El rey de la vela: Luz en tiempos de oscuridad F Frei Betto Fotos del archivo personal de Ítala Nandi, cortesía de la actriz ue por casualidad que me convertí en asistente de dirección de El rey de la vela (O rei da vela), una obra emblemática en la historia del teatro brasileño. Cuando decidió llevar a la escena el texto de Oswald de Andrade en 1967, José Celso Martinez Correa, director del Grupo Teatro Oficina, de Sao Paulo, le pidió a Dulce Maia, productora cultural, que buscara a alguien que realizara una investigación sobre el contexto brasileño a fines de la década de 1930 e inicios de la de 1940, época en que se ubica el espectáculo, cuando la conducción del desarrollo brasileño pasó, en Sao Paulo, de manos de los barones del café a las de los capitanes de la industria. Dulce le sugirió mi nombre, y allá fui a reunir bibliografía sobre la época, incluida la colección de la revista O Cruzeiro, para obtener informaciones acerca del Brasil de ese período. De las conversaciones con los actores y las actrices sobre el tema, pasé a dirigir los ensayos en los momentos en que Zé Celso se veía obligado a ausentarse. Fue así que me promovieron a asistente de dirección, y me encantó el oficio, tanto, que me sentí muy tentado a convertirme en director de teatro (llegué a ser crítico de teatro de Folha da Tarde, en 1968, y formé parte del jurado del premio Moliere). Pero el teatro es otro “sacerdocio”, incompatible con mi condición de religioso dominico en etapa de formación. O rei da vela revolucionó la cultura brasileña. Nuestro teatro dejó de depender de los grandes montajes de obras importadas, en general textos más adecuados para Europa y los Estados Unidos que para el contexto brasileño. El montaje de Oficina, sin ceder a la xenofobia, resultó, literalmente, un gesto antropofágico, en el sentido oswaldiano de deglutir todo el extranjerismo que contaminaba nuestro teatro para gritar: “Yes, tenemos banana”. Ese montaje engendró el movimiento tropicalista y la irreverencia subversiva frente a la dictadura militar que gobernó Brasil entre 1964 y 1985. O rei da vela representó, en medio de la oscuridad de aquellos tiempos, una vela encendida que le permitió a toda una generación empezar a ver la luz al final del túnel y asumir su protagonismo libertario. MANIFIESTOS El autor de El rey de la vela, Oswald de Andrade (1890-1954), ejerció una fuerte influencia en la Semana de Arte Moderno celebrada en 1922 en Sao Paulo. Ese año se conmemoraba el primer centenario de la independencia brasileña de Portugal. Oswald y muchos otros artistas e intelectuales estaban empeñados en emancipar la cultura brasileña del romanticismo europeo. Querían libertad de expresión, independencia con respecto al naturalismo, al realismo, al racionalismo y al parnasianismo. Y asumir formas expresivas consideradas ingenuas, primitivas, como las de los pueblos indígenas y africanos. En esa época había en el país más de un millón de indios, y aún hoy en día, Brasil es la segunda nación del mundo en cuanto a la dimensión de su población negra, sólo inferior a la de Nigeria. Oswald incentivaba el encuentro de la cultura erudita con la popular, estimulado incluso por el hecho de que, en París, el cubismo y el futurismo habían integrado elementos de culturas como la africana y la polinesia, hasta entonces consideradas “inferiores”. Oswald difundió dos manifiestos que sacudieron hasta los cimientos los salones culturales imantados por la cultura europea: el Manifesto da Poesia Pau-Brasil, en 1924 (el mismo año en que André Breton hacía público en Francia el Manifiesto surrealista), y el Manifesto Antropófago. El primero comienza con la siguiente afirmación: “La poesía existe en los hechos”. Critica la cultura elitista de los salones: “Sometemos todo a la erudición. (…) La poesía anda oculta en las enredaderas maliciosas de la sabiduría. (…) Se ha producido la inversión de todo, la invasión de todo”. Y urge: “Poetas. Sin reminiscencias librescas. Sin investigaciones etimológicas. Sin ontología.” Como el palo brasil, exportado del país por la primera generación de colonizadores, la poesía y la cultura brasileñas también debían ser productos de exportación. Por eso, Oswald proponía una “lengua sin arcaísmos, sin erudición. Natural y neológica. (…) Como hablamos. Como somos. (…) Ninguna fórmula para la expresión contemporánea del mundo. Ver con ojos libres. (…) Los rezos. El carnaval. La energía íntima. El zorzal. La hospitalidad un tanto sensual, amorosa. La nostalgia de los jefes-sacerdotes indígenas.” Oswald rescataba la cultura brasileña y a sus protagonistas, considerados hasta entonces incultos, ignorantes, capaces apenas de sustituir a las bestias de carga en los trabajos más pesados: los indígenas y los negros. De ahí la única cita que aparece en el Manifesto: “Una indicación de Blaise Cendrars: Tenéis las locomotoras llenas, vais a partir. Un negro hace girar la manivela de la aguja en la que os encontráis. El menor descuido os hará partir en dirección