Miércoles de cenizas – 9 de marzo de 2011 en la Santa Iglesia Catedral. 1. Bendigamos a Cristo resucitado, que desde el seno del Padre, con la potencia del Espíritu Santo, nos reúne para darnos su gracia, para purificar y santificar a su pueblo. 2. El, que pasó por los caminos de la pasión, quiere transformarnos por el poder de su Palabra salvadora, para renovar la imagen suya impresa en nosotros desde la creación, que El ha restaurado y elevado en los divinos misterios que nos unieron a su santa pascua. Él, que en todo realizó la voluntad del Padre, nos introduce más íntimamente en la vida divina, que procede de Dios y es difundida en nosotros por el santo y vivificante Espíritu. 3. Nosotros somos su Pueblo, rescatado por la sangre del Cordero, congregado por la Palabra divina, hecho partícipe de la vida de Dios por la fe y el bautismo. Somos su Iglesia, comunidad de fe, el cuerpo de Cristo y el templo del Espíritu: la Esposa por la cual el Señor se entrega para presentarla ante sí sin mancha ni arruga. La Iglesia, Esposa y Madre, no cesa de celebrar a su Esposo y Rey glorioso, no cesa de dejarse purificar por los regalos de Cristo: la Palabra y el Espíritu actuante. Como Madre amorosa no cesa de alimentar a su cuerpo, a sus hijos con el alimento celestial de la verdad y el amor de Cristo. Renovamos, pues, nuestra fe firme en Jesucristo, en la gloria de su muerte salvadora y su admirable resurrección y ascensión. Creemos cómo actúa en nosotros por la Santa Iglesia. Pero, en la cuaresma, acentuamos la actitud de conversión, de darnos vuelta, de dirigir nuestra mirada hacia él, para cambiar lo que deber ser cambiado, para arrancar lo que nos aparte de él, para afirmarnos en su seguimiento. Para que nuestra vida, por medio del camino cuaresmal, sea más y más camino de seguimiento de Cristo y de comunión con él hasta la vida eterna. Por eso nos exhortamos mutuamente: VOLVÁMONOS A CRISTO Y A SU IGLESIA. 4. La conversión es don de Dios. Esta conversión la esperamos de Dios mismo y viene a nosotros, por la misma palabra de Dios, que actúa con la fuerza del Espíritu Santo. Por boca del apóstol el Señor nos anuncia lo increíble: al que no conocía pecado, a Jesús el Santo, Dios lo hizo pecado, para que por él, por su gracia, nosotros pecadores, llegáramos a ser justicia de Dios, justos por el poder de Dios . Somos invitados a creer tamaña gracia. Pero a creer de tal forma, que dejemos que obre en nosotros. Por eso dice el apóstol: somos embajadores de Cristo, siendo Dios el que por medio nuestro los exhorta; se lo pedimos por Cristo: déjense reconciliar por Dios... porque este es el tiempo de gracia, este es el día de la salvación. No somos nosotros los que nos ganamos el perdón: se nos regala por el sacrificio de Cristo. No somos nosotros los primeros que buscamos a Dios, es el Padre que sale a nuestro encuentro por el apóstol, por la Iglesia, y nos suplica: déjense reconciliar conmigo, dejen que los quiera, los perdone y los haga plenamente hijos míos a imagen de Cristo. Creer en la obra de dios en la pasión de Cristo y su gloriosa resurrección es dejar que el nos haga justos, a su imagen, es dejar que el nos reconcilie, nos santifique, nos transforme. * Este dejar que Dios haga, que es pasivo (porque el que obra es Dios) es el máximo de nuestro actuar: es aceptar la invitación y congregarnos para la escucha de la Palabra de Dios. El tiempo cuaresmal hace brillar más lo de siempre: que Dios obra en nosotros, por su palabra recibida en la fe. Como ya lo anunciaba el profeta al Pueblo de la antigua alianza, el motivo para cambiar y confiar es QUE EL SEÑOR ES COMPASIVO Y MISERICORDIOSO, LENTO A LA COLERA Y RICO EN PIEDAD. * Es la confianza que brota de la fe, es