Viernes: ACÉRCATE A MÍ Y ESCUCHA “Yo soy el Señor, tu Dios, el que te instruye en los que es provechoso, el que te guía por el camino que debes seguir” (Isaías 48,17-19). Señor este tiempo de adviento me emociona, me gusta la navidad. Pero cuando veo tantas cosas: los problemas que va suscitando el tráfico, hasta un evento que organiza el gobierno para divertir se vuelve de repente una contrariedad y un problema… Me pregunto: ¿Por qué será que nos cuesta tanto sostener las relaciones? ¿Por qué los grupos sociales, y algunas veces también los eclesiales, se dividen con tanta facilidad? ¿Por qué es tan complicado hacer comunidad? Hoy el profeta Isaías nos lo explica: El desierto fue la gran escuela de Israel. Las etapas del largo caminar fueron las lecciones. El Maestro fue el mismo Dios. Como bien lo sintetiza el libro del Deuteronomio, fue una educación a fondo: “Acuérdate de todo el camino que Yahvé tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para … conocer lo que había en tu corazón:” (8,2.5). La capacidad o no de vivir en la tierra, para realizar allí el proyecto del pueblo que Dios les proponía, dependía de este aprendizaje. Es decir, que no se puede hacer comunidad, no se puede caber una auténtica sociedad, si no se hace el camino educativo. Si no, tarde o temprano, la mezquindad que habita el corazón saldrá a relucir y el sueño de un mundo justo y fraterno se vendrá debajo de un momento a otro. Camino donde nuestro Dios se ofrece como nuestro Maestro y Guía. Dice el Sal 1: “Dichoso aquel que no se guía por mundanos criterios, que no anda en malos pasos ni se burla del bueno, que ama la ley de Dios y se goza en cumplir sus mandatos”. Si hay una dicha muy grande y hay una enseña un camino que necesitamos ir recorriendo porque el Señor nos conoce, pero a veces no queremos escucharle porque Él si puede convencernos, de amar, de esforzarnos más, de entregarnos. . Sábado: UN PROFETA POR PARTE DEL SEÑOR “Un profeta como fuego, cuyas palabras eran horno ardiente” (Eclesiástico 48,1-4.911) La liturgia de la Iglesia nos invita hoy a descubrir el perfil del profeta Elías. ¿Por qué contemplar hoy la figura de un profeta? Porque una de las cosas que están faltando mucho en nuestro tiempo, en nuestros hogares, es un profeta. Es decir, hombres y mujeres apasionados por Cristo, por la humanidad, por la paz y por la justicia. Hoy en un mundo de tantas imágenes, de tantos trabajos, no se busca mucho la Verdad, sino que nos conformamos cada uno con su propia verdad, y hasta la llegamos a defender diciendo que somos felices con nuestra propia verdad… Pero ¿de verdad somos felices? Y una pregunta más profunda ¿hacemos felices a los que nos rodean? “Un profeta como fuego, cuyas palabras eran horno ardiente” (48,1). Elías tenía una personalidad fuerte, un temperamento ardiente. Hablaba duro, sus palabras golpeaban con fuerza, tenían la capacidad de estremecer. La palabra profética remueve los cimientos la forma en que nos relacionamos en la familia. El profeta llama a la conversión. El fuego que lleva dentro es por querer que, la relación entre las familias, entre el pueblo no partan del principio del egoísmo, pues negarían la comunión y harán daño tanto a los demás como a la misma persona. La conversión es, en otras palabras, un camino de purificación del amor por los caminos de la Palabra y con el fuego que viene del corazón de Dios. Lo que se busca es despertar el espíritu de servicio, la disponibilidad gratuita frente al otro. No hay mayor alegría que ver a los otros contentos, ver que las iniciativas funcionan bien, que el entorno de nuestras relaciones está en ordenada y en una clara dinámica que nos permite a todos crecer juntos en la dirección del proyecto creador de Dios. Pautas de Oración JUAN BAUTISTA EN EL DESIERTO: La Voz del Profeta de los Nuevos Tiempos. Conviértanse porque ya está cerca el Reino de los Cielos Mateo 3,1-12 Fraternidad Católica Misionera Verbum Dei Medrano No. 917 Tel. 36 17 86 63 5/12/2010 Pagina Web: www.fmverbumdei.com/mx JUAN BAUTISTA EN EL DESIERTO: LA VOZ DEL PROFETA S. Conviértanse porque ya está cerca el Reino de los Cielos «Que Dios, fuente, de toda paciencia y consuelo, les conceda ustedes vivir en perfecta armonía unos con otros, conforme al espíritu de Cristo Jesús, para que, con un solo corazón y una sola voz alaben a Dios, Padre» (Rom 15,4-9). En este segundo domingo de adviento aparece una de las grandes figuras del Adviento: Juan Bautista, cuya palabra áspera y dura como la piedra hace