MARTES 24 21’30 h. Entrada libre (hasta completar aforo) Salón de actos de la E.T.S. de Ingeniería de Edificación (antigua E.U. de Arquitectura Técnica) EL MAYOR Y LA MENOR (1942) EE.UU. 100 min. Título Orig.- The major and the minor. Director.- Billy Wilder. Argumento.- La obra de teatro “Connie goes home” de Edward Childs Carpenter, y el relato en el que se basa, “Sunny goes home” de Fannie Kilbourne. Guión.- Charles Brackett y Billy Wilder. Fotografía.- Leo Tover (B/N). Montaje.- Doane Harrison. Música.- Robert Emmett Dolan. Productor.- Arthur Hornblow Jr. Producción.- Paramount. Intérpretes.- Ginger Rogers (Susan Applegate), Ray Milland (mayor Philip Kirby), Rita Johnson (Pamela Hill), Robert Benchely (sr. Osborne), Diana Lynn (Lucy Hill), Edward Fielding (coronel Hill), Lela Rogers (sra. Applegate), Frankie Thomas (Kadett Osborne), Raymond Roe (cadete Wigton). v.o.s.e. Música de sala: Lolita (1962) de Stanley Kubrick Banda sonora original de Nelson Riddle “A mi primera película la precedió mi lucha con Mitchell Leisen. Así pues, cuando me presenté a Arthur Hornblow Jr. y le dije que quería rodar personalmente mi propio guión, la gente de la Paramount quizá se sintió aliviada, porque debió de pensar: Que se desahogue, se va a pillar los dedos y después, como guionista, será menos exigente. Quizá sea una exageración pero en el fondo, por lo menos se consideró con buenos ojos la posibilidad de que yo me estrellara como director”. EL MAYOR Y LA MENOR, primera película dirigida por Wilder, parte de una idea peregrina, lo que convierte al film en una especie de fantasmagoría que va en contra de su propios principios, o de los requeridos por el estudio: se trata de conseguir que Ginger Rogers, que en el momento de la realización del film contaba treinta años de edad, pueda pasar por una colegiala de doce años a ojos de todo el mundo, especialmente del personaje interpretado por Ray Milland, el mayor Philip Kirby, y el resto de oficiales, soldados y cadetes de la academia militar donde transcurre el grueso del relato, lugar al que la “pequeña” llega tras una serie de circunstancias equívocas. Después de un año y veinticinco trabajos en Nueva York, Susan Applegate decide volver al lugar del que salió, un pueblecito llamado Stevenson, un paraíso de hierba, como lo define la protagonista con ironía. Cómo no tiene dinero suficiente para pagar el billete de tren, Susan se hace pasar por menor de edad y conseguir así la tarifa reducida. Los revisores del tren no acaban de creérselo, y la hermana de Kirby descubre sólo verla el engaño, pero no así el resto de personajes de la película, incluyendo la ambiciosa prometida del mayor. Todos, a su modo, están ciegos ante la realidad y son precisamente estos personajes, con la excepción del encarnado por Milland, los que reciben las pulcras puyas de Wilder. Porque pese a su voluntad crítica, EL MAYOR Y LA MENOR es una comedia amable, insulsamente romántica, construida sobre un transformismo imposible, al que Ginger Rogers se entrega con voluntad digna de mejor causa, y que en el contexto del amplio viaje cinematográfico wilderiano por registros diversos puede verse, para alimentar rasgos de autoría, como una premonición de lo que le ocurriría a Jack Lemmon en Con faldas y a lo loco, incluso un avance de los cambios de identidad de la frágil e inocente Sabrina del film homónimo. La ironía del realizador y guionista aparece fugazmente: Susan, o Su-Su, como la denomina cariñosamente Kirby, enamora a todos los cadetes de la academia -quizá los más inteligentes, ya que intuyen o reconocen en el cuerpo de la supuesta niña las formas de la mujer joven y apetecible-, pero ella se enamora del despistado mayor; este atisba que Susan es realmente quien es sólo cuando la mira con el ojo bueno cerrado, como si fuera, según sus propias palabras, las páginas dominicales del periódico con los colores difusos. ¿Metáfora del propio cine? Solo el desenfoque y el defecto del ojo humano proporciona una sensación de realidad que se diluye y se convierte en pura fantasía cuando el objetivo está bien enfocado y Kirby sigue convencido de que la mujer que bailó cortésmente con Fred Astaire es una colegiala. Texto: Quim Casas, “Los inicios de Wilder en Hollywood”, rev. Dirigido, diciembre 2006. EL MAYOR Y LA MENOR toca de un modo frívolo y soberano el teclado del puritanismo. Para salvar el buen nombre y la posición de un oficial, que la ha salvado, la chica