Siniestras, torvas, misteriosas brujas, negros fantasmas de ¡a media noche, ¿ qué estáis tramando ? P o r J o r g e G. A R A N G U R E N (S h a k es pea r e) 49 I Ayer estuve en el Sabbat, ayer yo no era este torpe y sollozante amasijo de carne y huesos doloridos y sangre y lágrimas, esta fea ca ra de ojos saltones, de brazos y huesos rendidos po r el trabajo, p o r la m ala vida que me dan el A m a y esa m ala bestia de Maese B uenaventura, ayer yo tem blaba esperando la m o nd a risa lunar, el guiño tras las tapias donde revienta esa gataza desde hace varias sem anas, y d onde el boyero y la Engracia van a regodearse y a darle pienso a la loba rijosa que llevan dentro, ayer yo me estremecía de tal m odo que tenia miedo p o r el ruido de mis dientes, puras choquezuelas, tem iendo despertar a mis am os, ellos ya bastan te alb oro tad os con el ru m o r de que soy m edio b ruja y saco untos de anim ales para ver si se desgracia el ganado del pueblo y las piaras de U baldo, pero tuve al Maligno de mi lado y todos d o rm ían m ientras yo me escalofriaba pensando en el corto espacio, en el breve tiempo que me separaba de to d a la C orte y el Suprem o, así que cuand o al fin tuve la luna sobre el alero del sur y la som b ra de la gata m u e rta relucía com o un pescado abierto y hediondo, me levanté del catre, saqué de la alacena aceite y sebo, me desnudé com o en unas bodas im aginarias y fui frotándo m e despacito desde las uñas de los pies hasta mi pobre cabello envilecido, teniendo buen cuidado en cubrir to d a la superficie del cuerpo, y con un m im o especial los pezones y la nuca y el techo de! paladar, m ientras p ro nu nciaba en voz baja las palabras necesarias, la fórm ula, la negra letanía que era com o un rocío p a ra mi ánim a, ánim a que debía transform arse, que tenía la ineludible obligación de estar vestida p a r a EL con los ropajes talares y el fasto necesario: Abajo dios, abajo triaría, el cielo es de azufre , gira, gira, gira... envuelve tu carne , ¡a noche es venida envuelve tus pechos, tu vientre, tus piernas , alas llevará tu carne dolida , abajo dios, abajo nutría, el cielo ya es tuyo , gira, gira, gira... (Ya estoy sobre la escoba, siento un frío que m e come palm o a palm o, algo com o si estuviese al otro lado de la m uerte, pero term ina pro n to , y veo que se alarga el techo del desván y crecen las som bras a mi alrededor, y la luna cruje y siento sus m andíbulas sobre la casa, inu nd and o 50 con su luz la enorm e ce rrad ura que reluce verde y herm osa com o la p uerta del infierno, y me escurro por la cerradura m ientras se rebullen de puro odio los objetos benditos, tiem bla el crucifijo de fierro y se clava un poco en la pared salpicando pedazos de yeso, y el laurel palidece y saca sus bracitos del almirez con desespero, y el cuchillo del pan da vueltas y vueltas a p u n tá n d o m e con su hoja azul de tan fría y sin piedad, y no quiero m ira r hacia el techo p o r no ver los ojos del candil, donde chilla el aceite de oliva intentand o balbucir algún salmo salom ónico que no recuerda p ara su desgracia, ah, todos seáis maldecidos, todos terminéis yaciendo bajo la ceniza, todos seáis arreb a ta d o s p o r el N o rte hasta el helado pálpito del m a r y su desasosiego, pero yo ya cabalgo p o r el cielo negro y verde, ya navego con el sur que me sollam a las nalgas, y me siento m ás feliz que cualquier otro m ortal, m ás dichosa que tú, Buenaventura, que a h o ra duerm es de bruces, sudando, n o ta n d o en tu piel el cuerpo seboso y con olor a pescado azul de mi A m a, sucia m ujer que hoy