LOS PLOMOS DEL SACROMONTE. UNA ESTRATEGIA PARA LA SUPERVIVENCIA “De aquella nación, más desdicha que prudente, sobre quien ha llovido estos días un mar de desgracias, nací yo de moriscos engendrada” Don quijote de la Mancha, 2ª parte, cap. 63 1.- Introducción A finales del siglo XVI sucedieron en Granada una serie de acontecimientos, que fueron catalogados de extraordinarios, y que la conmocionaron profundamente. Hoy en día aun son visibles algunas de sus consecuencias. De hecho cada primero de febrero, Granada celebra la festividad de San Cecilio, su Santo Patrón, con una fiesta religiosa, en las que entre otras actividades se veneran las reliquias del santo, acompañada de una de las más populares romerías de Andalucía. El origen de estas tradiciones tuvieron su origen en el período más crítico del reinado de Felipe II; guerra de las Alpujarra (156871), la derrota de la “Armada Invencible” (agosto 1588), la cada vez más problemática guerra con los protestantes del norte de Europa, la presencia amenazante de los turcos en el Mediterráneo, las crisis económicas en las que España estuvo al borde de la bancarrota, circunstancias todas ellas que venían a descubrir que el Imperio Español empezaba a tener los días contados como potencia Europea. Pero en el interior las cosas no le iban mejor; al problema judío ya resuelto al comienzo de siglo, les siguió el problema de los moriscos, que en mayor cantidad que los anteriores, constituían una fuerza productiva importante, sobre todo en Aragón y el Levante, aunque no exenta de problemas. La confrontación entre el Estado y los grupos de moriscos disidentes que no aceptaban la religión y la cultura imperantes de la época, lo que llevó a la confrontación armada en las Guerras de las Alpujarra, provocó un rechazo colectivo reflejado por medio de un discurso hegemónico separatista. Este discurso deslegitimador del morisco provenía de una histórica confrontación religiosa, económica, política, social y cultural entre el Islam y el cristianismos, aversión que aumentaría considerablemente con la expansión del imperio Otomano, y la sospecha de colaboración de los moriscos con ellos. En los últimos años del siglo XVI, y bajo esta atmosfera irrespirable, tuvieron lugar en Granada unos sorprendentes hallazgos. Se fueron descubriendo de forma “fortuita”, y a lo largo de siete años, unos objetos que decían ser reliquias de varones apostólicos y unos textos escritos sobre planchas de plomo que se identificaban como revelados por la Virgen y Santiago a dos de sus discípulos y en los cuales se daban noticias de la llegada a Granada del Apóstol Santiago y de San Cecilio, entre otros santos, y de su posterior martirio en tiempos de Nerón. Estos textos exponían complejas doctrinas a modo de síntesis entre el cristianismo y el Islam. En aquellos tiempos la ciudad de Granada, que estaba habitada por dos grupos sociales altamente diferenciados desde el punto de vista religioso: los cristianos, viejos y nuevos, y los moriscos que vivían momentos difíciles de enfrentamientos entre ellos, se sintió conmovida desde sus cimientos. El impacto de estas invenciones sobrepasó las fronteras nacionales, tomando parte en las disputas sobre su autenticidad destacados intelectuales y eclesiásticos y todavía hoy, a pesar de conocerse la falsedad del asunto, son innumerables las investigaciones, congresos y publicaciones, que siguen ocupándose del asunto 1 En líneas generales y en base a textos contemporáneos a los descubrimientos, se puede asegurar que la trama fue obra de unos moriscos cultos en un momento crítico en la ciudad de Granada; y que estos hallazgos, incluidas las supuestas reliquias de los santos, fueron sembrados por unos hombres al borde de la desesperación, en el lugar llamado “Valparaíso”, conocido desde aquellos descubrimientos como “Sacro Monte”. En términos generales puede decirse que los moriscos que estaban detrás de esta falsificación histórica, encarnaban el último esfuerzo, casi patético, de integrarse en la sociedad creada por los Reyes Católicos tras el fin de la Reconquista, y que los textos que aparecen en los también conocidos cono “Libros Plúmbeos del Sacro Monte” son el último testimonio escrito en lengua árabe de la civilización andalusí, ya en penosa fase final: la morisca. Hacia poco tiempo que había finalizado la Guerra de las Alpujarra y la población morisca estaba siendo trasladada al norte de África y a otros lugares de la Península. Con los textos, que aparecían escritos en los también conocidos como “Libros Plúmbeos”, los autores de la farsa histórica, intentaban unir cristianismo e Islam, manteniendo la lengua árabe como su principal seña de identidad. Pretendieron