Parroquia “Cristo Obrero y Santa María Desatadora de nudos” Cuaresma de conversión 2010 Segundo domingo de cuaresma (28/2) Propuesta de reflexión para discípulos misioneros en camino de conversión La Biblia en el Primer Testamento gusta mucho figurar el camino de madurez y purificación del fiel creyente con imágenes tomadas de la metalurgia: la piedra bruta extraída de las entrañas de la tierra cuando para por el horno del crisol nos da el oro, o el metal deseado. Las “pruebas” por las que pasan y cada momento de sufrimiento, no siempre son entendidos rápidamente. Sí sucede, que el pueblo de Israel tiene la percepción de fe clara que esos sufrimientos que prueban han servido para “templar” el corazón (otra imagen de la metalurgia) “como oro en el crisol”. El domingo pasado fue Jesús, en nombre del Pueblo de Israel y de todos los Pueblos quien lleno del Espíritu y llevado por Él fue “templado” en la prueba del desierto. Como nosotros tenemos la alegría de la libertad de sabernos llamados por el amor gratuito de Dios a caminar detrás de los pasos de Jesús, nos decidimos seriamente y sin miedos paralizantes a caminar la cuaresma a la manera que él la vivió. Es cierto, lo decíamos el domingo pasado, que el evangelio de Lucas 4,1-13 nos dejaba unos puntos suspensivos: “el demonio se alejó para volver en el momento oportuno”. Excelente estrategia de Lucas para mantenernos desde los inicios de la actividad ministerial de Jesús en tensión hacia su Pascua. Pascua que sucederá en Jerusalén. Si imaginamos la escena del evangelio de este domingo (Lucas 9,28-36) como una escena de una obra de teatro, resultaría una escenografía y una actuación plena de luz: las vestiduras de Jesús “se volvieron de una blancura deslumbrante”. Nuestra vista estará atenta, pero sobrepasada. Como cuando nos ilumina un reflector muy potente y tenemos que cerrar los ojos o desviar la vista. Lo que sucede es que Lucas nos quiere llevar del ojo des-lumbrado al oído que escucha la voz que viene desde la nube: “este es mi Hijo, el Elegido: ESCÚCHENLO”. En el relato del Deuteronomio del domingo pasado es Dios el que ve y oye la opresión del Pueblo. Hoy somos nosotros los invitados a dejarnos des-lumbrar por la luz de la gloria salvífica de Dios para escuchar al Padre que nos pide escuchar a Jesús. En la Biblia, “escuchar” (sea referido a Dios o el ser humano) no es oír sino experimentar y hacerse parte de tal persona o situación. Escuchar a Jesús significa seguirlo. Caminar su propio camino. De hecho, Lucas pone en boca de Moisés y Elías unas palabras de las que no hablan ni Marcos ni Mateo cuando nos proclaman este pasaje. “Hablaban de la partida de Jesús que iba a cumplirse en Jerusalén”. Siguiendo más de cerca el texto griego del evangelio podríamos decir así: “hablaban del éxodo de Jesús que llegaría a plenitud en Jerusalén”. Si el “éxodo” del pueblo de Israel es la liberación de la opresión para caminar como pueblo libre en Dios, el “éxodo” de Jesús será su Pascua de muerte, resurrección y envío del Espíritu Santo. Espíritu Santo que se manifestará a la Iglesia en Jerusalén, epicentro del obrar poderoso de Dios. Dirá Jesús resucitado en Lucas 24, 46: “Así estaba escrito. El Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día y comenzando por Jerusalén en su Nombre debía predicarse a todos los pueblos la conversión para el perdón de los pecados”. “Escuchar” en la Biblia es creer con total confianza. Como Abram en el libro del Génesis 15,5-18: “Abram CREYÓ y el Señor Yavé se lo tuvo en cuenta como acto de justicia salvadora”. Desde esa fe Yavé Dios sellará una Alianza con Abram, el padre de la fe (Génesis 15,18). Para el evangelio de Lucas que venimos leyendo desde enero y seguiremos leyendo a lo largo de todo el año, Jerusalén es el centro de la tierra. Hacia allí tiende toda la historia de salvación desde Adán (es decir la humanidad) y desde el Pueblo de Israel que comienza con Abram. Hacia Jerusalén camina Jesús. En Jerusalén, decían Elías y Moisés, sucederá el “éxodo pascual” de Jesús. Y desde Jerusalén la Iglesia llevada-enviada por el Espíritu sale al mundo anunciar y vivir el Evangelio del Señor. Un cristiano (un discípulo misionero de Jesús) es, por lo tanto, un ciudadano de la ciudad de Jerusalén. Una ciudad de Jerusalén que para nosotros hoy no es la ciudad geográfica de Palestina, sino la Iglesia. Somos ciudadanos de Jerusalén porque somos Iglesia. “Somos ciudadanos del cielo” en la esperanza ardiente de la venida total de Jesús. La frase es de Pablo en la carta a los Filipenses 3,20-4,1. Tener el gozo y el orgullo de ser “ciudadanos del cielo” es decir que somos ciudadanos de la Jerusalén que es la Iglesia como Pueblo de Dios entre los pueblos. Iglesia que es el gran Sacramento o signo de Dios en el mundo para su salvación y vida plena. Cada una y cada uno de nosotros es la vez, “ciudadano del cielo” por el Bautismo y la esperanza en la venida gloriosa de Jesús, y ciudadano de esta Patria Argentina por haber nacido aquí y por ser parte de una sociedad que en todos sus miembros necesita un camino de justicia y fraternidad. Respondamos a la liturgia dominical del segundo domingo de cuaresma escuchando al Padre que nos dice que escuchemos a Jesús. Escuchémoslo en la Biblia, en los evangelios. Escuchémoslo en los hermanos, no sólo en su hablar y actuar, sino en todo lo que Dios va expresando en las relaciones mutuas. Escuchémoslo en la oración personal, estemos solos, con un grupo o en medio de la comunidad. Escuchémoslo en el camino que hace través de nosotros en la historia de Pueblo Aberdi, la ciudad de Río Cuarto, en la Patria y Latinoamérica. Hagamos acción de esa escucha en nuestro ayuno de alimentos u otras cosas para ser solidarios con los hermanos pobres, particularmente los de Haití. Para eso pidamos una alcancía de Cuaresma de Caritas. Si ya la tenemos en casa vayamos concretando la generosidad con billetes hasta el quinto domingo de cuaresma, el 20 y 21 de marzo, día de la Colecta diocesana (empezando el otoño).