tiene que soñar con el Papa L u na y con los once ríos equinocciales; yo m ás poderosa que Fray Narciso, al que M ari-juana tiene esta noche orden de despertar y de enseñarle un nuevo súcubo y el m onte de venus de San Sebastián, eso p ara que se dé cuenta de que tod o en lo que cree no es m ás que miseria, e infinitamente más alegre que el boyero, más rica que U b a ld o con sus onzas de oro y sus piaras, U baldo el gordo, el calvo, el impotente, asesino de una n iña en noche de viernes, cosa ésta que nadie sabe en el pueblo salvo nosotras, las siervas del G ra n M acho C abrío, las hijas de EL, las elegidas, sí; claro que soy m ás feliz y más grande que todos ellos, y la noche es navegable, y, abajo, los olivos son de un azul m uy pálido y blanco-plata el río, y las nubes a veces de añil, a veces aguantita, y la luna de tan redonda me hace daño y en ocasiones no veo más que su c a ro ta y sus quijadas devo rad oras de cunas y de honras, pero sé que vuelo bien, ca d a vez más rápida, sujeta por la inm inente m ad ru g a d a de este nuevo sábado.) II Ayer estuve en el S abbat y todos los augurios prom etían un a reunión propicia, así que no m e extrañó ver relucir las encrucijadas en mi vuelo, y las veletas de fierro dab a n vueltas com o queriendo huir, y la yegua de Blasa, la yegua roja que había sido cubierta en Miércoles de Ceniza, a c a b ab a de p arir un potrito negro que tenía en la grupa u n a tiara y un pez de sangre, y ya cerca del arroyo, ju n to a la cueva, vi que el cielo se llenaba de fugaces som bras, y eran mis com pañeros que llegaban raud am ente, algunos cabalgando de a dos y de a tres en sus largas escobas, y un brujo era caballero en una ínula que ac ab ab a de m o rir de un cólico, todo resultaba muy hermoso, y nos salud ábam os en la oscuridad afectuosam ente, y sucedió que un pasto r que dorm ía al raso alzó los ojos y le pareció oír silbidos com o de m uchas aves que p asab an sobre él, asustándose a tal punto que se santiguó tres veces y dijo: «Ave M aría P urísim a » , y un brujo encorvado escupió sobre él con tal acierto que le dejó en aquel mismo m o m en to un ojo en blanco, una pupila cenagosa que d aría miedo a sus hijos dura n te to d a su vida; fue u na gran noche, todas invocamos el n om bre de EL y se hicieron cocciones para las feligresas, p ara la tía Urraca, que no a c a b ab a de pecar co n tra el sexto, p ara el niño de un leñador, al que protegía un brujo y era su íncubo, para dos nuevas iniciadas y para Fray N arciso; se rezaron luego dos rosarios negros, y, cuand o apareció el G ra n M acho, todos nos prosternam os y luego, de uno en uno, le rendim os pleitesía con nuestro beso y la ofrenda de nuestro cuerpo; EL nos m ira b a despaciosamente con unos ojos p rofundos y puntiagudos, verdirrojos, asintiendo con majestad a nuestros cum plidos; olía com o a brezo y a retam a y al mismo tiempo hedían a leche agria sus fauces negras, boca con grandes dientes que m antenía apretad os con firmeza, y to d o se fue desarrollando según el rito, y después de beber todos del gran cuenco de arcilla, el G ra n C o rn u d o nos eligió a un p u ñ ad o de siervas jóvenes y nos fue conociendo a todas, y b ram aba satisfecho, y tam bién tuvo ayu ntam ien to con dos brujos, pero c o n tra natura, y la sacristana reía to do aquello y decía: «brujitos, brujitos, dad a nuestro gran señor lo que sólo a EL le corresponde», y se santiguaba con la izquierda, y luego fue arre b a ta d a por u n a bruja m ayor, con dos hijas y una nieta brujas tam bién, que la reclam aba p ara su lujuria. III Ayer estuve