ENRIQUE JARDIEL PONCELA Y D. H. LAWRENCE

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Revista destiempos I Año 5 I Número 24 I Marzo-Abril 2010 I México, Distrito Federal I
ENRIQUE JARDIEL PONCELA Y D. H. LAWRENCE
LADY CHATTERLEY'S LOVER BAJO LA MIRADA BURLONA DE UN
HUMORISTA ESPAÑOL
Cécile François
Universidad de Orléans, Francia
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C
uando, en el año 1928, el joven escritor madrileño Enrique Jardiel
Poncela emprende la redacción de su primera novela, Amor se escribe
sin hache, la literatura erótica está en pleno auge. Cada se-mana, los
lectores españoles se precipitan para comprar fascículos baratos que les
ofrecen relatos cortos de Álvaro Retana, Joaquín Belda o Eduardo
Zamacois. Esta literatura sicalíptica, a veces púdicamente designada con
el rótulo de "novelas de amor", va a constituir el blanco privilegiado de la
sátira del joven humorista, como da fe de ello el prólogo de Amor se escribe
sin hache: "las novelas «de amor» en serio sólo pueden combatirse con
novelas «de amor» en broma. [...] Hay que reírse de las novelas «de amor» al
uso. Riámonos. Lancemos una carcajada de 400 cuartillas." (98).
En realidad, concebida dentro del ambiente cosmopolita de los "felices años 20", Amor se escribe sin hache se sale a menudo del estrecho
marco de la literatura española para ofrecer al lector microparodias de
famosas obras extranjeras que, por aquel entonces, eran la comidilla del
mundillo artístico y periodístico en el que se desenvolvía el joven escritor.
Además de La Garçonne del francés Victor Margueritte, entre las novelas
que dieron pasto a la crítica y escandalizaron a mucha gente por su carácter abiertamente provocativo y erótico, figura la famosa obra de
D.H.Lawrence, Lady Chatterley's Lover.
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Redactada en unas cuantas semanas, a finales del año 1928, El
amante de lady Chatterley, provocó la indignación de los censores británicos que de inmediato la pusieron en el índice, tachándola de pornográfica.
Sin embargo, a pesar (o quizá precisamente a causa) del entredicho, el
libro anduvo circulando bajo cuerda por diversos países europeos, llegando
a publicarse en Italia. A partir de ahí, y rodeada de un halo de sensacionalismo y provocación, la novela de D.H.Lawrence fue seduciendo a un número creciente de lectores españoles que, por lo general, tuvieron que leerla en ediciones clandestinas y traducciones más o menos fieles y completas. Probablemente, fue a través de una edición pirata como llegó a manos
de Jardiel Poncela quien no resistió la tentación de brindar a sus lectores
una versión paródica de la famosa escena central, la de la iniciación sexual
de Constance Chatterley, sin duda la parte más difundida y comentada de
toda la novela.
EL AMBIENTE Y EL DECORADO DE LA ESCENA DE AMOR
Cumpliendo con los preceptos de la parodia, Jardiel Poncela se dedica a
seleccionar, enfatizándolos, los elementos más característicos de la famosa
escena de la revelación sexual de lady Chatterley. El propósito del joven
humorista es vaciarla de su contenido dramático y lírico para proponer
una versión degradada y deshumanizada de la misma, inscribiéndose así
dentro del amplio movimiento de las vanguardias artísticas cuyas características había destacado José Ortega y Gasset en su famoso ensayo de
1925 titulado La deshumanización del arte.
En el centro de la escena se encuentra lady Brums, la protagonista
de Amor se escribe sin hache, una aristócrata inglesa cuyo título nobiliario
remite directamente al de lady Chatterley. A pesar de este punto común,
los dos personajes son, en realidad, muy diferentes. En la novela inglesa,
Constance aparece como una joven sencilla y sana, de recia complexión y
mejillas coloradas, un retrato que contrasta violentamente con el de Sylvia
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Brums, la cual figura el tipo de la mujer fatal finisecular, refinada y
sofisticada, de tez diáfana y vestimenta elegante y rebuscada. La distancia
entre los dos personajes femeninos viene reforzada por la focalización escogida. En El amante de lady Chatterley, D.H. Lawrence adopta un punto de
vista subjetivo al hacer de Constance el personaje focalizador de la escena
(Vitoux : 28). El modo narrativo elegido permite así al lector captar todos
los matices de las sensaciones de lady Chatterley. En cambio, en Amor se
escribe sin hache, la focalización privilegiada es la externa que impide el
acceso a la conciencia de Sylvia Brums o de su amante, contentándose el
narrador con describir los actos y movimientos de los personajes así como
las pocas palabras que pronuncian o intercambian. De esta forma se impone al lector una visión distanciada que permite a Jardiel Poncela diseñar
una escena deshumanizada, es decir vaciada de su contenido emotivo y
subjetivo.
