[AMIGA: YO ESPERABA] “…Y es que mi alma está muerta, hasta que le llegue al cuerpo su hora.”—Así dice en una carta mi madre. «Amiga: yo esperaba Al hijo que ha venido: El hijo está; mas tanto me lloraba El alma, que en llanto se me ha ido. El alma tengo muerta En tanto que le llega al cuerpo su hora.» Esto dice una carta ante mí abierta, Que parece que me ama y que me llora! Esto mi madre dice, esta sublime Mujer en todo amor pura y serena, Que no sabe el terror con que se gime Ni el llanto sabe de cobarde pena. Yo como tú, tranquila y desgarrada El alma llevo en la perpetua lucha, Y a veces se repliega en mí espantada, Trémula de terror por lo que escucha. Bueno, mi madre: como tú la herida El corazón jamás domado lleva, Y va regando el campo de la vida Con sangre pura, siempre clara y nueva. Mi amor entiendes; en mi frente miras, Imagen fiel del bárbaro combate, Este fiero tumulto de las iras Con que el henchido corazón me late. Cuando mis pobres ángeles sonríen, Cuando ese anciano sus desdichas llora, Y no hay canas en él que no me envíen La sorda voz con que a la muerte implora! Tú sabes cómo,—cuando el alma aquella Que del hogar desierto se me ha ido, A verme viene en una luz tan bella Que en ella tengo el corazón prendido,— Grabado deja en mi cansada frente El beso de dolor con que me llama, Y una pálida luz que en el caliente Hogar en rayos tibios se derrama. Allá en la tierra miserable y fría El pobre corazón me lo decía:— «¡Ay! ¿cuando vuelva yo, se me habrá ido La candorosa niña que solía En mis brazos hallar caliente nido, Y perfumar de amor mi fantasía?»— Se fue! se fue!… No busques, madre amada, Vestigios de la blanca criatura En impalpables sombras anegada, En esa estrecha humana sepultura! No busques—¡vete!—en la apartada tierra, En el montón de cieno que la cubre: Pues mi llanto del cieno no la arranca, Pues la tierra a mis besos no responde, Nada queda en la tierra de la blanca Criatura que en sombras se me esconde! Yo no quiero a ese polvo que la tuvo, Ese lugar donde su cuerpo yace:— ¡No la tiene,—no es ella!—Lloraría Debajo de la tierra, si me viese; Su corazón la tierra rasgaría, Y cuando cerca de ella me sintiese, Para volverme a ver, renacería! ¡No es ella!— Yo no amo Ese montón de polvo miserable: ¡No es el sepulcro de ella!—Yo la llamo Y no hay nada en el polvo que me hable! Yo beso, yo golpeo El húmedo rincón, donde repiten Que cubierta de tierra la dejaron: No con falso dolor así se agiten! ¡Los que me dicen esto, no la amaron! ¡La vieron! ¡la trajeron! La amaron blanca, la miraron bella, Y, cuando sobre tierra la tendieron, ¿No se tendieron a la par con ella? Hermana! yo te siento Que desde el corazón me estás hablando: Blanca te miro, pálida me tiendes Tu mano pura que se pierde en sombra, Y se me van los brazos a tu imagen Y toda el alma trémula te nombra! El alma toda te recibe ansiosa: Aquí tienes la vida que me pesa; Aquí tienes la carga fatigosa, Aquí tienes el alma que te besa!… ¡Sombra no más!—Mentira es que el sepulcro Guarde lo noble de los seres yertos: Nada en el polvo ni en la cal se encierra: Pues mis ayes de amor están despiertos, Ha de haber otra vida y otra tierra Donde respondan a mi amor los muertos!… Mentira!—Venerable No es la capa de polvo miserable Que ni me ama, ni llora, ni me mira:— Florece el suelo en que una virgen llora: Que ese polvo la guarda es vil mentira Pero es sueño también que me habla ahora! ¡Oh, madre! Si en el alma está despierta La imagen de un amor que no perece, No es ya verdad que el alma tengas muerta: El sol de este dolor nunca anochece! JOSÉ MARTÍ México, junio 4 de 1875. Revista Universal, México, 6 de junio de 1875. [Mf. en CEM]