generar la opinión de que hablar árabe no significaba ser musulmán, puesto que había árabes cristianos, que como san Cecilio, acompañando a Santiago, habían venido a la Península mucho antes de la invasión islámica. Finalmente, y a pesar de que los hallazgos, incluidas las reliquias, habían sido calificados como auténticos por una Junta Eclesiástica en Granada en1600, el papa Inocencio XI tras casi un siglo de discusiones teológicas, declaraba en una Bula de 1682 que “todo” lo contenido en los textos hallados en Granada son ficciones humanas, fabricadas para la ruina de la fe católica y los condenaba no sólo por ser contrarios a la Sagrada Escritura, sino también por los resabios coránicos que contenían. Curiosamente en la misma bula se hace expresa mención de las reliquias halladas y aprueba su veneración y se las acepta como verdaderas, a pesar de que su autenticidad viene avalada por unos textos, los “Libros Plúmbeos” que fueron calificados de falsos. 2.- Antecedentes históricos. El 31 de marzo de 1492 la Reina Isabel de Castilla, firma un decreto por el que se expulsa a los judíos del reino, tras lo cual serían sólo dos las creencias que coexistirían en España, la cristiana y la musulmana. El número de miembros de esta última religión, parece que no llegó a rebasar el seis por ciento del total de la población, con un valor absoluto de unos 300.000 individuos, cantidad que paulatinamente iría decreciendo a lo largo del siglo XVI. Esta población de mudéjares estaba repartida principalmente por Aragón, Valencia y Granada. Unos meses antes de la expulsión de los judíos, el 25 de noviembre de 1491, se firma las llamadas “Capitulaciones de Granada”, un acuerdo pactado entre los Reyes Católicos y Boabdil, el último rey nazarí, para la entrega del reino musulmán de Granada. Las condiciones de rendición fueron tan generosas para los vencidos, que hoy se podría interpretarlas, visto el cariz tan contrario que con el tiempo tomarían estas relaciones, como una clara muestra del deseo de Isabel y Fernando de terminar una guerra como fuere, más que la intención de llevar a la práctica el espíritu de tolerancia que habían reflejado en las Capitulaciones. En cualquier caso, el compromiso de las autoridades españolas, tal como se recoge en el acuerdo de rendición, propiciaba la formación de una sociedad dual en la que debían de coexistir dos comunidades con modos de vida y creencias religiosas diferentes. El 2 generoso talante de aquel momento con respecto a la población mudéjar se expresaba a través de una cierta libertad de: movimiento, comercio, autogestión, además de una actitud respetuosa por parte de los cristianos viejos al uso del derecho islámico por la población musulmana, con la única contrapartida por parte de la población musulmana, de guardar fidelidad a los Reyes Católicos, y en el entendimiento de los castellanos que la población mudéjar finalmente acabaría, por propio convencimiento, aceptando la religión, la lengua y las costumbres de los cristianos viejos, con lo que la castellanización se lograría, finalmente, en todos los territorios de la Corona, actitud que se podría resumir en la voluntad decidida por parte de los cristianos de eliminar “lo moro de los moriscos” La situación de coexistencia pacífica, sufre un punto de inflexión con la llegada a Granada en 1499 de Francisco Jiménez de Cisneros, el que más tarde será conocido como el Cardenal Cisneros. Aunque el acuerdo tácito era que la población musulmana se iría convirtiendo al cristianismo, parece que por aquella época las conversiones aun eran escasas. Esto no debió gustar a Cisneros, lo que le llevo a poner en práctica actuaciones de gran intransigencia contra los mudéjares, y cuyo acto más simbólico fue la celebre confiscación y quema pública de libros islámicos, lo cual iba a convertirse en una de las principales causas de la primera insurrección armada de los hispanomusulmanes de las Alpujarra. Obtenida la victoria sobre los mudéjares (el sultán turco Bayaceto II desoyó la petición de ayuda) los monarcas creyeron llegado el momento de poner fin al conato de sociedad dual, originada a partir de las Capitulaciones. Era la constatación del triunfo de la intolerancia, gestándose desde el poder un verdadero programa para erradicar de las tierras granadinas el Islam, en sus más variados aspectos. Para ello el 11 de febrero de 1502, tan sólo diez años después de la rendición de Granada, se hace público un edicto por el cual los mudéjares o tenían que aceptar de forma forzosa el cristianismo o serían expulsados del territorio peninsular. Los mudéjares bautizados pasaron, desde entonces, a ser conocidos como moriscos. Tras el