camas y bastimentos con que contribuyó villarrubia de los ojos

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CUADERNOS DE ESTUDIOS MANCHEGOS, 39
PP. 45-50, 2014
ISSN: 0526-2623
CAMAS Y BASTIMENTOS CON QUE CONTRIBUYÓ
VILLARRUBIA DE LOS OJOS (CIUDAD REAL) A LA CACERÍA
DE OSOS EFECTUADA POR EL REY FELIPE IV EN LOS
MONTES DE TOLEDO EN NOVIEMBRE DE 16221
ISIDORO VILLALOBOS RACIONERO*
Resumen
En este artículo se refiere la cacería de osos efectuada por el rey Felipe IV en los Montes de
Toledo en noviembre de 1622: su preparación, el impuesto especial solicitado para esa
cacería a Villarrubia de los Ojos y a otras poblaciones, y su ejecución.
Palabras clave
Felipe IV de España, cacería, Montes de Toledo, impuesto especial, Villarrubia de los Ojos.
Abstract
This article refers to the bear hunt carried out by King Philip IV in the Toledo Mountains in
November 1622: the preparation, the special tax requested for this hunt to Villarrubia de los
Ojos and other towns, and the carrying out.
Key words
Philip IV of Spain, Hunt, Toledo Mountains, special tax, Villarrubia de los Ojos.
*
Consejero del Instituto de Estudios Manchegos.
1
La fuente principal a partir de cuya consulta se ha elaborado este trabajo son las Actas Capitulares
de Ayuntamiento de Ciudad Real correspondientes a las sesiones del 9 y 18 de noviembre de 1622 y
del 16 de marzo de 1623. Archivo Histórico Municipal de Ciudad Real (AHMCR): Actas Capitulares
(1622-1627), leg. 11, ff. 23-24v. y 43.
La cacería de osos a que se alude se celebró sin duda en Cabañeros, el latifundio –25.000 hectáreas–
que, desde 1860, fue finca particular y es desde 1988 Parque Nacional.
Isidoro Villalobos Racionero
A mediados del otoño de 1622 Felipe IV, entregado a su más declarada afición, cazaba en
los Montes de Toledo2. Informado –quizá por Juan Mateos, su ballestero principal, u otros
individuos de su servicio 3– de que en las asperezas serranas del lugar de Alcoba, dentro de
aquella demarcación, había osos en abundancia 4, decidió montearlos.
Hacia Alcoba, pues, dirigió sus pasos el joven monarca –había cumplido diecisiete
años5– acompañado de un séquito tan numeroso de caballeros, guardias, criados y
menestrales que semejaba un cuerpo de tropa.
Adelantándose a la regia comitiva, el montero mayor de S. M. don Álvaro Enríquez de
Almansa, que era también marqués de Alcañices y gentilhombre de Cámara 6, había llegado
2
Con este nombre se conocía un extenso territorio que, desde la Edad Media y hasta 1835, fue
propiedad indivisa del común de vecinos de la Ciudad Imperial. Un regidor de su Concejo era fiel de
estos Montes: velaba por el cumplimiento de las ordenanzas dictadas para la conservación y
aprovechamiento de su fauna y flora. Este territorio no estuvo nunca muy habitado. Actualmente, sus
poblaciones pertenecen a las provincias de Toledo y Ciudad Real.
3
Era misión encomendada a los ballesteros del rey –con el mayor o principal a la cabeza–
desplazarse a los lugares en que S. M. quería cazar con ocho días de antelación y observar en donde y
por donde paraba la caza y si era abundante. Cuando actuaban fuera de los cazaderos reales –en los
Montes de Toledo, por ejemplo– los ballesteros se hacían acompañar de guías para que les mostrasen
las querencias de los animales. Toda esta información la transmitían al monarca para que decidiese en
consecuencia.
El extremeño Juan Mateos estuvo con Felipe IV en casi todas sus jornadas cinegéticas, y expuso las
obligaciones que los de su condición tenían en el capítulo XL del rarísimo libro de montería que
escribió y publicó en Madrid en 1634 con el título de “Origen y dignidad de la caza” (v.: MATEOS,
J.: Origen y dignidad de la caza, Madrid, Francisco Martínez, 1634. En 1966 el Banco Ibérico realizó
una cuidada edición de esta obra; a ella remitimos: cap. XL, págs. 141-42).
