EL DESCUBRIMIENTO DE LA CIENCIA Los altos y corpulentos edificios de las ciudades, las masas de gente corriendo de un lado a otro de las calles, los vehículos circulando sin aparentemente ningún orden lógico… Todo parecía salido de la nada y cualquier sitio al que mirases poseía una viveza y agilidad que aceleraban el transcurso de los acontecimientos, causando un espantoso vértigo a todo aquel que pretendiese comprender el mundo. Apenas unas pautas que lo explicasen y resumiesen de manera sencilla serían suficientes para que aquella joven, de ojos melosos y cabellos dorados llamada Sofía, sentada como de costumbre en su habitual banco situado en un discreto parque, comprendiese, al menos en parte, el funcionamiento de su propio mundo. Aquel parque se encontraba apenas unos metros alejado de un museo de ciencias experimentales perteneciente al CERN, en el cual siempre fijaba su atención la joven, pues el interior del ya nombrado lugar la provocaba un gran sentimiento de respeto por lo que allí dentro se encontraba. Sofía llevaba varios días intentando entrar en el museo, pero por desgracia su situación se alejaba bastante del, comúnmente denominado, bienestar económico. Por ello, no se podía permitir entrar en el lugar que la ayudaría a dar los primeros pasos para descubrir el misterio que nos rodea escondido tras las palabras Universo y Vida, adentrándola en el particular mundo de la ciencia. No obstante, un perezoso día de marzo que se había levantado con apenas unos finos rayos de sol, no por eso faltos de brillo, cambió radicalmente la vida de aquella muchacha de mirada curiosa y necesitada de conocimiento. Aquella mañana, durante una de las habituales disputas que tenía lugar a la entrada del museo entre los vigilantes de éste, Sofía consiguió pasar desapercibida por entre la gente que aquel día pareció aglomerarse en los alrededores de la puerta. Una vez en el interior del tan deseado museo, las mejillas de la pálida muchacha se iluminaron y los ojos se llenaron de entusiasmo. Lo primero que vio nada más entrar fueron las pequeñas maquetas de los famosos aceleradores de partículas del CERN, los cuales la parecieron perritos calientes de acero y otros materiales similares; así como los enormes carteles que recorrían los largos pasillos que llevaban de unas salas a otras explicando los distintos fundamentos de la física y la química. Fue en la última sala donde un hombre cercano ya a los sesenta años y amante de las ciencias, impresionado por el entusiasmo de la joven, se la acercó y la interrogó arduamente sobre sus intereses y pensamientos. Quedó éste así prendido de las emociones de la muchacha, y acordó con ella impartirla clases gratuitas sobre toda ciencia que la pudiese ayudar a encontrar respuesta a sus preguntas acerca de todo lo que nos rodea, de la finalidad, causa y existencia de la vida, de lo que solo poseemos respuestas parciales. Éstas poco a poco nos permiten descubrir nuevas pistas como el Bosón de Higgs, que nos muestran un Universo cada vez más complejo, pero ordenado y con sentido que nos rodea y nos da la Vida. En realidad, lo que aquel hombre enseñó a Sofía fue La Ciencia, madre de todo conocimiento y un elemento necesario para encontrar sentido a nuestra vida. Sofía, como su propio nombre indica, amaba la sabiduría y La Ciencia no sólo cambió su forma de ver la vida, sino también su manera de vivirla, pues ésta, además de un hobby, la dio la felicidad.