La irremplazable e insustituible importancia de la libertad. Václav Klaus Les agradezco por traerme de vuelta a México y más aun por honrarme con el premio “Una Vida por la Libertad”. Recibir la Medalla Truman-Reagan de la Libertad en Washington D.C. hace algunas semanas, y su premio de tan gran renombre es un enorme placer y honor para mí. Este premio es un reconocimiento a mi vida y a mis logros en la era comunista, en el momento de la caída del comunismo y especialmente en los años siguientes dedicados al desmantelamiento radical de las instituciones del antiguo régimen y a la construcción de una sociedad libre y democrática basada en el pluralismo político y en la economía de mercado. Como el primer ministro de finanzas no comunista, como primer ministro, como presidente del país y como fundador y líder de un partido político, fui privilegiado con la oportunidad única de ayudar a crear una sociedad libre en mi país después de casi medio siglo de comunismo. Traté de aprovechar la oportunidad lo más posible. El término “la libertad” es absolutamente crucial en nuestros continentes, en Latinoamérica y en Europa, pero es probablemente más importante para nosotros que hemos vivido la mayor parte de nuestras vidas en una “dictadura del proletariado”. El régimen comunista que gobernó en mi país desde febrero de 1948 hasta noviembre de 1989, colapsó cuando yo estaba cerca de cumplir 50 años. Esta depresiva experiencia me permitió confrontarme lo suficiente con todos los aspectos del régimen y entender su irracionalidad, su opresión, su falta de respeto a los individuos y su ineficiencia. Entre todos los problemas que tuvimos que enfrentar, el más frustrante fue la ausencia de libertad de “la libertad”. No existía libertad – como la entendemos -- en mi país y en nuestra región del mundo en ese entonces. Sé que México pasó también años de gobiernos anti democráticos y absolutistas, pero nunca tuvieron un régimen totalitario. Existe una gran diferencia. Siempre han tenido una economía de mercado, aunque limitada y distorsionada. En su país, la institución de la propiedad privada siempre se ha respetado, mientras que a nosotros sólo se nos permitía tener la llamada propiedad personal. Tienen cierto grado de libertad política y una prensa libre, y esto es sin incluir la libertad elemental de viajar al extranjero, etc. No pretendo conocer la historia de su país lo suficientemente bien para poder hacer fuertes declaraciones al respecto. Supongo que ustedes tienen más razones de las necesarias para ser críticos en ciertos aspectos. Por esto, no me atrevo a comparar nuestros sentimientos, nuestro relativo grado de insatisfacción, de impotencia, de desesperanza. Como economista, estoy consciente de las muchas características de México como un país en desarrollo, con un gran ingreso y desigualdad de riqueza, de diferencias regionales, de la brutalidad de la policía y las fuerzas armadas al tratar con aquellos que protestaron en el pasado contra los gobiernos en turno. La diferencia en cuanto al desarrollo económico de nuestros países es un factor importante. Antes de la era comunista, mi país estaba bastante desarrollado e industrializado y la cuestión de la pobreza no era un aspecto importante de nuestras vidas. Sólo estábamos en desventaja cuando nos comparaban con el acelerado desarrollo de Europa occidental, región económica a la que pertenecíamos. Con el comunismo sentimos mucha frustración, pero la pobreza, así como la conocen en Latinoamérica, nunca existió. El producto interno bruto per cápita en 2012 fue de $27,000 dólares para la República Checa y de $15, 400 dólares para México, Esta diferencia no es resultado de nuestro acelerado desarrollo después de la era comunista. De hecho, el crecimiento económico ha sido mucho más lento en mi país que en el suyo durante los últimos 20 años. Éste es mi tercer viaje a México. Estuve aquí en 1993 en una visita de estado formal, pero muy amigable, con el Presidente Salinas y sus secretarios de economía y finanzas. En ese entonces percibí que el país progresaba, que claramente estaba avanzando. Esto fue interrumpido por la poco anticipada crisis de 1994, la cual me hizo más consciente de la enorme fragilidad y vulnerabilidad de los países que experimentan una transición. Mi segunda visita fue en el otoño de 2002 donde ofrecí un discurso en una conferencia organizada por la Universidad Tecnológica de México. El título de mi discurso era “¿Cómo construir una sociedad libre y funcional?”