Reflexiones tras la derrota

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Reflexiones tras la derrota
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Grecia
Reflexiones tras la derrota
- solo en la web -
Fecha de publicación en línea: Martes 11 de agosto de 2015
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Reflexiones tras la derrota
Los seis primeros meses del gobierno dirigido por Syriza constituyen una secuencia política de enorme importancia
para el futuro de Grecia y de las izquierdas radicales en Europa. El resultado es claro: el gobierno de Alexis Tsipras
ha fracaso en su intento de poner en pie una política alternativa a la austeridad y al neoliberalismo. Aceptando un
tercer memorándum cuyas consecuencias económicas y políticas son ya evidentes (p. ej., el incremento del IVA y la
vuelta de la troika [ahora la cuadriga: Comisión Europea, BCE, FMI y el Mecanismo de estabilidad europeo] a
Atenas), Tsipras ha capitulado ante una estrategia de imposición política y asfixia económica impulsada por las
instituciones europeas. Esto constituye una catástrofe para Grecia y para el conjunto de las fuerzas sociales y
políticas progresistas europeas que han apoyado al gobierno griego en la lucha contra la Europa neoliberal. Es
urgente analizar las causas de la derrota para evitar que esta debacle política no se repita y que la continuación de
la destrucción económica y política de Grecia por parte de un gobierno dirigido por un partido proveniente de la
izquierda radical pueda, al menos, servirnos de lección de realismo para el futuro.
En este contexto, quiero contribuir a la reflexión colectiva respecto a las enseñanzas de esta derrota partiendo de mi
compromiso en el colectivo "Avec les Grecs" en Francia y en la red de los movimientos sociales europeos de estos
últimos meses, así como en las seis semanas vengo de pasar en Grecia. Aquí he tenido la ocasión de encontrar
militantes y dirigentes de Syriza, participar en manifestaciones y debates públicos y "tomar la temperatura" a la
situación social y política griega. A partir de esa experiencia, voy a abordar dos cuestiones simples: ¿cómo se ha
podido llegar a esta catástrofe?; ¿qué piensan los griegos y griegas?, tratando de forma transversal la cuestión de la
ruptura o la reforma de la zona euro y de las instituciones europeas, que actualmente ocupa un lugar central en el
debate político en Grecia. Al final, concluiré con algunas reflexiones generales en lo que respecta a la puesta en pie,
hoy en día, de una política de transición democrática en Europa.
Hacia la debacle: retrospectiva
Estas últimas semanas se han publico muchos análisis en relación a las razones de la derrota gubernamental
alimentadas por el flujo de la información que afloraba en torno a la "trastienda" de la estrategia del gobierno griego.
Lo que parece claro es:
1. El gobierno se encerró en el intento desesperado de buscar una credibilidad política ante las instituciones
europeas y en la ilusión de que era posible obtener, a través de la negociación y en base a argumentos razonables,
un "compromiso honorable";
2. Jamás se planteó de forma seria una estrategia alternativa, lo que ha venido a confirmar las recientes
declaraciones de Yannis Varufakis y Alexis Tsipras; y
3. Metido en ese impasse, parece que el gobierno apoyó la posición de la derecha de Syriza (sobre todo la de los
economistas Yannis Dragasakis y Giorgos Stathakis) que siempre han defendido que no había otra alternativa que
un tercer memorándum.
El acuerdo del 13 de julio [entre el gobierno griego y el Eurogrupo] enriqueció mi experiencia política de estos
últimos seis meses. Durante las reunión de los movimientos sociales europeos en Atenas [la reunión del Alter
Summit celebrada el 28 de junio, la posición de Syriza ("no tenemos un mandato para firmar un nuevo
memorándum, no tenemos un mandato para salir del euro") fue citada repetidamente como punto de partida para
impulsar la movilización internacional [en solidaridad con el pueblo griego]. Esta doble negación se presentaba como
una contradicción fecunda para poder construir una relación de fuerzas favorable entre Grecia y Europa. La cuestión
fundamental era continuar las negociaciones durante el mayor tiempo posible y apoyarse en la secuencia mediática
para ampliar las alianzas sociales y políticas en torno a Syriza y, en el contexto de una nueva relación de fuerzas,
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situar a las instituciones europeas frente a sus responsabilidades. En definitiva, como lo ponen de manifiesto los
eslogan que hemos utilizado en Francia, se tratada de actuar a favor de la "democracia" (Syriza) y contra la
"austeridad" (Unión Europea); y poner al descubierto el carácter antidemocrático de las instituciones europeas y de
sus políticas neoliberales. Esta exigencia unánime de los movimientos sociales era convergente: se trataba de hacer
durar esta confrontación para tener el tiempo de construir, en relación con la batalla griega, una relación de fuerzas
ideológica más favorable a la izquierda radical europea.