opuesta a vuestro destino.” El Manifesto Antropófago se publicó en el primer número de la Revista de Antropofagia, en mayo de 1928. El autor quiso fecharlo en el “Año 374 de la Deglución del Obispo Sardinha”. Oswald se equivocó por dos años. El Obispo Pero Fernandes Sardinha naufragó en las costas del nordeste brasileño en 1556. Lo capturaron los indios caetés, que lo mataron en un ritual sacrificial de la tribu y se comieron su carne. Ese habría sido el primer gran gesto de antropofagia brasileña, símbolo del poder de nuestra gente sobre el extranjero colonizador. El Manifesto abre con el axioma que define la inspiración de El rey de la vela: “Tupi or not tupi, that is the question”. El tupí es el tronco lingüístico predominante de los pueblos indígenas de Brasil. “Sólo me interesa lo que no es mío. Ley del hombre. Ley del antropófago”. Y haciéndose eco de José Martí, exclama: 78 79 Contra todos los importadores de conciencia enlatada. La existencia palpable de la vida. Y la mentalidad prelógica para que la estudie el señor Lévy-Bruhl. Queremos la revolución caraíba. Mayor que la revolución francesa. La unificación de todas las revueltas eficaces en dirección al hombre. Sin nosotros, Europa ni siquiera tendría su pobre declaración de los derechos del hombre. La edad de oro predicha para la América. La edad de oro. Oswald soñaba con la unión de todas las naciones indígenas de Brasil mediante el idioma caraíba. Nunca fuimos catequizados. Vivimos con un derecho sonámbulo. Hicimos nacer a Cristo en Bahía. O en Belém do Pará. Pero nunca admitimos el nacimiento de la lógica entre nosotros. (…) Nunca fuimos catequizados. Lo que hicimos fue el carnaval. El indio vestido de senador del Imperio. (…) Le pregunté a un hombre qué era el Derecho. Me respondió que era la garantía del ejercicio de la posibilidad. Ese hombre se llama Gali Matías. Me lo comí. (…) Contra las sublimaciones antagónicas. Traídas en las carabelas. Contra la verdad de los pueblos misioneros, definida por la sagacidad de un antropófago, el Vizconde de Cairu: Es una mentira muchas veces repetida. (…) Pero no fueron los cruzados quienes vinieron. Fueron los fugitivos de una civilización que nos estamos comiendo, porque somos fuertes y vengativos como el jabotí (…) Es preciso partir de un profundo ateísmo para llegar a la idea de Dios. Pero el caraíba no lo necesitaba. Porque tenía a Guaraci. (…) Antes de que los portugueses descubrieran a Brasil, Brasil había descubierto la felicidad. Como el movimiento antropofágico, Brasil se volvía sobre sí mismo, perdía la vergüenza de su propia cultura, valorizaba sus raíces étnicas. Es en esa ola de rescate “antropofágico” brasileño, que sin embargo no era xenófobo, sino que tornaba brasileño lo que venía del extranjero, que Oswald de Andrade escribe para el teatro El rey de la vela. La obra, escrita en 1933, solo fue editada en 1937 y llevada a la escena treinta años después, en 1967. En ella se expone el impacto de la crisis financiera de 1929 en la economía de Brasil. Es una sátira mordaz de la elite rural decadente, corrupta, grosera y con problemas sexuales. Los personajes principales son Abelardo I y Abelardo II, socios en la firma de agiotaje Abelardo & Abelardo. “Vela” era una forma peyorativa de referirse a la actividad de quien prestaba dinero con intereses exorbitantes. En la “oscuridad” provocada por tantas deudas, la persona busca desesperadamente una “luz”, una salida, y recurre al usurero, que le ofrece solo una “vela”, la luz breve que, en manos del deudor, derrite lo que le parecía un puerto seguro. Oswald de Andrade, quien sentía simpatías por el marxismo, introdujo en la obra una crítica mordaz al imperialismo estadunidense en la figura de Mr. Jones. Abelardo, ahogado por las deudas contraídas con Mr. Jones, se casa con Heloísa de Lebos, miembro de la burguesía urbana, con la esperanza de establecer una alianza entre la fracasada aristocracia del café y la ascendente burguesía industrial monitoreada por la burguesía financiera. En El rey de la vela, Oswald aplica al teatro los conceptos del vanguardismo estético puestos en práctica por la Semana de Arte Moderno de 1922, como la ruptura de la ilusión teatral, al hacer que el apuntador (quien, a escondidas de la platea, salva a actores y actrices de posibles olvidos del texto) dialogue con los personajes. La obra de Oswald de Andrade, como la de muchos otros escritores y artistas plásticos que participaron en la Semana de Arte Moderno de 1922, ejercieron una fuerte influencia en la formación de una estética “brasileña”, presente en el movimiento tropicalista iniciado en 1968 a partir de la puesta en escena de El rey de la vela. Y el espectáculo montado por el Grupo Teatro Oficina fue, como muchos reconocen, una manifestación estética y ética altamente subversiva en un país gobernado por una dictadura militar. Creo que no exagero si comparo la incidencia política de El rey de la vela con la del Guernica de Picasso. m Traducción del portugués Esther Pérez.