edicto de conversión forzosa las relaciones entre moriscos y cristianos, en toda la Península se hacen cada vez más complicadas. En este proceso de deterioro continuo, hasta llegar a la solución final, se suelen identificar hasta cuatro etapas. La primera, de 1500 a 1525, abarcaría, como hemos apuntado la conversión forzada de los mudéjares y la primera rebelión en las Alpujarra, y las posteriores revueltas que se extienden por el resto de la Península, claramente motivada por la política intransigente hacia las costumbres arábigas del Cardenal Cisneros. Aplastada la primera revuelta de las Alpujarra en 1502 se publica una pragmática que ordenaba la expulsión de todos los hispanomusulmanes no convertidos. La población arábiga de Granada se transformó automáticamente en “cristiana”. Posteriormente las revueltas se extienden al resto de la Península, aunque estás con un carácter más político y económico, aunque finalmente todas ellas quedaron sofocadas en 1525. La segunda fase de 1525 a 1555, ya asentado el Emperador Carlos en sus reinos peninsulares, se caracteriza por una situación de cierta tolerancia, que venía a recordar tiempos pasados de coexistencia pacífica entre hispanos de distintas religiones. Aunque se distan pragmáticas que prohíben los usos y formas de vida islámica de los moriscos, nunca fueron llevadas plenamente a la práctica. Con la subida al trono de Felipe II en 1556, comienza la tercera fase 1556-1570, y con ella se inicia un cambio en la situación internacional. En la década de los cincuenta, los turcos y los berberiscos amenazan al Mediterráneo occidental y se empieza a pensar en el morisco como una quinta columna que amenaza a la Monarquía Española. Además 3 nuevas presiones religiosas derivadas de la finalización del Concilio de Trento (15451563) iban encaminadas a la explosión final. En este ambiente más hostil hacia el morisco, se dictan nuevas pragmáticas que prohíben el uso de ropa y de la lengua árabe. Además, en Granada, se hunde la industria de la seda, su principal fuente de producción, y con ello el principal condicionante para que se produzca una nueva revuelta, ésta aun más sangrienta que la anterior, conocida como la “Guerra de Granada” (1568-1571). Los historiadores consideran que este conflicto ha sido uno de los más crueles de la Historia de España, pues además de tratarse de una guerra entre españoles, ésta estuvo llena de fanatismo religioso por ambos bandos. Fue una lucha entre dos culturas; la cristiana, que deseaba imponer su sistema de vida en toda la extensión de la expresión y la hispano-musulmana que se defendió desesperadamente ante el peligro de su inminente extinción. Un año antes de su derrota, se expulsó a los moriscos de las tierras bajas con el fin de cortar el suministro a los sublevados de las montañas. Así, en 1569 se había ordenado deportar a los habitantes de la vega de Guadix y Baza junto con los vecinos del Albaicín granadino. Finalmente fueron unos 3500 los conversos granadinos que se instalaron en Castilla. La cuarta fase se sitúa entre los años 1571 y 1610. En estos años existió un movimiento en Europa, coincidiendo con las guerras de religión en Francia (1562-1598) de unión entre protestantes y árabes hostiles a la Corona Española, lo que venía a complicar aún más la incomprensión entre cristianos y moriscos. La represión se recrudece y una Junta reunida en Lisboa propone expulsarlos de La Península, acuerdo que se presenta al Consejo de Estado el 19 de septiembre de 1582. Aunque la propuesta aún no se haría realidad, la expulsión no llegaría hasta 1609, el sólo hecho de formularla fue un aviso que envenenaría aún más las relaciones entre cristianos y moriscos. No es una casualidad que el mismo día, el 9 de abril de 1609, en que Felipe III firma el decreto de expulsión, se firmara la tregua con los protestantes holandeses tras la guerra de los doce años. Con este gesto el rey le estaba transmitiendo al mundo que: Hemos pactados con los herejes protestantes, pero somos capaces de expulsar a unos 300.000 españoles, el 5% de la población española de aquel tiempo y hacer desaparecer de la faz de la tierra a toda una comunidad cristiana a todos los efectos teológicos y legales, pero que sus costumbres no les permitía la convivencia con el resto de la población hispana. Aquella cantidad de población expulsada es como si hoy se le negara la residencia a unos dos millones de personas, que aún sintiéndose españoles, su religión no le permitía compartir el futuro con el resto de la población. Será en contra de esta atmósfera de opresión y bajo la amenaza de un destino sombrío, cuando algunos moriscos de Granada se revelan otra vez contra aquella situación, pero escaldados por el trágico desenlace que tuvo para ellos la guerra de las Alpujarra, ahora atacan con la persuasión como única arma, y optaran por un modo más sutil de ejercer sus derechos invocando, a través de las ideas contenidas en los Libros Plúmbeos, suscitar el espíritu de coexistencia pacífica que un día reinó en Toledo. 