«Virgen, madero y muerte». El misterio de la recirculación en la retórica visual novohispana Sergi Doménech García Universitat de València Que en el Apocalipsis de Juan diga Cristo de sí mismo «yo soy el alfa y el omega, principio y fin» (Ap. 1,8) tiene mucha relación con el asunto que se aborda en este artículo. El cristianismo concebía que en el momento de la creación, en el paraíso del Génesis, todo era perfecto y que esta corrección se rompió por la desobediencia de los primeros padres: Adán y Eva. Su acto abocaba a la humanidad a un devenir lineal de la existencia histórica, condenando a todos sus miembros a la muerte. El anhelo del buen cristiano es volver a aquel paraíso, estar del lado de Dios. Pero para que eso sea posible, para que todo regrese al estado idílico de la creación, la figura de Cristo se convertía en vital y trascendente. Su entrega en la cruz redimía al mundo del pecado original y su triunfo sobre la muerte lo libraba de la condena a la que estaba sometido con la promesa escatológica de un nuevo reino de Dios. Por eso en la figura de Cristo todo vuelve a los orígenes. La traslación visual de este planteamiento fue amplia. Desde el punto de vista doctrinal, el asentamiento de tal creencia conllevó la aparición temprana de dos conceptos fundamentales, recapitulación y recirculación, que pueden llegar a confundirse pero que tienen su perfil determinado dentro de la teología de la Redención. Recapitular significa precisamente devolver las cosas a su principio. La figura de Cristo es la clave. Según san Pablo en su carta a los Efesios (Ef. 1,9), Dios decidió recapitular todo en Cristo. Por eso es definido como el alfa y omega, principio y fin de todas las cosas. Para Ireneo, el Hijo de Dios en su encarnación recapitula en sí mismo todas las dimensiones del hombre, se convierte en la cabeza de la humanidad, en un nuevo Adán. Para redimir al hombre del pecado había que hacerse como él, vulnerable a la muerte, para luego triunfar sobre ella. El propio Ireneo se da cuenta de que esa visión por la cual Cristo era un nuevo Adán hacía necesario que hubiese también una nueva Eva, y que por tanto ésta se recapitulaba en María. Eran como negativos y positivos, unos de otros. La idea está cercana a la tipología planteada también por san Pablo por la que personajes y hechos del Antiguo Testamento eran sombras o tipos de lo que había de acontecer en el Nuevo. Lo que hacen los santos Padres, como Ireneo o Justiniano, es establecer paralelismos entre el primer Adán y Cristo, y entre Eva y María. Si Adán había desobedecido en el madero, Cristo obedeció en la Cruz.Y con el caso de Eva y María sucede lo mismo. Señalan que Eva era virgen cuando fue esposada con 234 Sergi Doménech García Adán y cuando fue seducida con las palabras de la serpiente, desobedeciendo a Dios. En cambio, María se contrapone como otra virgen esposada también con su marido, José, y allí donde la otra había sido seducida por el ángel caído ésta fue evangelizada por Gabriel en la anunciación y no desobedeció a Dios sino que acató con un fiat, hágase. Tuvo que llegar Cristo para redimir el pecado del primer hombre pero también María había de triunfar sobre la serpiente para que se cumpliesen los designios divinos (García Paredes, 2001: 205-214). Para poder volver todo a un estado primigenio era necesario seguir el mismo camino por el cual la muerte se había introducido. Seguir la senda de la desobediencia de los primeros padres para desandar lo andado y anular a la serpiente. Precisamente eso Fig. 1. Tota pulchra. Principio s. XVII. es lo que se definió como misterio de la recircula- México, Fomento Cultural Banamex. ción. Fue Ireneo quien introdujo el término tomado del paganismo, donde estaba representado por un círculo sin principio ni fin que visualmente nos recuerda el símbolo del ouroboros. La recirculación no es otra cosa que una consecuencia lógica de la recapitulación. Si Adán y Eva se recapitulaban en Cristo y María, era para que éstos en