Más allá de la incontestable -aunque evidentemente insuficiente- dinámica política que se desarrolló en los
diferentes países de Europa para apoyar a Grecia, parece claro que esta estrategia, tanto a nivel nacional como
internacional, no era viable. Al menos por dos razones: por una parte, porque semejante "guerra de posiciones" o de
"desmoralización" del adversario daba por supuesto que Grecia poseía los medios económicos para aguantar
durante bastante tiempo frente a la estrategia de asfixia económica de la Unión Europea. Lo que no fue así. A pesar
que desde el 5 de enero el BCE acentuó drásticamente la falta de liquidez del Estado griego, el gobierno griego no
se hizo nada para hacer frente a esa situación, cuando debía era evidente que el tiempo se agotaba. Estando claro
que la quiebra de los bancos y del Estado griego dependían de la decisión política de la Unión europea, esa táctica
[el no hacer nada] iba directa hacia la catástrofe política que acabamos de conocer: un pueblo griego (y los
europeos) cada vez más hostil a los memorándum y a las imposiciones de la UE, y un gobierno (y una izquierda
radical europea) cada vez más impotentes para hacerles frente. Ante la firmeza del bloque neoliberal europeo y
dado el estado de ruina avanzado de la economía griega tras cinco años de terapias de choque austeritarias, es
razonable pensar que sin ruptura con los memorándums, sin políticas de transición económica a medio plazo y sin
un debate democrático en torno a los medios para ponerla en marcha, no habría funcionado un Plan B provisional, y
que habría conducido al mismo impasse político.
Pero, por otra parte, la razón de ser de semejante estrategia dependía de la posibilidad de construir alianzas
políticas con las fuerzas reconocidas y temidas por el adversario. Ese no era el caso de los movimientos sociales
europeos, fueran grandes o pequeños. Y se puede dudar que se pueda cambiar la UE sólo a través de la
movilización, por muy potente que sea, si no va acompañada por tomas de posición del algún gobierno en su seno.
Pero, como quedó claro tras los primeros días del gobierno de Syriza, las cosas no ocurrieron así. En esas
condiciones, la campaña internacional de movilización, más que ayudar al gobierno a prepararse y a organizar una
política económica alternativa, no hizo sino acompañar, e incluso fomentar, su curso hacia lo que se puede
denominar el "suicidio democrático": una exitosa campaña por el NO en el referéndum con la firma del tercer
memorándum una semana después.
La víspera y el mismo día del anuncio-sorpresa de la celebración del referéndum por Alexis Tsipras tuve la ocasión
de reunirme -junto a Clémentine Autain, Pierre Khalfa y Danièle Obono- con dirigentes de Syriza que, más o menos,
nos contaron lo mismo. A pesar de que el gobierno había ido más lejos que nunca en sus concesiones y en zla
reducción de sus "líneas rojas" (las pensiones, el IVA, el código laboral), las instituciones europeas endurecieron
súbitamente sus exigencias planteando propuestas más drásticas aún que al inicio de las negociaciones (incluso
que en el "plan secreto" enviado al ministro de finanzas de Nueva Democracia, Gikas Hardouvelis en diciembre de
2014). Sin lugar a dudas, el bloque neoliberal hegemónico de Europa, en su estrategia del "paréntesis griego",
acababa de poner en marcha una nueva fase más ofensiva aún: se reunía en Bruselas con los dirigentes de la
oposición griega, dio su apoyo a la campaña contra el gobierno en Grecia (con el eslogan "Nosotros seguimos en
Europa"), intensificó el pánico bancario, etc. En esas condiciones, los cuadros de Syriza con los que nos reunimos,
fueran miembros de la corriente "53+", de la dirección política o del KOE (exmaoistas agrupados en el ala izquierda
del partido), estaban de acuerdo en decir que el gobierno se encontraba en un impasse completo. Si bien, en
función de su posicionamiento en el seno del partido, no todos llegaban a la misma conclusión. La corrientes "53+"
pensaban en la necesidad de organizar elecciones en base a una política renovada ("incluso si se pierde la batalla,
hay que seguir luchando hasta el final"); para la dirección del partido, el objetivo era mantener el partido unido a todo
precio, a pesar de la derrota europea; y KOE estimaba que el gobierno Syriza no había sido un gobierno de
izquierdas mas que durante tres semanas (hasta el acuerdo del 20 de febrero) y admitía una derrota en toda línea.
