Oración II Cartas S. Teresa Para el modo que seguimos en este rato de oración compartida: cf. La explicación que introduce el primer guión: Oración I Cartas S. Teresa. **************** ¿La confianza en el día del Señor –que destaca la liturgia todo este mes de noviembre– significa que los discípulos pueden cruzarse de brazos y esperar mirando al cielo? Todo lo contrario, como recuerdan las lecturas de la Misa del pasado Domingo (XXXIII ciclo C), urge el trabajo cotidiano: “El que no trabaja, que no coma. Porque nos hemos enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada. Pues a esos les mandamos y recomendamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan” (2Tes 3,10-12). Y, sobre todo, urge el trabajo por el Evangelio, como indica el texto de S. Lucas (21,5-9). Una de las principales preocupaciones del evangelista (que escribe unos 50 años después de la Resurrección del Señor) es la de iluminar el retraso de la parusía (de ese día del Señor), llenando de sentido y de contenido todo este nuevo tiempo que se abre y se alarga (contra lo que esperaban los primeros cristianos) entre la Pascua del Señor y su Parusía (su vuelta gloriosa). Principalmente lo hace ampliando su evangelio con una segunda obra (Hechos de los Apóstoles). Otros modos de hacerlo los podemos percibir en nuestra lectura. Es la tercera vez que Jesús habla en torno a estos temas (Lc 12,35-48; 17,20-37); es decir, Lucas considera muy importante tener las cosas claras al respecto. Sitúa esta instrucción, no como los otros evangelistas, en el Monte de los Olivos (asociado al juicio final), sino en el conjunto de enseñanzas que tiene lugar en el templo: no es un saber oculto reservado para unos pocos, sino abierto a la multitud. En concreto, en la lectura de hoy encontramos el comienzo del sermón acerca del “fin de los tiempos” que tiene su detonante en la pregunta por el cuándo y los signos asociados. La respuesta de Jesús comienza disuadiendo de la preocupación por el cuándo, y sitúa a sus discípulos en un escenario de tiempos largos. Insiste relativizando todos los signos tradicionalmente asociados a los eventos apocalípticos. Así consigue centrar la atención en el aquí y el ahora; no en el “más allá”. Pero enseguida añade una segunda enseñanza. La actitud expectante de los discípulos, al estar centrada únicamente en la acción de Dios que viene, les hace espectadores pasivos. Jesús la corrige y les devuelve el protagonismo para este nuevo tiempo. La atención no se dirige más a lo espectacular de los acontecimientos cósmicos, sino a la propia misión. El signo será precisamente su dureza. Es el cuadro que podemos contemplar descrito más ampliamente en el libro de los Hechos, con la relevancia que allí cobra el actuar en el nombre de Jesús, así como las persecuciones por causa de su nombre. Uno de los hilos dramáticos que mueven el itinerario de este libro es precisamente el de las nuevas posibilidades que se generan a partir de las dificultades: la persecución en Jerusalén a los helenistas propicia la apertura a los samaritanos; los conflictos con la sinagoga, la apertura a los gentiles… Es lo que ahora promete Jesús por anticipado, la confianza en el poder de Dios que es superior al de los perseguidores. La expectativa apocalíptica espera la parusía como manifestación de la victoria de Dios; Jesús reafirma la confianza en esa victoria no solo para el fin del mundo sino también para ahora. Pero no se trata de una confianza pasiva; por eso el Señor señala la necesidad de dos actitudes laboriosas: es el tiempo del testimonio y de la perseverancia. (Raúl Becerril: Revista Homilética) **************** Evidentemente la vida de Teresa no es la de un apóstol, pero está igualmente basada en esa confianza y laboriosidad, en aprovechar las nuevas posibilidades que se generan a partir de las dificultades… como recordaba la Ficha 2: (11) Por lo que respecta a la vida espiritual y al proceso personal de cada cual, hoy más que nunca sabemos que es imprescindible saber aceptar e integrar el conflicto o los conflictos que limitan el idealismo infantil, nuestros deseos básicos… Por supuesto, la santa usaba otro lenguaje mucho más religioso y de fe: Una vez leí en un libro que el premio de los trabajos es el amor de Dios. Por tan precioso precio, ¿quién no los amará? Así suplico yo a vuestra señoría lo haga, y mire que se acaba todo presto, y váyase desasiendo de todas las cosas que no han de durar para siempre (…) Nuestro Señor la dé el contento y descanso eterno, que a los de esta vida días ha que los tiene vuestra