En defensa de la Música. Decía San Isidoro que “sin Música no hay disciplina perfecta, puesto que ninguna puede existir sin ella”. El debate sobre la Reforma de las Humanidades ha hecho renacer la preocupación sobre el papel de la Música en la Enseñanza Secundaria. Desde los tiempos de la Ley Villar Palasí nadie se había atrevido a cuestionar la importancia de la Música dentro de un plan coherente de educación general. La Constitución determina que “la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana”. Las leyes orgánicas de 1985 y 1990 que desarrollan este derecho lo confirman y añaden que la actividad educativa tendrá como fines, entre otros, “la adquisición de hábitos intelectuales y técnicas de trabajo, así como de conocimientos científicos, técnicos, humanísticos, históricos y estéticos”. Estas disposiciones son algo más que una enumeración formal y decorativa: expresan la voluntad política. Otras instituciones como el Defensor del Pueblo o UNICEF han recalcado que para ser eficiente, la educación tiene que ser integral y debe incluir necesariamente la Música. La pedagogía actual confirma, desde perspectivas rigurosamente científicas, la necesidad de diseñar modelos educativos multidimensionales, según Howard Gardner, que contribuyan al desarrollo paralelo de todas las potencias del ser humano. La educación limitada al intelecto se ha demostrado estéril, mientras que la educación que aborda al mismo tiempo las dimensiones afectivas, procedimentales e interpersonales arroja resultados cualitativamente superiores. En este contexto se sitúa la enseñanza de la Música, que es la única disciplina que cubre simultáneamente todas las dimensiones del ser humano. Como afirma Edgar Willems, “la educación musical, no la instrucción, despierta y desarrolla las facultades humanas”. La universalización de la educación musical en Hungría hace unas décadas dio pie a un experimento que mostró estadísticamente cómo los alumnos mejoran su puntuación media en todas las materias cuando dedican más tiempo a la Música. Se comprobó que la Música desarrolla la atención, la concentración, la memoria, la tolerancia, el autocontrol, la sensibilidad; que favorece el aprendizaje de la lengua, de las matemáticas, de la historia, de los valores estéticos y sociales; que contribuye al desarrollo intelectual, afectivo, interpersonal, psicomotor, físico, neurológico, etcétera. Otras investigaciones más recientes que han seguido los pasos del modelo húngaro han llegado a las mismas conclusiones sobre los espectaculares efectos educativos de la Música: Alfred Tomatis en París, Martin F. Gardiner en Rhode Island, Frances H. Rauscher en California, Josef Scheidegger y Maria Spychiger en Suiza, Hans-Günter Bastian en Alemania, John Sloboda en Reino Unido, Don Campbell en Colorado, etcétera. Está demostrado que la Música es más que una simple materia: la Música es el instrumento de aprendizaje y el vehículo de transmisión del saber por excelencia. Es el recurso didáctico más universal de los pueblos. La lengua, la historia, las matemáticas, el trabajo, el juego, se han aprendido siempre cantando y, como dijo en su momento María Zambrano, “es la Música la que enseña sin palabras el justo modo de escuchar”. La Música debe reforzar su presencia en las enseñanzas de régimen general para compensar nuestro vergonzoso analfabetismo musical, ya histórico (y del que algunos hasta se sienten orgullosos y lo proclaman sin pudor), para garantizar la eficacia y calidad del sistema educativo en su conjunto y para orientarnos hacia un futuro mejor. Así lo entendió en su momento la Comisión de Humanidades, que “insta a las Administraciones Educativas para que fomenten la formación musical, la creación de grupos corales e instrumentales, las audiciones y los conciertos, el conocimiento directo de las obras de arte y el aprendizaje de la danza”. Por todo ello, y en aras del pleno desarrollo de las capacidades básicas del ser humano, el Departamento de Música rechaza de plano cualquier propuesta que pretenda reducir la presencia de la Música en la Educación Secundaria. Tal vez, sea preciso recordar que la Música, como elemento de identidad cultural, ha jugado en el pasado y continúa jugando en el presente, en muchos países más complejos y avanzados industrialmente que el nuestro, un papel fundamental para la integración de las diversas comunidades que componen los estados modernos, y que colabora con su práctica y estudio a preservar legados tradicionales y a fortalecer las actitudes de respeto y convivencia con otras culturas. “La Música te hace más inteligente”, este es el slogan de aquellos que defienden la enseñanza musical en las escuelas públicas de Estados Unidos, según Doug Goodkin. El mismo autor afirma que después de veinticuatro años de enseñar a los niños está convencido de que la Música actúa de una manera positiva en aquellos niños que cantan, bailan, recitan, tocan, exploran, improvisan, varían, imagina y componen. El propio Orff habla de ello cuando dice que “a través de la Música se pueden despertar talentos en los niños que de otra manera es difícil que florezcan, y pueden quedar enterrados en una educación musical no productiva”. Según Howard Gardner, lo más correcto sería decir que la Música estimula la totalidad de nuestras inteligencias: la inteligencia musical, que desarrolla la capacidad de pensar en sonido y ritmo, y al mismo tiempo percibir y dar significado a la organización de sonidos y ritmos, y se desarrolla paralelamente al lenguaje, ya que ambas se originan en el oído; la inteligencia lingüística, que piensa, habla, percibe significados y crea significados a través de un medio, la palabra, y cuyos signos incluyen la capacidad de escuchar el lenguaje, sus ritmos, rimas, sonidos, su métrica, etcétera; la inteligencia lógico-matemática, que filtra el mundo a través de esquemas, modelos, números, operaciones concretas e ideas, y su intención es ordenar nuestra experiencia, buscando diseños y estructuras que unifican el caos aparente, la Música es matemática sonora, dividiendo el tiempo en unidades con una precisa relación entre sí, creando orden desde el caos del sonido unificando estructuras, creando motivos y haciendo operaciones concretas con aquellos (cánones, fugas, contra-temas, variaciones…), de aquí que todo el mundo sabe que a menudo los músicos son buenos matemáticos y viceversa; la inteligencia visual-espacial, de pensar en imágenes, de percibir y crear significado en color, figura y forma, de orientarse en el espacio, escuchar música ayuda al desarrollo de las percepciones espaciales en los niños; la inteligencia kinestésica, que se caracteriza por la capacidad de manejar objetos con destreza y dirigir los propios movimientos corporales, ver significado en el gesto, y percibir e imitar la danza; la inteligencia intrapersonal, relacionada con el crecimiento personal; la inteligencia interpersonal, que se enfoca hacia otras personas, activando nuestras capacidad de percibir, reaccionar y empatizar con estados de ánimo, sentimientos y necesidades de otros y desarrollar un sentido de comunidad; la inteligencia espiritual, que se refiere a la creencia de estar conectado a un mundo invisible, de canciones internas y sentimientos, de recuerdos y sensaciones que escapan a explicaciones racionales y sólo pertenecen al mundo más íntimo y privado de cada persona. La Música nos hace más inteligentes, pero no porque potencie el laberinto de inteligencias múltiples en que se envuelve al ser humano, no porque su último objetivo fuera obtener mejores puntuaciones en matemáticas ni elevadas capacidades de razonamiento, sino porque su último objetivo es, entre otras muchas cosas, cultivar la totalidad del ser humano.