Los cuatro dogmas marianos (primera parte) Artículo escrito por Mons. Felipe Bacarreza, cuando era Obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Concepción, publicado en la revista “Nuestra Iglesia”, noviembre de 1995, páginas 23-25. Introducción El misterio, que estaba escondido desde siglos en Dios, ha sido revelado en estos últimos tiempos, para que quien crea en él obtenga la salvación y la vida eterna. Ese Misterio es Cristo, es decir, el Verbo de Dios encarnado, la Palabra de Dios hecha hombre en Jesucristo. El es la Verdad salvífica. Un dogma de fe es la formulación de una verdad que es parte esencial de ese Misterio y, por tanto, a esa verdad se debe conceder el obsequio de la fe. Negar la verdad de un dogma de fe tiene la consecuencia lógica de negar el Misterio, pues todo dogma tiene una relación esencial con el Misterio. Si esta negación se hace con plena conciencia, equivale a excluirse de la salvación. Tal vez un ejemplo pueda ayudarnos a comprender esto. Si un joven estudiante desea ser contador, eso exige que él desee también todo lo que es esencial a esa profesión. Si el joven dijera: "Quiero ser contador, pero no quiero saber nada con números, porque soy negado para las matemáticas", entonces habría que explicarle que, en realidad, él no tiene una noción verdadera de la contabilidad, pues los números y los cálculos son esenciales a esta profesión y rechazando aquéllos, se rechaza también ésta. Esto mismo ocurre con cualquier dogma de fe. Negar un dogma de fe equivale a negar el Misterio de Cristo. Si se insiste en confesar la fe en Cristo, pero se niega la fe a un dogma declarado, eso demuestra que la noción que se tiene de Cristo es errónea, y que no corresponde a la realidad. Quien se encuentra en este caso, debe concluir que su noción de Cristo es una creación suya propia o de su grupo religioso, en el fondo, que se trata de un "ídolo". Sería como pretender tener una contabilidad sin números. La aceptación de los dogmas de fe es lo único que nos garantiza que el Cristo que reconocemos como Dios y Señor es el verdadero, el mismo que fue revelado a los apóstoles y que fue anunciado por ellos a nosotros. Dios quiso salvar al género humano mediante el actual y único Misterio de salvación, que es Cristo, el Verbo encarnado. Y de este Misterio, la Virgen María es parte esencial, de manera que si se niega alguna de las verdades reveladas relativas a ella, se está negando el Misterio. O bien, si se niega alguno de los dogmas marianos, resulta que el Cristo que se confiesa y alaba no es el verdadero, sino una creación propia particular. Los dogmas marianos son cuatro: la Inmaculada Concepción, la Maternidad divina, la virginidad perpetua y la Asunción al cielo. En esta ocasión analizaremos los dos primeros y dejaremos los otros dos para la próxima reflexión. 1. La Inmaculada Concepción A todas las generaciones ha preocupado el problema del mal en el mundo. Todos nos preguntamos: ¿Por qué la muerte, por qué la enfermedad y el dolor, por qué las guerras, por qué mueren tantos inocentes, por qué la violencia, etc.? En resumen: ¿Por qué existe el mal en el mundo si todo lo creó Dios, y El es bueno? El mal entró en el mundo como consecuencia del pecado de Adán. Este pecado se transmite a todos los hombres como una fuerza que los esclaviza y los inclina al mal. La redención operada por Jesucristo con su muerte en la cruz es precisamente la liberación de esa esclavitud, por su cruz hemos sido trasladados de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios. Esta doctrina está claramente enseñada por San Pablo: "Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús" (Rom 3,23-24). "Así como por la desobediencia de un solo hombre -Adán-, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo -Cristo- todos serán constituidos justos" (Rom 5,19). El pecado de Adán fue un pecado personal suyo de desobediencia a Dios. Pero este pecado se transmite a todos sus descendientes, que lo contraen por herencia; heredan el "estado de pecado", es decir, nacen privados de la gracia. A este pecado se llama el "pecado original". El Catecismo afirma que la doctrina del pecado original es una verdad esencial de la fe: "La doctrina del pecado original es, por así decirlo, 'el reverso' del Buena Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que todos necesitan la salvación y que la salvación es ofrecida a todos gracias a Cristo. La Iglesia, que tiene el sentido de Cristo (cf. ICor 2,16), sabe bien que no se puede lesionar la revelación del pecado original sin atentar contra el Misterio de Cristo" (N. 389). Este pecado de Adán y Eva fue transmitido a todos los descendientes, de manera que todos necesitan ser salvados por Cristo. El Catecismo explica cómo: "Todo el género humano es en Adán 'como el cuerpo único de un único hombre'. Por esta 'unidad del género humano', todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, así como todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad y la justicia originales, no para él solo sino para toda la naturaleza humana: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en estado caído. Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso el pecado original es llamado 'pecado' de manera análoga: es un pecado 'contraído', no 'cometido', un estado y no un acto" (N. 404). El estado de pecado en que es concebido todo ser humano tal vez pueda ser entendido a través de la propia experiencia. Si un adulto comete un pecado mortal pierde la gracia y queda en estado de pecado. Optando por ese acto malo pecaminoso, el hombre opta por perder la gracia y ponerse en estado de pecado. El acto pecaminoso puede ser único y de un momento, pero el estado de pecado perdura hasta que se arrepiente y detesta el acto cometido y recurre al sacramento de la reconciliación. El niño es concebido en ese "estado de pecado", que es consecuencia de un acto pecaminoso, no cometido por él mismo, como ocurre en el adulto, sino por Adán. Todo niño que viene a este mundo resulta solidario con Adán porque recibe la naturaleza humana en el estado de pecado a que la redujo Adán. El dogma de la Inmaculada Concepción nos enseña que la Virgen María fue concebida sin pecado original, no porque ella haya sido sustraída a la salvación de Cristo, sino porque, por especial privilegio, los méritos de Cristo fueron anticipados a ella. La Virgen María es inmaculada desde su concepción y luego perpetuamente toda su vida. Y esto es verdad de fe declarada como dogma, es decir, negando esta verdad se lesiona el Misterio de Cristo, como se ha explicado más arriba. El dogma de la Inmaculada Concepción fue proclamado solemnemente por el Papa Pío IX en la Carta Apostólica "Ineffabilis Deus" de fecha 8 de diciembre de 1854: “Con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la bienaventurada Virgen María en el primer instante de su Concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de pecado original, ha sido revelada por Dios y por tanto debe ser creída firme e inviolablemente por todos los fieles”. Como es claro, la Virgen María es inmaculada desde el seno de su madre donde fue concebida. Pero la conexión esencial de esa verdad con el Misterio de Cristo se descubrió gradualmente y se impuso a la mente de los fieles por acción del Espíritu Santo. No era posible que estuviera siquiera un instante bajo el dominio del pecado la que estaba destinada a concebir al Autor de la gracia, al Cordero inmaculado y sin pecado. La definición de esta verdad como dogma de fe obedece al hecho de que no todos veían ese nexo y algunos lo negaban. La gran importancia que concede el pueblo cristiano a la solemnidad de la Inmaculada Concepción, que se celebra el 8 de diciembre, demuestra la profunda devoción mariana que hay en él y la grandes gracias que se derraman por intercesión de María. Expresión de esta verdad de fe es la jaculatoria tan querida al pueblo fiel: "Ave María purísima. Sin pecado concebida". 2. La maternidad divina de María La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios. Lo repite millones de veces al día en el Ave María: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores...". La definición de este dogma data del antiguo Concilio de Éfeso, celebrado en el año 431, donde, en realidad, se trataba de definir el modo de la unión en Cristo de las dos naturalezas: divina y humana. ¿Cómo se unen el hombre y Dios en Cristo? De la respuesta a esta pregunta depende que María sea Madre de Dios. La fe católica responde que en Cristo concurren las naturalezas divina y humana en la unidad de la Persona divina. De aquí la afirmación: Uno solo es el Hijo de Dios encarnado. En él es una sola la Persona, y ésta es divina; es la Segunda Persona de la Stma. Trinidad, el Hijo, que se encarnó tomando la naturaleza humana, es decir, haciéndose hombre sin dejar de ser lo que era: Dios. La unión de las dos naturalezas en la unidad de la Persona divina es lo que en teología se llama la "unión hipostática". Cristo no es de ninguna manera "persona humana", pues eso significaría que en él el hombre y Dios serían dos personas distintas; y su unión sería solamente moral. Cuando Cristo dice: "YO", esa palabra alude a las profundidades de su única Persona divina. Y cuando, dirigiéndose a la Virgen María, le dice "Madre mía", eso quiere decir que ella es Madre de la única Persona de Cristo, es decir, Madre de Dios. Este es su mayor título de grandeza. La Virgen es Madre de Dios de modo muy distinto a como es también Madre nuestra. Es Madre de Dios porque concibió en su seno y dio a luz a Jesucristo que es Dios; es Madre nuestra, en