Táboa Redonda Domingo 29 de noviembre de 2015 | Número 11 2 Carlos Oroza 5 ‘On the road’ 6 Teatro do Atlántico 8 Capote O mar alto «En el norte hay un mar que es más alto que el cielo», escribiu Carlos Oroza, finado a semana pasada. Ramón Rozas glosa a súa figura nunha reportaxe que vai seguida dunha entrevista que Belén López lle fixo ao poeta en 2013 e dun artigo no que Jaureguizar se refire ao poeta como un dos fugados da cultura galega. Os atentados de París cadráronlle a Javier Nogueira coa lectura de ‘La Ilustración’ de Padgen. Portorosa confesa a nostalxia de cousas que nunca gozou nin gozará a respecto de ‘On the road’, de Jack Keourac. A representación de ‘O principio de Arquímedes’ por Teatro do Atlántico convenceu a Camilo Franco, como lle aconteceu a Quinito Mourelle co talento interpretativo para a música da nena Alma Deutscher. Táboa Redonda Domingo 29 de noviembre de 2015 elpRogreso 2 por Ramón Rozas Oroza sin puntos ni comas La muerte de Carlos Oroza pone la atención en un personaje singular. Un ser diferente con la poesía en su cabeza más que en el papel. Poeta de la oralidad, su vida y obra lo cifraron como una especie de chamán que recitaba de una manera impactante, y ahí es donde reside su magia. Primero en Madrid, su figura todavía se recuerda entre las mesas del Café Gijón, y posteriormente en Galicia, Carlos Oroza se convirtió en una suerte de mito que ha llegado a su fin. O quizás no. M I CASA ESTABA sola sola de lonxe». Una frase que es verso, verso amplio y hondo como el pronunciado por Oroza, el poeta que recitaba y no escribía, el poeta que redactaba en su cabeza y no sobre el folio. Esta frase pertenece a un poema inédito de Carlos Oroza que venía mucho a su mente ante la publicación de una serie de poemas nunca conocidos y realizados a lo largo de varias décadas, pero también de otros poemas recientes en los que se incluyen palabras en gallego. Un canto de cisne del hombre que retornó a su tierra —mientras en Madrid lo daban por muerto— a seguir proyectando su vida, una vida que, como vemos, no se ha detenido, ya que seguirá viviendo en un nuevo poemario y en el permanente recuerdo que muchos tendrán de él. Su último editor, Javier Romero, realizó en los últimos años en la editorial Elvira un magnífico trabajo de revisión y edición de su obra que se materializó en tres ediciones diferentes del poemario ‘Évame’, un compendio poético del que la última de esas ediciones fue revisada por él mismo, palabra por palabra. «Trabajó directamente en él, lo supervisó, decía lo que había que poner exactamente y corregía fallos», comenta Javier Romero. Pero hasta llegar aquí la vida de Oroza fue parte de su propia poesía. Verso y experiencias confluían en un devenir solitario por diferentes geografías y con pocas necesidades orgánicas. Oroza se fue fraguando lentamente en el Madrid de los años cincuenta, sesenta y setenta, parapetado en el Café Gijón, cruce de caminos de escritores, poetas, pintores, actores, directores..., allí emergía su fina figura, de piel morena y actitudes bohemias que lo convirtieron en el poeta de la modernidad madrileña. «Un candelabro desparejado», lo define Francisco Umbral en su crónica sobre el café Gijón, ‘La noche que llegué al Café Gijón’. «Contaba historias familiares confusas, enseñaba fotos, poemas, cosas, y vestía ropas inesperadas, entre la casualidad y un ingenuo dandismo pobre y caritativo...», afirma el escritor sobre el poeta; allí, y en otros escenarios de Madrid, como la facultad de Derecho —en la que ofreció un recital en 1966— o caminando por la propia Gran Vía, Oroza expulsaba su poemas al aire, palabra tras palabra, acrecentando su mirada hacia una realidad que pretendía reinterpretar con unas versificaciones largas, sin puntos ni comas. «Mis libros habría que imprimirlos de través», le dijo a Umbral cuando este le animaba a publicar o a participar en revistas. En ese Madrid conoció a poetas gallegos como Manuel Lueiro Rey o Uxío Novoneyra a los que uniría una gran amistad. El primero lo dio a descubrir en la Galicia de esas décadas, promocionándolo en recitales, mientras el poeta de O Courel se lo llevó a su vivienda, en la que vivió durante un tiempo y en la que no dejaba de componer inscrito en En oroza la letra escrita es un estorbo, sus versos se escenifican, se sueltan al aire desde una sonoridad solo lograda por él en la recuperación de lo primitivo la naturaleza. Allí se materializó, animado por el amigo, su primer libro de poemas, ‘Elencar’ (1974), publicado por la vanguardista editorial madrileña Tres Catorce Diecisiete, salvando un puñado de poemas mientras otros quedaban tirados en el suelo. En Oroza la letra escrita es un estorbo, sus versos se escenifican, se sueltan al aire desde una sonoridad solo lograda por él en la recuperación de lo primitivo, lo oral, la narración a la comunidad. Madrid pierde su rastro a finales de los setenta cuando llega a Galicia. Vigo, Pontevedra y la ría de Vigo serán su paisaje habitual durante el resto de su vida. El Café Gijón perdía a uno de sus más singulares protagonistas —hay quien dice que se apareció alguna vez más—, pero su huella nunca se perdió. Ahora su rastro se desplazaba a esta geografía que le apasionaba, ciudades que gastaba a base de caminar y caminar mientras el verso no dejaba de prolongarse. «Ando por Vigo caminando mi fracaso, de vez en cuando me paro y veo llegar un barco», recuerda un verso suyo el