4
Así lo aseguran los informantes –Bartolomé de Herrera y Juan García– de la Relación Topográfica
de este lugar en 1576: “Dicen ques abundosa [esta tierra] de leña de monte común, jarales, encinas y
madroños, y críanse osos, lobos y zorras” (Cfr.: VIÑAS, C. / PAZ, R.: Relaciones históricogeográficas-estadísticas de los pueblos de España, hechas por iniciativa de Felipe II, Madrid, C. S. I.
C., 1971. Ciudad Real, Alcoba, p. 14, cuestión 18).
El oso pardo se encontraba entonces con facilidad en toda esta zona –términos de Arroba, Luciana,
Navalpino, Saceruela…– e incluso alcanzaba las sierras de Almodóvar del Campo y Fuencaliente, al
suroeste de la provincia de Ciudad Real.
5
Hijo de Felipe III y de Margarita de Austria, nació en Valladolid el 8 de abril de 1605. Subió al
trono el 31 de marzo de 1621. Murió el 17 de septiembre de 1665, después de reinar durante cuarenta
y cuatro años.
Sobre la vida íntima, familiar y social de este soberano puede consultarse el libro de José Deleito
titulado “El rey se divierte” (Cfr.: DELEITO PIÑUELA, J.: El rey se divierte, Madrid, Espasa-Calpe,
1964). Este autor se ocupa por extenso de la afición por la caza de Felipe IV y de sus proezas
venatorias en el cap. IV de esa obra, pp. 263-73.
6
Don Álvaro Enríquez de Almansa y Borja era el VIII marqués de Alcañices. Casado con doña Inés
de Guzmán, hermana del conde-duque de Olivares, fue elevado a la Grandeza de España en 1623.
Según Rodríguez Villa, Felipe IV nombró a don Álvaro su montero mayor por Decreto de 30 de enero
de 1623, al dimitir de este cargo el duque del Infantado (Cfr.: RODRIGUEZ VILLA, A.: Etiquetas de
la Casa de Austria, Madrid, 1913, Apéndice, pp. 163-66). Nuestra información desmiente este
extremo, porque en noviembre de 1622 ya actuaba en calidad de montero mayor. Años después en
1628 el mismo soberano lo nombraba “cazador mayor de volatería” con una asignación de 2.000
ducados.
46
Camas y bastimentos con que contribuyó Villarrubia de los Ojos…
a Yébenes, con una treintena larga de oficiales a su cargo7, en los primeros días del mes de
noviembre. Allí comisionó de inmediato a Juan Antonio Pinelo, regidor de Toledo y fiel del
juzgado de sus propios y montes, para que llevase a cabo todas las diligencias necesarias a
fin de aposentar debidamente al rey en el lugar elegido8.
Cumpliendo las instrucciones de don Álvaro, Pinelo ordenó el reparto de las camas y
bastimentos que se debían al servicio de S. M., mientras durasen aquellas jornadas
cinegéticas, entre las poblaciones existentes en doce leguas a la redonda de Alcoba; esto es
entre Villarrubia de los Ojos –que figuraba en cabeza, porque sobre ella se establecía el
canon–, Malagón, Carrión, Torralba, Almagro, Pozuelo, Miguelturra, Ciudad Real,
Calzada, Corral, Fernancaballero y Piedrabuena. Para ello, libró un mandamiento en el que,
tras justificar el mencionado reparto –a partir del sábado cinco de noviembre concurrían en
Alcoba “más de seis myll personas e quatro myll cabalgaduras e quinientos perros de
caça”, y, lógicamente, el corto y pobre vecindario de aquella aldea no podía asumir la carga
de su manutención, como era costumbre–, señalaba aquello con lo que cada una de las
poblaciones relacionadas debía contribuir al sustento del monarca y su gente, así como el
modo de hacerlo y los daños que se seguirían en contrario9.
Para el mantenimiento de personas, cabalgaduras y perros Villarrubia tenía la obligación
de entregar por una vez, y mientras no se ordenara otra cosa, 50 camas con sus aderezos –es
decir, con sus ropas– y 200 fanegas de cebada. Y, desde el cinco de noviembre entregaría
diariamente: 500 panes; 8 carneros y 40 cabritos; 100 libras de tocino; 8 cargas de vino; ½
arroba de manteca de vaca; 2 arrobas de aceite; 1 libra de especias; 100 gallinas; 40 pares
de perdices y 40 de conejos. Pero esto no era todo, porque, además, los viernes añadiría 8
arrobas de pescado cecial –seco y curado al aire–, 2 de sardinas y 4 de peces; y los sábados
aumentaría su entrega con doscientas raciones completas 10.