En cuanto al decorado de los amores de los protagonistas, en El
amante de lady Chatterley, el narrador evoca el despertar de la naturaleza
en la primavera resaltando la idea de comunión íntima entre la heroína y
el mundo vegetal, comunión que señala el retorno a las fuentes naturales
de la vida. Toda la escena se percibe a través de la sensibilidad exacerbada
de la protagonista, y el narrador se explaya en largas descripciones de las
impresiones y sensaciones experimentadas por Constance en el momento
preciso en que (re)descubre la naturaleza. La novela de D.H.Lawrence
aparece así como un himo panteísta que remite al mito de los orígenes y
del paraíso perdido. El bosque se conforma como un lugar edénico al que
el narrador otorga suma importancia como dan fe de ello las prolijas
descripciones de las plantas y flores silvestres que Constance descubre por
el camino. Así, a lo largo de los capítulos octavo y décimo, se evocan con
todo detalle los ranúnculos, las violetas, las campánulas, las margaritas y
los jacintos que crecen libre y naturalmente en los bosques que rodean la
mansión de los Chatterley.
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Jardiel Poncela introduce a su vez el motivo de las flores y de la
naturaleza en Amor se escribe sin hache, pero lo hace transformándolo, o
mejor dicho dándole la vuelta. En el entorno de la protagonista no aparece
ningún bosque en el que la vegetación crezca libremente. Por el contrario,
Sylvia Brums nunca traspasa los límites del parque del castillo, un lugar
artificial en el que la naturaleza ha sido domeñada y la disposición de las
flores determinada por la voluntad de los hombres, en este caso el jardinero de la finca. Por tanto, lady Brums tiene que contentarse con pasear
por las calles del parque bordeadas de arriates y cuadros de tulipanes,
rododendros y rosas. Contrastando con las descripciones prolijas de El
amante de lady Chatterley, en la novela de Jardiel Poncela la evocación de
los macizos de flores es muy escueta y se puede interpretar de dos
maneras: o bien como un guiño cómplice al lector hastiado de los largos
períodos líricos del narrador inglés; o como una manera de burlarse del
estilo florido de D.H.Lawrence y de sus imágenes un tanto amaneradas. En
ambos casos, Jardiel Poncela aprovecha la ocasión para brindar al lector
un pastiche que consiste, según la definición de Gerard Genette en
Palimpsestes, en la imitación de un estilo llevada a cabo gracias a una tarea de recuperación e intensificación de los estilemas de un autor. En
Amor se escribe sin hache, lo que Jardiel Poncela nos ofrece es un pastiche
en clave lúdica y mejor aún irónica, ya que esta escena pone en solfa el
estilo afectado del escritor inglés y en particular unas metáforas que el
humorista español debía de juzgar demasiado dulzarronas y trasnochadas.
Entre todas las imágenes que puntean la escena erótica, Jardiel Poncela
escoge la personificación de las anémonas silvestres:
How cold the anemones looked, bobbing their naked white
shoulders over crinoline skirts of green (89)
[¡Qué frías parecían las anémonas, balanceando sus desnudos
hombros blancos sobre faldas de crinolina verde! (Plaza & Janés :
138, para la traducción española)]
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Si Jardiel Poncela personifica a su vez las flores del parque del castillo de
lady Brums, lo hace llevando a cabo una transferencia de lo femenino a lo
masculino que confiere al símil un matiz carnavalesco:
"El parque que rodeaba el castillo de los Brums se vestía de frac y
en las solapas de sus macizos estallaban los tulipanes, los
rododendros y las rosas de Escocia. (107; el subrayado es mío)
Al convertir los miriñaques en fracs, el narrador de la novela española
despoja a la imagen de Lawrence de gran parte de su lozanía y delicadeza,
a la par que introduce una disonancia, una nota extraña, acentuada al
final del párrafo por la evocación de una flor desconocida: la "marlefa" : "Y
por encima de todos los olores campestres, sobresalía el de las marlefas."