pintor Antón Pulido, quien —pronunciando unas palabras ante su cuerpo presente— propuso que «había que coller uns zapatos vellos de Oroza e facerlles un marco, como un dos recordos dun camiñante, dun vixiante que ía recorrendo as rúas unha a unha sen perder detalle do acontecer de Vigo». Pero antes de caminar por Vigo, Oroza pasó un tiempo viviendo en una buhardilla en Aldán, cerca de Menduíña, colgado de la ría de Vigo, visitando la Taberna del Jefe —conocida así por ser propiedad del jefe de la Policía Local de Cangas—, a donde solía desplazarse mucha gente progresista de Vigo, recuerda Marieta, la hija de Manuel Lueiro Rey, familia con la que el poeta mantuvo una estrecha relación hasta el fin de sus días. «Meu pai, cando foi concelleiro de Cultura no Grove, levouno varias veces para facer recitais; era un xeito de axudalo tamén economicamente. Cando viña a Pontevedra comía ás veces na nosa casa e daba gusto escoitalo». Con todos esos versos surge un nuevo poemario publicado, ‘Cabalum’ (1980). Otro en 1985, ‘Alicia’. Poco a poco Carlos Oroza empieza a relacionarse con el ámbito cultural de Vigo y su entorno. Mantiene amistad con muchos pintores, era un gran conocedor del arte, y muchos creadores acompañan sus imágenes con textos de Carlos Oroza. El propio Antón Pulido lo llevó al Museo de Pontevedra a Táboa Redonda Domingo 29 de noviembre de 2015 elpRogreso 3 Évame Carlos Oroza Editorial Elvira Páginas 260 Precio 19,50 € ver unha exposición suya y ante el color negro empleado por el pintor dijo: «Me encanta la luz y me encanta la sombra». Para luego repetir tres veces: «Quién besará la sombra, quién besará la sombra, quien besará la sombra». «Él entendía moito de pintura», afirma Antón Pulido, definiendo su poesía como «moi colorista». En 1996 se publica un nuevo poemario, ‘Una porción de tierra gris del norte’ y, al año siguiente,‘En el norte hay un mar que es más alto que el cielo’, que la Diputación de Pontevedra editará revisado y ampliado en la colección Tambo que d i rigió otro escritor y poeta, Luís Rei. Es a partir de este momento cuando Carlos Oroza parece resucitar, cuando su visibilidad se hace mayor, participa regularmente en recitales, organizados por instituciones o por centros educativos, sabedor siempre del poder de la palabra desde el pueblo y de la necesidad de narrar entre la gente y para la gente. Sus poemas, como hicieron en los sesenta en aquellas aulas universitarias del tardofranquismo, seguían teniendo el mismo poder de ignición con los jóvenes que entonces. Su pureza, su falta de cursilería se adapta bien al lenguaje directo y desinhibido de la juventud. En 1997 la pontevedresa Escuela de Hostelería toma su nombre como sinónimo de vanguardia e individualidad, gracias al interés de un miembro del claustro, su amigo y compañero de paseos, Luis García Bobadilla. De nuevo el paseo en su vida, un caminar que lo llevaría continuamente por las calles de Vigo y Pontevedra, en el descubrimiento diario de la ciudad, pero también en el recuerdo, como el de aquel día de 1975 en el que tuvo que ser ayudado por unos amigos vestidos de policía para salir del teatro Principal tras recitar un poema contra el régimen. Él era así, un ser libre, alguien que no dudaba en hacer de su lengua una navaja afilada contra aquellos que no le gustaban, pero el resto del tiempo era un ser que disfrutaba relacionándose con la gente, compartiendo nuevas miradas y lleno de educación. El pasado año el Círculo de Bellas Artes de Madrid le concede la Medalla de Oro en una recuperación de sí mismo, algo que se vio alentado por esas ediciones de 2012 y 2013 de ‘Évame’: «Para él fue más que una satisfacción. Los últimos años siguió trabajando. Quince días antes de morir escribía de puño y letra. Quedaron poemas atrás de los años 60 y 70 que formarán parte de una nueva edición», comenta Romero. Eso sí, sin comas ni puntos. Los editores dicen que la lectura de ‘Évame’ nos permite adentrarnos de forma íntegra en el universo de Carlos Oroza, un idioma propio marcado por el ritmo hipnótico, la imagen visionaria, la música del neologismo y la conversión del sonido en valor per se, el neosurrealismo, la combinación de lo plástico con la belleza fónica y conceptual de términos y sentencias de índole abstracta o filosófica. Casi toda su poesía pertenece a esta etapa culmen, un corpus lírico en un vuelo perpetuo. Poesía underground, poesía visión, poesía filosófica, poesía movimiento, poesía canto: en la conjunción de esas cinco esferas está la clave. Táboa Redonda Domingo 29 de noviembre de 2015 elpRogreso 4 «Soy un ciudadano que escribe poesía» por Belén lópez Táboa Redonda recupera la entrevista que la periodista de Diario de Pontevedra Belén López realizó a Carlos Oroza el 25 de junio del 2013, dos días antes de que el poeta vivairense presentase su libro ‘Évame’, que definió como «un canto a la mujer». La visión de la poesía que transmitió el autor a la redactora no había variado: «Si la poesía no resiste la voz alta es que está mal escrita». E l idilio que Carlos Oroza mantiene con Pontevedra se reaviva. «Es hermosísima esta ciudad. Para mí, la más bella de Galicia», dice. «Siempre me he sentido muy a gusto aquí». «¿Una leyenda? ¡Me horroriza eso!», tuerce el gesto Carlos Oroza (Viveiro, 1923). «Por encima de todo hay que ser humilde. La humildad te da libertad». Y, sin embargo, el reconocimiento hacia el poeta y su obra es incontestable desde hace