Fijado este servicio, los otros lugares, villas y ciudades afectados por él lo aumentarían
o disminuirían, según su teórica disponibilidad. Así, Almagro lo multiplicaría por cuatro y
Ciudad Real por tres. Para Malagón y Calzada el repartimiento sería igual que el
establecido para Villarrubia; Torralba lo disminuiría en la mitad; Fernancaballero y
Piedrabuena en dos tercios y, por último, Pozuelo, Miguelturra y Corral en uno 11.
La importancia de esta carga extraordinaria habla por sí misma. Basta considerar la cifra
resultante de la suma de camas o de cualquiera de los productos enumerados; v. gr.: más de
600 camas con sus ropas completas; unas 2.500 fanegas de cebada; y, cada día, más de 500
cabritos y más de 1.200 gallinas; cerca de 1.000 perdices y otros tantos conejos… etc.
Todos estos géneros debían, pues, ser llevados a Alcoba para su concentración y gasto.
Allí también los comisarios Juan Martín Guerrero y Diego Rodríguez de Figueroa Sandoval
7
En efecto, 74 industriales, entre numerarios (36) y suplentes, eran los oficiales asignados al gremio
real de montería o de caza mayor. Entre estos subordinados al montero mayor estaban: el sotamontero; los monteros de traílla, que podían ser de a pié y de a caballo; los mozos de lebreles; los de
sabuesos y ventores; el alguacil de las telas y otros (Cfr.: RODRIGUEZ VILLA, A.: Ob. cit. pp. 16364).
Otros gremios de caza que funcionaban en Palacio eran: la ballestería, la cetrería y la chuchería
(Cfr.: DELEITO PIÑUELA, J.: Ob. cit. pp. 264-65).
8
Comisión para aposentar a S. M. en Alcoba: Texto incluido en el acta capitular de Ayuntamiento
de Ciudad Real del miércoles 9 de noviembre de 1622. (Cfr.: AHMCR, Actas Capitulares, leg. 11, f.
23v.).
9
Cfr.: AHMCR, íbidem, ff. 23v.-24.
10
Cfr.: Íbidem, f. 23v.
11
Cfr.: Íbidem, ff. 23v-24.
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Isidoro Villalobos Racionero
los registrarían. De este modo quedaría testimonio de cómo cumplían aquellas poblaciones
con el dicho repartimiento. A ellas pasaría previamente un alguacil, nombrado a propósito,
“con bara alta de justicia”, para requerirlo a sus Concejos12.
En efecto, por lo que respecta a Villarrubia, pronto se presentó aquí el alguacil Juan de
Medina, quien notificó al señor gobernador y justicia mayor don Juan de Vera Magaña el
mandamiento de Pinelo y la comisión que traía 13. Don Juan convocó de inmediato al
Ayuntamiento, y le dio a conocer el servicio demandado por S. M. para que sobre él la villa
tomase acuerdo.
Por desgracia, no conservamos el acta correspondiente, aunque nos quepa conjeturar los
pros y contras que se consideraron antes de su determinación: cumplir todo cuanto se
pudiera con aquel reparto.
En caso de que la villa no prestara aquel servicio, incurriría en la pena impuesta por el
montero mayor –pagar 500 ducados para gastos de su palaciega oficina– quien, además,
daría cuenta al rey de ello. Y esto no convenía a Villarrubia en absoluto, y menos aún a su
señor jurisdiccional don Diego de Silva y Mendoza, conde de Salinas, perseguido político
del conde-duque de Olivares, todopoderoso valido ya de Felipe IV. (Don Diego se hallaba
por cierto en Zaragoza, donde acababa de contraer matrimonio su único hijo don Rodrigo
con doña Isabel Margarita Fernández de Híjar, duquesa de Híjar)14.
Por otra parte tal contribución resultaba excesiva para Villarrubia, porque, con la
expulsión de los moriscos años atrás, los ingresos de su vecindario se habían resentido.
A pesar de todo, Villarrubia acudiría al servicio de S. M. El Concejo villarrubiero
descartaba, por tanto, nombrar diputados que, pasando a Alcoba, pidiesen al marqués de
Alcañices que relevara a la villa del repartimiento inherente al viaje regio 15; del conducho,
12
Cfr.: Íbidem, f. 24.
Pocos datos conocemos de este gobernador. Su nombre figura en dos documentos de distinta
naturaleza: 1) En la partida matrimonial del escribano Pedro Rodríguez con Ana de Espinar. Esta
boda se celebró en la Parroquial de Villarrubia el 4 de junio de 1622, y don Juan de Vera fue padrino
de los contrayentes (Cfr.: Archivo Parroquial de Villarrubia de los Ojos: Matrimonios, Lib. 2, f. 54).
