Muñoz G., ss.cc. Fac. de Teolo'.)ícJ, U. C. Ronaldo Praf. NOTA SOBRE LA ELECCION DE LOS OBISPOS LGUNOS problemas que se han suscitildo recientemente en la Iglesia de Santiago -coincidiendo con los que se han planteado en otros países por este mismo tiempo·han puesto en el tapete de la discusión entre los católicos la cuestión de la manera de nombrar a los Obispos. Algunos destacan la neo cesidad de buscar procedimientos democráticos más a tono con lo que debe ser la comunidad de la Iglesia en el mundo de hoy; mientras otros sienten amenazado el orden jerárquico de la misma Iglesia, cuyos jefes detentan una autoridad recibida de Dios. Frente a esta discusión, lo primero que se impone es la necesidad de distinguir claramente dos aspectos diferentes de la cuestión: 19) El origen y fundamento de la autoridad y de los poderes espirituales del Obispo. Estos le son conferidos por Cristo mismo, en el sacramento de la ordenación episcopal, mediante el ministerio de los Obispos consagrantes. Este aspecto está fuera de discusión, ya que "es cosa clara que con la imposición de las manos y las palabras consagratorias se confiere la gracia del Espíritu Santo y se imprime el sagrado cal-ácter, de tal manera que los obispos, en forma eminente y visible, hagan las veces de Cristo -Maestro, Pastor y Pontíficey obren en su nombre" (1). 2~) La manera de designar al que ha de ser ordenado Obispo. En cuanto a este aspecto no hay indicaciones directas en la Revelaci'ón y la práctica de la Iglesia ha sido muy variada, por lo que es necesario aclararlo a partir de considerandos históricos y teológicos más complejos. En la presente Nota, pretendemos presentar algunos de estos considerandos -los que nos parecen más importantes-, a fin de iluminar este segundo (1) Concilio Vaticano 11, Consto Lumell Gelltium, N! 21. 344 RONALDO MUÑOZ G. aspecto de la cuestión. b) Conclusiones (2). A. Los dispondremos en dos series: a) Datos históricos, y DATOS HISTORICOS. l. Durante el ministerio terrestre de Jesús, fue El mismo quien directamente "llamó a sí a los que quiso ... y constituyó a doce para que anduvieran con El y para enviarlos a predicar, con poder ... " (3). Después de la Ascensión, Pedro preside la elección del que ha de ocupar el puesto dejado por Judas; elección hecha en el seno de la entera comunidad de los 120 discípulos, con recurso a la práctica veterotestamentaria de echar suertes (4). Después de Pentecostés, con la presencia del Espíritu en la Comunidad, no se vuelve a recurrir a la práctica mencionada. Aparece, en cambio, ante la necesidad de llenar nuevas funciones ministeriales, la elección de los candidatos por parte de la asamblea cristiana. El caso más primitivo -y el más claro en el Nuevo Testamentoes el de la designación de "los siete": la Comunidad presenta los elegidos a los Apóstoles, "los cuales, después de haber orado, les imponen las manos" (5). 2. Más adelante, vemos al Apóstol Pablo escogiendo directamente a hombres como Timoteo y Tito (6). Pero en estos casos no se trata de nombrar ministros que hayan de presidir una Iglesia local, sino colaboradores inmediatos del propio S. Pablo en su ministerio de Apóstol itinerante, fundador de Iglesias, que ejerce una autoridad superior sobre un conjunto de ellas. El propio S. Pablo encargará a Tito que complete la organización de las Iglesias fundadas en Creta "estableciendo" presbíteros (7); pero no se precisa el modo de la designación de los candidatos, y el verbo empleado ("kathistánai", establecer, poner al frente de) es el mismo con que se designa la investidura que confieren los Apóstoles a los siete "diáconos" elegidos por la comunidad de Jerusalén (8). 3. Clemente de Roma, en su epístola a los Corintios (fines del siglo 1), ocupándose de la sucesión en el ministerio de presidir la comunidad, habla de "hombres establecidos por los Apóstoles, o posteriormente por otros eximios varones, con el consentimiento de la Iglesia (local) entera" (9). 