(107). A primera vista, este término podría constituir el clímax de una
enumeración ("tulipán" > "rododendro" > "rosa de Escocia" < "marlefa") organizada en una gradación ascendente que va de la flor más sencilla a la
más sofisticada. Pero, en realidad, Jardiel Poncela inventa la palabra recurriendo al "camelo", uno de sus juegos verbales favoritos, que él mismo
define como una seudoreferencia o una falsa definición que suele aparecer
en una nota a pie de página, como es el caso aquí: "[marlefa]: Planta de la
familia de las tuberosas, cuñada del lirio, cuyas flores se suelen arrancar
tirando del tallo." (107) Como se echa de ver, Jardiel Poncela desarrolla la
metáfora elaborada a partir del texto de Lawrence pero dando un paso más
en el proceso de degradación de la imagen. La personificación de las flores
cobra en el texto español una tonalidad absurda a través del uso de la
palabra "cuñada", totalmente incongruente en este contexto. Dicho término arranca de la interpretación literal de la expresión: "Planta de la familia" que evoca normalmente un sistema de clasificación científico basado
en las analogías entres distintas especies vegetales. El vínculo natural que
une las plantas de una misma familia se convierte aquí en un vínculo
social, dando un cariz grotesco a la definición que nos brinda el narrador.
Culmina el proceso de deconstrucción paródica de la imagen lawrenciana
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con la mención explicativa final, tan superflua como prosaica: "cuyas flores
se suelen arrancar tirando del tallo".
En resumidas cuentas, la impresión que saca el lector de la breve
descripción del parque del castillo de lady Brums es la de un decorado
artificial, de un mundo extraño, cuando no absurdo, en que, como lo
vamos a ver a continuación, se desenvuelven personajes deshumanizados
diseñados más como muñecos que como caracteres.
LA ESCENA DE LA INICIACIÓN SEXUAL
El amante de lady Chatterley desarrolla el tema de la unión desigual entre
una aristócrata y un hombre de condición humilde. La pareja constituida
por Constance y el guardabosques Mellors halla su contrapunto irónico en
el dúo formado por Sylvia Brums y Jim, el jardinero del castillo. En la novela de Lawrence, el narrador ofrece al lector largas descripciones, no sólo
de las primicias del primer encuentro, sino también de la evolución de la
relación amorosa y sexual de Contance y Mellors. Una estudiosa de la obra
del escritor inglés ha hecho el recuento de las escenas eróticas de la novela
contabilizando once secuencias en las que están analizadas, pormenorizadas y glosadas las sensaciones y reacciones de los dos amantes
(Ginette Katz-Roy: 110). En cambio, en Amor se escribe sin hache, el narrador despacha el conjunto en unas diez líneas.
La novela de Lawrence pone de relieve el vínculo estrecho entre
pulsión sexual e instinto materno. Constance es movida por un sentimiento amargo de frustración e inanidad. Se le va la vida en vanas
conversaciones, en cuidados permanentes a su marido enfermo, cada vez
más tiránico, que no le podrá dar el hijo que ella anhela. Cuando pasea
por los bosques que rodean la mansión, la heroína de Lawrence siente
muy intensamente la vida que palpita y vibra en torno a ella despertando
su sensualidad y sus instintos vitales. La emoción de Constance alcanza
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su punto álgido en el momento en que halla los polluelos recién nacidos en
el corral de Mellors, el guardabosques:
Connie crouched to watch in a sort of ecstasy. Life, life! Pure,
sparky, fearless new life: New life! […] Connie was fascinated. And
at the same time, never had she felt so acutely the agony of her
own female forlornness. It was becoming unbearable. (118)
[Connie se puso en cuclillas y lo contempló extasiada. ¡Aquello
era vida! ¡Vida! ¡Vida pura, chispeando, sin miedo, nueva! ¡Vida
nueva! [...] Connie quedó fascinada. Pero, al mismo tiempo, jamás
había sentido de manera tan aguda el dolor de su abandono como
hembra. Estaba convirtiéndose en un dolor insoportable. (Plaza &
Janés : 185-186 para la traducción española)]
En la novela española, en cambio, la escena lleva el sello de la frivolidad y
de la desenvoltura. El narrador no se entretiene en el análisis pormenorizado de los impulsos del corazón del personaje. Las congojas existenciales de Constance Chatterley no parecen afectar a la joven Sylvia como lo
muestran las interrogaciones del narrador al repecto:
¿Fue aquel perfume [de las marlefas] lo que aturdió a Sylvia
privándola del raciocinio? ¿O lo que la privó del raciocinio fue el
deseo de lucir su camisa, color pervinca? No es fácil determinarlo.
