De los escritos de Gianelli “Preparad los caminos del Señor, enderezad sus senderos” Si el esplendor de las fiestas y la alegría de las multitudes suele indicar la grandeza, la gloria y la dignidad del personaje al que están destinados, los preparativos que precedieron el nacimiento del Salvador, lo anunciaron, no sólo como al hombre mas grande que jamás haya aparecido en el mundo, sino que lo declararon en lo que realmente era: el Dios del universo. La escasez del tiempo no me permite referir todas las profecías y los milagros que precedieron su venida; es suficiente que diga que estos preparativos comenzaron con el mundo y que en el arco de 40 siglos, el deseo de todos los justos, el ansia d todos los santos estaban dirigidos a El solo. Lo poco que dice el Evangelio, si lo meditamos bien, es suficiente para comprenderlo y prepararnos dignamente y fruto a celebrar esta Santa Navidad. San Lucas, antes de hablarnos de la predicación de Juan Bautista, trata de darnos una idea del mundo de entonces, del gobierno de Roma y de Palestina. En el Evangelio de hoy no hay una sola palabra que no tenga un gran significado y que no sea digna de aquel Dios que la inspiró. Dios había predicho, por medio de los profetas, que el Salvador del mundo no vendría, mientras el gobierno del pueblo estuviera en manos de los judíos. Estos, en efecto, si bien esclavizados en Babilona, siempre se gobernaron y tuvieron como jefe a alguno de su estirpe. Cuando los romanos se adueñaron de la Palestina, César Augusto, dio la autoridad a un extranjero, que fue el impío Herodes de la Idumea. Refiriéndose al nacimiento del Salvador, los evangelistas acentúan esta circunstancia de los tiempos, no sólo por autenticidad histórica, sino también para desengañar a los Hebreos y advertirles que la profecía se había cumplido y que ése era el tiempo establecido por Dios para la venida del Salvador. Y como el Señor llevó vida oculta hasta los 30 años, Lucas hace la misma observación cuando dice que Juan Bautista salió a predicar y a anunciar su llegada. En ese momento los judíos no tenían ninguna autoridad: Tiberio, sucesor de Augusto estaba en el año quince de su imperio. Palestina estaba gobernada por Poncio Pilato, que era extranjero, por Herodes y por Lisanias, los tres hijos de Herodes, también ellos extranjeros. El Evangelista Lucas, de la descripción de la situación política, pasa al aspecto religioso, y advierte que cuando el Bautista comenzó a predicar, Anás y Caifás, eran príncipes de los Sacerdotes, mientras que la ley prescribía un solo Sumo Sacerdote. La Sinagoga estaba llegando a su fin desordenadamente. Anás y Caifás, ambos poderosos, la gobernaban a su gusto y se sucedían en el pontificado (eran parientes), sin que nadie osase reprenderlos en su sacrílega conducta. Según las profecías, no podía estar lejos el verdadero pontífice eterno, que habría restaurado también la situación religiosa. Cristo Jesús, el verdadero y único Sumo Sacerdote. En esta circunstancia histórica apareció Juan Bautista predicando a orillas del Jordán. Esta historia tan circunstanciada y precisa, tan innegable y documentada, estas profecías cumplidas después de tantos siglos y tan exactamente, está escrita para la confusión de los hebreos y de tantos espíritus soberbios de nuestro tiempo. ¿Ustedes creen que todo ese amor a la verdad que proclaman con las palabras, lo aplican después para estudiar esa verdad y llegar a la raíz de la misma?. Con ese tono de doctos y de eruditos que se dan, ¿ustedes creen que se aplican después y buscan conocer, aunque más no sea, los fundamentos de la religión de la que se burlan. No conocen ni el origen, ni la naturaleza ni la historia de la misma, la odian sin conocerla, la desprecian sin entenderla, la aborrecen in que les haya hecho daño alguno. Que esto nos sirva para conocerlos y huir de ellos, temiendo siempre caer en aquella incredulidad y dureza de corazón a la que suele arrastrar el pecado. Volvamos al Bautista, el hombre de la soledad y de la penitencia. Miel silvestre, frutos de los bosques y langostas constituían su alimento ordinario. Una piel de camello era su vestido, las cavernas y las grutas eran su casa, la desnuda tierra su cama; el cielo y el desierto su mundo. Allí, en santos pensamientos, en ayunos y mortificaciones se entretuvo hasta los treinta años, hasta el momento en que oyó la voz de Dios que le indicaba salir a predicar. ¡Qué admirable es Dios en sus designios y en sus santos! y ¡cuán admirables son estos santos. Una mirada a la figura de Juan nos revela inmediatamente que pobre es solamente aquel que está lejos de Dios. Si el Evangelio quisiera contar su predicación, necesitaría un grueso volumen. Pero el Evangelista narra solamente una pequeña parte de la prédica que repetía varias veces en el día a todos aquellos que querían escucharlo y que era como la sustancia de todos sus discursos. El profeta Isaías predijo que en el desierto, al acercarse el Señor, se habría sentido una voz cuya finalidad era: disponer bien los ánimos para acoger al Señor; encender el deseo de verlo llegar pronto. Con respecto a la preparación de los ánimos, el Bautista advertía a todos la necesidad de enderezar el camino, rectificar sus sendas y adornarlo como convenía a tan gran Señor que estaba por venir. El hablaba del camino del corazón y de la conciencia, como queriendo decir que no se puede acoger dignamente al Señor sino con un corazón puro y limpio de todo vicio y adornado con todas las virtudes que convienen a quien sirve a tan gran Señor. Este es el modo como nosotros debemos disponernos celebrar la Santa Navidad. Debemos enderezar nuestros pensamientos, nuestros afectos, nuestros deseos y centrarlos solamente en Dios, de modo que, buscando a Dios en cada cosa, El no encuentre obstáculos para venir a nosotros, para habitar en nosotros como en su propia casa, como en su templo vivo… “Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos!” Todo bache debe ser rellenado y todo lo tortuosos deberá ser rectificado… Todos verán la salvación de Dios! Ahora los invito a mirar su propia conciencia, pero con una mirada desprejuiciada. ¡Cuántas montañas y cuántos desiertos!, ¡cuántos valles, cuántas selvas, qué caminos inhóspitos e impracticables: montes en los que choca nuestra alma y se arruina para siempre. Valles profundos excavados por la rutina o por el pecado, por la injusticia y la falta de caridad hacia Dios y hacia el prójimo. Son senderos y caminos inaccesibles para el Señor las pasiones que nos dominan, los defectos que no corregimos, los apegos a los que no renunciamos, aún sabiendo que son pecaminosos, esas ocasiones de pecado que no evitamos y tantas obras de caridad y penitencia que no practicamos. Mis queridos: en esas condiciones y con la conciencia en este estado, no puede entrar el Señor. El nació en el establo de Belén, durmió sobre la paja, pobre, desnudo y amó esa pobreza. Pero no entra, no nace en una conciencia habitada por el mal y el pecado. Por esto es necesario que en este adviento enderecemos los senderos, rellenemos los valles y mejoremos los caminos, si queremos que venga a nosotros el Señor. Solamente así se cumplirá también para nosotros, la profecía de Juan Bautista: “TODA CARNE VERÁ LA SALVACIÓN DE DIOS” (Gianelli, En espera de la Navidad, Adviento de 1819,Pred. Aut. vpl. IV, pp. 593-598 )