Antes que fraile . . . Todos conocemos el dicho popular: “antes que fraile fue cocinero y lo que en la cocina hay, bien lo sabe”. Parece que nos rodea un entorno de facilidad, de gratuidad, donde la formación académica y la experiencia son simplemente superadas por la repetición y los años. Conviene fijarnos que llevar tiempo en una actividad o realizando una tarea, no supone necesariamente experiencia profesional. Haber repetido algo mil veces no supone que se haya hecho bien ni tan siquiera de la mejor forma posible. Creo que conviene dedicar unas líneas a reflexionar como seleccionamos un asesor o un consultor. Es algo que en las empresas de hoy en día se ha convertido en habitual. La externalización de determinadas funciones o la contratación de especialistas se ha generalizado y ha aportado un valor añadido indudable. Sin embargo, en la selección de estos servicios, a menudo, han dejado de aplicarse las más elementales normas de contratación. En la selección de proveedores para la compra de un material o el suministro de un servicio se exige homologación, referencias, condiciones, concurrencia, etc. Sin menospreciar el importante componente de confianza que guía, y debe influir, en muchos casos en la selección de un asesor o consultor, conviene reparar que, en ocasiones, el proceso que se suele seguir carece de las más elementales normas que se respetan hasta en los procesos de compra más sencillos. Cuando, cualquiera de nosotros, acude a comprar un producto de alimentación, independientemente de su precio, dedicamos un tiempo a comparar con otros similares, mirar la fecha de caducidad, las condiciones para su elaboración, su origen, su aspecto, su precio, etc. Es fácil entender que nuestra salud bien merece un mínimo de análisis en la adquisición. En el caso que nos ocupa es igual de importante para la salud de la empresa y, en ocasiones, decisivo. A modo indicativo, no exhaustivo, el proceso de contratación de asesores o consultores, al margen del proyecto especifico, debería respetar algunos pasos de análisis básicos: No todos valen para todo. Seleccionemos dos o tres compañías o profesionales independientes que se ajusten a las necesidades que se pretenden cubrir. No todos saben de todo. Solicitemos referencias profesionales sobre trabajos similares realizados, de esta forma podremos conocer la satisfacción y los resultados obtenidos por clientes previos. El otro lado de la mesa. Deberán aportarnos la trayectoria académica y profesional del personal que va a “ejecutar el trabajo”, no solo de quien lo va a supervisar. Un buen ejercito tiene buenos generales y soldados listos para el combate, lo uno sin lo otro no es eficaz. Contar con los servicios profesionales de personas que aportan una larga trayectoria en puestos directivos de empresas nos garantiza una visión y enfoque práctico y compresivo con la verdadera realidad. El asesoramiento basado en manuales, cursos, repetición de tareas, etc. se limita a un campo del ejercicio profesional cuya referencia fundamental es la ley y el procedimiento, alejados habitualmente de la realidad de la organización empresarial. El elefante en la cacharrería. Nuestros consultores deben tener una determinada actitud y no entrar en nuestra “casa” sin conocer la cultura de la organización. De nada nos servirá el mejor de los asesores, si al relacionarse dentro de la Compañía genera tensiones y es fuente de desconfianza y conflictos. El precio depende del presupuesto, el valor de los resultados. Todos sabemos que cualquier precio es alto si lo que obtenemos a cambio es un importe inferior. Si hemos respetado los pasos básicos en la selección del consultor, sus honorarios deben fijarse sobre una base mixta: fijos suficientes y un variable en función de los resultados o de los objetivos que pretendan alcanzarse con el proyecto que le encarguemos. Podemos parafrasear a Sun Tzu: “Valora las ventajas de pedir consejo, quien es el consejero adecuado, y después estructura tus fuerzas en consecuencia”. Hipólito Alvarez Consejero Delegado de Nexus Corporate www.nexuscorporate.com