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Es en este ambiente depresivo que el anuncio del referéndum -decidido por Tsipras sin consultar al partido, como el
resto de decisiones importantes que ha adoptado a lo largo de estos últimos meses- fue recibido con júbilo: ¡el
gobierno no capitulará! ¡Por fin, hacia un llamamiento a la movilización popular! Compartí este júbilo con los
camaradas -muchos de ellos franceses- de los movimientos sociales europeos (que llegaron a Atenas el 28 de junio
para una reunión en la que se decidió iniciar una campaña europea a favor del "no"), como con mi familia y las y los
atenienses con los que discutí durante esa semana. Desde la noche del día 27, el pueblo de Atenas (como creo que
fue en muchas otras ciudades del país) experimentó una politización excepcional: concentraciones diarias en la
plaza Synagma, debates en los cafés, en las colas de los cajeros automáticos (que a veces se transformaban en
pequeñas asambleas populares), en los centros de trabajo... Ya se conoce el resultado de esta enorme movilización:
a pesar de la intensa propaganda mediática (ningún spot publicitario a favor del "no" en la televisión...), del
llamamiento explícito de determinados patronos para que sus empleados abandonaran el puesto de trabajo para irse
a manifestar a favor del "si" el 3 de julio, del control de capitales y de la restricción de no poder retirar más de 60
Euros diarios de los cajeros automáticos, de los rumores sobre el cierre de los bancos el 6 de julio, etc., el "no" logró
el 61,31 % de los votos y, según todas las estimaciones, más del 75 % entre los jóvenes y del 80 % en los barrios
populares. Se trataba de un voto de clase y fuimos muchos quienes vivimos esta victoria no solo como un mensaje
firme al gobierno y a las instituciones europeas, sino también como una expresión importante de la participación
política del pueblo en el ámbito político. Pero aquí comenzó a anunciarse la catástrofe -es verdad que previsible,
pero que la experiencia política de la semana precedente la hacía inimaginable-: tras una semana de nuevos
retrocesos del gobierno, el 13 de julio Tsipras volvió de Bruselas con un tercer memorándum que todo el mundo
comprendió que era mucho peor que los dos precedentes...
Las últimas semanas, tanto en la prensa como en las discusiones privadas, ha habido todo tipo de especulaciones
para explicar esta incomprensible lógica del gobierno: último intento antes de hundirse, puro cálculo político interno,
falta de pericia económica y ceguera política frente a la inminencia del cierre de los bancos por la UE (de la que
Alexis Tsipras fue advertido por el ala izquierda de Syriza sin que él lo tomara en cuenta), como el sumun de la
creencia en la mágica virtud salvadora de la democracia, etc. Todas estas explicaciones me parecen plausibles y
pueden comprenderse a la luz del objetivo principal de Alexis Tsipras a lo largo de las últimas semanas: continuar en
el poder a todo precio, practicando, hacia delante y de forma regular, no solo la negación de la realidad ("hemos
cambiado Europa") sino también la manipulación política (no hay más que ver cómo se desarrolló el último Comité
central) y las mentiras en los medios de comunicación (ver, por ejemplo, las declaraciones referentes a la
continuidad de la explotación minera de los bosques de Skouries). Sin embargo, este giro a la derecha y esta
traición del mandato popular no deben hacernos olvidar lo que ya se dejó ver claramente a finales de junio y que
muchos lo olvidamos entre el 27 de junio y el 5 de julio: la estrategia de la "paréntesis de izquierda" puesta en
marcha por las instituciones europeas (hundir el gobierno de Syriza o transformarlo en partido pro-memorandum) se
ha desarrollado a la perfección. He aquí, por lo tanto, una primera enseñanza de la derrota griega: la UE está
dispuesta a todo para impedir la puesta en marcha de una política económica de izquierdas; y en su seno no hay
alternativa al neoliberalismo.
¿Qué piensa la gente en Grecia?
