Así surgió la Biblia de Jerusalén ABC Al acabar la II Guerra Mundial, la Escuela Bíblica y Arqueológica Francesa, fundada por el padre Marie-Joseph Lagrange en 1890 y con sede en Jerusalén, se propuso poner a disposición de un público culto los resultados más seguros de la investigación bíblica. Lagrange (1855-1938), gran teólogo y exégeta, era un dominico que había conseguido una excelente formación en lenguas orientales en universidades como la de Salamanca y la de Viena. El proyecto consistía en una nueva traducción, al francés, de cada uno de los textos sagrados, con notas explicativas a pie de página y referencias en los márgenes. Cada libro, o grupo de libros, iba precedido de una sólida introducción en la que se abordaban cuestiones relativas a la fijación del texto, su historia literaria, canonicidad y contenido teológico. Aunque la dirección científica del proyecto recaía en los especialistas de la Escuela Bíblica, en él colaboraron también otros ilustres exégetas franceses. El fruto de estos trabajos lo publicó en 1955 la prestigiosa «Éditions du Cerf» (París), una editorial fundada por los dominicos. El título original era la Santa Biblia, pero, por su estrecha relación con la Ciudad Santa, se hizo enseguida célebre bajo el nombre de Biblia de Jerusalén. En 1973 y en 1998, la edición francesa fue revisada y mejorada. Al original francés le siguieron versiones en español y en otras lenguas. Nuevo estándar y nuevo estilo En el campo de la Sagrada Escritura, la Biblia de Jerusalén es uno de los grandes acontecimientos del siglo XX. Supuso un nuevo estándar y estableció un nuevo estilo, con su traducción cuidada al máximo, su unidad coherente y las notas a pie de página, que ponían a disposición de los católicos los avances de la investigación bíblica, según el camino marcado por Pío XII en su encíclica «Divino afflante Spiritu», de 1943. Si nos ceñimos al ámbito hispánico, probablemente sólo esté a su altura la Biblia de la Universidad de Navarra, de reciente aparición, cinco tomos magistrales. En España, la Biblia de Jerusalén la puso a la venta Desclée de Brouwer por primera vez en 1967, y ha sido corregida y reeditada en 1975 y en 1998. La versión en nuestra lengua, que ahora ofrece ABC, traduce directamente de las originales. Se caracteriza, como la francesa, por una gran fidelidad a los textos hebreo, griego y arameo. Las notas, concordancias e introducciones, sí que son una traducción directa del francés. El director del equipo de intérpretes españoles, José Ángel Ubieta, señalaba: «Nuestra Biblia se suele calificar de estudio, o para el estudio. Se caracteriza por las notas de carácter técnico y de tipo teológico. Hay biblias con otras características, unas con un texto literario actualizado, otras que llevan notas eminentemente pastorales. Creo que debe existir esa gama de posibilidades, porque cada persona busca una manera diferente de acercarse a las Escrituras Sagradas». Recientemente, Benedicto XVI ha recordado a los católicos que la oración no es algo superfluo. Para un cristiano es cuestión de vida o muerte. Sólo la persona que reza, subraya el Papa, se puede identificar con Jesucristo y seguirlo. Pues bien, dentro de ese panorama, la meditación de la Biblia es clave. El Concilio Vaticano II, en su constitución «Dei Verbum», «recomienda a todos los fieles ... la lectura asidua de la Escritura para que adquieran «la ciencia suprema de Jesucristo» (Filipenses, 3, 8), «pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo» (San Jerónimo)». Los directores espirituales aconsejan siempre a los fieles que se compren una buena Biblia y que la lean a diario. Pero el Antiguo y el Nuevo Testamento han sido también libros esenciales en la formación de los grandes hombres de todos los tiempos, cristianos o no. Los lectores de ABC pueden aprovecharse ahora de la gran ocasión que les brinda nuestro periódico, con la distribución de la Biblia de Jerusalén, para llevar a la práctica el consejo arriba citado.