3.- Los hechos Será en este agobiante ambiente de la Granada de finales del siglo XVI, cuando se produjo un hallazgo que suscitaría mucho interés y polémica, no solo en Granada; el rey Felipe II, y el Vaticano fueron observadores interesados, y que pudo sobrevivir más de un siglo, gracias a una curiosa combinación de voluntades interesadas en su supervivencia, y que aún hoy sigue consumiendo mucha tinta y papel. 4 En el año 1588, a pocos pasos de la los restos mortales de los Reyes Católicos, unos obreros, posiblemente moriscos, tal como se observa en el grabado de la época de F. Heyan, estaban trabajando en el derribo del antiguo alminar de la Mezquita Mayor de Granada, llamada Torre Vieja o Torre Turpiana, que obstaculizaba la construcción de la Catedral de Granada. El 18 de marzo, día del Arcángel San Gabriel, el ángel más importante en el Islam, los peones que trabajan en el derribo “descubrieron” entre los escombros una pequeña caja de plomo que no lograron abrir hasta el día siguiente, San José. Sin entrar aún en detalles sobre el contenido de la caja, es ya patente, la buena planificación del asunto. En primer lugar haber escogido ese particular año de 1588, cuya significación astrológica seguramente era conocida por los moriscos. El astrónomo Regio Montano (1436–1476), había predicho 120 años antes, el fin del mundo. Según sus predicciones el cielo de Europa se vería cubierto, en ese año, de espadas y otros portentos, lo surcarían peces recamados de cruces y se verían hasta cinco soles diarios. No deja, asimismo, de ser significativo que se escogiera el día de San Gabriel, el santo más venerado del Islam; la tradición islámica, lo coloca en un puesto privilegiado, ya que fue el medio a través del cual Dios designó a Mahoma como su profeta para que revelase el Corán, además de acompañar a Mahoma en su ascensión a los Cielos. Por tanto no es de extrañar que tratándose de un asunto directamente conectado con el Islam, fueran peones moriscos, los que realizaran el sorprendente descubrimiento. En cuanto al contenido de la arqueta, de cuyo interior se desprendía una extraordinaria fragancia, lo que fue interpretado como signo de santidad, se encontraron varios objetos al cual más sorprendente: Un supuesto paño que perteneció a la toca de la Virgen María, y con el que se enjugó las lágrimas el día de la crucifixión de Jesús y que su sólo tacto sería generador de milagros, un hueso del protomártir San Esteban, arenas entre negruzcas y azules, así como una tablilla con la imagen de la Virgen en traje de “egipciana”, lo cual podía significar un reconocimiento tácito al pueblo gitano, de frecuente trato con los moriscos. Pero quizá el objeto más curioso que contenía la caja era un pergamino, que contenía un escrito de la propia mano de San Cecilio, futuro Patrón de la ciudad de Granada, el cual una vez descifrado en las tres lenguas en que estaba escrito, árabe, latín y castellano, resultó ser de lo más inverosímil. El pergamino contiene dos textos escritos por la “propia” mano de San Cecilio. En el primero se recoge una profecía del Evangelista San Juan, milagrosamente redactada en castellano, sobre el fin de los tiempos. Otra parte del texto, además de anunciar la venida de Mahoma en el siglo VII, adelantaba la llegada de Lutero, en forma de dragón, en el siglo XVI, quien dividiría a la cristiandad en sectas. Estas profecías, según se indica en otra parte de pergamino, fue recogida por San Cecilio, quién lo habría recibido, junto con los otros objetos, de la mano de San Dionisio Aeropagita, a su paso por Atenas en el siglo I y que el presbítero Patricio recibió (Hagerty pag. 327) a su vez de San Cecilio, que viendo que su muerte estaba cercana, se la entregó en Granada para que allí la ocultara y mantuviera lejos de las manos de los moros. Todo ello rubricado con la firma de San Cecilio, Ibn al-Radi al-Arabí, en árabe naturalmente. Lo que más debió de impresionar a los granadinos y causar viva emoción, sería que por primera vez se tuviera noticias directas y concretas de su patrón San Cecilio. Como más tarde se descubrirá en uno de los plomos encontrados, sus autores, San Cecilio y San Tesifón, entre otros mártires, yacían por las inmediaciones del lugar conocido como Valparaíso, luego llamado Sacro Monte, por lo menos lo que de ellos quedó al ser 5 quemado vivo