tiempo. Beat, maldito, outsider, contracultural, poeta total. Escribe Pere Gimferrer en el prólogo de su último libro: «Pocos tienen tanto derecho a ser llamados maestros». «Es un grande Pere Gimferrer», devuelve el cumplido Oroza, 80 años, sentado frente a un café en la Alameda de Pontevedra, un pitillo en las manos, la camisa abrochada hasta el último botón, el sol en la cara, hablar pausado y amable, tono bajo, pero verbo encendido cuando el tema lo requiere —la política, la poesía— y de nuevo la calma. Todo salpicado con versos sueltos que recita de memoria. «Pero yo soy un ciudadano, simplemente un ciudadano que escribe poesía». Se detiene un momento en su discurso y vuelve al tema en el que ha insistido desde que se ha sentado: Pontevedra. «Está hermosísima la ciudad». La historia de amor entre Oroza y la capital de la provincia es conocida. Aún no hace tanto, el autor, afincado en Vigo desde hace décadas, cogía el autobús para escapar dirección Norte. Venía a pasear por el centro histórico. A otra cosa, a presentar su último libro, ‘Évame’, volverá el jueves. Con esa excusa ofrecerá un recital en el Sexto Edificio del Museo Provincial. «Es una ciudad muy culta Pontevedra. Aquí siempre me he sentido muy querido», fuma. «En cierto modo es un poco mía. Le dieron mi nombre a un instituto». ..de hostelería. Fíjate, de hostelería, siendo yo un tipo tan delgado, enjuto. Qué cosa tan curiosa. ¿Nunca se ha planteado trasladarse a Pontevedra? En Vigo acabé por casualidad, por aquello de recitar en el teatro Principal el poema ‘¡Prohibido el paso!’ delante de todas las autoridades de la época [a mediados de los 70]. Tuve que acabar saliendo por una puerta falsa. Me ayudó a escapar a Vigo una mujer en su coche. Y allí me quedé. Pero la ciudad es hoy un desastre urbanísticamente, arquitectónicamente, en todos los sentidos. Se ha perdido. Esta sin embargo no, es una ciudad ideal, más amable, distendida, pensada para el ciudadano, para pasear... Se trata de calidad de vida, no de ‘nivel de vida’, esa expresión tan progre. Esto último te lo dan los barcos y los camiones. No me interesa. A Pontevedra le queda muy bien el sol. Mejor que a ninguna otra. Yo estoy enamorado de esta ciudad. Me atrae profundamente desde siempre. Le hace ilusión presentar su nueva obra en Pontevedra. Estoy realmente contento de poder hacerlo en Pontevedra, sí. Este libro, ‘Évame’, es una transgresión del lenguaje. Nuestro lenguaje está falsificado, mal entonado. Yo no puntúo las cosas, las separo por espacios, porque la poesía es una respiración y cada verso un punto. Tardé mucho en hacerlo porque no encontraba el sentido emocional de las palabras. Acabé inventándolas. ‘Évame’, por ejemplo. Es un canto a la mujer. El unisexo. No hay tal diferencia entre la mujer y el hombre. Nos separa un accidente. Somos exactamente lo mismo. El libro es un canto a la madre en el que yo suplico volverme mujer de vez en cuando para saber lo que siente ella. Por eso creé ese verbo: ‘Oh eva évame eva’. Es una entrega, una rendición total hacia la mujer. Ahí está mi admiración hacia lo femenino, el origen de todo. La Tierra es en femenino o no es. Las diferencias establecidas se reducen a un problema gramatical. «La poesía es una respiración». Sigue usted reivindicando la oralidad por encima de todo. Exactamente. La palabra. La escritura no es más que un signo y, si no se pronuncia, no es palabra. Todas las culturas son originariamente orales. La cultura gallega es fundamentalmente oral. Nadie lo negará. Esa afirmación parece liberar la poesía de una cierta carga... ¡Cursi! No me gusta. Nada. Por eso casi nunca me gusta la poesía, porque los poetas han sido muy cursis toda la vida. Sin embargo me gusta Whitman: «Me contradigo porque contengo multitudes». Eso es un verso ancho. Volvemos a la oralidad. Yo escribo en voz alta. Porque así es más fácil que surja el otro yo. Todos somos varios. Debe reflejarse esa complejidad. No cualquiera puede ser poeta. No. Hacen versos. Endecasílabos. Hacen rima. Redactan. Pero no es eso. Es el ritmo. El ritmo interior. La prueba definitiva es que no resiste la voz alta. Y si la poesía no resiste la voz alta es que está mal escrita. La rima es una cosa ridícula, escolástica. Sonetos... A mí no me gusta eso. Ya digo: el verso debe ser ancho. El último recital que dio en Vigo fue multitudinario. Había muchísima gente. Vigo me ha dado una razón para existir. Me quedé muy sorprendido por la cantidad de asistentes y por el silencio sepulcral con el que escuchaban. Fue una cosa muy bonita. El auténtico protagonista en aquella presentación fue el público. Yo fui un pretexto. ¿Le emociona encontrarse de frente con el cariño del público? Muchísimo. Pero siempre lo he sentido. He tratado de corresponderle con nobleza y con dignidad, sabiendo que el éxito siempre es pasajero. Siempre he notado la complicidad con el público y le he hablado directamente, la multitud como a una sola persona. Incluso aquel día en el teatro Principal de Pontevedra, la gente joven, el público, me aplaudió y me apoyó. Se molestaron los otros. Era una época represiva, terrible. Este país es un país trágico. Y se repite la historia. ¿Lo cree así? Vivimos una inquisición moral. Padres que asesinan a sus hijos. Hijos que asesinan a los padres. Es una descomposición moral. Todos esos asesinatos de mujeres... Yo no entiendo ya nada de esto. Me niego a entenderlo. Esa cantidad de crímenes que