debe seguir representando durante un tiempo su papel de niña de doce años, y de esta manera va a parar a una escuela militar para cadetes, donde su mayor da clases, y donde este (atormentado por inconscientes celos disfrazados de una actitud paternal, o mejor dicho, de tío) pronto tendrá que ver cómo los cadetes de dieciséis años importunan a la supuesta niña de doce: ataques militares masculinos, camuflados de flirteo, llevados a cabo por muchachos. La chica ha saltado del fuego a las brasas, de los hombres viejos de Nueva York a los jóvenes cadetes. Tal y como él mismo ha revelado, Wilder quería rodar una película amena, pero el modo en que el mayor mira a la supuesta niña de doce años -refugiándose en su papel de tío cariñoso, que le explica normas infantiles de comportamiento (una mujer joven es para los cadetes tan peligrosa como una bombilla para una polilla), de modo que como hombre se infantiliza, mientras que ella, la aparente niña, toma su destino en sus manos- demuestra que, ya en su primera comedia, Wilder intentaba comprobar hasta dónde se podía llegar en el ámbito de los temas tabú sin salir perjudicado. En este contexto, Wilder aprendió inmediatamente de Lubitsch, de modo magistral, el truco para acercar lo frívolo (que descubre los abismos y las mentiras de la sociedad de la manera cómica) al público, sin resultar escandaloso: a través de la complicidad con el espectador. La comicidad se basa en que el espectador sepa más que los propios afectados, en este caso el mayor. El espectador sabe que ella en realidad no tiene doce años. De modo que, con aires de superioridad, no se escandaliza por el hecho de que el mayor crea que tiene doce años y que, a pesar de todo, se enamore de ella. Lo cómico está en lo que el espectador sabe de antemano. Él es más listo que los protagonistas de la película, porque la misma película lo ha hecho partícipe de sus trucos. Esta superioridad le permite el sentimiento de diversión. Pero es igualmente importante que el espectador solo sea introducido parcialmente en los trucos del director, y no los conozca todos. El espectador, ciertamente, está más enterado que los héroes de la pantalla, pero es menos listo que el director, que siempre sabe un poco más que todos los demás y que constantemente tiene a punto la sorpresa. A la comicidad que va ligada al “saberlo todo”, a ser partícipe de un secreto, que convierte al espectador en cómplice, se añade la comicidad que surge de la curiosidad del espectador, ya que cuando se ve satisfecha, este siempre resulta sorprendido. Con Ginger Rogers, que actúa como una mujer disfrazada de niña pequeña, la aparente niña que toma en sus manos el destino del mayor, que solo en apariencia es adulto, surge la primera de las muchas mujeres fuertes de Wilder, que están por encima del mundo de los hombres, aunque ese mundo de los hombres se presente de un modo absolutamente agresivo y amenazador. Las mujeres, débiles en apariencia, saben defenderse; los hombres, fuertes en apariencia, son unos ingenuos, amables y débiles (como el mayor), cuyo destino deben tomar resueltamente en sus manos las mujeres. Esta es (también) la mejor tradición de la screwball comedy. Entre la Susan Applegate de Billy Wilder, de 1942, y la Lolita de Vladimir Nabokov, de 1955, median doce años, casi tantos como los que tiene la pequeña ninfa de Nabokov cuando Humbert Humbert llega a Nueva Inglaterra y la seduce. La novela de Nabokov, “Lolita”, solo pudo publicarse en París. En aquellos años cincuenta de tan alta moral, aquel libro que hablaba del amour fou de un instruido hombre maduro por una niña, que en realidad es más madura que su seductor, fue prohibido en Estados Unidos. Wilder, que a finales de los años cincuenta rodó en París Ariane, si se quiere también una historia de sexo de una pequeña ninfa, compró entonces en esa ciudad la novela de Nabokov. Los agentes de aduanas estadounidenses le quitaron los dos tomos: “Querían leerlos ellos”. La novela de Nabokov y la película de Wilder tienen en común que el oscuro objeto del deseo masculino es burlonamente superior a ellos: la inocencia infantil es engañosa. Lolita es ciertamente infantil pero no inocente; Susan Applegate es ciertamente inocente pero no una niña. Ambos, Wilder y Nabokov, descubrieron -jugando con la figura de una niña de doce años- un arma contra la moral burguesa de su tiempo. Texto: Billy Wilder & Hellmuth Karasek, Nadie es perfecto, Mondadori, 2000.