4. La "Tradición Apostólica" de S. Hipólito de Roma (comienzos del siglo 111) menciona el principio de "que se ordene como Obispo a aquél que haya sido escogido por todo el pueblo" (10). (2) Sobre el tema que nos ocupa, cfr. Jorge Medina E., "Breve nota sobre el nombramiento de los Obispos en la Iglesia católica", en Teolo3!. y Vid., N? 2, eJel presente año. Pensamos que este artículo puede ser útil para agregar algunos dalos que nos parecen importantes en orden a tener una visión más completa, y para manifestar luego algunas conclusiones ligeramente divergentes. (3) Me. 111, 13.15. (4) Hechos 1, 15-26. (5) Hechos VI, 1-8. (6) Hechos XVI, 1-5; cf. Gál. 11, 1.3. (7) Tito 1, 5. (8) Hechos VI, 3. (9) Carta Primera de S. Clemente, XLIV, 3; eeJ. BAC, p. 218. (10) Ed. "Sources Chrétiennes", p. 26. NOTA SOBRE LA ELECCION DE LOS OBISPOS 345 Algunos años más tarde, S. Cipriano de Cartago afirma en una carta que "el pueblo tiene poder de elegir obispos dignos o de recusar a los indignos". y luego añade: "Vemos que viene de origen divino el elegir al Obispo en presencia del pueblo, a la vista de todos, para que todos lo aprueben como idóneo por juicio y testimonio públicos" (y cita Núm. XX, 25-26) ... "Dios manda que ante toda la asamblea se elija al Obispo, esto es, enseña y muestra que es preciso no se verifiquen las ordenaciones sacerdotales (es decir, de los Obispos) sin el conocimiento del pueblo que asiste ... y así sea la elección justa y regular, después de examinada por el voto y juicio de todos" (y hace referencia a Hechos 1, 15 Y VI, 2) (11). En otra carta, el mismo S. Cipriano sostiene la legitimidad de un Obispo, "por cuanto ha sido elegido como tal en la Iglesia católica, por el juicio de Dios y el voto del clero y del pueblo" (12). 5. Se podrían citar como ejemplos ilustrativos de la elección popular, en el siglo IV, las designaciones de S. Martín de Tours y de S. Ambrosio en Milán. En estos casos el nombre del candidato, lanzado por uno de la asamblea, fue luego aclamado por todos. Aunque parece que más frecuentemente la iniciativa partía de los obispos vecinos, que deliberaban con el clero de la ciudad y luego proponían los candidatos al pueblo. Este último fue el procedimiento recomendado por el Papa Celestino I en una carta del 429 (13). 6. El Papa S. León Magno, gran campeón del primado de la cátedra de Pedro, estableció en 445 el principio de que "los candidatos al episcopado sean propuestos en forma tranquila y pacífica. Hágase una lista de los clérigos, recójase el testimonio de los honorables y pídase el consenso del clero y del pueblo. El que ha de presidirlos a todos, que sea elegido por todos" (14). 7. Los emperadores cristianos, sobre todo a partir de Teodosio y en Oriente, comenzaron desde temprano a intervenir en las elecciones episcopales. Este uso se perpetuó en los nuevos reinos bárbaros de Occidente en la alta Edad Media. El V Concilio de Orleáns (549) aceptó el hecho de la intervención real; pero los abusos se extendieron hasta el punto de que "se hizo frecuente que los príncipes no tomaran en cuenta los deseos del pueblo, que violentaran la conciencia de los electores y que nombraran directamente a los obispos ... Se traficaba en gran escala con los obispados, se les regalaba, se les vendía, se les cedía como herencia. El episcopado había pasado a ser un objeto de patrimonio, reservado a los segundones y a los bastardos de alto linaje" (15). Pero es interesante notar que mientras los príncipes tomaban de hecho una parte cada vez más importante en la provisión de los obispados -considerados como "honores", y con fuertes implicancias de poder temporallos eclesiásticos no cesaron de hacer presente que según derecho los obispos debían ser elegidos por el clero y el pueblo, con el consentimiento del metropolitano. Este principio fue repetido por varios concilios que se reunieron en los (11) ( 12) ( 13) (14) ( 15) Epístola LXVII, Epístola LXVIII P.L., L, 437. Epístola X, VI; E. Roland: arto 3-4; ed. BAC, p. 634. 