su existencia le dieran la vuelta al asunto. Se trata de que, al igual que un nudo únicamente puede desatarse siguiendo el mismo camino que cuando fue anudado, Cristo recirculara el camino andado por Adán, y María el de Eva. El camino que siguieron estos conceptos es más amplio de lo detallado en este breve espacio pero fueron lo suficientemente fundamentales como para ser tenidos en cuenta por la doctrina concepcionista y traducirse en potentes alegatos visuales. En Nueva España no fue, menos donde lo hemos visto reflejado inicialmente en tipologías iconográficas transmitidas desde Europa pero también en propuestas genuinas. La traslación al imaginario concepcionista se realizó por medio de las significaciones visuales del triunfo de María sobre el pecado original. El principal ejemplo fue la aparición de la serpiente del Génesis a los pies de la Virgen, como asimilación del dragón apocalíptico, en el tipo iconográfico de la Inmaculada (Gn. 3,15; Ap. 12,3). Esta identificación conllevó la caracterización de la serpiente acorde con el modo en el que había aparecido en las escenas de la tentación en el paraíso. Sin duda la obra novohispana más directa y atrevida en su relación con el misterio de la recirculación es un lienzo de las colección Banamex en el que María aparece liberando a Adán de las cadenas del pecado original [fig. 1]. En el estudio de la formación iconográfica de esta imagen se había desvelado su deuda con otro tipo, el del descenso de Cristo al Limbo, de donde tomaba parte el esquema compositivo, a modo de tema de encuadre [fig. 2]. En el gesto de María, se pretendía significar su participación en la «Virgen, madero y muerte...» 235 totalidad de la Redención por medio de su condición especial de estar libre del pecado original. Esta idea de asociar al demonio-serpiente atrapando a Eva y Adán con el pecado original y el posterior triunfo de María sobre el mismo tuvo un recorrido en la tradición cultural desde época medieval. En el Libro de Horas de Catalina de Cleves (c. 1440), Eva aparece tomando la manzana del árbol de la Ciencia y del Saber y, del otro lado, está la Virgen con el Niño. También las Cantigas de Alfonso X el Sabio incluyen en su composición número 60 unos versos dedicados a esta oposición por medio del palíndromo «Ave» «Eva». La ilustración de esta cantiga del códice miniado de San Lorenzo del Escorial se acompaña de la representación de tres pares de escenas contrapuestas: la Anunciación con la caída Fig. 2. Alonso Cano, Descenso al limbo. Los Ángeles, Museum of Art. de Adán y Eva, la expulsión de estos del paraíso con María permitiendo la entrada al mismo, y Eva en presencia de Adán mientras cierra las puertas del paraíso con María con el ángel Gabriel abriendo las mismas puertas. El paso de esta equiparación visual, casi en sentido tipológico, a una imagen de composición alegórica se dio con la aparición de la tipología de la Inmaculada. Una obra de Giorgio Vasari para la iglesia de los Santos Apóstoles de Florencia, difundida por América gracias al grabado de Tomassin (Schenone, 2008: 84), sirve como ejemplo de cómo se llevó esto a cabo [fig. 3]. La Virgen María aparece sobre el árbol de la Ciencia y el Saber, pisándole la cabeza al demonio con cuerpo de hombre y extremidades serpentiformes, que mantiene atados con la primera culpa a Eva y Adán. Junto a otros personajes del Antiguo Testamento como Moisés o Fig. 3. Philippe Thomassin sobre moel rey Davis, también amordazados. En el extremo delo de Vasari, Alegoría de la Inmaculada superior derecho se reproduce de nuevo la consaConcepción. Londres, British Museum. bida frase del Génesis (Gn. 3,15). María aparece triunfante sobre el pecado original y se reconoce su papel de corredentora. Con esta misma significación también se aportaron soluciones desde la literatura emblemática. El conocido libro del Sacrum oratorium del jesuita Petro Bivero (1634) presenta una serie de imágenes que van desde la creación a la expulsión de Adán y Eva del