Homilía en la Misa de 25º aniversario de los Pbros. José Billordo

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Homilía en la Misa de 25º aniversario
de los Pbros. José Billordo, Julio A. Vallejos, Rubén H. Barrios y Ángel S. Zacarías
Basílica de Itatí, 22 de diciembre de 2014
Hoy, hace exactamente veinticinco años, los entonces diáconos José, Julio, Rubén y
Ángel estaban postrados en tierra delante del obispo, mientras la asamblea entonaba
solemnemente las Letanías a todos los Santos, suplicando a Dios que derramara
abundantemente su gracia sobre esos hijos suyos a quienes había elegido para el ministerio
de los presbíteros. La súplica de la Iglesia concluía rogando a Dios que “los bendiga,
santifique y consagre”. A continuación, Mons. Antonio Fortunato Rossi impuso las manos
sobre ellos y pidió que el Padre Todopoderoso renueve en ellos el espíritu de santidad. Y
luego de ungirles las manos y entregarles la patena y el cáliz, les dijo: “Considera lo que
realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”.
Desde ese momento, estos cuatro sacerdotes hermanos nuestros se reúnen todos los
años el 22 de diciembre en este lugar, para concelebrar la Eucaristía, dar gracias a Dios por el
don del sacerdocio y para encomendarse a la tierna protección de Nuestra Señora de Itatí.
Así como el día en que fueron ordenados sacerdotes la Iglesia rezaba para que Dios
derramara abundantemente su gracia sobre ellos, así también hoy, transcurridos 25 años en
el ejercicio fiel del ministerio, la Iglesia se reúne para continuar rogando y suplicando al
Padre Todopoderoso que renueve en ellos el espíritu de santidad, continúen siendo fieles
dispensadores de los misterios del Señor, para que el Pueblo de Dios se renueve en el baño
del bautismo, se alimente del altar, los pecadores sean reconciliados y confortados los
enfermos.
La felicidad más honda del sacerdote es ser fiel a su misión. Y su misión consiste en
ser fiel a Cristo, fiel a la Iglesia y fiel a su propia vocación. Tres dimensiones de la fidelidad
que nuestros sacerdotes homenajeados expresaron con el lema de su ordenación
sacerdotal: Hagan todo lo que Él les diga. La frase fue pronunciada por María, la Madre de
Jesús, en las Bodas de Caná, cuando se dirigió a los servidores del banquete indicándoles que
estuvieran atentos al mandato de su Hijo: “Hagan todo lo que él les diga” (Jn 2,5). Ella sabía
muy bien que en qué consistía la felicidad porque la había experimentado en el momento de
la Anunciación: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc
1,38). En seguida, María, estallaba de gozo en el Magníficat por las maravillas que ha hecho
en ella el Todopoderoso. Ella toda entera orientada a Dios, para que Él pueda obrar grandes
cosas a través de su fidelidad. Ella sabía que la fidelidad era sumergirse toda entera en Dios.
Hagan todo lo que Él les diga, orienta el deseo del sacerdote a cumplir la voluntad de
Dios, a convertirse en instrumento suyo, en discípulo que escucha, discierne y obra de
acuerdo no con su propia voluntad, sino con el querer de Dios. Por eso, el día de la
ordenación sacerdotal y antes de ser ungidos sacerdotes, el obispo los invita a manifestar
delante de la comunidad el propósito de recibir el ministerio sacerdotal. Y a continuación les
pregunta en público “si quieren”, es decir, si están decididos. No les pregunta si les gustaría,
o si lo sienten intensamente, o si ese momento les proporciona paz y gozo. Por eso, y antes
de la promesa de obediencia, la última pregunta que el Obispo hace al que se ordena es si
quiere unirse cada día más a Cristo, sumo Sacerdote, que por nosotros se ofreció al Padre
como víctima santa y con Él consagrarse para la salvación de los hombres, a lo que el
candidato responde además del sí quiero, como lo había hecho con las otras preguntas,
agregando: “con la ayuda de Dios”. Es decir, “Sí quiero, con la ayuda de Dios”. Porque sólo
con su ayuda es posible ser fiel y desempeñar con alegría el ministerio sacerdotal.
El pasado 21 de junio, el Papa Francisco les habló a un grupo de sacerdotes
diocesanos sobre la alegría de ser sacerdotes y la belleza de la fraternidad. No hay nada más
hermoso para un hombre que ser llamado por Jesús e invitado por Él a seguirle, a estar con
Él, para ir hacia los demás llevándoles al Señor, su Palabra su perdón. Siempre debemos
volver a Él, detenernos ante el sagrario y sentir nuevamente la mirada de Jesús sobre
nosotros, esa mirada que nos renueva y nos infunde ánimo. A estas palabras del Papa
podemos añadir hoy que la respuesta a esa mirada de Jesús es para cada uno de nuestros
sacerdotes homenajeados decirle de nuevo: Sí quiero, con la ayuda de Dios.
Si bien esa respuesta es eminentemente personal, sin embargo el camino del
sacerdocio no es el camino de un hombre solitario y aislado. La belleza de la fraternidad,
decía el Papa Francisco, es la de seguir al Señor juntos, porque es la decisión que hemos
tomado al integrarnos a un presbiterio alrededor del obispo. No es un camino fácil, ni
inmediato, ni se puede dar por descontado. Ante el individualismo pastoral muy difundido
entre nosotros, tenemos que reaccionar con la elección de la fraternidad. Esa comunión
requiere ser vivida siempre en perspectiva apostólica, con estilo misionero y sencillez de
vida.
Antes de concluir, los invito a que juntos expresemos nuestros sentimientos de
profunda gratitud a Dios porque ha llamado y elegido a estos hermanos nuestros para ser
sacerdotes en esta Iglesia concreta y para este pueblo. Pueblo al que Dios ha manifestado
una predilección muy especial en los dos signos de la primera evangelización: la Santísima
Cruz de los Milagros y la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí. La Cruz y la
Virgen son la fuente en la que se nutre la piedad del sacerdote y la devoción de nuestro
pueblo.
Bajo la sombra espiritual de estos dos signos peregrina nuestra gente hace más de
cuatro siglos, acompañada por sus sacerdotes. Amados por su pueblo, que recurre a ellos
para pedir su bendición, el bautismo para sus niños, el alivio para sus ancianos y enfermos,
orar por sus difuntos y encontrar consuelo y esperanza en el Señor. Junto a nuestro Pueblo
fiel y ante la Cruz y la Virgen, renovamos nuestras promesas sacerdotales,
comprometiéndonos a ser fieles a Cristo y a la Iglesia en la vocación y misión sacerdotal a la
que hemos sido llamados. Al mismo tiempo, suplicamos a nuestra Tierna Madre de Itatí por
el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y por la santidad de nuestras familias.
Finalmente, a Ella le encomendamos muy especialmente el camino que estamos
haciendo en preparación a la Primera Asamblea Arquidiocesana sobre la Iniciación a la Vida
Cristiana, una iniciación a la comunión y a la misión. Tierna Madre de Itatí, guíanos al
encuentro con tu Hijo y enséñanos a seguirlo en la comunidad eclesial, para madurar en la
fe, en la práctica de los sacramentos, en el servicio y la misión. De tal manera que todo aquel
que se acerque a nuestras comunidades se sienta intensamente atraído por Jesús, acogido
gozosamente por los hermanos, y fuertemente interpelado por la misión. Amén.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes
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