Oración II Cartas S - v centenario santa teresa de jesús

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Oración II Cartas S. Teresa
Para el modo que seguimos en este rato de oración compartida: cf. La
explicación que introduce el primer guión: Oración I Cartas S. Teresa.
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¿La confianza en el día del Señor –que destaca la liturgia todo este mes
de noviembre– significa que los discípulos pueden cruzarse de brazos y
esperar mirando al cielo? Todo lo contrario, como recuerdan las lecturas de la Misa del pasado Domingo (XXXIII ciclo C), urge el trabajo
cotidiano: “El que no trabaja, que no coma. Porque nos hemos enterado
de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada. Pues
a esos les mandamos y recomendamos, por el Señor Jesucristo, que
trabajen con tranquilidad para ganarse el pan” (2Tes 3,10-12).
Y, sobre todo, urge el trabajo por el Evangelio, como indica el texto de S. Lucas (21,5-9). Una de las principales preocupaciones del
evangelista (que escribe unos 50 años después de la Resurrección del
Señor) es la de iluminar el retraso de la parusía (de ese día del Señor),
llenando de sentido y de contenido todo este nuevo tiempo que se abre
y se alarga (contra lo que esperaban los primeros cristianos) entre la
Pascua del Señor y su Parusía (su vuelta gloriosa). Principalmente lo
hace ampliando su evangelio con una segunda obra (Hechos de los
Apóstoles). Otros modos de hacerlo los podemos percibir en nuestra
lectura. Es la tercera vez que Jesús habla en torno a estos temas (Lc
12,35-48; 17,20-37); es decir, Lucas considera muy importante tener las
cosas claras al respecto. Sitúa esta instrucción, no como los otros evangelistas, en el Monte de los Olivos (asociado al juicio final), sino en el
conjunto de enseñanzas que tiene lugar en el templo: no es un saber
oculto reservado para unos pocos, sino abierto a la multitud. En concreto, en la lectura de hoy encontramos el comienzo del sermón acerca del
“fin de los tiempos” que tiene su detonante en la pregunta por el cuándo
y los signos asociados. La respuesta de Jesús comienza disuadiendo de
la preocupación por el cuándo, y sitúa a sus discípulos en un escenario
de tiempos largos. Insiste relativizando todos los signos tradicionalmente asociados a los eventos apocalípticos. Así consigue centrar la atención en el aquí y el ahora; no en el “más allá”.
Pero enseguida añade una segunda enseñanza. La actitud expectante
de los discípulos, al estar centrada únicamente en la acción de Dios que
viene, les hace espectadores pasivos. Jesús la corrige y les devuelve el protagonismo para este nuevo tiempo. La atención no se dirige más a lo espectacular de los acontecimientos cósmicos, sino a la propia misión. El
signo será precisamente su dureza. Es el cuadro que podemos contemplar
descrito más ampliamente en el libro de los Hechos, con la relevancia que
allí cobra el actuar en el nombre de Jesús, así como las persecuciones por
causa de su nombre. Uno de los hilos dramáticos que mueven el itinerario
de este libro es precisamente el de las nuevas posibilidades que se generan
a partir de las dificultades: la persecución en Jerusalén a los helenistas
propicia la apertura a los samaritanos; los conflictos con la sinagoga, la
apertura a los gentiles… Es lo que ahora promete Jesús por anticipado, la
confianza en el poder de Dios que es superior al de los perseguidores. La
expectativa apocalíptica espera la parusía como manifestación de la victoria de Dios; Jesús reafirma la confianza en esa victoria no solo para el fin
del mundo sino también para ahora. Pero no se trata de una confianza pasiva; por eso el Señor señala la necesidad de dos actitudes laboriosas:
es el tiempo del testimonio y de la perseverancia.
(Raúl Becerril: Revista Homilética)
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Evidentemente la vida de Teresa no es la de un apóstol, pero está igualmente basada en esa confianza y laboriosidad, en aprovechar las nuevas
posibilidades que se generan a partir de las dificultades… como recordaba
la Ficha 2: (11) Por lo que respecta a la vida espiritual y al proceso personal de cada cual, hoy más que nunca sabemos que es imprescindible saber
aceptar e integrar el conflicto o los conflictos que limitan el idealismo infantil, nuestros deseos básicos… Por supuesto, la santa usaba otro lenguaje
mucho más religioso y de fe:
Una vez leí en un libro que el premio de los trabajos es el amor de
Dios. Por tan precioso precio, ¿quién no los amará? Así suplico yo a
vuestra señoría lo haga, y mire que se acaba todo presto, y váyase
desasiendo de todas las cosas que no han de durar para siempre
(…) Nuestro Señor la dé el contento y descanso eterno, que a los
de esta vida días ha que los tiene vuestra señoría dado carta de
pago, aunque no está muy pagada en su opinión de verse padecer;
día vendrá que entienda vuestra señoría la ganancia y que por
ninguna cosa quisiera haberla perdido1 (7.11.1571: 2.6).