2; ibid., p. 641. P.L. LlV, 634. Cf. Ep. XIV, VI; Ibíd., 673. ".Élection des Evc:,ques", en D.T.C., IV, 2, col. 2279. 346 RONALDO MUÑOZ G. siglos VI Y VII. La tensión continuó en los siglos siguientes, y así tenemos el caso del emperador Luis el Piadoso que, cediendo a las recriminaciones de varones eclesiásticos, prescribió en 818 que en todas partes se procediera a elegir a los candidatos al episcopado, según las reglas canónicas. A comienzos del siglo XI Burchard de Worms sostenía la misma doctrina, insertando en sus "Decretos" las constituciones de Celestino 1, de Gregario el Grande y los cánones del Concilio de Orleáns: "No se imponga a nadie como obispo a quienes no lo desean; conózcase el deseo del clero, del pueblo y del "orden" (¿los obispos vecinos?), y búsquese su consentimiento" (16). "No hay razón alguna para que se admita entre los obispos a quienes no han sido ni elegidos por el clero, ni deseados por el pueblo, ni consagrados por los obispos coprovinciales con el consentimiento del metropolitano" (17). 8. Los propios Papas reformadores de los siglos XI y XII, en su quere· Ila contra los emperadores germánicos, no pretendían otra cosa que restaurar las elecciones según el antiguo derecho atestiguado en las colecciones canónicas. Así, por ejemplo, en el Concilio de Reims (1049) el Papa León IX aprobó este canon: "Nadie puede arrogarse el gobierno de una Iglesia si no ha sido elegido por el clero y por el pueblo". Más tarde, en las "Decretales" del Papa Gregario IX (1227·1241), se re· unieron las prescripciones canónicas que regulaban el procedimiento electoral. En esta colección reconocieron los canonistas, hasta fines de la Edad Media, el derecho común de la Iglesia (18). 9. A fines de la Edad Media el reglmen electivo comienza a retroceder ante el avance de la centralización romana. El Papa, que hasta entonces había actuado sólo excepcionalmente, como instancia suprema en los casos conflictivos, comienza primero a confirmar personalmente las elecciones en lugar del arzobispado metropolitano; luego, "apartándose completamente del procedimiento antiguo, el Papa llega, en casos cada vez más numerosos, a suprimir las elecciones por la práctica de las 'reservas'" (19). Es decir que, apoyándose en su primado de jurisdicción sobre toda la Iglesia, el Papa fue "reservándose" progresivamente la provisión de los obispados. Este nuevo régimen fue organizándose ya desde el siglo XIV mediante las reglas de la Cancillería Apos. tól ica (curia pontificia). La centralización progresiva de los nombramientos episcopales en el Romano Pontífice parece explicarse en sus comienzos por el deseo de oponerse no tanto a los abusos del poder civil cuanto a las intrigas y disenciones en los cabildos catedralicios, que habían venido concentrando la facultad electiva primitivamente ejercida por todo el clero y por el pueblo. De hecho, los Papas siguieron nombrando a los candidatos que les proponían los príncipes con los que se hallaban en buenas relaciones, y esto con las contaminaciones políticas consiguientes. 10. pretendió (16) (17) (18) (19) A esta práctica trató de oponerse el Concilio de Basilea (1433), que restaurar las elecciones por los capítulos, buscando evitar toda pre· Cap. VII; P.L. CXL, 551. Cap. XI; ¡bid., 552. el. A. Dumas: arl. "l':vl'que" en el Dic. "Catholicisme", A. Dumas: ¡bid., col. 809-810. IV, col. 808-809. NOTA SOBRE LA ELECCION DE LOS OBISPOS 347 sión del poder civil (20). De hecho, sin embargo, esta preslon persistió, y los soberanos, para nombrar los candidatos de su preferencia, se apoyaban sea en la Santa Sede, sea en los capítulos, según su conveniencia. Para evitar estos inconvenientes, el Papa juzgó oportuno entenderse regularmente con los príncipes para la provisión de los obispados. Así comenzó, ya desde el siglo XV, la era de los concordatos. Todavía en el siglo XIX, algunos concordatos admitían, sin embargo, la elección de los obispos por los capítulos; así los de Prusia (1821), Hanover (1824), Países Bajos (1827), Suiza (1839) (21). 