Ahora en Grecia está claro que el gobierno jamás pensó en un Plan B, que pensó ingenuamente que la legitimidad
democrática podría, en última instancia, constituir un arma eficaz en la negociación; que se autonomizó
completamente de los debates y de las tomas de posición del partido y que ahora gobierna con el apoyo de la
derecha. ¿Cómo explicar entonces -lo que constituye el principal argumento de quienes quieren justiciar la
capitulación del 13 de julio, empezando por el gabinete de Alexis Tsipras- el apoyo mayoritario de la población a
este gobierno?
Es preciso comprender que la popularidad de Tsipras en las encuestas (que en estos tiempos de intensa
propaganda política es necesario tomar con precaución) es una de las consecuencias de la onda de choque de la
derrota y de la ausencia, a día de hoy, de una alternativa de gobierno creíble. Aunque hay que ser cautos: una
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reciente encuesta de Bridging Europe (
http://www.bridgingeurope.net/nationwide-poll-on-political-developments-in-greece---july-2015.html) dibuja una
realidad diferente. Muestra que si bien Alexis Tsipras continúa siendo el personaje político mejor valorado por la
población griega (si bien el porcentaje disminuye de forma importante: 51 %), una mayoría aplastante considera que
Syriza ha abandonado su programa (el 83 %) y que ha capitulado ante las exigencias de los acreedores (el 76 %).
También muestra que -lo que constituye un giro importante en relación a sondeos precedentes- el 77 % de la
población estaría en desacuerdo con la política del gobierno. Ahora bien, ¿cuántas veces he oído a lo largo de estas
dos últimas semanas que Tsipras es el único que ha intentado a hacer algo por Grecia, pero que se ha equivocado y
que ha fracasado? ¿Que se trata del mal menor dado que actualmente no existe ninguna otra fuerza política de
izquierda con suficiente credibilidad que proponga alternativas salvo Syriza, pero que finalmente se trata de un
hombre político como los otros, que ante todo busca mantenerse en el poder a costa de todo?
Más allá de la cuestión secundaria en relación a la popularidad del primer ministro griego (que comienza a
socavarse y que podría hundirse con rapidez dado que las esperanzas puestas en él eran grandes), está claro que
el partido del status quo, del TINA (No hay alternativa) y de la hostilidad o de la incredulidad ante la izquierda ha
ganado una poderosa arma con la capitulación del gobierno.
Sin embargo, se pueden ver las cosas de otro modo: si el abismo que separa al gobierno del pueblo vuelve a
expresarse de nuevo, también es debido a que la cantidad y la calidad de la politización popular se ha incrementado
notablemente en este último período. En Grecia todo el mundo discute de las propuestas de la Plataforma de
izquierdas (en síntesis: el programa de Tesalónica más la nacionalización de la banca y de empresas estratégicas
así como el retorno a la moneda nacional) y sobre todo de la oportunidad de salir del euro; del acuerdo profundo o
de los desacuerdos que pueden existir entre Schauble, Merkel, Hollande, Renzi, Dijssellbloem, Draghi; del papel de
EE UU en la firma del acuerdo del 13 de julio, de las razones por las que la eventualidad de un acuerdo con Rusia
los Brics no permitió cambiar la marcha de las negociaciones; y, en general, del grado de preparación de la sociedad
griega para las rupturas necesarias para poner en marcha el programa por el que se optó democráticamente el 25
de enero.
Desde esta perspectiva, en Grecia resulta irritante leer las doctas explicaciones de los comentaristas extranjeros
que, más que contribuir a reflexionar sobre estas cuestiones (que, sin embargo, afectan a toda la izquierda europea)
afirman, de una manera u otra, que estas cuestiones no están sobre el tapete... aunque no sea mas que porque los
griegos y griegas no ven ninguna alternativa a las decisiones del gobierno de Syriza. Estos últimos meses me ha
chocado el desinterés permanente de los camaradas franceses ante los debates y controversias que se daban en la
sociedad griega, al mismo tiempo que se erigía al pueblo griego en vanguardia de la lucha contra el neoliberalismo,
y a Syriza como el modelo para la izquierda radical europea, sin hablar de la ceguera y de la incredulidad ante la
autonomización manifiesta del gobierno de las movilizaciones populares así como del partido del que surgió.