Y 2) En la mojonera del término efectuada en 1622. (Cfr.: Archivo Municipal de Villarrubia de los
Ojos: Mojonera de la villa de Villarrubia con Consuegra: 1587-1756). En 1625 le sucedió don
Francisco Salgado Bravo.
14
Don Diego de Silva y Mendoza fue conde de Salinas y Ribadeo, y, por tanto, señor de
Villarrubia, por su doble matrimonio con las hermanas doña Ana (1591) y doña Marina (1599)
Sarmiento, poseedoras de esos títulos. Don Diego, hijo del príncipe de Éboli, nació en 1564. Fue
comendador de Herrera (1571), en la orden de Alcántara, y capitán general de la frontera de Zamora
(1580) y de la costa de Andalucía (1589). Guerreó en Flandes, y, al subir al trono Felipe III, cambió la
vida militar por la cortesana. Gozó de gran predicamento con este rey y su valido Lerma. En 1605 fue
nombrado consejero de Estado y veedor de Hacienda en Portugal, y, once años después, virrey de ese
reino, del que procedía su familia paterna. Enemigo político del conde-duque de Olivares, fue
destituido de su último destino en 31 de julio de 1621. Y también perseguido por aquel. Murió en
Madrid en 1630. (Cfr.: EZQUERRA ABADÍA, R.: La conspiración del duque de Híjar (1648),
Madrid, 1934, cap. III, p. 70 y ss. Y también, sobre todo, el libro de Dadson acerca de este personaje
que fue excelente poeta: DADSON, T.: Diego de Silva y Mendoza. Poeta y político en la corte de
Felipe III, Granada, 2011).
15
No hizo esto, por ejemplo, Ciudad Real. Su Ayuntamiento, en la sesión de 9 de noviembre de
1622, acuerda nombrar a los señores regidores don Fernando Muñoz de Loaysa y don Fernando de
Céspedes Maldonado para que, partiendo hacia Alcoba, “se bean con el sr. marqués de Alcañiçes y le
pidan tenga por bien de sobrellevar a esta ciudad y relebarla del repartimiento que se le a hecho a
tento la neçesidad que tiene”. (Cfr.: AHMCR: Actas Capitulares, leg. 11, f. 24).
48
13
Camas y bastimentos con que contribuyó Villarrubia de los Ojos…
que así se llamaba en propiedad este tributo, “que desde la Edad Media –escribe un
historiador– pagaban los pueblos en metálico o en especie, cuando los monarcas les
dispensaban el caro honor de visitarlos”16. No hubo aquí visita efectiva, pero la convirtió
en tal la despoblación de la zona en que S. M., lejos de los cazaderos reales17, quiso
montear.
Desde los lugares circunvecinos nombrados comenzaron a llegar a Alcoba las vituallas
que de obligación se debían al rey cazador. Allí también se concentraron pronto las gentes
que los acompañaban. La iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Consolación y el
miserable caserío que agrupaba en su torno quedaron de inmediato incorporados a una
ciudad artificial hecha con tiendas de campaña. La tranquilidad habitual de los alcobeños
quedó de repente alterada por el ir y venir de personas y carruajes, el relinchar de los
caballos y el ladrido de los perros. Nunca antes –ni tampoco después– los aldeanos de
Alcoba –apenas cuarenta vecinos– vieron juntos a tan gran número de nobles caballeros y
tan cerca al dueño de “dos Mundos”.
Aquel mes de noviembre de 1622 Felipe IV cazó por aquellos parajes cubiertos de
maleza. Y lo hizo durante un tiempo que, con precisión, ignoramos, pero que –suponemos–
nunca debió de bajar de diez días, a juzgar por cuanto se había desplazado18.
Cazaba el rey durante toda la jornada, y, según su costumbre, al anochecer despachaba
los asuntos de Estado con ministros y secretarios; asuntos que, a menudo, le quitaban varias
horas al sueño reparador. A todos admiraba entonces su resistencia19.
Monteaba con arcabuz y con lanza –gamos, jabalíes, venados… y aún, como a la
ocasión osos–, a pie y a caballo. Y siempre con destreza. Así debió de hacerlo también en
Alcoba aquel otoño de 1622.
