había repuesto del impacto que la había causado el imponente Stabat Mater que había “arrasado” en Londres unos años antes. Y con razón, habríamos de añadir, pues se trataba, y él lo había percibido como pocos, de una de las más grandes partituras sacras nunca escritas hasta ese momento. A la sombra de Bach Como es bien sabido, Felix Mendelssohn “estrenó” la Pasión según San Mateo de Bach en 1829; ciertamente, su pasión por el autor de El arte de la fuga no tenía límites. Como también por el coral protestante como elemento de expresión básico para desarrollar una música de carácter religioso. Y en eso el autor de la Escocesa, como otros tantos compositores alemanes de su tiempo, tuvieron que nadar a contracorriente: el primer romanticismo, ya alejado de los duros tiempos de Trento, y a la espera de la reacción ceciliana arriba descrita, no era compatible con la ausencia de liturgia (como acto de celebración esplendorosa) y la austeridad del culto luterano; Mendelssohn mismo acudió al oratorio “a la inglesa” (Paulus y Elías) para triunfar. Por eso el repertorio de motetes mendelssohniano no sólo es un auténtico desconocido, sino que apenas acude hoy a las salas de concierto y estudios de grabación, y menos en áreas geográficas no alemanas; de hecho, la mayor parte de las piezas siguen sin publicarse. De manera que a estos compromisos me refería antes al hablar del programa. No estoy seguro, pero probablemente alguna de las partituras que esta tarde se nos presentan, lo sean por primera vez en nuestros escenarios. Los años transcurridos entre la presentación de la Pasión bachiana y 1832, año en que Mendelssohn finalizó su Opus 39 fueron de viajes y aprendizaje. Entre las muchas ciudades que visitó, Roma le causó un fuerte impacto, pero no sólo por su riqueza plástica y arquitectónica; allí tomó contacto 7 directo con el mundo palestriniano, fruto del cual nacieron los tres motetes de esa opus, dos de los cuales escucharemos hoy. Escritos para coro femenino y órgano, son obras de juventud que exhalan una medida elegancia y una sonoridad delicada y de suaves contornos, por más que el segundo goce de una importante elaboración sobre el canto antifonal gregoriano; fueron escritos para las monjas de la iglesia de Trinità dei Monti. De la misma época, parecida formulación técnica pero de resultado más brillante tímbricamente es la segunda de las piezas de la Opus 23, un Ave María para solo de tenor y ocho partes corales con órgano. Que a su vez poco tiene que ver con la Opus 121, una mezcla de responsorio e himno para dos tenores y dos bajos solistas, coro masculino a cuatro partes, violonchelo y contrabajo que el compositor escribió a los 14 años. Se trata casi de un trabajo experimental donde se combinan un cierto arcaicismo con el estilo polifónico renacentista y la homofonía más avanzada. El responsorio, situado en la parte central, combina las partes solistas y el coro. El incomprensible Bruckner A partir de los años 40-50 del siglo XIX se dejó de escribir motetes. Por un lado, los compositores cada vez cobraban menos de la Iglesia por los encargos, y, por otro, el ya descrito ataque de la misma a la música “moderna”, hizo que sólo se ocuparan de ello los autores mediocres. Hubo excepciones, sin embargo, y no sólo dentro de la ortodoxia ceciliana (como ya he dicho, un buen puñado de las obras religiosas del abate Liszt), sino bastante al margen de la misma. Bruckner estaría situado ahí, pero de manera velada, y desde luego incomprendida en su tiempo. ¿Por qué? Palestrina huyó siempre –como es lógico– de la disonancia, e hizo de la imitación su catecismo: nada más alejado del estilo bruckneriano, que en todo caso, y como recuerda Alfred Einstein, más cerca está del sombrío y extraño mundo sonoro de Jacobus Gallus. Bruckner, así, en todos y cada uno de los cuatro motetes programados hoy, traslada a esta música teóricamente pietista, su concepto sonoro 8 sinfónico, lleno de complicadas armonías y un uso del cromatismo casi tristanesco. Al escucharlos nos llegará, no obstante, un recuerdo de Palestrina: como ha sugerido el musicólogo Wolfgang Dömling, sin duda se deberá al sentido arquitectónico de la construcción bruckneriana, un constante crecimiento y decrecimiento tensional que crea esa densidad polifónica tan propia del autor de la Misa del Papa Marcello. Los dos primeros motetes de nuestro concierto pertenecen a la etapa bruckneriana de San Florian, pero será sobre todo en Tota pulchra es, compuesto para conmemorar el 25 aniversario del nombramiento del obispo Rudigier para la catedral de Linz, lugar en el que el autor de la Romántica fue organista, y en Christus factus est, de 1884, año de su Séptima sinfonía, donde se materializarán en todo su esplendor las ideas expuestas en el párrafo anterior. Música, por otro lado, poco o nada escuchada y grabada en disco. Pedro González Mira 9