. Ahora que regreso a él, parece demasiado ambicioso. Traté de esquematizar la sustancia, la lógica y el proceso de nuestro cambio fundamental sistémico, al que le llamamos transformación. Se basó en el entendimiento de que los cambios incrementales, los pasos pequeños, y las reformas parciales no cambian el sistema. Y esto es lo que queríamos lograr. Enfaticé varios puntos que consideraba relevantes: permítame repetirlas, porque hoy son más útiles que nunca: - Un cambio fundamental sistémico es predominantemente, una tarea nacional, pues una democracia y una economía de mercado no pueden importarse; - Triunfar en ello requiere aguante, energía, competencia, y destreza; - La transformación se debe planear y ejecutar como una secuencia de políticas, no como una política que intente cambiar todo a la vez; - Sus costos están lejos del cero. Deben anticiparse y explicarse a la gente con antelación. No deben esperarse mejoras inmediatas. Mi punto final –refiriéndome a su país – fue que “el viejo equilibrio (o cuasiequilibrio) Latinoamericano debía romperse y uno nuevo debía construirse”. Vine esta vez a comprobar si lo han logrado. Parte de mi conferencia la dediqué a la discusión de la privatización radical. En mi país, la ex Checoslovaquia, en el momento de la caída del comunismo, las empresas estatales representaban casi el 100 por ciento de la economía. Esto es algo que los países no comunistas –aunque centralmente administrados—nunca han experimentado y les es difícil imaginar. Una privatización masiva era difícil política, técnica y administrativamente. Sin importar qué y cómo lo hicieran los políticos fueron acusados ya sea de favoritismo y una inapropiada selección de nuevos dueños o de no ofrecer los mejores precios. Estoy seguro que ustedes tienen experiencias probablemente muy similares con la privatización. Cuando estuve aquí, hace 11 años, todavía no entrábamos a la Unión Europea (UE). En 2002 no contábamos con la experiencia que ahora tenemos – la experiencia de casi 10 años como miembro de la Unión Europea. Sin embargo, debo mencionar que mi ex-ante estimación de los costos a futuro y los beneficios de unirse a la UE fueron correctos. Enfaticé que – a pesar de nuestros radicales cambios al interior del país debido a los ajustes obligatorios previos a la entrada – “no fuimos exitosos evadiendo la enfermedad europea de una sociedad regulada, de un improductivo estado de bienestar, de métodos nuevos, más sofisticados, furtivos e intrusivos de intervención gubernamental, además del vacío y artificial europeísmo, corporativismo, ambientalismo, lo políticamente correcto, el derecho humanismo, etc. Esta vez quiero re formular esto de manera más radical, al no estar atado a los altos cargos políticos que ocupaba en ese entonces. No obstante, la sustancia de mi crítica es la misma. Hace dos años, aún en mi cargo como presidente, escribí un libro con el título “European Integration without Illusions”, escrito y publicado originalmente en checo y posteriormente traducido el inglés, alemán, español, búlgaro, danés y recientemente al ruso. La versión en español llamada “La integración europea sin ilusiones” se publicó en 2012. Este libro refleja mi profunda frustración con los actuales acontecimientos en Europa, cuestiona las expectativas ingenuas y excesivamente optimistas y considera el tamaño de los beneficios económicos de la integración territorial y la unificación monetaria de países económicamente heterogéneos (sin atender a los inevitables costos) y critica las consecuencias anti democráticas de la actual forma de los arreglos institucionales de la Unión Europea. A mi parecer, el presente, la situación lóbrega en Europa es consecuencia tanto de un sistema europeo económico y social ineficiente como de las cada vez más centralistas y burocráticamente intrusivas instituciones de la Unión Europea. Estas dos circunstancias representan un obstáculo fundamental para cualquier desarrollo positivo a futuro, un obstáculo que no puede quitarse con correcciones al margen (o retoques cosméticos) o –eventualmente- con más políticas económicas racionales a corto plazo. Su solución requiere de algo más. Para un economista, que entiende o intenta entender, el papel dominante de un sistema económico para determinar el desempeño económico, es más que evidente que el sistema económico y social europeo, su economía excesivamente regulada y constreñida por una pesada carga de requerimientos sociales y ambientales, operando en una atmósfera de un estado de bienestar paternalista, no puede conducir al crecimiento económico. Esta carga es demasiado pesada y los incentivos para el trabajo productivo demasiado débiles. Si Europa quiere reiniciar su desarrollo económico, tiene que sufrir una transformación fundamental, un cambio sistémico, algo que hicimos hace 20 años en nuestra parte de Europa: Una despolitización, desregulación, liberalización y la remoción de subsidios radical y de largo alcance de la economía. La otra parte del problema es que el modelo de integración europea y, como