Paraíso 236 Sergi Doménech García [fig. 4]1. En este conjunto de imágenes para la meditación, la Virgen está presente significando su creación ab aeterno en la mente divina, confirmando la relación entre la defensa de la Inmaculada Concepción de María y el misterio de la recirculación. Esta capacidad de relacionar la Inmaculada con la superación de la caída de Eva y Adán así como la acción de desandar lo andado y devolver a un estado inicial al género humano estaba presente en la obra de Gabriel de Ovalle en Zacatecas, o en la Inmaculada Combatiente de Ibarra en el Museo de América [fig. 5]. En el Museo del Carmen de la ciudad de México todo ello se da cita en una composición de autor desconocido [fig. 6]. Se trata de una imagen de la Virgen apocalípFig. 4. Pedro Bivero, Sacrum oratotica con el par de alas y con los símbolos astrales. La rium piarum imaginarum Inmacu latae Mariae et anima cratae. serpiente tiene enmarañados en su cola a Adán y Eva Amberes, 1634. junto al árbol del que tenían prohibido comer su fruto. Resulta significante el modo en el que la luna abraza la composición, describiendo un círculo que cierra a la Virgen como símbolo de su triunfo sobre el pecado, su contraposición con Eva. Las soluciones iconográficas vistas hasta el momento dan cuenta del modo en el que se articuló visualmente el discurso teológico de la Redención en relación con la Virgen María, convertida en la nueva Eva, cuya suerte estuvo unida a la del sacrificio de Cristo en la Cruz. Por eso no sorprende la aparición de María a los pies de ésta, y no únicamente en episodios narrativos sino en imágenes conceptuales. Es el caso del lienzo de considerables dimensiones con el tema del árbol franciscano del convento de esta orden en Puebla [fig. 7]. En esta obra confluyen en realidad más de una tradición iconográfica. En el centro de un cercado, aparece san Francisco Fig. 5. Gabriel José de Ovalle, Inmaculada Concepción. Zacatecas, con sus primeros doce compañeros los cuales están deMuseo Regional. dicados a diversas tareas de cuidado del jardín, del cual emerge en su parte central un enorme árbol. El santo fundador aparece abrazado al tronco del mismo. En las diversas ramas se van sucediendo miembros destacados de la familia seráfica. Este árbol franciscano da cabida en la 1 Esta obra sirvió de base para la composición del programa visual inmaculista de la sacristía de la catedral de Cuzco. Una de sus estampas también fue determinante para la promoción en el virreinato del Perú, pero especialmente en la pintura quiteña, del tipo iconográfico de la Inmaculada eucarística. «Virgen, madero y muerte...» 237 parte superior a Cristo crucificado, con Dios Padre, y a la Inmaculada a sus pies. Por una parte, este lienzo enlaza con el tradicional tema del árbol genealógico de la orden seráfica. El fundamento de estas imágenes es mostrar un árbol que surge de la figura del fundador y que en sus ramas muestra a sus distintos hijos espirituales, tema habitual de las distintas órdenes religiosas (Pérez Morera, 1996: 119-126). La primera fuente literaria sobre la que se asienta tal tema se encuentra en Las Florecillas donde un fraile relata la visión de «un árbol hermoso y muy grande, cuya raíz era de oro, sus frutos eran hombres, todos ellos frailes Menores; las ramas principales estaban Fig. 6. Virgen apocalíptica. México, Museo del Carmen, s. XVIII. divididas conforme al número de provincias de la Orden, y cada una tenía tantos frailes, cuantos eran los de la provincia que representaban […] después vio a Cristo sentado en un trono muy grande y muy blanco» (Montes Bardo, 2001: 325). En las primeras ejecuciones, el tipo se mostró como una especia de árbol de Jesé seráfico al presentar a san Francisco a modo del célebre padre del rey David. Así aparece en la pintura mural de la portería del convento franciscano de Zinacantepec, recostado mientras sale de su pecho el tronco principal. Este tema dio el salto de la pintura mural novohis- Fig. 7. Árbol de