11. El Código de Derecho Canónico (promulgado en 1917) establece la regla de que "el Pontífice romano nombra libremente a los obispos" (22). "Es la primera vez que una ley eclesiástica general promulga este principio" como una prerrogativa papal para toda la Iglesia latina (23). 12. El Concilio Vaticano 11 reivindica para "Ia competente autoridad eclesiástica", "el derecho de nombrar e instituir a los obispos" (24). La intención del Concilio, según el contexto del Decreto, es la de excluir no la participación del clero y el pueblo de la Iglesia local, sino los privilegios de las autoridades civiles, que constituyen una amenaza para la libertad de la Iglesia. El considerando que precede la afirmación citada destaca precisamente el origen divino y el carácter espiritual del cargo apostólico de los obispos, lo que se opone -como destacaremos más abajono a su elección con participación de la comunidad eclesial (que según el mismo Concilio es entera "mesiánica", habitada e impulsada por el Espíritu de Cristo) (25), sino a los "derechos" del poder civil. Y, efectivamente, el cuerpo del párrafo citado pide fIque en lo sucesivo no se concedan más a las autoridades civiles derechos o privilegios de elección, nombramiento, presentación o designación para el cargo del episcopado", y que las autoridades que actualmente gozan de estos privilegios renuncien a ellos (26). 13. En América hispana, durante la colonia, la dependencia de las nuevas Iglesias respecto del rey de España fue más estrecha que en la metrópoli, donde existían muchas tradiciones que limitaban el poder real en materias eclesiásticas. En virtud de las bulas concedidas por Alejandro VI y Julio 11, los reyes eran los "patronos" de estas Iglesias, lo que significaba que nombraban no sólo a los obispos, sino a todos los "dignatarios" eclesiásticos. Recordemos también que en el mismo gobierno de las Iglesias "el rey era, administrativamente hablando, el superior jerárquico inmediato de los obispos" (27). 14. En Chile, después del período convulsionado de las luchas de la independencia y de la consolidación de la república, el Gobierno se pretendió sucesor del "patronato" real; esto originó repetidas dificultades en el nombramiento de los obispos, y en particular de los arzobispos de Santiago. Esta si(20) (21) (22) (23) (24) (25) (26) (27) Secc. XII; Conciliorum Oecumenicorum Decreta, pp. 445·448. A. Dumas: ibíd., col. 811-812. Canon 329, N~ 2. F. Clacys-Bcuuaert: art. "f,y('ques" en el "Dic. de Droil Canonique", V, col. 575. Concilio Vaticano 11, decr. Christus Dominus, N'! 20. Id., const. Lumen Gentium, N? 9. Id., dccr. Christus Dominus, N? 20. L. Cristiani: "L'f:glise :1 I'époque du concile de Trente" en Histoire de l'Eglise de Fliche et Martin, vol. 17, pp. 471-472. 348 RONALDO MUÑOZ G. tuación se prolongó hasta los acuerdos de 1925. Desde entonces, los obispos son nombrados directamente por la Santa Sede, sobre la base de los informes secretos recogidos por los nuncios. Más recientemente, y sobre todo después del Concilio, ha ido tomando importancia el parecer de la Conferencia Episcopal, a la que la legislación postconciliar pide que "trate bajo secreto y con prudencia, cada año, de los sao cerdotes que puedan ser promovidos al oficio episcopal y proponga a la Sede Apostólica los nombres de los candidatos" (28). B. CONCLUSIONES. 1. La elección del obispo por el clero y pueblo de la Iglesia local, practicada universalmente en la Iglesia antigua y defendida como principio hasta los albores de la época moderna, fue gradualmente suplantada en la disciplina de la Iglesia de Occidente por la centralización del nombramiento en el Sumo Pontífice. Esta centralización se explica históricamente por la inmadurez del pueblo cristiano y de gran parte del clero, como también por la necesidad de regular la influencia del poder civil en un asunto que en parte era de su como petencia, ya que la "dignidad" episcopal implicaba de hecho en muchos países una posición de poder social y político. 