De ahí que me he planteado la idea de aportar aquí algunos elementos de discusión política surgidos de encuentros
al azar a lo largos de estas últimas semanas en Grecia. Ya me he referido a las discusiones con cuadros de Syriza;
ahora voy a referirme a lo que ha dado de sí un ejercicio muy instructivo para tomar el pulso político en Grecia: las
discusiones en los taxis. Recordemos que un viaje en taxi en Atenas es barato y que los taxistas forman parte de la
clase media pauperizada que a veces cuentan con dos empleos -por ejemplo, secretaria de día y taxi a la
tarde-noche- y ven pasar en su coche un muestra amplia de la población ateniense, a diferencia de lo que ocurre,
por ejemplo, en Paris. Entre finales de junio y finales de julio "entrevisté" a doce taxistas atenienses; 10 de ellos
confiaban más en Alexis Tsipras que en los representantes de Nueva Democracia, Pasok o To Potami y 8 habían
votado por Syriza en junio; 7 estaban por la salida del euro y 5 se manifestaron a favor de salir de la UE. Entre los 5
taxistas con los que discutí tras el 13 de julio, 5 se oponían al acuerdo; 4 habían votado "no" el 5 de julio; 3
esperaban la vitoria de la Plataforma de izquierda en la lucha interna en Syriza y manifestaron que no volverían a
votar a Tsipras en el futuro (o más bien a favor de "la fuerza anti-memorándum más creíble en las próximas
elecciones" o Antarsya o KKE). Cierto que se no se trata de una encuesta representativa, pero tampoco lo es el
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legendario "bloque popular a favor de Tsipras y contra la salida del euro" que presentan los comentaristas
extranjeros.
Ahora bien, lo que más me interesó fueron algunos de los argumentos que a mi entender expresaban bien el
ambiente político particular de estas últimas semanas en Grecia. Algunos eran desconcertantes, incluso para mi:
como el del taxista que había votado a Syriza en enero, que "continuaba apoyando" a Alexis Tsipras pero que iba a
votar "si" el 5 de julio en función -y no se equivocaba- de que el acuerdo en caso de una victoria del "no" sería más
catastrófico aún que el sometido a voto en el referéndum. O este otro, que me explicaba que la salida del euro era
políticamente posible, por diversas razones, entre las que destacaba que dado que la juventud de las clases medias
altas y burguesas había emigrado a Europa sin perspectiva de volver a Grecia, el tiempo jugaba a favor de una
nueva generación radicalizada, indemne a las "absurdidades europeas", dado que en su vida adulta y desde la
introducción del euro en Grecia (2002), no había conocido mas que la pérdida del poder adquisitivo y, además, no
tiene mucho que perder en la transición económica tras la salida del euro. (En Grecia circula este chiste popular: "Yo
ya estoy fuera del euro cuando el 15 de cada mes tengo la cuenta en números rojos"). Pero lo mas remarcable fue
que ninguno de los taxistas se reclamaba de la izquierda ni presentaba Europa como un hecho positivo. Tras cinco
años de memorándums, la mayoría de la población en Grecia percibe a las instituciones europeas como un Leviatán
que impone su voluntad absoluta en detrimento de la de los pueblos en nombre de una pretendida "paz social"
equivalente, en realidad, a una guerra económica de alta intensidad. Por tanto, el problema no está en saber si es
posible "democratizar Europa" y su política económica -visto desde Grecia esta perspectiva da risa- sino de juzgar si
el euro es un mal necesario a falta de una alternativa o un mal radical del que es necesario desembarazarse.
A este respecto, este es el argumento de un taxista particularmente charlatán (y culto), que más o menos me dijo:
"¿Cómo quiere Vd. democratizar un Imperio o negociar con un Imperio; más aún, con un Imperio joven que no aún
no ha cumplido 50 años y que trata de organizarse y construirse contra la voluntad de los pueblos? Es preciso hacer
memoria: ¿quién quería el Euro?, ¿Los pueblos o las élites económicas, nuestros enemigos? Piense que esta élite
jamás dejará el Imperio en nuestras manos. La izquierda griega, los camaradas de Syriza no saben lo que hacen:
pensaron que se podía combatir al Imperio con argumentos razonables o con un referéndum. Pero el Imperio
democrático no existe. Por eso Alexis Tsipras ni siquiera ha podido iniciar la batalla contra Europa: no se lucha
contra el Imperio con un mandato democrático. Por eso, para la izquierda no existe otra vía que salir de la UE y de
su brazo armado: el euro". Después seguimos discutiendo de las dificultades económicas que acarrearía la salida
del euro, lo que constituye una discusión bastante corriente ahora mismo en Grecia: necesidad de que el Estado
adquiera productos estratégicos (petróleo) o de primera necesidad (medicamentos) y los distribuya racionándolos;
posibilidades de reconstituir rápidamente la agricultura griega, literalmente diezmada por la UE; oportunidad o no de
mantener la especialización de la producción griega en el turismo, de desarrollar campos como la energía ecológica;
poner en pie cooperaciones económicas con China y Rusia, y geopolítica con los gobiernos de izquierda en America
Latina, etc. Después el taxista me planteo una cuestión que me aún me ronda en la cabeza: ¿piensa Vd. -Vd. que es
universitario y activista político, etc.- que la Unión europea existirá dentro de 20 años?