la Orden franciscana pana del siglo XVI a los lienzos de grandes dimeno lignus vitae franciscano. Puebla, convento de San Francisco. siones en la centuria siguiente. La principal fuente gráfica para su difusión, a partir de su publicación en Amberes en 1626, es el grabado de Peeter de Iode (1570-1634) (Pérez Morera 1996: 123). En sus lineamientos están presentes aspectos definitorios de la obra de San Francisco de Puebla. En el grabado flamenco se muestra a san Francisco en el centro, junto con los doce primeros frailes de la Orden arrodillados a ambos lados del fundador. De su lado nace el árbol con trece grandes ramas con un número elevado de miembros distinguidos. La composición está coronada por la Virgen sobre el creciente y los rayos a su espalda. La presencia preeminente de Cristo crucificado en la parte superior del lienzo poblano permite conectar esta propuesta visual con el tema del lignus vitae. En la visualidad artística, la cruz confluyó con la imagen del árbol en dos tipos iconográficos aparecidos en el siglo XII pero consolidados a partir del siglo XIV. El primero de ellos es el conocido como lignum crucis en el que se muestra a Cristo en la cruz de la cual surgen hojas, frutos y flores. El segundo, a cuya configuración nos atenderemos, es el lignum vitae o árbol de la vida (Sánchez Millán, 2011: 7-24). El origen de este concepto se encuentra en san Buenaventura quien acompaña su obra Lignum vitae con un 238 Sergi Doménech García grabado introductorio donde aparece, a modo de diagrama arbóreo, la imagen de Cristo crucificado sobre un árbol constituido por ramas y flores. La idea generadora del tipo es la figura del árbol de la vida el cual, según el Génesis y el Apocalipsis, estuvo dispuesto en el paraíso por Dios y de él tomarán su fruto los justos al final de los tiempos (Gn. 2,9). Dios Padre lo había puesto en medio del huerto del Edén, lugar al que es enviado el hombre a quien acaba de crear. Junto al árbol de la vida había dispuesto también el árbol de la ciencia del bien y del mal y les prohibió a Eva y Adán que probasen de su fruto. La desobediencia de ambos se trasladó en una condena para ellos y su estirpe, la humanidad, de cuya culpa sólo podía ser librada con la llegada del Mesías. Esta figura se sustenta también en la visión de Ezequiel de un árbol perenne «cuyos frutos servirán de alimentos y sus hojas de medicina» (Ez. 47,12). El Apocalipsis conjuga ambos textos bíblicos para presentar el árbol de la vida como símbolo escatológico de la promesa de redención (Ap. 2,7; 22,2). El árbol de la vida es tipo de la cruz y permite contraponer de nuevo la figura de Cristo con Adán, el cual había condenado al género humano por su desobediencia ante el árbol del que tenían prohibido tomar su fruto. Por extensión, la imagen de Cristo crucificado se presenta también en su vertiente de símbolo eucarístico que se reafirma por medio de la introducción del lignus vitae. Lo expuesto hasta aquí permite volver al asunto inicial de la presencia de la Virgen a los pies de la cruz en una imagen de naturaleza conceptual. Queda visto cómo la aparición de María en los árboles franciscanos tiene lugar a partir del grabado de P. Iodé. En el caso del lienzo de san Francisco de Puebla resulta determinante para su compresión integral. El origen de esta solución visual tiene sus raíces en época medieval y de nuevo nos lleva al Speculum humanae salvaciones. El lignus vitae con Cristo crucificado, acompañado de diversos personajes, se sucede en la parte superior como continuación de un árbol de Jesé en el que aparecía la Virgen con el niño. Esta unión del lignus vitae con el tema de la genealogía humana del Salvador relaciona la imagen de Cristo en la cruz como símbolo de redención y su carácter mesiánico por medio de la consumación profética de Isaías (Is. 11,1-3). De esta forma, el tema del árbol de Jesé se presenta también con una base escatológica. En la imagen de Cristo en la cruz se reafirma su significado eucarístico por