señoría dado carta de pago, aunque no está muy pagada en su opinión de verse padecer; día vendrá que entienda vuestra señoría la ganancia y que por ninguna cosa quisiera haberla perdido1 (7.11.1571: 2.6). [Al P. Ambrosio] Y no tenga pena de nada [la enfermedad que está pasando él y sobre todo los graves peligros que atraviesa la Orden], que cuando mejor parece que van las cosas suelo yo estar más descontenta que ahora estoy. Ya sabe que siempre quiere el Señor que veamos que es Su Majestad el que hace lo que nos conviene. Para que mejor esto se entienda y se conozca que es obra suya, suele permitir mil reveses. Entonces es cuando mejor sucede todo (16.2.1577: 1m). Y teniendo esa fe como roca firme, tratar de superar el conflicto, siempre que esté en nuestra mano: cuidar la salud, si es el caso, y alegrarse de las mejorías: Bendito sea el Señor, que tiene vuestra señoría mejoría. Véngaseme de ese lugar, por amor de Dios, pues se ve claro cuán contrario es a la salud de todos (7.11.1571: 3) O ‘aceptar’ las injusticias y persecuciones, cuando tocan, pero buscar todos los medios, por sofisticados que sean para corregirlas: 16.2.1577 (3-5). Otro ‘trabajo’ bien importante y que destaca en estas cartas –como en todas y algo más quizá– es la importancia de lo afectivo. Así pues, aparece solícita con el amigo que sufre, a la vez que reprende con tacto las quejas por supuestos olvidos y hasta por celos y demandas de más atención: Tres veces he escrito a vuestra señoría después que estoy en esta casa de la Encarnación (que ha poco más de tres semanas); no me parece ha llegado ninguna a manos de vuestra señoría. Acá me alcanza tanta parte de sus trabajos, que, para los muchos que yo aquí tengo, junto con esta pena, estoy ya sin cuidado de pedir más a nuestro Señor (…) Yo digo a vuestra señoría que la traigo bien presente, y que no era menester despertarme con su carta, que yo querría estar un poco dormida 1 Este 2º párrafo es una suave reprensión, puesto que D. Luisa se queja de lo que padece, cuando ha sido tan bien pagada por Dios con bienes y contentos terrenales y, además, puede esperar mejor paga eterna por esos padecimientos de ahora (de ahí la frase final). para no me ver tan imperfecta en sentir con pena las penas de vuestra señoría (7.11.1571: 1.6). No obstante esas reprensiones, que también son parte de una sana relación interpersonal, de un proceso afectivo adulto (¿las hago, las recibo, se dan en mi contexto o comunidad…?), volvemos a la importancia del cuidar las amistades, agradecerlas y manifestar amor… El amor es la clave en lo humano y en lo divino, en la vida espiritual en general (“pues también lo quiere nuestro Señor”) y de sus comunidades en particular; y no solo expresado en la oración mutua: Mucho me consolé con su carta, y no es nuevo, que lo que me canso con otras descanso con las suyas. Yo le digo que, si me quiere bien, que se lo pago y gusto de que me lo diga. ¡Cuán cierto es de nuestro natural querer ser pagadas [correspondidas]! Esto no debe ser malo, pues también quiere serlo nuestro Señor, aunque no tiene comparación lo que le debemos y merece Su Majestad ser querido; mas parezcámonos a Él (…) Hartas oraciones se hicieron por acá por [ustedes]. No me espanto sean buenas y estén quietas, sino cómo no son ya santas; porque, como han tenido tantas necesidades, han siempre hecho por acá muchas oraciones [en su favor]. Páguennoslo ahora que están sin ellas [necesidades], porque por acá hay hartas, en especial en esta casa de San José de Ávila (…) De cómo le va en lo espiritual no me deje de escribir, que me holgaré, que según ha pasado [de trabajos] no puede ser sino bien. Y las poesías también vengan. Mucho me huelgo procure que se alegren las hermanas, que lo han menester (8.11.1581: 1.2.13) De nuevo estas cartas, como las de la primera ficha, justifican su predilección afectiva por su hermano Lorenzo [28.8.1575 (2-3)], que más tarde se verá prolongada en su hija Teresita, ya adolescente, y cuya cercanía es motivo de alegría y consuelo para la santa en su ancianidad: 8.11.1581 (6), 15.12.1581 (3). Hasta qué punto le importan ciertos vínculos familiares, queda de manera ‘sorprendente’ de manifiesto en la demanda a favor de su sobrina (¡carmelita descalza!): …a todas nos edifica. Tiene buen aviso y creo ha de tener valor para todo. No deje de escribirla, que está bien sola; y para lo que la quería su padre y los regalos que le hacía, háceme gran lástima que no haya quien se acuerde de hacerle ninguno; don Francisco harto la quiere, mas no puede más (15.12.1581: 3f).