1 Círculo de adoración de Schoenstatt. P. Alberto E. Eronti 9 de abril 2011 Tema: “En la escuela de oración del Padre Kentenich” Querría comenzar esta reflexión recordando unas palabras del Padre Fundador: “Queremos adorar a Jesucristo presente en el Tabernáculo, adorar a Jesucristo presente en mi corazón, adorar a Jesucristo presente en el corazón de los otros, adorar la voluntad de Dios en la vida diaria” Esta frase nos indica que, lo que llamamos “adoración” no se reduce sólo a la Eucaristía, sino que es una actitud que abarca toda la vida del creyente. Esta actitud sólo es posible en la medida que tenemos el don de percibir a Dios presente en todo. Sin embargo, aprender en la “escuela de oración del Padre Kentenich”, tiene una particular relación con la vida, con nuestra vida diaria. Esto tiene una fundamental importancia para nosotros como adoradores y adoratrices. Afirma el Padre que “nosotros adoramos la voluntad de Dios en la vida diaria y por lo tanto formamos parte de la adoración perpetua”. ¿Por qué es tan importante adorar la voluntad de Dios en la vida diaria?, Porque, responde el Padre, “Dios llama a mi puerta en la vida de todos los dias” De cuando en cuando, hablando con algunas personas de la adoración Eucarística en las Iglesias, expresan el deseo de la “adoración perpetua. Se refieren a la adoración permanente de Jesucristo presente en los Tabernáculos. Es un muy buen anhelo. Pero no es eso lo más importante, lo más importante -y Jesús dice que es la Bienaventuranza mayor- es adorar la voluntad de Dios manifiesta en mi vida. Por esto, la adoración ante el Tabernáculo ha de ir orientada a crear una actitud de adoración permanente al Dios de la vida y en la vida. En nuestra vida y en mi vida. Esto es lo difícil. Puede ser más fácil estar una hora delante del Santísimo, que decirle sí a la voluntad de Dios en los momentos y circunstancias difíciles de la vida. Es a esto que tienden las enseñanzas del Padre Kentenich sobre la oración. En esto fue, sin duda, un gran maestro, por eso le pedimos que nos enseñe este modo de adorar. Vamos a ver algunas enseñanzas orientadas a desarrollar en nosotros esta actitud. 1. Rezar desde la vida y rezar la vida. Hay un texto paradigmático en este sentido, está en el Evangelio de San Lucas: “María, por su parte, conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior” 2 ¿Qué “conservaba” María en su corazón? ¡Lo que vivía! Lo conservaba para “meditarlo”. No era un mero guardar, sino guardar “para” meditar y comprender, al comprender iluminar desde Dios. El libro de los Salmos es una excepcional escuela de la vida hecha oración y de la oración metida en la vida. Sin embargo, para el Padre Kentenich este modo de orar tiene un alcance mayor aún, se trata del modo de orar propio de quien vive en alianza con Dios, en alianza de amor con el Dios vivo y de la propia vida. Si Dios es nuestro aliado, está siempre con nosotros, junto a nosotros, en nosotros, por eso hemos de buscarlo y encontrarlo presente y actuando en nuestra vida. El hombre de la Edad Media, lo digo a modo de ejemplo, no se comportaría ni mejor ni peor que los de otra época, pero tenía un alma religiosa. Hoy no es así, el hombre moderno inició la fuga de Dios y la sociedad posmoderna se ha ido inhabilitando para el hecho religioso. Como antídoto el Padre Kentenich propone descubrir o redescubrir a Dios presente la vida. En nuestra vida, en mi vida. Es así que hace referencia a Abraham y a Moisés. Dios irrumpió en la vida de ambos, se la alteró para siempre y los hizo padres de pueblos. Eliseo y David estaban muy tranquilos haciendo sus labores campesinas, cuando Dios llegó a ellos por medio de Elías y de Samuel y les alteró la vida constituyendo profeta al primero y rey al segundo. Lo común a los cuatro es que eran hombres religiosos. Hoy hace falta un intenso entrenamiento para mantener y ahondar la actitud religiosa de nuestros afectos, de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad. Por eso, como ya les dije en otra oportunidad, hay que “volver al método María”: guardar los sucesos y ponderarlos en el corazón. El Padre Kentenich insistía en dos aspectos para esta oración: Preguntarnos: ¿Dónde y cómo percibo el amor de Dios en mi vida? Es poder realizar lo que el Padre Kentenich formula así en una de las oraciones de Dachau: “Silencioso y paternal te vemos detrás de cada suceso; te abrazamos con amor ardiente y con ánimo de sacrificio vamos alegres hacia ti” Ante cada acontecimiento, positivo o negativo, alegre o doloroso, preguntar a Dios: ¿Qué quieres de mí con esta alegría, con este dolor?; ¿qué me estás ofreciendo?, ¿Hacia dónde me quieres llevar?, ¿qué me quieres regalar? 3 Esto que acabo de decir supone tiempo. 15 o 20 minutos decimos que es poco tiempo, pero ¿lo tenemos realmente para Dios? Uno de los problemas del hombre actual es que “no tiene tiempo”. En realidad no tiene energía para el esfuerzo de hacer primero “lo único importante”. La vida es un don precioso que Dios nos ha hecho, pero es también un lugar. Debiera ser un “bello lugar” donde encontramos a Dios. Nuestra vida debiera ser un “Schoenstatt”. Para que lo sea es necesario descubrir que somos, al igual que María, “muy amados”, muy amados por el Padre, por el Hijo, por el Espíritu. Pero para que esto sea posible como experiencia viva, hemos de entrenarnos para descubrir a Dios en nuestra vida, en nosotros, junto a nosotros, en los otros… 2. Rezar, es reposar en el nombre amado. Cuando los apóstoles le piden a Jesús: “Enséñanos a orar…”, Jesús se conmueve. Él acababa de pasar la noche en oración. Como ya les dije en otra oportunidad, saber cómo ora alguien es entrar en su misterio. Jesús nos hace entrar en su misterio cuando les responde: “Cuando oren digan: ¡Padre!, ¡Padrenuestro!” Seguramente los Apóstoles no percibieron todo lo que Jesús les estaba enseñando. ¡Les estaba enseñando el Nombre de Dios! Ya no han de nombrarle como “Yahvéh” -es decir: “Yo soy el que es”- sino... ¡Padre!, ¡Padrenuestro! De aquí que les dije alguna vez que hemos imaginar cómo rezaba Jesús. Jesús, en cuanto hombre, había aprendido a orar con María y José. Por eso, en palabras del Padre Kentenich, Jesús al enseñarnos a orar, nos está diciendo que orar es “reposar en el nombre amado”. ¡Reposar en el nombre más amado!, ¡Padre! Por esto, el Padre Kentenich alienta esta manera de orar. De aquí que sea importante desarrollar una relación personal con Dios; sea el Padre, el Hijo o el Espíritu. Cuando me dirijo a Dios, ¿cómo lo nombro?, ¿cuál es el rostro que se me manifiesta? Cuado me dirijo a Jesucristo, ¿cómo lo nombro?, ¿qué rasgos de él contemplo? 4 Cuando me dirijo al Espíritu, ¿cómo lo nombro, cómo lo llamo?, ¿qué es realmente Él para mí? ¿Y la Virgen?, ¿cómo la nombro en mi intimidad? Para que entiendan mejor qué les quiero decir cuando señalo la necesidad de nombrar, llamar “a mi manera” al Dios Trino, o a María…, veamos las imágenes que el Padre Kentenich le otorga a Dios Padre (H el P. nº404-407) “…es el Pastor, que, lleno de solicitud…, busca a la pequeña oveja perdida..” “Es la Madre, que nunca olvida, al niño que llevó en su seno…” “Es como la Gallina, que, cuando el enemigo amenaza a los polluelos, los cubre con sus alas…” “Es el Rey, que, con escudo potente,… nos rodea y protege…” “Es el Águila, que en sus alas vigorosas, lleva hacia el sol a los débiles pichones…” “Es el Padre, que al hijo pródigo lo sienta en el trono del hijo y le prepara un banquete…” Reposar en el nombre amado es repetir con el ritmo del corazón ese nombre. Seguramente recuerdan el pasaje evangélico en el que Jesús hace referencia a la oración de sus discípulos y les dice: “Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos…ellos creen que por mucho hablar serán escuchados…” Orar no es decir mucho, sino amar al que nos ama. Nombrar a alguien con amor es amarlo. 