cambio, por adopción, pues ninguno de nosotros ha sido concebido en su seno. Por eso en la Plegaria Eucarística de la Misa se debe evitar decir: "Madre de Dios y Madre nuestra", porque, aparte de agregar al canon una cláusula arbitraria, se rebaja el honor de María, poniendo a un mismo nivel su maternidad divina a su maternidad respecto de nosotros. La grandeza de la Virgen María le viene de ser Madre de Dios. A la luz de lo explicado se puede ver claramente cómo, negando este dogma de la maternidad divina de María, se llega a una conclusión falsa sobre la Persona de Cristo. El que niega este dogma mariano, tiene un Cristo distinto del verdadero. La solemnidad de la maternidad divina de María se celebra el primer día del año, el 1 de enero. + Felipe Bacarreza Rodríguez Obispo de la diócesis Santa María de Los Ángeles Los cuatro dogmas marianos (segunda parte) Artículo escrito por Mons. Felipe Bacarreza, cuando era Obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Concepción, publicado en la revista “Nuestra Iglesia”, diciembre de 1995, páginas 23-25. En la última reflexión, decíamos que los dogmas marianos son cuatro, a saber, la Inmaculada Concepción de María, la maternidad divina, su perpetua virginidad y la Asunción de María al cielo. En esa ocasión examinamos los dos primeros; esta vez examinaremos la virginidad de María y su Asunción al cielo. 3. La perpetua virginidad de María El modo habitual y espontáneo con que el Pueblo de Dios se refiere a María es llamándola "Virgen". Cuando se habla simplemente de "la Virgen" todos entienden que se está hablando de esa mujer particular que es la Madre de Jesús, porque ella es la Virgen por excelencia y esta condición le es esencial. Se suele hablar también de la Inmaculada, la Madre de Dios, la Asunta; pero el título que ha tenido más fortuna, el que se le atribuye más espontáneamente es el de Virgen María. Nadie que se confiese cristiano y que venere las Escrituras como Palabra de Dios, en particular los Evangelios, puede negar que Jesucristo fue concebido virginalmente en el seno de María, por obra del Espíritu Santo y sin concurso de varón. Este punto está explícitamente revelado en el Evangelio. Conviene leer en qué forma: "La generación de Jesucristo fue de esta manera: su madre, María estaba desposada con José y, antes de empezar a vivir juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José... resolvió repudiarla... El ángel del Señor se le apareció en sueños y la dijo: 'José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús'" (Mt 1,18-21). El evangelista S. Mateo reconoce en este hecho el cumplimiento de una antigua profecía de Isaías que, según la lectura de su tiempo, hablaba claramente de una "Virgen": "Todo esto sucedió para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: 'Ved que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel', que traducido significa 'Dios con nosotros'" (Mt 1,22-23). Este texto es un testimonio de que los apóstoles del Señor y toda la comunidad cristiana primitiva reconocía en María a esa Virgen anunciada, y comenzaron a llamar a María simplemente "la Virgen". Por eso, este es su nombre más antiguo y espontáneo. Pero María no fue virgen solamente en la concepción de su hijo Jesucristo, sino también durante su parto y perpetuamente después. El Catecismo de la Iglesia Católica lo enseña en una fórmula acuñada por San Agustín, pero que todo cristiano debe retener y creer como verdad de fe revelada, es decir, como dogma de fe: "María fue Virgen al concebir a su Hijo, Virgen durante el embarazo, Virgen en el parto, Virgen después del parto, Virgen siempre: ella con todo su ser es 'la esclava del Señor" (N. 510). Con razón se suele hablar de "la siempre Virgen María". Esto ha sido negado por algunas comunidades y grupos de hermanos evangélicos, quienes afirman que después del parto en el cual María dio a luz a Jesús, tuvo otros hijos de manera normal, es decir, con participación de varón. Y para decir esto alegan la referencia del Evangelio a los "hermanos de Jesús" (cf. Mt 13,55- 56). Quien adhiere a esa opinión se pone fuera de la Iglesia Católica y lesiona el misterio de Cristo, pues como hemos dicho, quienquiera que niegue un dogma de fe, manifiesta una comprensión errónea respecto de Cristo mismo. En realidad, en el mismo Evangelio se encuentran argumentos suficientes para demostrar el error de esa opinión. En primer lugar, S. Mateo en su Evangelio y la Iglesia primitiva, donde estaban los apóstoles del Señor, no habrían llamado "Virgen" a una mujer que hubiera tenido otros hijos por medio de relación conyugal normal. Si María hubiera tenido otros hijos, Mateo habría dicho, al citar el oráculo: "Ved que la joven concebirá virginalmente y dará a luz un hijo". No dice esto, sino: "Ved que la Virgen