[Al P. Ambrosio] Y no tenga pena de nada [la enfermedad que
está pasando él y sobre todo los graves peligros que atraviesa la
Orden], que cuando mejor parece que van las cosas suelo yo
estar más descontenta que ahora estoy. Ya sabe que siempre
quiere el Señor que veamos que es Su Majestad el que hace lo
que nos conviene. Para que mejor esto se entienda y se conozca que es obra suya, suele permitir mil reveses. Entonces es
cuando mejor sucede todo (16.2.1577: 1m).
Y teniendo esa fe como roca firme, tratar de superar el conflicto, siempre que esté en nuestra mano: cuidar la salud, si es el caso, y alegrarse
de las mejorías:
Bendito sea el Señor, que tiene vuestra señoría mejoría. Véngaseme de ese lugar, por amor de Dios, pues se ve claro cuán
contrario es a la salud de todos (7.11.1571: 3)
O ‘aceptar’ las injusticias y persecuciones, cuando tocan, pero buscar
todos los medios, por sofisticados que sean para corregirlas: 16.2.1577
(3-5).
Otro ‘trabajo’ bien importante y que destaca en estas cartas –como en
todas y algo más quizá– es la importancia de lo afectivo. Así pues, aparece solícita con el amigo que sufre, a la vez que reprende con tacto las
quejas por supuestos olvidos y hasta por celos y demandas de más atención:
Tres veces he escrito a vuestra señoría después que estoy en
esta casa de la Encarnación (que ha poco más de tres semanas); no me parece ha llegado ninguna a manos de vuestra señoría. Acá me alcanza tanta parte de sus trabajos, que, para los
muchos que yo aquí tengo, junto con esta pena, estoy ya sin
cuidado de pedir más a nuestro Señor (…) Yo digo a vuestra
señoría que la traigo bien presente, y que no era menester despertarme con su carta, que yo querría estar un poco dormida
1
Este 2º párrafo es una suave reprensión, puesto que D. Luisa se queja de lo
que padece, cuando ha sido tan bien pagada por Dios con bienes y contentos
terrenales y, además, puede esperar mejor paga eterna por esos padecimientos
de ahora (de ahí la frase final).
para no me ver tan imperfecta en sentir con pena las penas de
vuestra señoría (7.11.1571: 1.6).
No obstante esas reprensiones, que también son parte de una sana relación
interpersonal, de un proceso afectivo adulto (¿las hago, las recibo, se dan
en mi contexto o comunidad…?), volvemos a la importancia del cuidar las
amistades, agradecerlas y manifestar amor… El amor es la clave en lo
humano y en lo divino, en la vida espiritual en general (“pues también lo
quiere nuestro Señor”) y de sus comunidades en particular; y no solo expresado en la oración mutua:
Mucho me consolé con su carta, y no es nuevo, que lo que me canso con otras descanso con las suyas. Yo le digo que, si me quiere
bien, que se lo pago y gusto de que me lo diga. ¡Cuán cierto es de
nuestro natural querer ser pagadas [correspondidas]! Esto no debe
ser malo, pues también quiere serlo nuestro Señor, aunque no tiene
comparación lo que le debemos y merece Su Majestad ser querido;
mas parezcámonos a Él (…) Hartas oraciones se hicieron por acá
por [ustedes]. No me espanto sean buenas y estén quietas, sino
cómo no son ya santas; porque, como han tenido tantas necesidades, han siempre hecho por acá muchas oraciones [en su favor].
Páguennoslo ahora que están sin ellas [necesidades], porque por
acá hay hartas, en especial en esta casa de San José de Ávila (…)
De cómo le va en lo espiritual no me deje de escribir, que me holgaré, que según ha pasado [de trabajos] no puede ser sino bien. Y las
poesías también vengan. Mucho me huelgo procure que se alegren
las hermanas, que lo han menester (8.11.1581: 1.2.13)
De nuevo estas cartas, como las de la primera ficha, justifican su predilección afectiva por su hermano Lorenzo [28.8.1575 (2-3)], que más tarde se
verá prolongada en su hija Teresita, ya adolescente, y cuya cercanía es motivo de alegría y consuelo para la santa en su ancianidad: 8.11.1581 (6),
15.12.1581 (3). Hasta qué punto le importan ciertos vínculos familiares,
queda de manera ‘sorprendente’ de manifiesto en la demanda a favor de su
sobrina (¡carmelita descalza!):
…a todas nos edifica. Tiene buen aviso y creo ha de tener valor para todo. No deje de escribirla, que está bien sola; y para lo que la
quería su padre y los regalos que le hacía, háceme gran lástima
que no haya quien se acuerde de hacerle ninguno; don Francisco
harto la quiere, mas no puede más (15.12.1581: 3f).
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