medio de la inclusión de la figura de la Iglesia la cual recoge en un cáliz la sangre que emana de la herida del costado. Esta lectura se completa con la presencia de Melquisedec y de Moisés con la serpiente de bronce a modo de tipos eucarísticos. En esta miniatura a página completa del Speculum, la Virgen María aparece a los pies de la cruz junto con san Juan. Este episodio se interpreta como el nacimiento de la Iglesia que simbólicamente queda en ese momento desposada con Cristo. Con el tiempo, la Virgen María fue vista como símbolo de la Iglesia permitiendo que se unan ambas figuras mediante la representación de la Inmaculada. De esta forma queda ilustrado en una estampa del grabador de origen toscano Durante Alberti, dedicada al cardenal Flavio Orsini en el que Dios Padre carga a Cristo en la cruz, en el conocido tipo iconográfico del Trono de gracia [fig. 8]. Sobre el travesaño del madero se exhibe el habitual «Tota pulchra es amica mea». A los pies se encuentra la figura de la Virgen «Virgen, madero y muerte...» 239 como Inmaculada, portando los atributos astrales y posada sobre el dragón. La rodean ángeles que portan los habituales símbolos de las letanías. María está representando a la Iglesia la cual, según reza la inscripción del mismo grabado, se defiende a pesar de estar sometida a miles de peligros y no abandona su dirección (Ecclesia periculis exponitur sed non derelinquetur). Eso simboliza el barco representado en la parte baja, que la Iglesia es como un navío a la deriva luchando en aguas procelosas (Lépicier, 1956: 183). Zenón de Verona (Tractatus 1,3,19-20: PL 11,352; CCL 22,28-29) compara la creación de Eva con el nacimiento de la Iglesia. Se refiere al momento del sueño de Adán, en el que Dios creó a Eva de una de sus costillas. De la misma forma la Iglesia nace cuando Cristo quedó dormido en la cruz y una lanza le hirió en el costado de la que brotó el agua y la sangre, signos del bautismo y del martirio (Jn. 19,34-34). En estos términos lo explica un sermón de mediados del siglo XVII, precisamente con motivo de la consagración de la catedral angelopolitana: Beneficio tanto que dimana de haber edificado Cristo a la Iglesia, en opinión de Agustino, de su costado. Pues si Eva fue formada de una de las Costillas de Adán [...] estando durmiendo, misit soporem in Adan, el mejor Adam Cristo en el voluntario sueño de su muerte, de que fue figura el primero, habiéndole roto el costado estando ya muerto le salió de él sangre y agua: Quae Sacramenta dice Agustino, esse novimus quipus edificatur Eclessia, con quien se desposó en el tálamo de la Cruz haciéndola su verdadera esposa, tan hermosa, y adornada que participa de los mismos atributos, con que alabamos al Hijo de Dios. (Ramírez Grimaldo, 1649: 11r) Aquí también se recapitula a Eva puesto que ésta fue la madre de la primera Iglesia. Por tanto, existen dos dimensiones distintas sobre la figura de Eva. Por un lado, Eva como introductora de la muerte, pero, por otro, Eva también, en palabras de Epifanio, como la «madre de los vivientes». Al igual que existe una nueva Eva también está la nueva Iglesia que nace de la herida del costado de Cristo como camino indispensable en la recirculación que toma su punto de partida precisamente en este momento. Con estas palabras lo definía san Juan Crisóstomo (De coemeterio et cruce 2; PG 49,396): «Virgen, madero y muerte fueron los símbolos de nuestra ruina. La Virgen era Eva, que aún no conocía varón. El madero era el árbol, la muerte la condenación de Adán. Pero he aquí de nuevo la virgen, el madero y la muerte. Allí eran símbolos de ruina. Aquí se han convertido en símbolos de victoria». San Juan Crisóstomo identifica los «símbolos de ruina» que estaban llamados a convertirse en emblemas de la posterior redención: la Virgen María como una Fig. 8. Durante Alberti, La Inmanueva Eva, el árbol prohibido convertido en madero culada Concepción y el Trono de de la crucifixión y la muerte de Cristo como camino Gracia, 1577. 