El cuento de la lechera Sin duda alguna los miembros de la cultura hispánica consideramos el cuento de la lechera como un paradigma de nuestro acervo narrativo tradicional. Y hacemos muy bien, porque así es. Sin embargo, su origen remoto se encuentra a miles de kilómetros de cualquier país en el que se hable castellano. Y es que este cuento tradicional ilustra muy bien el recorrido que ciertos textos literarios han realizado a través del tiempo, las lenguas y las culturas, y además muestra una vertebración entre las civilizaciones orientales y las occidentales que es hoy más necesaria que nunca. La primera aparición conocida de esta historia de ilusiones que chocan con la realidad se encuentra en el Panchatantra, una colección de historias breves que data del siglo III y que procede de La India. Siglos después la encontramos en los países de cultura árabe dentro de la colección de cuentos Calila y Dimna, que tuvo una gran difusión y que es una traducción-adaptación del Panchatantra. La España musulmana de la Alta Edad Media disfrutó de esta colección como propia, y la España cristiana la asumió en el siglo XIII a través de una traducción realizada bajo el reinado del monarca que simboliza el contacto cultural hispano-árabe, Alfonso X el Sabio. De esta manera la historia quedó introducida en los circuitos culturales romances, y completó su aclimatación a través de la pluma de Don Juan Manuel, quien en El conde Lucanor, otra colección de historias didácticas, hace una versión personal del cuento tradicional. En fin, esta es la historia de esta historia… o por lo menos la parte que se puede documentar de forma escrita, porque todos nosotros somos testigos de su transmisión oral, que crea una reconfortante idea de red de contadores de cuentos que está por encima (y por debajo, y en medio) de las culturas y los idiomas. O por lo menos eso siento yo, que coincido con la lechera (o el religioso, o cualquier soñador del mundo) en que de ilusiones también se vive. El religioso soñador Hace mucho tiempo vivió un religioso que era al mismo tiempo extremadamente vago y pobre. No le gustaba el trabajo duro, pero solía soñar con ser rico algún día. Conseguía alimentarse pidiendo limosna. Una mañana recibió un jarro de leche como limosna. Se alegró extremadamente y se fue a casa con el jarro de leche. Hirvió la leche, bebió parte y el resto lo depositó de nuevo en el jarro. Añadió algo de cuajo en el jarro para convertir la leche en cuajada, y después se tumbó a descansar. Estaba muy contento con el jarro de leche que había caído en sus manos, y comenzó a soñar sobre el jarro de cuajada mientras se adormecía. Pensó que si pudiera enriquecerse de alguna forma todas sus miserias desaparecerían. Sus pensamientos recayeron entonces sobre el jarro de leche que había preparado para hacer cuajada. Y siguió imaginando: “Por la mañana el jarro de leche se habrá convertido en cuajada. Batiré la cuajada y haré mantequilla. Iré al mercado y vender la mantequilla, y conseguiré algo de dinero. Con ese dinero compraré una gallina. La gallina pondrá huevos, que se abrirán y habrá más gallos y gallinas. Estos gallos y gallinas pondrán cientos de huevos y pronto tendré mi propio gallinero”. El religioso siguió soñando: “Venderé todas las gallinas de mi gallinero y compraré algunas vacas, y venderé leche diariamente. Todo el pueblo me comprará leche. Seré muy rico y pronto compraré joyas. El rey me comprará todas las joyas a mí. Seré tan rico que me casaré con una mujer excepcionalmente bella de rica familia. Enseguida tendré un precioso hijo. Si me hace alguna trastada me pondré furioso y para enseñarle una buena lección, le golpearé con un buen palo”. Mientras fantaseaba, cogió involuntariamente un palo que tenía junto a la cama e imaginando que castigaba a su hijo, elevó el palo y golpeó el jarro. El jarro de leche se rompió y él despertó de su ensoñación. Sólo en ese momento se dio cuenta de que había estado fantaseando. Panchatantra, V, 9. Traducción propia del inglés. El sueño del religioso Dicen que un religioso recibía cada día limosna de casa de un mercader rico, pan y miel y manteca y otras cosas de comer. Se comía el pan y otras cosas, y guardaba la miel y la manteca en una jarra. Y la colgó a la cabecera de su cama, hasta que se llenó la jarra. Y ocurrió que se encarecieron la miel y la manteca. Y estando en una ocasión sentado en su cama, comenzó a hablar solo, y se dijo: "Venderé lo que está en la jarra por tantos maravedíes, y compraré con ellos diez cabras, y se quedarán preñadas, y parirán al cabo de cinco meses". Y de esta manera hizo cuentas, y encontró que al cabo de cinco años sumaban más de cuatrocientas cabras. Así pues, dijo: "Las venderé, y compraré con lo que valgan cien vacas, por cada cuatro cabras una vaca; y compraré simiente y sembraré con los bueyes, y sacaré provecho de los becerros y de las hembras y de la leche. Y antes de que hayan pasado cinco años obtendré de ellas y de la leche y de sus crías algo grande. Y construiré muy nobles casas, y compraré esclavos y esclavas. Y hecho esto, me casaré con una mujer muy hermosa, y de gran linaje y noble, y quedará en cinta de un hijo varón bien proporcionado; y le pondré un buen nombre, y le enseñaré buenas costumbres, y le guiaré con los consejos de los reyes y de los sabios. Y si no aceptase los consejos y enseñanzas, lo golpearé con fuerza con esta vara que tengo en la mano". Y diciendo esto alzó la mano y la vara y dio con ella en la jarra que tenía a la cabecera de la cama, y se quebró, y se derramó la miel y la manteca sobre su cabeza. Calila y Dimna, VIII, 1. Modernización propia del castellano medieval De lo que ocurrió a una mujer que llamaban doña Truhana Hubo una mujer que tenía por nombre doña Truhana y que era bastante más pobre que rica, y un día iba al mercado y llevaba una olla de miel en la cabeza. Y yendo por el camino, empezó a pensar que vendería aquella olla de miel y que compraría una partida de huevos, y de aquellos huevos nacerían gallinas, y después, con el dinero que sacase por ellas, compraría ovejas, y así fue comprando con las ganancias que tendría, y se tuvo por más rica que ninguna de sus vecinas. Y con aquella riqueza que pensaba que tendría, consideró cómo casaría a sus hijos y a sus hijas, y cómo iría acompañada por la calle con yernos y con nueras y cómo decían de ella que había tenido suerte en llegar a poseer riqueza tan grande, siendo tan pobre como solía ser. Pensando en esto comenzó a reírse con ganas por su buena andanza, y riéndose se dio con la mano en la frente y entonces se le cayó la olla de la miel al suelo, y se quebró. Cuando vio la olla quebrada, comenzó a dolerse grandemente, considerando que había perdido todo lo que pensaba que tendría si no se le quebrara la olla. Y porque puso todo su pensamiento en cosas vanas, no se realizó al final nada de lo que pensaba. Don Juan Manuel: El conde Lucanor, VII Modernización propia del castellano medieval