consecuencia, la pérdida de la democracia que está teniendo lugar en Europa. La excesiva centralización, armonización, estandarización y unificación del continente europeo basado en el concepto de “una Unión cada vez más cercana” se ha convertido en un problema fundamental. Me atrevo a decirlo incisivamente: la Unión Europea conquistó a Europa y la privó de su democracia. El asunto de la democracia, o mejor dicho, la falta de ella, es para mí el más importante y el más urgente. Esto me lleva de vuelta al título de esta plática. Permítanme citar de mi discurso en la premiación de la Fundación en Memoria de las Víctimas del Comunismo en Washington D.C., en este año: “La lucha actual contra las ideas comunistas no debe limitarse a luchar viejas batallas. Tenemos que luchar contra el comunismo en sus nuevos disfraces, en su nueva ropa, que en ocasiones son tan chic y coloridas que camuflan su contenido real. Tengo en mente: -Al agresivo derecho humanismo que se convirtió en un poderoso vehículo para suprimir los derechos cívicos tradicionales y a la irremplazable institución de la ciudadanía. -Al progresivismo trasnacional que favorece la gobernancia global y mira con desdén a la nación-Estado, la cuna de la democracia; -Al relativismo moral que, como un conglomerado de varios hilos del pensamiento sin conexión, niega los valores y las instituciones tradicionales que se crearon al fundar la civilización occidental; -El ambientalismo moderno, y su versión extrema, el alarmismo sobre el calentamiento global, que intentan dominar nuestras mentes y destruir las base económica del mundo moderno. Permítanme desarrollar este último punto. Considero que el ambientalismo y el alarmismo sobre el calentamiento global son las principales ideologías que amenazan la libertad en nuestra era. Recientemente perdió fuerza, pero sigue ahí. En 2007, escribí un libro al respecto con el título “Blue Planet in Green Shackles” que se ha traducido a 20 idiomas, incluyendo español. En español el título es “Planeta azul (no verde)”. La substancia y el mensaje se resumen en el subtítulo “¿Qué está en peligro: El clima o la libertad?”. Supongo que conocen mi respuesta. Mi libro habla sobre la peligrosa interacción entre economía, ciencia, ambientalismo y política, lo cual me lleva al tema de la pobreza. Estoy de acuerdo con Deepak Lal y su más reciente libro “Poverty and Progress” (Pobreza y progreso) en que “la mayor amenaza a la reducción de la pobreza es la continua campaña de los gobiernos de Occidente, algunos climatólogos y activistas verdes para reducir las emisiones de CO2 por quemar combustibles fósiles”. Similarmente, en mi discurso durante la Conferencia para el Cambio Climático de la ONU en 2007 en la ciudad de Nueva York, enfaticé que “las naciones desarrolladas no tienen derecho a imponer cargas adicionales a aquellas menos desarrolladas”. Me frustra que tanta gente crea en esta doctrina casi totalitaria. El debate se está convirtiendo –acertadamente y por fin— en la disputa ideológica y política fundamental de nuestra era. En mi libro, la explico así: “El ambientalismo busca cambiar al mundo de manera radical independientemente de sus consecuencias. Busca cambiar a la humanidad, el comportamiento humano, la estructura de la sociedad, el sistema de valores –simplemente todo”. Eso fue hace casi siete años. Hoy, el peligro es aún subestimado. Me horroriza el hecho de que la libertad humana ha dejado de figurar en la orden del día, al menos veo esto en Europa. La situación en otros continentes no es evidentemente mejor. Como recientemente mencioné en un discurso en el Cato Institute “algunas personas no consideran que la libertad sea un valioso sino es que el más valioso valor por el cual luchar” y --lo que es peor -- “muchas personas tienen otras prioridades y preferencias”. No hablo de regímenes totalitarios, hablo de personas en “sociedades teóricamente libres” – como en Europa – que no están listas para protestar lo suficientemente fuerte contra la pérdida gradual de la libertad tal y como la estamos viviendo. Debemos releer a Hayek y sus advertencias sobre el “resbaladizo camino a la servidumbre”. Las libertades nominalmente garantizadas, que no existieron ni existen en el comunismo y otras sociedades totalitarias, no deben confundirnos. Debemos levantar nuestras voces contra lo políticamente correcto, el derecho humanismo agresivo, la transnacionalidad, la multiculturalidad, el europeísmo, el feminismo, etc. Veo nuevas amenazas a la libertad y estoy convencido de que nuestra libertad es mucho más atacada desde el interior que desde el exterior. Debemos dedicar “nuestra vida por la libertad” que es- supongo- el verdadero significado de su premio. Gracias una vez más por otorgármelo y por escucharme esta noche.