3. La oración es un encuentro de amistad entre el Maestro y el discípulo. El Padre Kentenich hace referencia a un texto del libro del Apocalipsis, en el cual Jesús habla diciendo: “He aquí que estoy a la puerta y llamo, si oyes y me abres, entraré, me sentaré a tu mesa y cenaremos juntos”. (3,20) Ya antes, San Juan, había registrado estas palabras de Jesús: “Ya no les llamo siervos, les llamo amigos….”, y luego: “serán mis amigos, si hacen lo que yo les mando” (Mt.6,5-8) Así como fue Jesús el que nos eligió primero, también es él quien nos ofrece en primer lugar su amistad. 5 De aquí que la oración es un asunto de amistad. Jesús, nos dice el Padre Kentenich, nos da “criterios” para que sepamos si de verdad lo amamos. Un “primer criterio” es “cumplir lo que nos manda”. No se trata de un hacer obligatorio, sino de una opción. Una opción por Jesús, que nos introduce en un remolino de amor. “El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre” Jesús nos llama a entrar en su amistad para darnos su amor amigo, pero también para que le demos el nuestro. Sin embargo, recibir su amor y darle el nuestro cumpliendo lo que nos manda, es recibir el amor del padre, es ser amados por el Padre. Un “segundo criterio”, es el de “permanecer” con Él. “Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede producir fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí… El que permanece en mí y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí no pueden hacer nada. Pero el que no permanece en mí es como el sarmiento que se tira… Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán…” (Jn.15,4-7) ¡Ocho veces Jesús hace referencia al verbo “permanecer”! ¿Cómo nos pide permanecer, cómo “conjugar” este verbo? Hemos de aprender a desarrollar modos de permanencia. Meditar la Palabra de Jesús es “permanecer” en Él, es estar con Él, es dejarnos enseñar por Él. La oración es estar con Él, anhelar oírle. El Padre Kentenich formula muy bellamente esta actitud del alma cuando escribe, refiriéndose a la Virgen: “Recibías hambrienta y fervorosa lo que brotaba del corazón y los labios de Jesús. De la contemplación, llegaste a ser maestra…” Hemos de valorar y por eso desarrollar la “oración del estar”. Es un modo de orar que nos libera, nos libera de los logros, de lo que sentimos, pensamos y queremos. Se trata, simplemente de estar con Jesús. Juan habla de este modo de orar cuando narra el momento del “amor sin medida” de Jesús: “Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre…” ¿Qué hacía María?, ¡estar!, estar junto al Hijo amado. 4. El Santo Rosario. 6 Ya les conté en otra oportunidad que hay como un “arco de misericordia” en el corazón sacerdotal del Padre Kentenich. Cuando lo nombraron Director Espiritual del seminario Palotino, dijo que “se defendió” para no serlo. ¿Por qué?, “para poder dedicar todo mi tiempo libre y mis fuerzas, a los laicos, especialmente a la conversión de los viejos y empedernidos pecadores…” (PreActa) Estas palabras fueron dichas en 1912. En mi último encuentro con el Padre, pocos días antes de su muerte, dijo: “Ahora les dejo, porque voy a rezar el Rosario por la conversión de los pecadores…” Estas palabras fueron dichas en 1968. Juan Pablo II dijo muy bellamente, que el Santo Rosario es “la Biblia de los pobres”. Aquellos que no saben leer, o los que ni siquiera tiene la posibilidad de saber lo esencial de la Salvación mediante los misterios del Rosario. ¿Cómo vivía el Padre Kentenich esta oración litánica? Lo escribe así: “En tu vida, Madre, vemos fluir el ardor de la fe, de la esperanza y de la caridad. Haz que el resplandor de esta triple estrella penetre la noche oscura de nuestra vida. Con tu Hijo implora la Padre que sólo Dios reine en el trono de nuestro corazón” (H el P. nº340) El Padre habla de la “triple estrella” que sostiene en nosotros el rezo del Rosario: la fe, la esperanza y el amor. A cada una de estas virtudes le agregó algo que nos debiera ser muy útil cuando rezamos el Rosario. Nos propone vivir en la luz divina de la fe. Nos propone vivir en la seguridad divina de la esperanza/confianza. Nos propone vivir en la fuerza divina del amor. Esto es, con Jesús y María aprender a vivir creyendo, esperando y amando. ¡Esto es el rezo del Rosario! 7