aparecen cada día en la prensa es horrible. ¿Siente nostalgia de algún tiempo pasado? ¡No! En absoluto. El tiempo pasado fue un espanto. Pero actualmente se percibe más miseria moral. En todos los sentidos. Esa batalla que, sin librar siquiera, están pagando los más pobres, los humildes. Es despreciable. Como lo es ese lenguaje que manejan los poderosos. Y los políticos. Han estropeado el lenguaje. Les escucho y en la mayoría de las ocasiones no sé ni lo que quieren decir. Redactan. No escriben. No crean. Su discurso es absurdo, un sinfín de lugares comunes y obviedades. Palabrería sin sentido. La suya es la mediocridad más infinita. Y yo no soy dogmático. Soy neutral. Aunque desprecio a los políticos y a los inquisidores... En fin, yo también puedo ser un error. Pere Gimferrer le llama a usted maestro en el prólogo de ‘Évame’. ¿Cuáles han sido los suyos? ¿Maestros? Eso es muy relativo. Están bien para dar clase a los niños y para la gente con diarrea mental. Son como domesticadores. A mí lo que me gusta es la gran poesía y punto. La poesía que anuncia el futuro, la del visionario, la que parece avanzar lo que está por venir, la que entiende la gente joven. El público con el que siempre ha conectado inmediatamente, el más joven. Porque tienen el espíritu puro y la mente más limpia. Son más libres. ¿Debe estar la poesía apegada a la realidad o sobrepasarla? Debe observarla. Táboa Redonda Domingo 29 de noviembre de 2015 elpRogreso 5 Javier Nogueira Ilustración e barbarie M ALIA QUE XA non exista literalmente creo que non xeneralizo se digo que todo escritor pasou por fases de medo á páxina en branco, esas semanas nas que un cuspe as verbas no canto de vertelas con certa harmonía. Pero tamén hai días nos que un escribe coma se tivese o anxo de San Mateo agarrándoo da man, coma no desaparecido cadro de Caravaggio. O triste é cando iso sucede por culpa das traxedias da actualidade. Estaba eu dedicado en corpo e alma a ‘La Ilustración y por qué sigue siendo importante para nosotros’, do historiador británico Anthony Pagden, recentemente dada ao prelo pola editorial Alianza, e de súpeto uns yihadistas fixeron que todo o meu esforzo semanal tivese un sentido radicalmente diferente. Xa non estaba a ler un libro sobre a supervivencia das Luces senón un manifesto sobre a importancia do racionalismo francés —e europeo en xeral— para entender a nosa cultura e facer fronte á barbarie e á ignorancia. Ao día seguinte dos terríbeis crimes de París a intelectualidade española fixo acto de presencia por boca do señor presidente do Goberno, Mariano Rajoy. Matino que algún asesor educado nos camiños ou as maiores glorias de Deus determinou que os sucesos de Bataclan e demais «no tienen nada que ver con la religión». Horas despois o Daesh enchía a súa reivindicación de motivos relixiosos, acusando a Francia de ser o meirande niño de corrupción moral de Europa. A liberdade de pensamento, a liberdade de expresión, os dereitos humanos e a posibilidade da creación dun goberno mundial, a crenza no valor da razón e da investigación científica, o escepticismo en materia relixiosa, o materialismo e o ateísmo,... todo son conceptos creados polos enciclopedistas e filósofos da Ilustración. Unhas ideas que afastaron o vello continente do camiño da superstición e a violencia e que remataron por triunfar mesmo naqueles lugares, como España, nos que ata os anos 70 do século XX dominaba o medievalismo máis escuro. Unhas ideas opostas ao fundamentalismo das relixións do Crecente Fértil. Hai que dicilo máis: vivimos nun paraíso ideolóxico e deberían desaparecer os complexos etnocéntricos, dado que é mellor menosprezar unha cultura que rematar pendurado dun guindastre por ser homosexual ou ateo. Pagden fai un repaso polos grandes temas e as grandes figuras do XVIII e entra de inmediato no Parnaso das obras sobre o tema, substituíndo quizais a Peter Gay como referente da relectura deste período no século XXI. Tras un prólogo que enmarca a cuestión e un capítulo de apertura dedicado a prosaicos asuntos definitorios, comeza un ‘tour de force’ centrado nos asuntos máis actuais: relixión, o mundo sen deus, ciencia, civilización e natureza. Todo para rematar nunha conclusión dedicada aos inimigos dos ideais ilustrados: os reaccionarios decimonónicos —alimentados polos excesos do Terror revolucionario— e algúns dos actuais. Pagden consegue manter a asepsia e escapa do ton panfletario ou reivindicativo que caracteriza en ocasións a bibliografía sobre os ilustrados, {El vicio solitario} Teníamos tanto tiempo por Portorosa «‘En el camino’ me impresionó y, sin embargo, no soy capaz de contar nada de él más allá de lo que dice cualquier sinopsis» Y O CASI NUNCA me acuerdo de qué iban los libros que he leído. De casi ninguno. Sé que ‘Cien años de soledad’ (Austral) cuenta la historia de la familia Buendía, que alguien talla pececitos de plata y a una virgen la entierran en su mecedora; que en ‘Austerlitz’ (Anagrama) Sebald habla del reloj de la estación de Amberes y de cómo unificó la medida del tiempo; que en ‘Tres tristes tigres’ (Seix Barral) se escucha jazz en locales nocturnos y conducen por el Malecón; que en ‘El ruido y la furia’ (Cátedra) un loco mira un partido de béisbol tras una reja, o que en ‘Vidas minúsculas’ (Anagrama) Michon describe La ilustración Anthony Padgen Editorial Alianza Páxinas 552 Prezo 32,00 € una casa triste en el campo, y poco más. Bueno, lo del pelotón de