bajo el pérfido Nerón. La lámina de plomo en donde esto se indica, fija la fecha del martirio de San Cecilio el día 1 de febrero, siendo esta las fecha en que hasta hoy los granadinos celebran su festividad. “EN EL AÑO SEGUNDO DEL IMPERIO DE NERÓN, PRIMERO DÍA DE FEBRERO, PADECIERON MARTIRIO EN ESTE LUGAR ILIPULITANO S. CECILIO, DISCÍPULO DE SANTIAGO, VARÓN DOTADO EN LETRAS, LENGUAS Y SANTIDAD. COMENTÓ LAS PROPHECÍAS DE S. JUAN APÓSTOL: LAS CUALES ESTÁN PUESTAS CON OTRAS RELIQUIAS EN LA PARTE ALTA DE LA TORRE INHABITABLE TURPIANA, COMO ME LO DIJERON SUS DISCÍPULOS QUE PADECIERON MARTIRIO CON EL S. SELENTRIO Y PATRICIO, LOS POLVOS ESTÁN EN LAS CAVERNAS DE ESTE SAGRADO MONTE EN MEMORIA DE LOS CUALES SE VENERE.” En Granada, los descubrimientos fueron acompañados, según cuentan las crónicas, de resplandores, luces y apariciones; los milagros se multiplicaron; toda clase de enfermedades se remediaban invocando a los mártires, con San Cecilio a la cabeza. Los actos de fe se hicieron constantes; procesiones, colocación de cruces en el camino al Sacro Monte, concentraciones, etc. Siete años después del primer hallazgo en 1588 en la torre Turpiana, fueron apareciendo hasta veintidós nuevos descubrimientos en el paraje conocido como Valparaíso, enfrente del Generalife. El primer hallazgo fue “descubierto” cuando unos buscadores de tesoros, ocupación algo habitual entonces, y guiados por un libro de “recetas” encontraron, el 21 de febrero de 1595, en una cueva de Valparaíso el primer “Libro Plúmbeo”. Este primer hallazgo, consistió en unas láminas de plomo, escrito en una mezcla, de castellano y latín, y que hacia referencia al martirio de San Mesitón, ocurrido bajo el poder de Nerón. Se intensificaron las labores de búsqueda y fueron apareciendo otras láminas referentes a otros mártires. El 30 de abril aparecería la última de las conocidas como láminas latinas (Hagerty pag 34). Esta lámina aparentaba ser una plancha sepulcral de nada menos que de San Cecilio. En ella se refiere que el primer obispo de Íliberi sufrió martirio en aquel sitio. Además, se decía que un escrito a un comentario al Evangelio de San Juan, estaba escondido con otras reliquias en la parte alta e inhabitable de la Torre Turpiana, haciendo clara referencia al primer hallazgo allí encontrado. Junto a estas láminas se hallaban, huesos y cenizas de San Cecilio, inmediatamente elevadas a la categoría, hasta hoy, de “reliquias veneradas”. Entre abril de 1595 y 1599, aparecieron un total de 22 conjuntos de láminas de plomo, que luego vinieron a denominarse impropiamente “Libros Plúmbeos”, pues ni la forma y tamaño de las láminas, ni la disposición son muy semejantes a un libro convencional. De hecho los objetos que se iban encontrando consistían en pequeñas láminas redondas u ovoides, muy delgadas, y de plomo, a las que a veces mantenían ensartadas un hilo del mismo metal. Dieciocho de las veintidós láminas aparecen como redactadas por San Tesifón, otro de los discípulos del Apóstol Santiago. Están escritas por ambas caras con fino buril, y los misteriosos caracteres arábigos en que están escritas son del tipo que los moriscos llamaban salomónicos, que sólo se diferencia del arábigo en leves modificaciones y en la pronunciada angulosidad de los trazos, buscando una apariencia antigua, ya que se indica que su fabricación databa del siglo I. 4.- Su contenido ideológico. El contenido de los libros Plúmbeos” tiene un tema común: proporcionar noticias y doctrinas del cristianismo por boca de importantísimos personajes de los primeros tiempos evangélicos, en especial la Virgen María y el apóstol Santiago, dentro de un tono ambiguo en torno a los dogmas fundamentales de la fe. El contenido de los Libros Plúmbeos es variado, pero a grandes rasgos se puede decir que se concentran en contenidos de Historia Eclesiástica y de Dogma. Los supuestos autores de estos escritos apócrifos fueron San Cecilio y San Tesifón, sobre los que se sabía muy poco de manera precisa en la Granada de aquel tiempo. Posiblemente por esta razón los 6 eligieron los falsificadores y por lo mismo lo hicieron aparecer como árabes. Así se explicaría la lengua árabe en la que están escritos, y de paso, mejoraría la consideración pública de los moriscos. Como se ha demostrado, la finalidad de los Libros Plúmbeos era la de salvaguardar la supervivencia de la minoría morisca de Granada y, por extensión de España, mediante una especie de campaña propagandística, destinada a dignificar la cultura y la lengua árabe en la Sociedad de los Austria, cada vez más intolerante con todo lo que no se ajustaba a su estrecha visión de la realidad. Los moriscos y sus cómplices, creían que si la opinión