Estamos por comenzar a vivir como Iglesia la Semana más importante de nuestra Fe y queremos invitarlos a vivirla en comunidad y en familia de una manera especial. Para eso queremos rescatar las palabras del Padre Ángel Rossi que les ofrecemos para reflexionar. Cuaresma fue el camino hasta la puerta de Jerusalén En este momento litúrgico: la entrada a la semana santa, los invito y me invito a colocarme frente a este momento espiritual personal. El Domingo de Ramos se nos presenta como una interpelación: “Semana Santa ¿entramos? ¿o no?” Este Domingo Jesús entra a Jerusalén. Esta ascensión hacia Jerusalén comenzó mucho antes, pero llega aquí a su punto álgido. Es una fiesta ‘agridulce’: por un lado lo reconocen como Rey, pero por otro comienza su soledad. Tratemos de ubicarnos con nuestra imaginación a la entrada de Jerusalén: estamos a la entrada, junto a Jesús. El entra, y nos pregunta “¿entrás conmigo? Es entrar, pero para ir a la pasión y Cruz. Por supuesto, será para después ir a la resurrección. Jesús nos dice: el que trabaje conmigo de día y vele conmigo de noche, el que me acompañe en las penas, también me va a acompañar en la gloria. Jesús entra al momento más crucial de su vida, y como hombre no puede no sentir la resistencia a este camino doloroso. Pero según lo narra el Evangelista “…cuando llegó el tiempo de su partida de este mundo Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén” (Lc 9,51) Otros usan la expresión “endureció el rostro y se encaminó” Hay decisiones en la vida de todo hombre, y también en la de Cristo, que hay que darlos así: endureciendo el rostro, tragando saliva, apretando mandíbulas y encarando. En la Semana Santa, en ese camino que va desde la puerta de la ciudad hasta el Gólgota del Viernes Santo y hasta el sepulcro vacío del Domingo de Resurrección, hay un lugar que el Señor se reserva para mí. Hay un momento dentro de la Pasión que es para mí. Y el desafío si decido entrar en la Semana Santa con todo el corazón, es encontrarlo: será por las calles de Jerusalén, quizá sentado en la mesa de la Eucaristía, será en el lavatorio de los piés, será sentado junto a El en el patio, en soledad, será en el Via Crucis, o quizá al pie de la Cruz junto a María… no lo sabemos. Dios lo sabe y eso basta. El sabe, de acuerdo a lo que estemos viviendo, dónde necesitamos encontrarlo en esta semana Santa. Y así como en el Apocalipsis nos dice “si me abres, entraré y cenaremos juntos”, también podemos dejarnos decir por El “si entrás, si me seguís en esta semana, te mostraré ese sitio en donde te espero: donde quiero perdonarte, donde quiero consolarte, donde tengo que quizá reprocharte algunas cosas cariñosamente, donde voy a suavizar tus heridas, donde voy a dar razón y sentido a tus luchas y a tus lágrimas.” Este es el desafío y la invitación: entrar de corazón en la Semana Santa. Ponerse despojado, frente a Jesús despojado, sin protocolos ni condiciones ni maquillajes, para encontrarnos allí donde nos espera, para escuchar la palabra que tiene para cada uno de nosotros. El Señor no defrauda. El no se deja ganar en generosidad. Quien lo busca lo encuentra. A quien golpea su puerta, se la abre. No perdamos esta ocasión tan linda, esta cita de amor no transferible ni postergable. En esta semana santa dejémonos decir “El Señor está allí y te llama”, y lo busquemos, para que buscándolo nos encontremos a nosotros mismos. Tenemos que decidir, espiritualmente, si esta semana entramos o no. A veces caemos en la trampa de decir “esta semana no, será la que viene del año que viene…” Y el año que viene volvemos a decir lo mismo. En algún momento tenemos que pararnos y decir: ESTA Semana Santa, porque la del año que viene no sé si es mía. Este es el tiempo propicio. Este es el tiempo de la Salvación. Que el Señor nos de su fuerza, porque acompañar a Jesús es lindo pero no es fácil, y por eso tenemos que pedir la gracia. Y la segura compañera de camino es María. Mientras otros huyeron, ella permaneció. Por tanto también a ella apeguémonos y pidámosle sea nuestra compañera, ser sus compañeros camino hacia la cruz. Que nuestro ramos, que son brotes nuevos de propósitos santos, no se marchiten en la manos y se conviertan en ramas secas.. Caminemos hacia la Pascua con Amor Nos recuerda la entrada de Jesús a Jerusalén, pero significa mucho más que eso el Domingo de Ramos constituye la puerta de la semana santa. Durante la procesión de este domingo, llevamos en las manos olivos como signo de paz y esperanza, porque en el seguimiento de Cristo, pasando nuestra propia pasión y muerte, viviremos la resurrección definitiva de Dios. El ramo que hoy llevamos a nuestras casas es el signo exterior de que hemos optado por seguir a Jesús en el camino hacia el Padre. La presencia de los ramos en nuestros hogares es un recordatorio de que hemos vitoreado a Jesús, nuestro Rey, y le hemos seguido hasta la cruz, de modo que seamos consecuentes con nuestra fe y sigamos y aclamemos al Salvador durante toda nuestra vida. Nosotros conocemos ahora que aquella entrada triunfal fue, para muchos, muy efímera. Los ramos verdes de marchitaron pronto. El hosanna entusiasta se transformó, cinco días más tarde, en un grito enfurecido: ¡Crucifícale, crucifícale! Que diferentes son los ramos verdes y la cruz. Las flores y las espinas. A quien antes le tendían por alfombra sus propios vestidos, a los pocos días lo desnudan y se los reparten en suertes. La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén nos pide a cada uno de nosotros coherencia y perseverancia. Ahondar en nuestra fidelidad para que nuestros propósitos no sean luces que brillan momentáneamente y pronto se apagan. Comencemos la Semana Santa con un nuevo ardor y dispongámonos a ponernos al servicio de Jesús. Tratemos de mantenernos con coherencia entre la fe y la vida. Que nuestro grito de júbilo de hoy, no se convierta en el ¨crucifíquenlo¨ del Viernes. Por eso esta semana, vivamos la Semana Santa. Vivir la semana Santa es acompañar a Jesús desde la entrada a Jerusalén hasta la resurrección. Vivir la semana Santa es descubrir qué pecados hay en mi vida y buscar el perdón generoso de Dios en el Sacramento de la Reconciliación. Vivir la Semana Santa es afirmar que Cristo está presente en la eucaristía y recibirlo en la comunión. Vivir la Semana Santa es aceptar decididamente que Jesús está presente también en cada ser humano que convive y se cruza con nosotros. Vivir la Semana Santa es proponerse seguir junto a Jesús todos los días del año, practicando la oración, los sacramentos, la caridad. Semana Santa, es la gran oportunidad para detenernos un poco. Para pensar en serio. Para preguntarse en qué se está gastando nuestra vida. Para darle un rumbo nuevo al trabajo y a la vida de cada día. Para abrirle el corazón a Dios, que sigue esperando. Para abrirle el corazón a los hermanos, especialmente a los más necesitados. Semana Santa, es la gran oportunidad para morir con Cristo y resucitar con Cristo, para morir a nuestro egoísmo y resucitar al amor.