fusilamiento y la nieve también, claro, pero es que eso es vox populi. Lo que nunca olvido es qué me parecieron, si me gustaron mucho, regular, poco, nada, o si me parecieron grandes libros. Por eso puedo afirmar que esas cinco novelas, por ejemplo, me maravillaron hasta llegar a marcarme. ‘En el camino’ (Anagrama) me impresionó y, sin embargo, no soy capaz de contar nada de él más allá de lo que dice cualquier sinopsis: dos amigos, alter egos del icono beat Neal Cassady y del propio autor, Kerouac, cruzan Estados Unidos en coche varias veces durante varios años, conocen mucha gente, tienen parejas e hijos, se enfadan y se echan de menos. Únicamente recuerdo un detalle, porque me pareció aberrante: hay un momento en que, entrando en no sé qué estado, uno de ellos comenta que cree que allí vive su hermano, al que no ve desde hace años, pero que tal vez sea mejor no ir a visitarlo, porque le debe algo así como veinte dólares. Aparte de eso, solo la sensación de vivir deprisa, de intentar ahogar la angustia, de querer agotar contaxiada quizais do sarcasmo do gran pope Voltaire. Os personaxes que atopamos son recorrentes na historia intelectual de Occidente. Diderot e D’Alembert, pais da enciclopedia; John Locke e David Hume, a imprescindíbel dupla que cambiou a filosofía inglesa; Inmanuel Kant, o pai do criticismo e construtor do meirande sistema filosófico da historia; Rousseau, tan grande que mesmo sobreviviu ás súas ‘Confesións’; e, por suposto, Voltaire, líder intelectual de legado literario dubidoso..., pero creador desa obra mestra que é ‘Cándido’. O autor consegue o máis difícil nestes casos: expoñer o que se contou mil veces con frescura e a profundidade xusta, sen transformar a lectura nun padecemento académico nin caer na banalidade ou a simplificación. E por iso, máis que nunca nestes días, sería necesario que todo aquel cidadán crítico se achegase ás librarías — que por certo estiveron de festa nestas datas— e atacase unha obra que contribúe a reforzar os alicerces noso pensamento nos difíciles tempos da loita contra a barbarie. la vida. Tengo dos viajes comprometidos con mi hijo: a China, cuando cumpla doce años, y en el Transiberiano, a los quince. Sin duda cualquiera de ellos sería una experiencia increíble; veremos si tengo el tiempo, el dinero y el valor. Pero cruzar EE.UU., un coche —un Cadillac o un Ford, grande—, carreteras rectas interminables, gasolineras en medio de la nada y pueblos que son el fin del mundo, junto con ciudades que se comportan como si fuesen su centro, es algo que no haré. Tal vez sería materialmente posible algún día, pero supongo que se me ha pasado la edad. Hay cosas que hay que hacer a unos años o ya no son lo que deberían. Cuántas cosas ya no sucederán. Cuántas, de las que uno creyó, o imaginó o como mínimo soñó hacer al menos una vez, no van a pasar. Parecía que habría oportunidades de sobra para todo y, sin embargo, aquí estamos, un poco desconcertados. Y es curioso, pero a veces me sorprendo pensando que en la próxima vida sí, que en la próxima seguro que aprovecho mejor el tiempo. Táboa Redonda Domingo 29 de noviembre de 2015 elpRogreso 6 {Fatiga ocular} por Camilo Franco A sospeita como argumento líquido A un aspirante a presidente dixéronlle unha vez os seus asesores: cando non saibas algo ten decisión: acusa os demais. Dixéronlle máis: acusa os demais, pero acusa decidido sen medo a que te pillen. Os argumentos viaxan á velocidade do son, pero a sospeita viaxa á velocidade da luz. O PRINCIPIO de Arquímedes’ é unha obra seria. Moi seria. Teatro do Atlántico faina máis seria aínda. Con ese rigor escénico que por veces aparece nos teatros e que funciona coa mesma dinámica dos dedos acusadores. Os acusados case sempre somos nós, ou as nosas indecisións ou a nosa inesperada inclinación a crer calquera cousa ou a pensar antes de ter argumentos ou esa decisiva, aínda que non admitida, actitude de recibir case todo o que pasa no mundo como ficción, excepto o que nos pasa a nós directamente. Entón é un drama. A única distancia verdadeiramente insalvable da especie humana é a que vai do ego ao resto. Pero ‘O principio de Arquímedes’ non vai disto. Nin de adultos cariñosos cos cativos, nin de posibles pederastas, nin sequera de facer un distingo entre como nos comportamos en público ou en privado. A obra vai da sospeita. Ese elemento líquido que se propaga coa rapidez da electrónica, coa suavidade do aceite, co peso do drama e sen ter necesidade ningunha de argumentación. A sospeita é un caldo ao que van parar todas as malicias e que alimenta todos os medos posibles e os imposibles. O principio de Arquímedes, o auténtico, o da bañeira en Siracusa, non é bo para explicar a sospeita e a súas consecuencias. Porque un corpo mergullado nun líquido en repouso recibe un empuxe cara a arriba igual ao peso do volume do fluído que desaloxa. Hai un certo equilibrio, unha certa xustiza matemática, un sinal de igual entre as dúas partes. Pero este principio non serve para medir canto desaloxa a sospeita porque unha vez que se pon en marcha o corpo inmerso nela é sometido a unha presión infinitamente maior á inicial. Porque como somos así e estamos aquí, porque temos présa e non sempre podemos pararnos ao vir da compra, porque quizais o coche consome demasiado ou o Real Madrid volveu naufragar afectando á identificación inmediata da palabra ‘España’, porque sempre é máis bonito o que queremos que pase que o