eco a la de los antiguos profetas. El Evangelio presenta una síntesis de la predicación de este profeta, quien anuncia la esperanza y la alegría que significa la venida del Mesías y un llamado a la conversión. Pero, ¿qué tiene que ver la conversión con la esperanza y el adviento? Si el campesino sólo contemplara el invierno, y sólo viera lo seco y lo árido de la tierra… pero sabe que hay un tiempo, en que esa tierra se transforma, en que tiene que trabajarla, en que esa misma nieva que hoy cubre su tierra será el agua que la empapará y la prepara para ser fértil. La conversión es la esperanza para nosotros, es la esperanza que de toda situación por más mal que nos parezca sufrirá un cambio, o más bien, una transformación. Pues el Señor, es capaz de trabajar con nuestro pequeño barro. Las palabras de San Pablo, nos recuerda hacia donde apunta esa transformación (Rom 15,4-9): hacia la comunión, hacia la paz y el amor. Eso es lo que anuncia Juan B. anuncia, la presencia del Reino de Dios, Él está muy cerca de nosotros y nos regala la plenitud de su vida. De este anuncia brota la llamada a la conversión, pero ésta debe ser de un cambio de mentalidad, por lo tanto, de la manera de vivir, de tal forma que las obras buenas que hagamos sean fruto de una persona interiormente renovada y no de un voluntarismo agotador… ¡Qué distinto es de verdad! Poder experimentar que nuestra vida se renueva y con ella la de los que amamos. Lunes: LA CONVERSIÓN UN MILAGRO nos encontremos, que grande es descubrir que ante el milagro, Jesús está ahí. Martes: NUESTRA CONVERSIÓN A TRAVÉS COMUNITARIO DEL AMOR Y LA COMPASIÓN “Cuando Él vio la fe de aquellos hombres, dijo al paralítico: “Amigo mío, se te perdonan tus pecados” (Lc 5,17-26). El profeta Isaías nos habla de una transformación maravillosa que se va dando en la naturaleza, cuando el desierto florece y la estepa reverdece con las primeras lluvias de la primavera (Is 35,1-10). Esta imagen sirve para expresar la alegría del Pueblo elegido, que ha visto la destrucción de sus enemigos (Is 34); y por este motivo, es momento de cantar la victoria del Señor y reconocer su presencia en medio de ellos. Es Él quien los ha liberado de la amenaza de la muerte y por eso se alegran. En esta sintonía se encuentra el salmo de hoy: “Cuando el Señor nos muestre su bondad, nuestra tierra producirá su fruto. La justicia le abría camino al Señor e irá siguiendo sus pisadas” (Sal 85). Pero está transformación que tanto estamos esperando y que tanto deseamos de nuestra propia vida y de la vida de los que nos rodean, no se dan de manera automática, sino comunitaria… Sí, parece que siempre tendríamos que luchar por nuestra propia conversión o por que el otro cambie… pero la transformación no es quitar defectos o menos preciar lo que el otro es o hace o quererle cambiar porque me molesta, se trata de un nivel de amor muy grande, de un amor muy fino, que se preocupa por el otro. Se trata sí, de un milagro, pero de un milagro en comunidad. Como en la cita del evangelio de hoy Lc 5,17-26: Jesús sana a un paralítico, pero el milagro no se da solo; pues, por una parte interviene los amigos que cargan al paralítico, y sin perder la fe hacen todo lo posible por presentarlo ante Jesús. Por otro lado, se encuentran los fariseos que desconfían y Jesús que amando a todos se entrega, y sintiendo compasión por ese hombre y por los presentes actúa. Sean en lugar en que “Jesús dijo a sus discípulos: ¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿acaso no deja las noventa y nueve en el monte, y se va a buscar a la que se le perdió?” (Mt 18,12-14). El tiempo de adviento nos invita a transformar nuestros desiertos y que donde haya sequedad, abunden las plantas, el agua y la vida. Esa transformación nace desde el interior de cada uno. Madre Teresa de Calcuta dijo: “Si alguna vez llego ser santa –seguramente seré una santa de la “oscuridad”. Estaré continuamente ausente del Cielo – para encender la luz de aquellos que en la tierra están en la oscuridad”. Si ella es un ejemplo vivo de esta invitación: transformar nuestro desiertos en vida. No, no es fácil el camino de la fe, en muchos momentos experimentamos esa oscuridad, por más que intentamos, experimentamos que nuestra vida no cambia, es más… llevamos a nuestros hijos a la iglesia, les enseñamos siempre de quien es Dios, como es Jesús, les damos un buen ejemplo… y no logramos entender cómo es que cuando llegan a más edad, se les ha olvidado todo y hacen todo lo contrario a lo que se