concebirá..." Pero además tenemos el testimonio directo del Evangelio de Lucas. Cuando el ángel Gabriel anuncia a María que concebirá y dará a luz un hijo, ella pregunta: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?" (Le 1,34). Esa pregunta carecería de sentido en una mujer que no tuviera el propósito irrevocable de la virginidad perpetua. Lucas no habría podido escribir esa página y la Iglesia primitiva no la habría recibido como Palabra de Dios, si hubieran sabido que después de dar a luz a Jesús, María tuvo relación con varón y dio a luz otros hijos. Es cierto que el Evangelio habla de los "hermanos de Jesús". Pero esta expresión hay que entenderla de otra manera. Se trata de parientes cercanos o vecinos del mismo pueblo que han crecido juntos desde la niñez. (Algo semejante ocurre hoy con la palabra "tía": no se sabe si es una hermana carnal de los padres o cualquier amiga cercana de los padres). El Evangelio nos presenta casos de hermanos carnales verdaderos, como es el caso de Simón Pedro y Andrés, de Santiago y Juan hijos de Zebedeo; pero no habla de una relación semejante de Jesús con ninguno de sus presuntos hermanos, y María no tiene relación de maternidad real con nadie más que Jesús en el Evangelio. Por eso, en la cruz, momentos antes de morir, Jesús la encomienda a Juan, cosa que habría sido extraña si ella hubiera tenido otros hijos. La virginidad perpetua de María es un misterio de fe esencialmente relacionado con la identidad de Jesucristo. Quien no cree en el virginidad perpetua de María tiene una noción errada de Jesucristo, que no corresponde a la revelada por el Evangelio. Concluimos citando las palabras del Catecismo: "El sentido de este misterio no es accesible más que a la fe que lo ve en ese 'nexo que reúne entre sí los misterios' dentro del conjunto de los Misterios de Cristo, desde su Encarnación hasta su Pascua" (N. 498). 4. La Asunción de la Virgen María al cielo Una vez explicados los otros dogmas marianos, el dogma de la Asunción de María en cuerpo y alma a la gloria celestial, es decir, sin que su cuerpo experimentara la corrupción, fluye como una consecuencia. La declaración de que esta verdad pertenece esencialmente al misterio cristiano es el último dogma solemnemente definido por la Iglesia. Lo proclamó el Papa Pío XII, el 1 de noviembre de 1950 por medio de la Constitución Apostólica "Munificientissimus Deus". Citaremos la fórmula precisa: "Después de haber elevado a Dios insistentes súplicas, de haber invocado la luz del Espíritu de la verdad, para gloria de Dios omnipotente, que ha colmado a la Virgen María de su especial benevolencia, en honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte, para mayor gloria de su augusta Madre y para gozo y exultación de toda la Iglesia, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, la de los santos Apóstoles Pedro y Pablo y la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos como dogma de fe revelado que: la Inmaculada Madre de Dios siempre Virgen María, concluido el curso de su vida terrena, fue asunta a la gloria celestial en alma y cuerpo" (Const. Ap. "Munificentissimus Deus"). La fiesta de la Asunción de la Virgen María al cielo la celebraba la Iglesia ya desde mucho antes el 15 de agosto. Los grandes santos que se destacaron por su piedad mariana, como fue, por ejemplo, San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), tienen hermosos sermones sobre esta verdad, pronunciados en esa fecha. Esta era una verdad que estaba ya muy entrañada en el fe del Pueblo de Dios. Con su definición solemne, haciendo uso de su magisterio infalible, el Papa Pío XII lo que hace es declarar que es una verdad revelada y que tiene una relación esencial con todo el Misterio de Cristo. Es lo que afirma explícitamente como conclusión de esa definición: "Por tanto, si alguno -¡Dios no lo quiera!- osase negar o poner en duda voluntariamente lo que aquí ha sido definido por nosotros, sepa que ha defeccionado de la fe divina y católica" (Ibid.). El Pueblo de Dios comprende que no podía sufrir la corrupción el cuerpo de la Madre del que es la Resurrección y la Vida; ve en María Asunta al cielo la meta a la cual se dirige toda la Iglesia y la situación en que se encontrarán un día todos los resucitados. Todo esto lo resume hermosamente el Prefacio de la Misa de la Asunción de María: "Hoy ha sido llevada al cielo la Virgen, Madre de Dios; ella es imagen y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu Pueblo todavía peregrino en la tierra. Con razón no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro, la mujer que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al Autor de la vida, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro". + Felipe Bacarreza Rodríguez Obispo de la diócesis Santa María de Los Ángeles