sucede en realidade, aceptamos a sospeita como un argumento de peso e pasamos á acción sen esperar polos datos. Porque os datos son lentos. Teatro do Atlántico fai ‘O principio de Arquímedes’ sen sombra de sospeita, sen relear co peso do asunto, sen especulacións escénicas e sen permitir que o espectador poida debater sobre quen é o culpable. A compañía ponlle luz ao texto para explicar o fenómeno e avanza sobre el como a reconstrución de algo que está pasando. Fai algo máis porque o texto é tímido canto aos motivos que desencadean a onda expansiva da sospeita, é tímido quizais calculando que se o motivo fose máis grave a sospeita estaría xustificada. No fondo, cae na trampa que intenta evitar. A sospeita só está xustificada coas probas. Ah, claro! Entón os acelerados de corazón dirán: se hai probas xa non son sospeitas. Teatro do Atlántico non é sospeitoso de ter especulado co resultado. A Teatro do Atlántico vanlle moito mellor as obras duras, directas, incontestables. As obras onde o retrato do humano sae tal como é: con eses desgarros que fan dubidar de se realmente existe a civilización. Con esa imaxe que asegura que somos animais disfrazados de habilidades técnicas. Animais asustadizos rebotando o medo contra os demais, defendendo irracionalmente ese metro cadrado no que estamos exactamente detidos. Nese metro cadrado iníciase un día o furacán das sospeitas e poñémonos todos a ver que din os rumorosos. E vas un día, por casualidade, a barbearte e o gume das navallas apunta contra ti. E saes medoñento, con gorxa pero sen barba, e poste a pedir no Facebook que o Goberno faga algo, que a Policía faga algo, porque hai un can rabioso que che morde os adentros e xa non é posible pararse a ler, para canto máis a razoar. A compañía de Xulio Lago entra pola vía recta a este asunto e mantén o pulso que o argumento non pode manter. A obra de Josep María Miró i Coromina coloca todo o peso no culpable, en se o monitor de natación deu un bico a un cativo para que lle perdese o medo a auga. Unha chispa para un incendio e arde a auga. Mentres a sospeita se propaga a montaxe de Atlántico contense porque, no fondo, o teatro é así: quere ser como a realidade pero manexado con outras normas. Quere ser crible pero está enfrontado a un paradoxo inevitable, tan inevitable como a vida mesma. Ese paradoxo que favorece o funcionamento da sospeita. Somos moi semellantes a como entendemos e entendemos moito mellor a ficción que a realidade. Porque os códigos da ficción son recoñecibles, familiares. Porque todo relato contén as normas dunha ficción. A realidade non. A realidade compórtase pola súa conta. Pero ten un problema de consideración que nos afecta moito máis do que pensamos. A realidade pode ser como queira pero só pode ser contada como ficción. Por iso tardamos tanto en comprender a dimensión das cousas ao lonxe. Por iso sucede que se acepta a sospeita como se fose un feito, porque case sempre se conta do mesmo xeito en que se conta a realidade. Como unha ficción. Táboa Redonda Domingo 29 de noviembre de 2015 elpRogreso 7 por Quinito Mourelle Dos almas y un genio C ONFIESO QUE no pude reprimir una catártica humedad en mi aparato lagrimal cuando descubrí a Alma Deutscher. Mi primera aproximación al personaje vino de la mano de un oportuno aviso en internet de nuestra cincuentenaria Radio Clásica. Inmediatamente confeccioné un variado menú de degustación. De entrante escogí su propio concierto de violín, de plato principal uno de piano de Mozart —cuya cadencia ella misma había escrito— y, de postre, una entrevista en la que despachaba con desparpajo envidiable las preguntas de una entrevistadora. Para ponerle la guinda al asunto —en un programa de televisión que aquí no tendría cabida—, ambas interpretaban a dúo una pieza de Bach. Abundan a lo largo y ancho de este mundo historias de talentos precoces, pero no conozco a ningún otro que, con tan solo diez primaveras, sea capaz de tocar a un nivel profesional dos instrumentos de aprendizaje tan arduo como el violín y el piano. Si a esa destreza le añadimos la maravilla de haber registrado un catálogo propio con sonatas de piano, dos conciertos, dos óperas etc… el cerco en la búsqueda de la excepcionalidad se estrecha considerablemente. La imprudencia de algunas voces, guiadas por una naturaleza proclive a inventar primero y anhelar después el retorno de mesías, quizá se haya precipitado al denominar a la pequeña Alma «el nuevo Mozart». Por fortuna ella rechaza esa comparación. La declinación de tamaña responsabilidad podría considerarse un síntoma de humildad o la manifestación de una lección doméstica bien aprendida. Tanta perfección, por supuesto, invita a la desconfianza. Pero la mirada y la expresividad jubilosa que ultimi miei suspiri Laura Puerto. Los afectos diversos Discográfica Vanitas Género Clásico. En la introducción de la compilación que Hernando hace de las obras de su padre, Antonio de Cabezón, destaca que su- irradia Alma cuando empuña el violín o se sienta al piano, parecen hablarnos, muy al contrario, de un ser en paz consigo mismo y entregado por propia voluntad a la música. La pequeña Deutscher, asombrosamente adulta y certera en sus palabras y convicciones artísticas, ha venido al mundo en una época bien distinta a la de Wolfgang. No ha tenido que esquivar un desaforado índice de mortalidad infantil, tampoco tendrá presumiblemente que afrontar serias precariedades económicas