de la sociedad granadina hacia sus raíces mejorara, no se llevaría a cabo la expulsión que ya planeaba sobre sus cabezas. No cabe duda, que en primera instancia, todo este extraño juego de doctrinas, bien aderezado al estilo oriental, profético y legendario, abría “horizontes de esperanza” para el pueblo morisco, herido de muerte por las sucesivas pragmáticas represivas de Felipe II o el desastre de las Alpujarra; y al tiempo que brindaba este consuelo, tranquilizaba las conciencias de los moriscos, formalmente convertidos al cristianismo. Aunque no se discute que la intención primera fuera la de intentar salvaguardar la vida y hacienda de los moriscos granadinos, hoy en día los estudios académicos que se realizan sobre este asunto apuntan a la idea, de que lejos de tratarse únicamente de una fabulación netamente morisca, debieron de intervenir en su gestación personajes ajenos a aquel mundo y más cercano a la elite de cristianos viejos dominantes. Esta teoría parece sustentarse en la fuerte conexión que la ideología contenida en los libros plúmbeos tiene con ciertas tradiciones medievales cristianas, con la teología católica o con la problemática político-religiosa de la España de aquel tiempo. De modo paradójico, se establece, desde el primer descubrimiento, un extraño maridaje entre el interés de los moriscos por sobrevivir y los intereses más queridos por algunos de los representantes de la Iglesia: La demostración de la estancia de Santiago en España (Hagerty pag. 135), la defensa del dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María (Hagerty pag. 93), puesta en duda en aquel tiempo por parte de la propia iglesia, además de la importancia de España y de Granada en el desarrollo y expansión del primer cristianismo, así como la llegada y martirio de San Cecilio en Granada y el hallazgo de sus reliquias. En cuanto a la ciudad de Granada, el gran beneficio de aquellos hallazgos era, sin duda, hacerla resaltar como ciudad santa y antigua frente a las ciudades de España. En aquel tiempo la curia hispana mantenía discusiones sobre la preponderancia de ciudades como Santiago de Compostela, Toledo y Granada. La enorme impresión que provocó el primer hallazgo, no sólo a España sino también al mundo islámico y a la cristiandad, animaría a sus autores a dar a su proyecto un cariz más ambicioso, urdiendo la continuidad de la trama con la fabricación de los “plomos”. El contenido más controvertido, y el que finalmente le llevaría a su posterior condenación, sería la extraña naturaleza de ese cristianismo que proclamaban, conducía a imbuirle de unas evidentes identidades islámicas, presentadas de forma ambigua para que pudiera ser aceptable por el cristianismo El hilo conductor de este novelesco asunto, hoy se afirma, era la unión de las dos principales tradiciones religiosas, desaparecido ya prácticamente el judaísmo, aun presentes en la Península Ibérica; la máxima pretensión a escala universal, sería conseguir un Islam cristianizado y un cristianismo islamizado. Hoy en día los historiadores mantienen, que el conjunto de los libros de plomo pretendían una amalgama de cristianismo e islamismo, mediante la cual se 7 suministraría un credo común para ambas religiones. Se admitía la supremacía e infalibilidad pontificia, la doctrina de la Inmaculada Concepción, en aquel momento puesta en cuestión por una parte de la Iglesia. Sobre un fondo monoteísta de corte islámico aparecía Cristo, no como hijo de Díos, sino como “espíritu o manifestación de Dios”. Sobre la monogamia y el culto a las imágenes se guarda un significativo silencio, ya que a este punto controvertido, era difícil encontrarle una solución que satisficiese por igual a musulmanes y a cristianos. Tampoco se habla nada del vino de la consagración, y sí mucho de abluciones con agua. Junto a este aspecto de proponer amalgamar religiones tan dispares como el Islam y el Cristianismo, habría que añadir el hecho, de que se presenten a los árabes como nuevo pueblo elegido (Hagerty pag. 130), e incluso como los primeros evangelizadores de la Hispania pagana. De hecho se aseguraba que la raza y la cultura de San Cecilio eran Árabes, y que sería la raza morisca la que haría posible, en un futuro Concilio Ecuménico a celebrar en Chipre, y presidido por el papa, la conversión de todo el mundo a este cristianismo reformado. El plomo donde más claramente se recogen estas ideas de convivencia entre ambas religiones a la vez que se exalta al pueblo árabe y su civilización es el que se titula como “Historia de la certidumbre del Santo Evangelio”. Se trata de un evangelio transmitido por la mismísima Virgen María a Santiago. Congregados los Apóstoles en la casa de la Virgen, después de la venida del Espíritu Santo, les dice, que por orden de Dios trasmitida a través del Arcángel San Gabriel, les muestre la certidumbre del evangelio glorioso, tal como el mismo Dios hizo descender sobre ella, después de haber mantenido un coloquio espiritual con Él. Posteriormente, y en la misma lámina es el apóstol Santiago el que da cuenta de su viaje, desde oriente a occidente y como este viaje lo realiza con sus discípulos árabes (¿dónde dejamos al Santiago matamoros?) y la posterior llegada a Hispania, primero a su parte oriental, a Granada, para posteriormente dirigirse al occidente, a Santiago de Compostela. 