en el Sabbat, ayer yo era fuerte y p oderosa y temible y elegida y llena de gracia infernal y casi o m n ipotente y dichosa, y nadie lo sabía, todo el pueblo se ríe de la pobre Juana, con sus cabellos grasos y harapientos, su carne fea, arrugada, presa de fatiga, y com o rosas a b o rrecibles las m o rad u ras que m e hace Macse B uenaventura: «Tom a, hermosa, p ara que veas de espabilar»; aguanta, puerca, hija de perra, m am o na, arrastrada, ag ua n ta los golpes de ese mal hom bre y los pellizcos del Am a, sus pescozones que me llevan trozos de carne y m e vuelven la sangre cárdena y negra, y me despiertan las ganas de matarles a los dos, de sacarles los ojos cualquier noche en que suene el viento; quizás no tarde en hacerlo (recuerdo que volvimos todos precipitadam ente porque ya ca n tab an los gallos con las plum as tiesas y sobre el pueblo crecía una luz rojiza y coagulada, com o de entrañ a partida, y los puercos y las cabras y todo el ganado del pueblo em pezaban. a agitarse, o sea que se venía el am anecer a toda prisa, la m alvada luz del sol que por mil veces sea maldecida), a h o ra sólo queda esperar los siete días, sólo queda tenerpaciencia y aguante p ara resistir los malos tratos y las ásperas salivas de mis dueños, pero no me im p o rta dem asiado, no me im porta porque estoy ap ren dien do m uchas cosas y tengo un conjuro preparad o, algo que todavía no es m ás que un granito de m ostaza, algo que sólo es el deseo y la voluntad cada vez m ás fuerte de satisfacerlo, tengo que aprenderm e las palabras, la fórm ula que será com o una aguja delgada y h am brien ta de sus cuerpos, com o una a rañ a de patas suaves y ficltrosas que penetrará en ellos para hacerles despacio el amasijo de tripas y de visceras, com o un diente de león o un vilano reventando en la calor de agosto y que de pro n to estalla, esparce sus dim inutos brazos pegajosos y llenos de veneno en su recién descubierta celda interior, en esos hinchados, pilosos vientres negros que serán viva p o dredum bre, cuna, tálam o y albergue de u na infatigable e inmensa gusanera, así será, así ha de ser, por el m om en to alentaré al fierro contra ellos y todo lo que sea metal y óxido vendrá a acecharles estrecham ente, oh, metal, carne de rayo, sordo y ciego, escúchame, escúchame en el nom bre del G ra n M acho C abrío, te invoco en nom bre de EL, atiende este mi ruego, de aquí a m uy p ro n to mis am os se darán cu e n ta de que les están ocurriendo cosas insospechadas, un día será la reja del ara d o ; otro, la ag u da hoz resbalando entre sus m anos; otro, el gancho de la carne a la altura de las pupilas a te rradas; otro, el arnés de las caballerías viniéndose abajo sobre ellos con sus clavos ribeteados de orín ; estoy muy satisfecha porque he aprendido m ucho en el Sabbat; n adie se volverá a reír de la pob re Ju an a ; nadie intentará de nuevo escupirla, arañ arla, poseerla, ag otarla de trabajo y de miedo, cubrirla con estiércol, negarla la com ida, despertarla del dolorido sueño, llagarla, desgarrarla, orinar sobre ella entre risas y burlas de la gente del pueblo, a r ra n car sus cabellos, m antea rla; nadie se atreverá, nadie, nunca más. nadie, nadie, y será tal mi p oder que si un mal día se unen entre todos p ara atarm e a la pira, yo sabré ciertamente las palabras justas, el hechizo adecuado, la razón o p o rtu n a p ara esquivar la sed an a ra n ja d a de las llamas, y si no fuese así. aún tendré las fuerzas suficientes p a ra pedir el auxilio de A Q U E L que po drá hacerme resurgir, más fuerte o implacable, de mis propias cenizas. 51