y, por fortuna, su sexo no determinará la viabilidad de su carrera como concertista. Serán otros escollos, más propios de nuestros días, los que tenga que salvar para ser debidamente reconocida. No es su música, deudora por el momento del estilo del salzburgués, la que se escucha en la radio o en la televisión, así que tendrá que luchar a contracorriente. Solo el tiempo nos desvelará qué lugar ocupará en el futuro. Por lo pronto deberá atravesar la selva frondosa e incierta de la adolescencia, una aventura que podría llevarla por nuevos derroteros o tambalear los cimientos de su educación y perspectiva de la vida. La adolescencia de otra Alma, Alma Marie Schindler, transcurrió en un bullicioso hogar frecuentado por artistas. Sin embargo, su talento para la composición pronto se vio eclipsado por la arrolladora personalidad de su primer marido, Gustav Mahler, quien desdeñó esa faceta de su prometida hasta que la aparición de Walter Gropius, joven y enamorado, desencadenó en pera a otros músicos de su generación debido a la excepcional belleza de su música. Hernando de Cabezón publicó la monumental ‘Obras de música para tecla, harpa y vihuela’ en Madrid en 1578, la compilación de las obras de su padre, Antonio, y los traspasó a a la escritura que se usa para el teclado y el arpa en España en ese período. Acompañó estas piezas con algunos de los suyos y otros de Juan de Cabezón. Hernando logra dos objetivos con esta edición. Por un lado, dando una muestra de la exquisita música de su padre, que era ciego desde la infancia y no tuvo la paz y el tiempo suficiente debido a su servicio de Felipe II no dejó nada escrito. Entre 1548 y 1551 acompañó al rey en sus viajes por Milán, Nápoles, Alemania y los Países Bajos. Luego, en 1554, acompañó al príncipe a Londres para su boda con María Tudor, ocasión a la que se atribuye la influencia del compositor español en el estilo de la música de tecla inglesa de finales de su siglo. Considerado uno de los más grandes teclistas y compositores de su tiempo, su obra está escrita preferentemente para su instrumento, el órgano, aunque se interpretaba ya en su época con otros instrumentos e incluso con conjuntos instrumentales. por R. L. Probablemente una sociedad viciada como la nuestra, una sociedad desinformada por un exceso de información, no sería capaz de reconocer a un genio de la música aunque lo tuviese delante de sus narices. Alma Deutscher merece, cuando menos, una candidatura. First impressions Tom Harrell Discográfica High Note Género: Jazz Precio: 12,35 € «Debussy y Ravel fueron directamente influenciados por la música jazz y, a su vez, influyeron a muchos músicos de jazz. su ya d e licada salud un desesperado y romántico instinto de recuperarla. Desgraciadamente aquella vienesa ha pasado a la posteridad por su belleza y sus matrimonios y no por canciones sublimes como ‘Leise weht ein erstes Blühn’, con letra de Rainer Maria Rilke. No eran todavía aquellos tiempos propicios para la consolidación de la igualdad de sexos, aunque excelsos ejemplos como los de las hermanas Boulanger, y especialmente el de la malograda Lili, aventuraban un horizonte más despejado y esperanzador. Lamentablemente todavía se reconoce siempre en primer término el valor de las mujeres como intérpretes, en detrimento de las compositoras. Aún arrastramos la injusta rigidez de una educación con los papeles claramente delimitados en compartimentos estancos. El esfuerzo de Mahler no impidió que el preeminente arquitecto ocupase definitivamente su lugar en el corazón de su mujer, ni tampoco consiguió que las composiciones de esta brillasen en las salas de conciertos. Por eso resulta entrañable que la otra Alma, la de diez años, reivindique hoy en sus declaraciones la igualdad de oportunidades y afirme con rotundidad que no quiere ser Wolfgang Amadeus sino simplemente Alma Deutscher. Ambos transformaron el mundo de la música mediante la creación de una nueva conciencia de la belleza del sonido», dice el trompetista y compositor, Tom Harrell, quien es conocido por su poesía lírica y por su modo ambicioso de tocar. «Me siento atraído por sus canciones de su uso de los ritmos y melodías afrohispanas llegadas de Cuba. También estoy influenciado por los poemas sinfónicos y escribir arreglos para un proyecto que conmemora a dos de mis compositores favoritos, que son Debussy y Ravel, tiene perfecto sentido para mí». En su nuevo álbum, ‘Firt impressions’, Harrell reproduce las obras de estos dos compositores franceses con su conjunto de cámara de nueve miembros. La banda, que lo acompaña desde hace diez años, está formada por Wayne Escoffery (tenor y saxo soprano), Danny Grissett (piano), Ugonna Okegwo (bajo), y Johnathan Blake (batería), Charles Pillow (flautas), y tres músicos de cuerda igualmente expertos en jazz y repertorios clásicos: Meg Okura (violín), Rubin Kodheli (violonchelo) y Ralé Micic Nuesto (guitarra). Para Harrell, este proyecto es una progresión natural en su odisea musical. Su afinidad con la tradición clásica europea es evidente. por R. L. Táboa Redonda Domingo 29 de noviembre de 2015 elpRogreso 8 por Santiago Jaureguizar Un Mercedes bate na porta do Café Gijón A NÍBAL MALVAR veu visitarme a Lugo. Sentamos na terraza do Madrid. El sigue bebendo un whisky eternamente caro e eu, auga con burbullas sen chispa da vida. A conversa volveu ao remuíño de Moustaki, Brassens e eses cantantes cuxo atractivo residía na guitarra e