Le respondí con prudencia: la desmembración o el desmantelamiento de la zona euro constituiría un acontecimiento
literalmente revolucionario, que no es lo mas probable que vaya a acontecer, que en Francia y Alemania la mayoría
de la población y de la izquierda continua pensando que la UE constituye un buen proyecto que ha emprendido un
mal camino pero que llegará un día en que se convertirá en una institución democrática y progresista, etc. Entonces,
este sorprendente taxista me dijo lo siguiente (que no es del todo correcto desde un punto de vista histórico, pero
que encuentro interesante): "El imperio de Roma tenía una doctrina, la "pax romana", que se asemeja a la idea de la
paz europea hoy en día y que fue a la vez una idea militar, política e ideológica; otros imperios se han constituido
sólo a partir de alianzas entre países soberanos, si bien no a causa de la guerra o la paz sino en función de
intereses; pero ¿piensa Vd. que un Imperio que tiene 50 años y que tiene tanta gente en contra podrá mantenerse
por mucho tiempo?" Le contesté que, por desgracia, la "opinión pública", por si misma, no tiene ninguna fuerza, que
el pueblo siempre tiene que organizarse y encontrar formas de expresión política y que el euro o la UE podrían
continuar existiendo con el 90% de la gente europea en contra. Pero mi respuesta no me convenció o, mejor dicho,
me llevó a otra cuestión que nos conduce a las enseñanzas de la derrota: ¿es serio plantearse una transición
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democrática (que, a mi parecer, constituye el nudo gordiano de la propuesta política de Ensemble!) en el terreno
social, ecológico, económico y político sin pasar por emanciparse de la tutela del Leviatán de la UE?
Más que la ideología "europeísta", es la propia idea de una transición lo que me cuestiono, a partir de una
interrogante que nos hemos planteado muchos y muchas en Grecia durante estas últimas semanas: ¿ qué utilidad
ha tenido el programa de Tesalónica en lo concreto?
Conclusión - El problema de la transición
Por tanto, más que aportar un grano de arena a edificio de las sabias consideraciones estratégicas en lo que tiene
que ver con la forma de llevar a cabo las "negociaciones" o establecer una "relación de fuerzas" con la UE, me
parece más razonable reflexionar de ante todo en torno al hecho simple, pero que está en el fondo de todas las
discusiones en Grecia, de que el gobierno elegido sobre la base de un programa que defendió durante las primeras
semanas post-electorales fracasó y a partir de ahí renunció a ponerlo en práctica.
Recordemos que esta programa constaba de cuatro ejes: medidas de urgencia contra la pobreza, reforma
democrática del Estado, relanzamiento económico y solución al problema de la deuda pública. Sin embargo, el
tercer memorándum anula lo fundamental de las medidas de urgencia contra la crisis humanitaria votadas [por el
parlamento] en febrero pasado y, al contrario, va a agravarla. Por otra parte, estamos lejos de una reforma
democrática y los bienes públicos griegos están en vías de una privatización sistemática y acelerada; el Vouli
[parlamento] votó mediante un procedimiento exprés las medidas de urgencia redactadas por las instituciones
europeas mientras que los hombres de negro de esas instituciones han vuelto a Atenas. El impacto recesivo de
estas medidas, que contradicen punto por punto el programa de Tesalónica (cobre todo en lo que respecta a las
pensiones y la fiscalidad) es evidente. Ya no se plantean la anulación, ni siquiera parcial, de la deuda sino que, al
contrario, una nueva acumulación (al menos de 80 mil millones) y una reestructuración que no garantiza nada y que
está claro que no suprimirá de ninguna manera la espada de Damocles que pesa sobre la vida económica y política
del país. En fin, otra catástrofe en camino es la retirada del pueblo del campo de batalla político, tanto en lo que
respecta a las luchas sociales (que no han obtenido nada o casi nada en los últimos cinco años) como de la política
parlamentario, que para numerosos griegos ha demostrado su carácter inútil, absurdo y nefasto. Llegados a este
punto, acordarse del programa de Tesalónica tiene una utilidad: medir la amplitud de la derrota.