(107)
La perplejidad fingida del narrador sirve para poner de relieve la coquetería
de la protagonista española respecto al modelo inglés. La doble pregunta
en forma de quiasmo otorga una aparente complejidad a la frase pero no al
personaje que dista mucho de ser una heroína atormentada, de alma sutil
y refinada. En cuanto a los amores de lady Brums con su jardinero Jim
quedan resumidos en unas cuantas palabras y con un estilo lapidario que
contrasta rotundamente con las largas descripciones líricas y sensuales de
Lawrence:
Jim la abrazó, correspondió durante seis minutos al amor de
Sylvia, la saludó con una inclinación de cabeza, recogió del suelo
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su navajita y su ramita de álamo y se alejó, trabajando de nuevo
en el silbato y tarareando un aire irlandés. (107)
Como se ve, en Amor se escribe sin hache, el narrador no pone ningún
énfasis en la famosa comunión de cuerpos y almas que emparentaba la
relación de Constance y Mellors con una experiencia mística (GouirandRousselon: 1998). Vaciada de su valor esotérico e iniciático, la escena central de El amante de lady Chatterley queda desvirtuada y la unión de la
pareja se reduce a un acto puramente mecánico. La indicación temporal
("seis minutos"), asociada a la actitud fría y distanciada del personaje
masculino, convierte a Sylvia en una especie de autómata, impresión
confirmada justo después por la enumeración de las cuatro palabras que
Sylvia suelta mecánicamente en los momentos de éxtasis: "stop, thank you,
good morning y trade mark" (106). La yuxtaposición de estas cuatro voces
inglesas remata el proceso de degradación de la heroína, convirtiéndola en
mero objeto, en una "máquina sexual", como lo sugiere el último término
de la serie: "trade mark".
LA DESDRAMATIZACIÓN DE UN ACONTECIMIENTO TRAUMÁTICO
En la novela de D.H.Lawrence menudean las descripciones del paisaje
industrial de la Inglaterra de Entreguerras y en particular de los Midlands,
la cuenca hullera del centro del país erizada de altos hornos. La evocación
del contexto económico y social sobrecarga el relato con un peso de
realismo y desesperanza. Además, el narrador alude repetidas veces a la
sustitución de la anticuada sociedad victoriana por un mundo nuevo que
viene emergiendo dolorosamente por entre las ruinas de la primera
deflagración mundial. En El amante de lady Chatterley, tanto el paisaje
como los hombres llevan los estigmas de un acontecimiento que los dejó
profundamente traumatizados. El narrador describe el parque de la mansión cuyos árboles han sido talados para secundar el esfuerzo bélico del
gobierno. Evoca también el cuerpo descoyuntado y paralizado de Clifford,
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el joven esposo de Constance, así como el dolor del patriarca de la familia
agobiado por la muerte de su primogénito y la lisiadura de su hijo menor.
En Amor se escribe sin hache, los códigos genéricos de la parodia
obligan al autor a dejar de lado este aspecto dramático del hipotexto.