esperaba… ¡Cuánta oscuridad! Pero si está persona es o era ministro de eucaristía, responsables de matrimonio y ahora se está divorciando... ¡Cuántos desiertos hay en nuestra vida! Y sin embargo, El se encuentra, El está. Por eso, hoy nos mira nos insiste de nuevo: ¿Qué te parece? Sí, yo te acepto como eres, pero no me conformo con tu vida, te sigo buscando, te sigo esperando. Es la compasión lo que va atraer a los míos, no la fuerza, es el amor y la suplica que hoy realizo a través de tu vida: “Consuela, consuela a mi pueblo, háblale al corazón y dile…” (Is 40,1-11), dile que igual que yo confío en ti y te amo espero lo mismo de los míos, dile que tú también le perdonas porque yo te perdono, dile que estás aquí, como yo estoy contigo. Miércoles: DIOS NOS HA ELEGIDO EN CRISTO. SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN “Él nos eligió en Cristo, ante de crear al mundo, para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos, por el amor…” (Ef 1,3-6.11-12). La solemnidad de hoy nos llena de una profunda emoción. Pues celebra la inmaculada Concepción de María, es celebrar que nuestra vida puede llegar a ser –como fue su vida-, igual que Cristo. Sí, en el prefacio I de los domingos, dice la liturgia: “Pues tu amas en nosotros lo que amas en tú Hijo”. Esta fiesta no es sólo de nuestra Madre o de las Conchitas… es la fiesta de todo cristiano que ha aceptado el reto de hacer de su vida una vida llena de amor. Cuando vemos una película por primera vez y es de acción, nos emocionamos mucho, hay quien grita y llora… pero cuando la vez por segunda vez ya no te emocionas tanto porque ya conoces el final… Pues bien, la vida de todo discípulo del Señor se mide por su capacidad de resistir al mal, por la lucha contra las tentaciones que tratan de demoler cada día su fe y su esperanza. Sin embargo, el panorama no permanece oscuro. Nuestra fe hoy proclama que con la venida de Cristo a la humanidad, a través de María, este combate tomó un nuevo rumbo y llegó a su fin con la victoria del Señor. María nuestra Madre nos lo enseña con su vida, ella mejor que nadie hace vida las palabras de San Pablo en Efesios y la lectura del Génesis 3,915.20, nos habla precisamente de este paso. Tenemos pues, la confianza de que nuestra vida no puede quedar a medias. Hoy en tiempo de adviento la llamada a la conversión es muy sencilla, es llegar a decir como nuestra Madre un hágase (cf. Lc 1,26-38). Pero es un hágase confiado, un hágase ilusionado porque el Amor de Dios se difunda en nuestras vidas y en el mundo entero, Dios nos elige para transformarlo. Jueves: ES LA HORA DE LA CONFIANZA “No temas, gusano de Jacob, gente de Israel: yo te ayudo, tu redentor es el Santo de Israel” (Is 41,13-20) Muchas veces en la vida sentimos una gran impotencia, nos sentimos pequeñitos frente a los demás, frente a las situaciones que vamos viviendo en el día a día, con la sensación de que no vamos a poder salir adelante porque los problemas y desafíos nos sobrepasan. Frente a esta realidad nos coloca hoy el profeta Isaías. Él nos muestra ―a cada uno y a la comunidad― cómo podemos dar pasos de superación si nos dejamos agarrar y levantar por la mano creadora de Dios. Si volvemos nuestra mirada y nuestro corazón a creer en la acción de Dios en la historia. Hoy Dios nos habla directa e insistentemente en primera persona como si estuviera tratando de inculcarnos la certeza de su cercanía, de su ternura, a través de las formas concretas como Él se ocupa de nosotros: “Yo.. te tengo agarrado... te ayudo... te convierto en trillo nuevo... les responderé... no los desampararé... abriré... convertiré... pondré”. En un mundo como el nuestro dónde la búsqueda de la ternura y de la confianza está al día, nuestro Dios nos habla al corazón y quiere que nos volvamos a un Dios que ama, no que maneja o que controla nuestras vidas. Un Dios que verdaderamente nos ama. Y que tiene poder para actuar en la historia. Por eso, para superar los miedos nos dice: “No temas, yo te ayudo”, “te tengo asido por la diestra” (v.13b). Entra en contacto con mi mano, una suave, firme, calientita que transmite la ternura que infunde confianza. Mientras que repite al oído: “no tengas miedo”. Él sabe las dificultades que pasamos, lo difícil que se vuelven la convivencia con lo demás, cuando va entrando la competitividad y la necesidad. A veces quisiéramos cambiar de lugar, de personas, de situación… en cambio Él nos invita a seguir adelante, con la mirada en alto sabiendo que no quedaremos defraudados.