5.- La polémica. Podremos imaginar la conmoción que debieron suscitar estos misteriosos y milagrosos “tesoros” entre el pueblo granadino y las jerarquías civiles y eclesiásticas, en el marco de un ambiente en el que las cuestiones religiosas apasionaban a todos los estamentos sociales, para los cuales la religión, mezclada a todo, era el gran asunto de sus vidas. No es de extrañar, por tanto, el éxito inicial que tuvo el hallazgo de la Torre Turpiana y el resto de los posteriores descubrimientos. Granada, tras las noticias que los hallazgos aportaban sobre San Cecilio, ya no tendría que solicitar reliquias a Roma para así potenciar a la diócesis. Y algo más: por los “Plomos” Granada pasaba a ser, de la mañana a la noche, la cuna de la cristiandad española y la ciudad elegida por Santiago como punto de inicio de su periplo evangelizador por la Hispania pagana, que más se podía pedir. Será bajo este estado de intensa e interesada espiritualidad cuando surge en Granada un clamor en defensa de la autenticidad de los hallazgos. A la cabeza de los defensores nada más y nada menos que el propio Arzobispo de Granada, don Pedro de Vaca y Castro (+ 1623), no en vano en la “Historia de la certidumbre del santo Evangelio” decía la Virgen que los “plomos se descubrirían por mano de un santo sacerdote”. Este prelado con el tiempo se convertiría en el más tenaz defensor de los hallazgos del monte de Valparaíso. Resulta así, que se dio una curiosísima combinación de voluntades. De un lado, la de algunos moriscos, personas humilladas, de vida marginada y mentalidad fantástica y orientalizante; y de otro, la de un castellano viejo, cristiano viejo católico a marchamartillo, ansioso de gloria y de luchas teológicas. Se ha 8 escrito, que el Arzobispo no sólo aprendió árabe, para mejor entender los textos hallados, sino que también fue contrario a la expulsión de los moriscos, bién por la doctrina hallada en los “libros” o por interés político-social. Frente a este grupo de defensores de los hallazgos sacromontinos, se situó otro grupo, éste negando de forma contundente la autenticidad de los descubrimientos, textos y objetos, tachados de farsa. A la cabeza de este grupo se situó el gran erudito, Benito Arias Montano (1527-1598), que en carta enviada a Pedro Castro, le demuestra con contundentes y múltiples razones la falsedad de los “Plomos”. En primer lugar Arias Montano, a la sazón secretario de Felipe II, demostró que pergamino no era antiguo, sino que había sido maltratado para darle la apariencia de tal, la letra utilizada es moderna y escrita de forma que pareciera habitual en el siglo I, además la supuesta firma de San Cecilio, en árabe, está realizada con otra pluma y distinta tinta. Finalmente, y no sin cierta ironía, el reconocido humanista comenta la extrañeza de que San Cecilio, en el siglo I, escribiera en el castellano que se usaba en el siglo XVI en España. Pedro de Castro, a pesar de la contundencia de aquellas razones y quizá también por la retirada a Sevilla de Arias Montano y su negativa a seguir con este juego para él imposible, siguió manteniendo su posición sobre la autenticidad de los hallazgos, y recopilando opiniones de otros sabios y menos sabios a favor de la santidad de lo hallado. Mucho debió tener que ver en la euforia a favor de los “Plomos”, la carta que el 4 de mayo de 1595, dos meses después del hallazgo del primer “Plomo”, le escribió Felipe II: “holgado mucho que en nuestro tiempo se haya hallado tan precioso TESORO, que por tal se puede tener, y por muy cierto según los argumentos y premisas que de ellos hay…y doy gracias a Dios que este TESORO se haya hallado en mi tiempo y en el de mi indisposición”. Parece evidente que, para el rey castellano, el tesoro descubierto era un signo del favor divino que le asiste; un tesoro que providencialmente confirma y alienta sus designios católicos. Para apreciar el celo que el Arzobispo Pedro de Castro puso en la defensa de los “Plomos” sólo hay que observar que él a su costa comenzó en el año 1600, cuando