Acatando la preceptiva de la deshumanización del arte, Jardiel Poncela
despoja al relato de su contenido demasiado humano, de su carga de
pasiones y dolores, borrando los aspectos más patéticos de la novela
inglesa. El narrador de Amor se escribe sin hache procura eliminar en
particular cualquier referencia a una situación histórica determinada. La
descripción del parque del castillo en el que se enmarcan los amores de
lady Brums y su jardinero nos brinda la imagen de un decorado "desrealizado" a pesar de los esfuerzos aparentes del narrador por situarlo
precisamente dentro de la geografía inglesa. Desde el principio del relato,
el lector se entera en efecto de que Sylvia nació "en el histórico castillo de
los Brums, en Mersck, pueblecito del condado de Hardifax" (105). La meta
aparente de estas indicaciones minuciosas es surtir un efecto de realidad,
efecto que el narrador sin embargo destruye en seguida con la introducción al final de la frase de un paréntesis denegatorio: "(pueblo, castillo
y condado serían preciosos, probablemente, si existieran en el mundo)"
(105). Al negar de pronto la realidad de un lugar que acaba de localizar de
manera tan precisa, el narrador desestabiliza al lector recórdandole al
mismo tiempo que, si el castillo de la familia es un lugar ficticio, también
lo son los personajes que viven en él. Ellos son parte de un universo novelesco que es el eco deformado de otro universo tan ficticio e inventado, el
de D.H.Lawrence. De esta forma, el narrador de Amor se escribe sin hache
recuerda al lector las reglas del juego literario, invitándole a distanciarse
tanto de la historia de lady Brums como del drama de los Chatterley.
Lo que nos propone Jardiel Poncela es reír, no sólo de la escena tan
cacareada de los amores de la aristócrata y de su guardabosques, sino
también de los demás personajes que gravitan alrededor de los dos
protagonistas. En El amante de lady Chatterley interviene una serie de
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figuras secundarias entre las cuales destacan Clifford, el esposo inválido, y
sir Geoffrey, el padre afligido y desconsolado, muerto de pesar poco después del regreso de su hijo menor de la guerra. Asimismo se mencionan al
primogénito matado en el frente, además del ex amante de Constance con
quien mantuvo ella una relación amorosa antes de casarse con Clifford.
Cumpliendo con los preceptos de la parodia, Jardiel Poncela reduce
el elenco masculino a la figura del padre. La simplificación tiene el objetivo
de volver más eficiente la caricatura, al focalizar la atención en un único
personaje cuyos rasgos serán sistemáticamente deformados y exagerados.
En Amor se escribe sin hache, el padre de Sylvia es una síntesis de sir
Geoffrey y de Clifford Chatterley: como el esposo de Constance, está
condenado a desplazarse en una silla de ruedas y como para el padre de
Clifford, el narrador nos brinda un relato de su muerte. En la novela de
Jardiel Poncela el personaje, que se llama sir Patricio, está condenado a
"pas[ar] el resto de su existencia con las piernas rígidas, apoyadas en un
butacón" (105), pero no por eso deja de aparecer como un personaje fundamentalmente ridículo y cómico. En efecto, a diferencia de lo que pasa en
la novela de Lawrence, la causa del estado de lord Brums es mucho menos
digna y patética que en el caso de Clifford, pues el padre de Sylvia no lleva
en su cuerpo los estigmas de la guerra. Y si tal vez se puede considerar
que es una víctima, será de la inconstancia y el desprecio de su mujer
quien, al abandonarle, no le deseó la muerte ni las peores pesadumbres
morales sino algo mucho más trivial como lo revela la carta que le mandó:
"Me largo a América con mi amante, porque estoy ya hasta la coronilla de ti
y de tus ascendientes. Te deseo un buen reúma. Alicia" (105).
Como lo señala Salvador Crespo Matellán, la parodia siempre
conlleva cierto grado de envilecimiento de los personajes (1979: 127-128).
Si la madre de Constance Chatterley murió a consecuencia de una enfermedad nerviosa, a ejemplo de las heroínas cloróticas y lánguidas del siglo
XIX, la madre de Sylvia Brums goza de una salud y de una energía férreas.
Además, su estilo ordinario y populachero revela la vulgaridad del perso-
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naje que entronca más con la figura de la verdulera que con la de la
aristócrata refinada.