no impostado do acento francés. Nunca precisaron vulgaridades como xogar ao fútbol nin ter un chalet branco deseñado por Joaquín Torres. O whisky de doce anos ceiba a lingua do meu amigo escritor. Empezou lamentado a desesperación dos miserables que se coan polas fendas fronteirizas de Europa. Pasou por Víctor Hugo e acabou no seu avó materno. Era un garda civil destinado no Palamós dos anos 60, cando un podía ir a un concerto de Leo Ferré no Olympia de París sen medo a islamistas que o culpasen dos bombardeos galos en Siria. Na primavera de 1960 Palamós era unha aldea mariñeira a contramán. O único que se movía eran as barcas que atracaban os pescadores locais. O responsable do posto, o avó de Aníbal, recibiu o aviso de que unha lancha tripulada por xitanos errantes e felices asomaba pola bocana do porto. O axente estaba tinxindo o bigote cun betún de Xudea que se facía enviar por correo certificado dende Colmenar Viejo. Dicía que bigote e tricornio debían brillar co mesmo ton. Tivo que deixar o cepillo, coller o mosquetón Mauser e correr ata a praia. O sol mancáballe nos ollos, coma ao protagonista de ‘O estranxeiro’, de Camus, pero albiscou a sombra da barca achegándose. Correu ata o borde do Mediterráneo, abriu as pernas, apuntou e berrou: «Volvan por onde viñeron!». Malvar está certo de que «nunca tivo intención de disparar, pero había que defender o posto». O meu amigo herdou o Mauser do avó. Eu téñoo visto sacalo cando paraba na súa casa en Santiago. Ao petar na súa porta, asomaba amosando uns dentes felinos, como Jack Nicholson en ‘O resplandor’, e o canón negro do mosquetón. Non me temía a min, temíalle ao seu caseiro. O propietario daquel piso do Ensanche teimaba en reclamarlle os meses atrasados, sen confiar no talento literario do inquilino. Abondaba con que se convocase un premio literario para que Malvar escribise unha novela fascinante, gañase e pagase as débedas. Pero o caseiro non daba interiorizada esa pauta. Aníbal tenme contado que, ás veces, cando o propietario do piso o collía despistado, había de saír correndo cara a terraza e saltar o muro que o separaba do apartamento contiguo. A súa veciña era unha veterá estudante de Enfermería, unha Holly Golightly atrapada nunha sucesión de desesperación pola súa precariedade e de alegría polas oportunidades de diversión que lle regalaba a vida en Compostela. Os artistas galegos sempre andaron á fuga. Curros Enríquez marchou da casa, en Celanova, despois de que o pai o atase para darlle unha malleira. Fuxiu a Madrid. Na capital española empezou a escribir en prensa. Tal era a bravura das súas columnas que houbo de liscar a Londres por unha delas. «Ignorante de la lengua de los Byron, entre el maremágnum de gentes que vienen y van, y se confunde cruzándose en larguísimas calles», describiu. Comentada foi tamén a fuga do cantante Suso Vaamonde, co mesmo destino londiniense, despois de perpetrar na praza pontevedresa da Ferrería aquela rima infantil entre ‘desputa’ e ‘puta’ nun cántico pouco patriótico dedicado a España. Aínda era 1979. Menos lonxe marchou Carlos Oroza. Unha falsa policía secreta levouno detido no 1975 do estertor franquista tras recitar A cultura galega ten unha nómina cumprida de fugados: Curros Enríquez, Suso Vaamonde, Aníbal Malvar e Carlos Oroza. Cada quen por un motivo particular e estraño ‘Desfile de la Victoria’ no teatro Malvar, de Pontevedra. Fondeou en Vigo. Días máis tarde do incidente diplomático que viviu o avó de Malvar en Palamós, desenvolveuse outro exótico. Apareceu pola vila de L’Empordà un señor acompañado de 25 maletas, 4.000 folios de apuntamentos, dous cans, un gato e outro home, que era o seu amor. Fuxía de centos de festas divertidísimas que lle impedían concentrarse en Nova York. Anos despois, xa retirado nun apartamento con calefacción central en Toledo, o exgarda civil soubo que o estranxeiro que lideraba o cortexo era Truman Capote. Soubo que a bagaxe esaxerada que cargaba e a calma mediterránea servíranlle para redactar ‘A sangue frío’ naquela primavera de 1960. O avó de Aníbal converteuse en fanático de Capote a medida que lía a obra. Gustoulle tanto que se sentiu agraviado pola decepción que lle causou ‘Almorzo en Tiffany’s’, «esa noveliña dunha buscona e un escritor mariquita». Carlos Oroza acabou convertido en sereno paseante vigués nos últimos anos, pero tivo unha mocidade de desmesura nihilista. Juan José Calaza lembraba a semana pasada, cando morreu, a noite na que o poeta lle propuxo «atracar el Banco de España». «Nunca llegamos a atracarlo, pero acabamos estrellando un Mercedes blindado de un amigo contra la puerta del Café Gijón», afirmaba o columnista vigués para rematar: «Carlos se bajó del coche y, sin inmutarse, pidió al de las cerillas un paquete de Chester, añadiendo: ‘Te lo pago mañana’». Oroza fantasiara con que unha gran caixa forte do Banco de España gardaba unhas botellas dun viño antigo e rico. Calaza, economista, puido comprobalo anos despois, cando Mariano Rubio e Luis Ángel Rojo o convidaron a xantar. «Esa cámara acorazada é coñecida como ‘El Paraíso Perdido’, e ten viño e arañeiras», revelánronlle. A referencia ao poemario de John Milton encantaríalle ao autor viveirense, coñecedor, presumo, de ‘O paraíso perdido’. Nese libro lese: «Aquel combate non careceu de gloria, por máis que o resultado fose desastroso». Oroza tamén loitou con gloria por máis que o resultado da vida é inevitablemente desastroso.