la Iglesia proclamó la santidad de lo hallado, la construcción de lo que hoy es la Abadía del Sacro Monte. Cuando en el año 1610 se pararon las obras por traslado del arzobispo a Sevilla, se había gastado en la obra más de 600.000 ducados. Es cierto que, pasado el estupor de los primeros momentos, comenzaron a oírse las voces de firmes opositores, pero sin fuerza por ahora. De hecho el Arzobispo Castro convocó sendas Juntas de teólogos en 1596 y 1597, declarándose por unanimidad la santidad de las reliquias, así como la autenticidad de la ortodoxia del contenido del primer pergamino y de los libros plúmbeos descubiertos.; esto a pesar del breve de papa Clemente VIII de 1596, en que prohibía cualquier afirmación o negación a cerca de los “Plomos”. Reanudada las deliberaciones, tras la muerte de Felipe II y una vez que finalizó la peste que se había cernido sobre Granada, la Junta de Teólogos, con la aprobación del nuevo rey, Felipe III, proclamó el 30 de abril de 1600, con toda solemnidad, como auténtico todo lo hallado y que el monte Valparaíso y las cuevas allí situadas debieran ser considerados en conjunto como lugar santo, conociéndose desde entonces con el nombre de Sacro Monte. Frente al entusiasmo del prelado y de gran parte de la ciudad de Granada, se hallaba el Nuncio de la Santa Sede y los eruditos más respetados del momento. Los argumentos en contra de la autenticidad de lo hallado seguían siendo las que ya había planteado 9 Arias montano: inverisimilitud lingüística, errores tipográficos, y como novedad el deslizamiento de ideas islámicas condenadas por la teología católica. ¿Que pensaba Roma entre tanto? Desde los primeros descubrimientos el Vaticano estuvo informado con la misma puntualidad con la que lo era la Corona Española. Aparentemente en Roma, se aplaudía y vitoreaba este gran descubrimiento, nunca Roma se posicionó sobre la autenticidad de los hallazgos manteniendo siempre una actitud bastante delicada, puesto que mientras el cuestionamiento se dirigía hacia la autenticidad de los “Plomos” y su contenido, las reliquias encontradas se mantuvieron fuera de la discusión. Después de varios viajes a Madrid y vuelta a Granada y tras la insistencia de Roma, los “Plomos” llegaron al Vaticano en 1641, donde se han mantenido hasta su traslado a Granada en el año 2000. Allí de nuevo se tradujeron de los textos, mientras que las láminas fueron estudiadas por anticuarios y todo tipo de peritos plateros, latoneros, herreros, caldereros, plomeros y demás artífices de metales, coincidiendo todos en la falsedad histórica de las láminas de plomo. Finalmente el 6 de marzo de 1682, casi un siglo después de su primer descubrimiento, el papa Inocencio XI firmaba el Breve, en el que se declaraba que todo lo contenido en el pergamino de la Torre Turpiana y en las láminas de plomo, eran ficciones humanas, fabricadas para ruina de la fe católica y lo condenaba no sólo por contener doctrinas opuestas a la letra de la Sagrada Escritura, sino también por los resabios coránicos e islámicos que son perceptibles en los textos. Curiosamente en la misma Bula papal se hace expresa mención de las reliquias halladas junto con los libros, cuyo único testimonio de autenticidad crítica le venía de los “plomos”, y aprueba su veneración y se las acepta como verdaderas. A pesar de que se condenaran y se prohibieran, los “Libros Plúmbeos” han tenido, curiosamente, una gran trascendencia sobre la teología católica. Sin contar con la veneración que, desde entonces, y a pesar de la condena de su sustrato crítico, tienen en Granada las reliquias, la creencia en el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, defendida y proclamada claramente en los “Libros Plúmbeos”, cuando era muy cuestionada incluso desde dentro de la propia Iglesia Católica. Sin olvidar la importancia que los libros tuvieron en el fortalecimiento de creencias algo enfriadas en aquel tiempo, como era la llegada de Santiago y sus discípulos a Hispania y su enterramiento y feliz hallazgo en la Galicia del siglo IX, o el patronazgo que Granada concedió desde entonces a San Cecilio. Como ya se ha comentado, la fabulación de los “Libros Plúmbeos” contiene en su base ideológica tal cantidad de coincidencias con las tradiciones medievales cristianas, con la teología católica y con la problemática político-social de la España del siglo XVI, que cabría pensar que tras este asunto debe haber aún, hoy en día, un montón de aspectos a dilucidar: autoría de las falsificaciones, es decir remitente reales del mensaje, a quiénes se dirigía y quienes y porqué defendieron con tanto ahínco su autenticidad, cuando eran unas falsificaciones bastante evidentes. 10 11