2. No puede decirse que esta práctica centralizada haya logrado purificar totalmente los nombramientos episcopales de las presiones políticas; de la política de los Estados, o de la política eclesiástica vaticana. Basta recordar en Chile los compromisos sociales y políticos de los nuncios, fenómeno no tan antiguo. Tampoco puede negarse que en esta centralización, como en otros aspectos de la concepción y la práctica de la autoridad en la Iglesia, haya habido una fuerte dosis de asimilación -en parte inevitablede los modelos con· temporáneos de sociedad civil, imperiales y monárquicos (29). 3. El hecho de plantear una reforma de la disciplina en esta materia (no está en cuestión aquí la manera de plantearla) puede interpretarse como un signo de madurez en el clero y los laicos, más conscientes de que "la Iglesia, por disponer de una estructura visible, signo de su unidad de Cristo, puede enriquecerse, y de hecho se enriquece, con la evolución de la vida social; no porque le falte algo en la constitución que Cristo le dio, sino para conocer en mayor profundidad esta misma constitución, para expresarla mejor y para adaptarla con mayor acierto a nuestros tiempos" (30). En este sentido, no se ve el inconveniente teológico de hablar de una sana "democratización" de la (28) (29) (30) Motu Proprio de Pablo VI, Eoclesiae Sanolae, del 6 de agosto de 1966, N? 10. Cf. Y. Congar: "Le Développernent Historique de l'Autorité c1ans I'(:glise" en ProbKmes de l'Au· lorilé, París, 1962. También, del mismo autor: "La Hiérarchie commo Scrvice. Sourccs Scrip· turaires et Dcstin Historiquc" en Pour une fglise Servanle el Pauvre, París, 1963. Concilio Vaticano 11, consto Gaudium el Spes, N'.' 44. NOTA SOBRE LA ELECCION Iglesia, y de promover también en los asuntos DE LOS OBISPOS 349 en ella la corresponsabilidad de mayor importancia (31). de todos sus miembros 4. Más aún, si la Iglesia -en nuestros tiemposse halla formada por hombres que experimentan de hecho una exigencia de democracia (entendida como cooperación activa y libre en la elaboración de las estructuras sociales), no puede ser indiferente para ella el corresponder o no a estas exigencias, que al menos en esta etapa de su evolución histórica han llegado a formar parte de la naturaleza misma del hombre. Esto, teniendo en cuenta que hay pocas cosas en la constitución de la Iglesia que por ser de origen divino son realmente inmutables, y que esta misma constitución divina se da siempre e inevitablemente encarnada en estructuras históricas concretas que en sí mismas son mudables (32). 5. Esta democratización, por lo demás, no está exigida puramente por una necesidad de "adaptación", sino que procede de una comprensión renovada de la naturaleza comunitaria de la Iglesia y de la autoridad en ella como servicio. En esto la Iglesia del Nuevo Testamento y de los Padres -aunque no pueda reproducirse servilmente en nuestra épocasigue constituyendo para la Iglesia de hoy y del futuro una norma, en su estructura social y estilo de vida tanto como en su Mensaje. Al respecto, dice el P. Congar: "Escritura, Tradición, Padres, Liturgia ... la actual vuelta a las fuentes ha comenzado ya a imponer un cierto redescubrimiento de las dos realidades religiosas con referencia a las cuales la autoridad (en la Iglesia) debe encontrar su verdad: la acción gratuita del Dios vivo y la santa comunidad fraternal de los fieles. Sólo si la autoridad se sitúa en forma plenamente auténtica respecto de estas dos realidades cristianas se podrá superar el juridismo, que consiste en mirar la validez formal de las cosas sin llegar hasta su sentido. Será necesario que la vuelta a las fuentes llegue a restaurar una idea plenamente evangélica de la autoridad, a la vez muy teologal y muy comunitaria" (33). En este mismo sentido, el P. Schillebeeckx ve en el Concilio el comienzo de un movimiento de descentralización de la Iglesia: descentralización hacia Cristo y descentralización hacia el Pueblo de Dios (34). 