En cuanto a la muerte de sir Patricio, ésta difiere en sumo grado de
la de lord Chatterley. El narrador de D.H.Lawrence evocaba muy rápidamente, en unas cuantas palabras, el fin del padre de Clifford, aniquilado
por el pesar y el dolor. En cambio, Jardiel Poncela se espacia mucho en la
escena de la muerte de Lord Brums, una muerte lógica aunque no dramática, relatada con un tono entre burlesco y absurdo:
[...] sir Patricio cayó al lago. Sabía nadar y era hombre sereno, así
es que, al encontrarse en el agua, sacó su pipa y pretendió
llenarla de tabaco, pensando que alcanzaría la orilla nadando
únicamente con las piernas. Por desgracia había olvidado que el
reúma tenía sus piernas inmovilizadas. Y lord Brums se quedó en
el fondo del lago [...]. (106)
A la pesadumbre de lord Chatterley se opone aquí, del modo más radical,
la despreocupación y la flema de lord Brums. En esta escena, Jardiel
Poncela deforma de manera paródica un rasgo que se suele considerar
típico del temperamento británico. La novela de D.H.Lawrence le brinda así
la oportunidad de dedicarse a otro de sus pasatiempos favoritos: la
subversión de los tópicos por medio del humorismo y de lo absurdo. Sin
embargo, sir Patricio no encarna tan sólo el tipo caricaturesco del inglés
flemático. Su impasibilidad fundamental, que le lleva a un fin absurdo, lo
entronca con las figuras burlescas del cine mudo de los años 20 al que
Jardiel Poncela era tan aficionado. Por su flema, lord Brums se parece a
ciertos tipos, encarnados por Charlie Chase, Charles Chaplin y otros actores cómicos de la época, en los que las tribulaciones o los accidentes no
hacían mella. Al leer el episodio de la muerte de sir Patricio, al lector se le
viene a la mente la imagen de Charlie Chase quien, en pleno naufragio, se
arrellana en una boya salvavidas para leer el periódico; a no ser que se
acuerde de la famosa secuencia de Charlot presidiario (The Adventurer,
1917) en la que un personaje se tira al agua con el propósito aparente de
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rescatar a una mujer pero, ya en el mar, en vez de atender a la bañista
desesperada que agita los brazos en vano, se tumba boca arriba para
fumar tranquilamente un cigarrillo. Hay en los personajes de Jardiel Poncela, como en las grandes figuras del cine burlesco, una especie de
inadaptación al mundo, un desfase cómico entre su actitud y el comportamiento que el lector (o el espectador) se espera lógicamente de ellos.
CONCLUSIÓN
En esta lectura paródica de la famosa novela de D.H.Lawrence, Enrique
Jardiel Poncela propone al lector divertirse a costa de un trío de personajes
estilizados y deshumanizados cuyos rasgos acentúa hasta la caricatura.
En realidad, El amante de lady Chatterley no es más que la primera de una
larga serie de microparodias que irán esmaltando la obra narrativa del
joven escritor tejiendo así, de novela en novela, una red intertextual exuberante. Situadas dentro de una constelación de textos con los que entablan un diálogo crítico basado en el humor y la ironía, las novelas de
Enrique Jardiel Poncela se configuran desde el principio como una amplia
sátira literaria que se desarrolla a costa de una literatura que él calificaba
de "putrefacta". Quizá sea lícito pensar que la parodia es el ademán de un
autor que rechaza pura y llanamente el tipo de literatura contra la que
arremete. Pero, en realidad, es más sutil ya que Jardiel Poncela no se conforma con derribar el edificio sino que recupera materiales y los reorganiza
para construir algo diferente y novedoso que se enmarque en el ambiente
cosmopolita y vanguardista de una época en la que el humor y el cine ocupaban un sitio privilegiado.
La parodia no es por tanto sino la primera etapa de este proceso de
renovación de la escritura novelesca. Siguiendo los pasos de Wenceslao
Fernández Flórez, un humorista de la generación anterior a quien admira,
Enrique Jardiel Poncela deja bien claro su propósito de acendrar la na-
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rrativa limpiándola de tópicos, convencionalismos, recursos efectistas y
demás cursilerías. En el homenaje que le rinde en el prólogo de su primera
novela, el joven novelista escribe al respecto que "con los proyectiles de sus
obras hubo un momento en que [Fernández Flórez] abrió un boquete en la
ñoñería, en la pedantería y en la ridiculez antes dominantes" (94). Esta
concepción agresiva del humor, Jardiel Poncela la hace suya pero, a la
imagen de la artillería, prefiere la del desinfectante: "El humorismo es el
zotal de la literatura" escribe así en la segunda parte de Amor se escribe
sin hache (260), aforismo que no es más que el eco de su famosa
declaración de principios: "Siempre empleé la pluma como un insecticida".
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BIBLIOGRAFÍA
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