el dejarse reconciliar por el Señor compasivo y misericordioso, es el querer colaborar con la gracia del Espíritu, lo que mueve al creyente a querer colaborar humidemente con la obra de Dios: a convertirse de corazón, es decir, desde el centro de su persona, desde su libertad: a DEJAR QUE LA PALABRA Y LA ACCIÓN DEL ESPIRITU TRANSFORMEN SU PERSONA. la conversión del corazón, no es algo meramente afectivo, sino de todo el hombre, desde su centro, pasando por su cuerpo, y su actuar. * Por eso el pueblo de Dios realiza su fe en el amor de Dios que lo perdona y reconcilia, por medio de acciones, que forman parte del Ejercicio Cuaresmal. Estas acciones podemos resumirlas en tres: la oración, la penitencia, la limosna. LAS ACCIONES CUARESMALES SON PARTICIPACIÓN DE LAS ACCIONES DE JESUCRISTO. Oración, para volvernos plenamente hijos, escuchándolo a él, pidiendo por él y en él, ofreciéndonos al Padre junto con El. Penitencia como comunión voluntaria en su sacrificio pascual. Limosna, ejercicio de la caridad, del amor vivo y concreto de Jesucristo. Este ejercicio cuaresmal es un Ejercicio comunitario, como lo escuchamos de boca del profeta. Es la Iglesia la que libra el combate cuaresmal; hacemos los ejercicios juntos y los unos por los otros. Por eso más que nunca hemos de reunirnos a rezar los salmos, a escuchar la palabra, a realizar la comunidad, a unirnos en el trabajo. Hemos de celebrar la cuaresma: en comunidad, con la plena participación de nuestro tiempo y nuestro cuerpo: lo que no se celebra, no es vida. Es pura intelectualidad. Así lo oímos del profeta: tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión; congregad al pueblo, santificad la asamblea. ES TODA LA IGLESIA QUIERE PURIFICARSE EN LA CUARESMA Este ejercicio es personal, que cada uno debe asumir responsablemente y con determinación, sin echar en saco roto el llamado del Señor. ES CADA UNO QUE DEBE RENOVAR LA VIDA BAUTISMAL Y LA FIDELIDAD A CRISTO. En este sentido van las recomendaciones del Señor: como convertir nuestro corazón, como pedir que nos cambie el corazón. Las palabras de Jesús que hemos oído nos advierten frente a la tentación de aparentar, de actuar para ser vistos por los demás, para buscar la gloria que viene de los hombres. Y nos indica que debemos buscar solamente la gloria de Dios, que Dios sea glorificado, que su nombre sea santificado. Así que dejemos de ser egocéntricos, aun haciendo el bien, aún cumpliendo los mandamientos y la caridad. Que pasemos a ser teocéntricos: todo para el Padre. Que con la imposición de las cenizas, nos humillemos por todo lo que hemos querido vivir para nosotros mismos, toda la vana gloria y el Señor nos dé la gracia de convertirnos a él, de vivir de creer en él y buscar sólo agradarle. Queramos obrar humildemente ante el Padre, confiando en él y esperando siempre de su amor y misericordia. EUCARISTÍA. La Misa es el perpetuo ofrecimiento del sacrificio del Hijo, por el que se nos da el perdón y toda gracia: creamos en ese amor y dejémonos reconciliar con Dios. Lo ofrecemos junto con Cristo por nuestros pecados y por los del mundo entero. Nos dejamos limpiar y santificar con esta preciosa sangre y nos alimentamos con el pan de la palabra y el pan del cuerpo entregado, para con su gracia convertirnos a Dios. En el altar ofrecemos el sacrificio de Cristo y nos unimos a él y le pedimos su Espíritu Santo para que nos convierta en víctima viva, santa, agradable a Dios. Que la pura, limpia, inmaculada Virgen María, nos acompañe, para que volviéndonos a Cristo y a su Iglesia, obedeciendo con humildad al Señor y a su Esposa, haciendo todo lo que él nos diga, recorramos este camino de conversión y de gracia y seamos más plenamente discípulos suyos.