6. En cuanto al papel del Primado -con más lugar para el libre impulso del presión del pueblo, también en la elección rario pensar con el Patriarca Máximos IV nales y de prácticas abusivas, el primado (31) (32) (33) (34) en una Iglesia más descentralizada Espíritu de Dios y para la libre exde los Pastoresno parece temeque, "libre de exageraciones doctridel Pontífice Romano no solamente Cf. K. Rahner: "Demokratie in der Kirche?" en Stimmen der Zeit, 182 (1968), 1-15; tri1duc. ción castellana condensi1da en Selecciones de Teología, 30 (1969), pp. 193-201. Cf. K. Rahner: ibíd. H. Kung: "Historicidad del concepto de Iglesia" en La Iglesia, Barcelona, 1968, pp. 13-36. Cardo Suenens: La Corresponsabilidad en la Iglesia, Bilbao, 1968, pp. 169-179. J. Adúriz: "Consideraciones sociológicas acerca de la Comunidad de Base" en Boletín Iglesia de Santiago, 37 (1969), pp. 25-29. Y. Congar: Le Développement. .. , p. 179. Cf. K. Rahner: arto cit.; y, del mismo autor, "Lo carismático en 1i1 Iglesia" en Lo Dinámico en la Iglesia, Barcelona, 1963. E. Schillebeeckx: L'f.glise du Christ et I'Homme d'aujourd'hui selon Vatican 11, Le Puy, 1965, pp. 114 s. 350 deja de ser el principal obstáculo convierte en el imperativo capital RONALDO MUÑOZ G. para la unlon de los cristianos, sino que se que exige y mantiene esta unión" (35). 7. En todo caso, hay que tener en cuenta que el Obispo, cabeza visible de una Iglesia diocesana, es al mismo tiempo miembro de un "colegio" episcopal solidariamente responsable de la dirección pastoral de la Iglesia universal. Por eso, en particular, los obispos vecinos, que participan En la responsabilidad pastoral del Pueblo de Dios en un país o una región, deben tener (en conformidad con la antigua tradición) una parte importante, si no decisiva, en la aceptación del candidato que han de consagrar sacramentalmente para incorporarlo en el colegio episcopal regional. 8. Por último, en cuanto a los procedimientos para hacer efectiva la elección de los candidatos al episcopado por la comunidad, se requeriría ciertamente buscar a través de prudentes experiencias un cambio gradual de la disciplina. No parece justo atacar el principio de la participación "democrática" comparando un ejercicio ideal del nombramiento centralizado con una aplicación brusca e indiscriminada de la elección por la comunidad, en cualquier grado de madurez en que se encuentren los miembros de esta. Habría que resolver varios problemas que no se presentaron en la misma forma en la Iglesia antigua, cuando las Iglesias locales agrupaban un número mucho más reducido de fieles, cuando la distinción entre creyentes (pertenecientes a la Iglesia) y no creyentes era mucho más neta, y cuando esta pertenencia significaba una realidad mucho más activa y comunitariamente organizada. Pero en la medida que la Iglesia católica de hoy, en la línea de la evolución comenzada, vaya pasando de una Iglesia de masas a una Iglesia de creyentes por libre elección agrupados en auténticas comunidades de base (36), irán dándose los presupuestos sociales que hagan fáciles y aun espontáneas tales elecciones. Por lo demás, si el principio de la elección se aplica para los ministros y los líderes laicos desde los niveles básicos, en el nivel de la Iglesia diocesana la elección del Pastor se podría hacer por un colegio electoral (presbíteros, representantes rel igiosos, líderes laicos) que fuera verdaderamente representativo de aquella porción del Pueblo de Dios. En varias diócesis chilenas, los últimos sínodos han significado ya una experiencia seria, aunque todavía imperfecta, de asambleas representativas de este estilo, para ocuparse de los grandes problemas de la Iglesia diocesana.