240 Sergi Doménech García Fig. 9. Cristóbal de Villalpando, El árbol de la vida. Zacatecas, Museo de Guadalupe, c. 1707. necesario para, por medio de la Resurrección, salvar a la humanidad de la condenación de Adán. Estos tres símbolos se dan cita en un lienzo de Cristóbal de Villalpando que perteneció al antiguo Colegio franciscano de Propaganda Fide de Guadalupe, Zacatecas [fig. 9]. Se trata de una representación del árbol de la vida que aquí se ha figurado como una cruz en la que se enreda una vid. A un lado y otro están representados Adán y Eva. De sus pechos germinan dos tallos en cuyo final se encuentran dos escudos con las imágenes de Cristo crucificado y la Virgen. Rodean esta parte alta de la cruz los tres ángeles canónicos y Dios Padre en la parte superior. En la base de la cruz hay tres figuras. De un lado, la muerte abrazada a un orbe y acompañada por una figura femenina encadenada por medio de una argolla. Asoma la cabeza también la serpiente del Génesis. Un texto de Gregorio de Nisa insiste, años antes que Juan Crisóstomo, en la confluencia de estos tres símbolos cuyas palabras parecen ilustrar el lienzo de Villalpando: Por causa de un hombre ha venido la muerte. Pero por causa de otro hombre ha venido la salvación. […] La primera [mujer] abrió el camino al pecado. La segunda favoreció la entrada en la justificación. Aquella siguió el consejo de la serpiente; ésta presentó a quien iba a matar a la serpiente y engendró al autor de la luz. Aquella, mediante el madero, introdujo el pecado. Ésta, al contrario, siempre mediante el madero, introdujo el bien. Por madero entiendo la cruz; y el fruto de este madero es siempre fruto verde y se convierte en vida inmortal para quienes lo gustan. (In Nativitate Domini: PG 46,1148A-B). Junto a este lienzo se conservan otros dos del mismo autor que, con éste anterior, debieron formar parte de un único altar en el Colegio de Guadalupe. Los aspectos teológicos señalados permiten reconstruir el programa visual en el cual se integrarían. Se trata del citado lienzo sobre el árbol de la vida, así como otros dos sobre la Anunciación de la Virgen y la Inmaculada como la Jerusalén celeste con san Juan evangelista y sor María de Ágreda. Los tres lienzos comparten diversos niveles de lectura. Por un lado, la implicación de la Virgen María en el plan divino para la redención de la humanidad, a causa de la caída de Adán y Eva, que se iniciaría con su Inmaculada Concepción y posterior Encarnación de Cristo. La salvación quedaría introducida por medio del nacimiento del Mesías en una Virgen que, para mayor disposición, habría sido concebida libre del pecado original. El núcleo de la composición lo formaría el lienzo dedicado a la Anunciación del ángel Gabriel. El inusual tratamiento que Villalpando hace de este tema convierte a esta obra en una de las más genuinas manifestaciones de la visualidad artística novohispana. El ángel se le aparece a la Virgen interrumpiéndole la lectura del libro de Isaías, «Virgen, madero y muerte...» 241 como estaba codificado en la tradición cultural. En lugar del habitual espacio neutro de la alcoba, Villalpando dibuja una escena con Dios Padre acompañado de ángeles. Este aspecto revela la fuente de inspiración, no solo de este lienzo, sino del programa visual. Se trata de la Mística Ciudad de Dios de sor María de Ágreda (1670) quien relataba de forma peculiar los diversos episodios de la vida de la Virgen. En lo que se refiere a la Anunciación, la mística concepcionista declara haber sido privilegiada con una visión en la que se le descubre el modo en el que preparó Dios a la Virgen antes de recibir ésta al Mesías en sus entrañas. Según sor María de Ágreda, la divinidad misma exhortó a la Virgen a que le pidiese constantemente en aquellos días la encarnación de su Hijo, sin revelarle que había sido ella la elegida para tal propósito. Fig. 10. Cristóbal de Villalpando, La Mística Ciudad de Dios. Desde ese mismo día, y en los seis siguientes, la Virgen