Pero llegados a este punto, nos preguntamos: ¿cómo era posible efectuar una cacería
afortunada con tantas personas? Lo era, porque quien cazaba –el rey– lo hacía con un
reducido número de ellas; y porque la modalidad empleada –la tela y la contratela– pedía el
concurso de casi todas las demás. Ojeadores y perreros encerraban primero las reses en un
cercado de varias leguas hecho con lienzos sujetos por estacas –la tela–, y, una vez allí, la
La gestión de estos señores cerca del montero mayor de S. M. la coronó el éxito. En efecto, Ciudad
Real fue relevada “del gran repartimiento que estava hecho de bastimentos; y por lo principal: de
que no se hiçiese repartimiento de gente de a pie…, como se hiço a todos los lugares de la comarca”.
¿Por qué de esto? Explicación: tal vez, empezó a llover y la dificultad de abastecer a los cazadores se
hizo notar. Ante esto, el rey debió ordenar montear con menos personas y que los demás se
aposentasen en las poblaciones relacionadas por Pinelo en su mandamiento. La ciudad se sentía “muy
agradeçida” a los precitados señores por el cuidado y la diligencia que habían puesto en sacar con
bien el asunto encomendado (Cfr.: AHMCR: Actas Capitulares, sesión del 18 de noviembre de 1622,
leg.11, f. 24v.). Don Fernando Muñoz y don Fernando de Céspedes gastaron 100 reales en su
comisión. Meses más tarde, el Ayuntamiento autorizaba la libranza de dicha cantidad en su sesión del
16 de marzo de 1623. (Cfr.: AHMCR: Ídem, leg. 11, f. 43).
16
Cfr.: DELEITO PIÑUELA, J.: Ob. cit., cap. IV, p. 292.
17
Según Deleito, que cita a F. Cos Gayón, eran pertenecientes al Real Patrimonio: Bosques del
Pardo, Aranjuez, Escorial, Balsaín y algunos más. (Cfr.: DELEITO PIÑUELA, J.: Ob. cit., cap. IV, p.
263 y ss.).
18
Según los regidores ciudarrealeños comisionados para ir a Alcoba, S. M. había regresado a la
Corte ya el 18 de noviembre. La cacería debió de dar comienzo el día 6 y finalizar sobre el 15 de
dicho mes (Cfr.: AHMCR: Actas Capitulares, sesión del 18 de noviembre de 1622, leg. 11, f. 24v.).
19
Cfr.: MATEOS, J.: Ob. cit., cap. XII, pp. 48-49.
49
Isidoro Villalobos Racionero
empujaban hacia otro más pequeño –contratela–, donde los cazadores las mataban con
seguridad20.
¿Cuál fue el resultado de la cacería que nos ocupa? Los cronistas venatorios de Felipe
IV no nos lo dicen. ¿Cuántos osos mataría el monarca? Nunca lo sabremos. Sin embargo,
pensamos que otras piezas mayores, que, sin duda, cobró, compensaron su contrariedad por
haber abatido menos de los deseados.
Cuando a las sierras alcobeñas retornó la calma, y cesó el oneroso envío de provisiones
motivado por la regia cacería, algunos villarrubieros contaban con emoción que ellos
habían visto a S. M. en traje de caza y que… Por suerte, el genio de Velázquez ha salvado
aquella augusta imagen también para nosotros21.
Recibido: 20 de septiembre de 2014
Aceptado: 2 de octubre de 2014
20
Cfr.: MARTÍNEZ DE ESPINAR, A.: Arte de ballestería y montería, Madrid, 1644. Describe este
uso cinegético en el cap. XXXII de la citada obra. Y también TAPIA SALCEDO, G.: Ejercicios de la
jineta, Madrid, 1643, cap. XXII, pp.103-4).
21
En efecto, hoy podemos admirar un hermosísimo retrato de este monarca, en traje de cazador, en
el Museo del Prado (Madrid). El cuadro, de gran formato, lo pintó Velázquez según unos hacia 1632
y según otros cuatro años después. Su colocación primera fue en la Torre de la Parada, en la reserva
de caza del palacio del Pardo. “El rey –escribe J. Brown– viste un sencillo traje castaño oscuro, con
el que armonizan los demás tonos. Tras él, a la izquierda, aparece un árbol de hoja verde oscuro,
sobre el que resalta el luminoso rostro del monarca. El fondo se pierde velozmente en la lejanía,
donde, tras un grupo de árboles, un retazo anaranjado revela la presencia del sol poniente. A los pies
del monarca figura un perro de caza, plasmado con la alusiva técnica característica de Velázquez:
pinceladas sueltas hacen que el animal casi parezca vivo”. El lienzo se limpió en 1983. (Cfr.:
BROWN, J.: Velázquez, pintor y cortesano, Madrid, 1999, pp. 132-34).
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