Zacatecas, Museo de pudo contemplar en visiones la creación del mundo, inGuadalupe, c. 1707. cluyendo la de los primeros padres, Adán y Eva. El séptimo día relata que María fue llamada como el resto de días, pero esta vez elevada en cuerpo y espíritu al cielo donde los ángeles la ataviaron en preparación para sus desposorios, «en las bodas de la encarnación». En el octavo día volvió María a ser elevada a los cielos donde escuchó en voz de la propia divinidad como esta le decía «quiero elegirte por mi esposa y reina de todas las criaturas» (Ágreda, 1670: segunda parte, libro III, cap. 8, nota 91; 381). La Anunciación sucede en el noveno día, por medio de la visita del ángel Gabriel, como relatan las escrituras: Obedeciendo con especial gozo el soberano príncipe Gabriel al divino mandato, descendió del supremo cielo, acompañado de muchos millares de ángeles hermosísimos que le seguían en forma visible. (Ágreda, 1670: segunda parte, libro III, cap. 10-11, notas 113-131; 389-395). El rastro de la Mística Ciudad de Dios palpita entre los tres lienzo del Colegio de Guadalupe. La evidencia de tal deuda vuelve a aparecer en el segundo de ellos dedicado a la Inmaculada como la Esposa en apariencia de Ciudad, el cual está inspirado en la portada de la primera edición de 1670, donde está la monja de Ágreda junto con san Juan evangelista [fig. 10]. La síntesis realizada en esta obra, sitúa la Anunciación como punto central de la redención pero también insiste en que la Virgen había sido librada del pecado original como medida de Dios para recibir de mayor grado a su hijo humanado. Este último concepto está significado por medio de los Desposorios entre la Virgen y Dios Padre, consumados en la parte superior del lienzo de Villalpando, con el símbolo de la dextrarum iunctio (Mínguez, 2010: 259-282). El tercero de los lienzos también tendría cabida en esta fuente donde constantemente se hace referencia a los primeros padres, como en la oración que sor María adjudica a la Virgen instantes antes 242 Sergi Doménech García de la llegada del ángel: «¡Oh hijos de Adán afligidos por la culpa, pero hechura de mi amado, luego levantaréis la cabeza y sacudiréis el yugo de vuestra antigua cautividad! Ya se acerca vuestra redención, ya viene vuestra salud» (Ágreda, 1670: segunda parte, libro III, cap. 10, nota 117; 390). El Apocalipsis acaba de completar la lectura de la presente composición puesto que, si recordamos, este texto afirma que para el cristianismo los bienaventurados volverán a disfrutar del árbol de la vida en el centro del paraíso prometido, en la nueva ciudad Santa. La promesa de la llegada de un nuevo paraíso se materializó con la descripción de la nueva Jerusalén que vio san Juan descender desde el cielo como Esposa para el Cordero. El símbolo de su consumación es la Jerusalén celeste, imagen de la nueva Iglesia y la Cruz o árbol de la vida es emblema de la confianza en la salvación. No hay que olvidar que también la Anunciación de María está inserta dentro del mensaje escatológico de salvación mesiánica como revelan las palabras del ángel Gabriel a la Virgen: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 30-34). Bibliografía Ágreda, Mª de J. de [1670]. Mística ciudad de Dios, Amberes. (Edición de C. Solaguren, Madrid, Fareso 1992). Báez Rubí, L. Mnemosine novohispánica. Retórica e imágenes en el siglo XVI, México, Instituto de Investigaciones EstéticasUniversidad Nacional Autónoma de México, 2005. Bivero, P. [1634]. Sacrum oratorium piarum imaginarum Inmaculatae Mariae et anima cratae, Amberes, ex Officina Plantiniana Balthasaris Moreti. Doménech García, Sergi [2013]. La imagen de la Mujer del Apocalipsis en Nueva España y sus implicaciones culturales, Valencia, Universitat de València [Tesis de Doctorado]. García Mahíques, R. «La Jerusalén celeste como símbolo de la Iglesia. Su configuración durante el primer milenio», en V. Mínguez, y otros (eds.), El sueño de Eneas. 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