Cierto, no nos podemos detener en eso y el diagnóstico debe servir para un objetivo político positivo: elaborar y
defender los medios que permitan realmente aplicar ese programa. En Grecia, esa es la tarea inmediata de quienes
tomando nota del giro a la derecha del gobierno y de la correlativa alineación de Syriza, buscan construir fuera de
ese partido una coalición para representar el "no" de izquierda a los memorándums y a la austeridad. Pero esta
reflexión compromete también a todas las fuerzas de la izquierda radical europea: lo que está en juego es nada
menos que de su credibilidad política. Ahora bien, desde este punto de vista, recuperar el programa de Tesalónica
produce un efecto de desfase en relación a la mayoría de los debates actuales en Europa. Ni el Plan B más o menos
sistemáticamente preparado por Yannis Varufakis y mas o menos seriamente visto por Alexis Tsipras, ni ninguna de
las diversas propuestas ("IOU", control de capitales, moratoria de la deuda) dirigidas a mantener el tipo frente al
cierre del grifo de la liquidez orquestada por la UE, permiten responder a la cuestión de los medios necesarios para
la puesta en práctica -en un medio institucional hostil- de este programa. Mantenerse con estas propuestas sin
plantear la cuestión de la transición viene a confirmar en los hechos la desastrosa estrategia del gobierno griego
(negociar el máximo de tiempo posible hasta la capitulación completa) y da argumentos a quienes anuncian que no
es posible ninguna alternativa.
Por lo tanto hay que plantearse el problema de las mediaciones para la puesta en pie de una política de transición.
Una cuestión que Syriza la puso en primer plano elaborando un programa político moderado pero anti-sistémico.
Como nos los recuerdan los hechos, no es posible, por ejemplo, luchar contra la evasión fiscal internacional o
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impulsar una política económica de tipo keynesiano, o de reducir el peso de la deuda pública en el marco de la UE,
ni controlar, reducir o desorganizar el poder de la finanza, si no se controlan el Banco Central y la creación de la
moneda; tampoco se pueden democratizar los media mientras sigan en manos de los propietarios privados, etc. La
principal falla política del gobierno de Syriza que le condujo en línea recta a la rendición reside en no haber
elaborado, discutido y defendido las mediaciones concretos para la puesta en pie de su programa. Es probable
-como trato de demostrar en un libro que estoy escribiendo sobre el trabajo y la democracia en la actualidad- que
tomar en serio la cuestión de la transición exige ir mucho más lejos que el programa de Tesalónica; que es
necesario transformar la "caja negra" de la organización de los medios y de los fines del trabajo, a fin de que los
trabajadores puedan convertirse en sujetos de la reforma democrática de las instituciones. Pero para no quedar en
las enseñanzas inmediatas de la derrota del gobierno griego, me parece que, de cara al futuro, la izquierda europea
del siglo XXI no tendrá ninguna posibilidad de ser creíble si no pone por delante el problema de la transición, es
decir de la transformación democrática y ecológica de las instituciones, que implica el desmantelamiento completo
de algunas, la reforma de otras y la creación de nuevas.
Desde esta perspectiva, la cuestión de la salida inmediata o el intento de dar un contenido democrático y de
izquierda al euro y a las instituciones de la UE deberían considerarse de forma pragmática en cada país: ¿permiten
las instituciones actuales solucionar los problemas sociales básicos y poner en pie el programa del que se dote la
izquierda radical? Para Grecia, la prueba ya está hecha: no sólo en relación a la puesta en pie de una transición
democrática en base al programa de Tesalónica sino que incluso en torno a medidas económicas y sociales de
urgencia, las instituciones europeas constituyen un obstáculo absoluto.
La reforma o la negociación se presentan como imposibles; la única opción que queda es la salida del euro y, puede
que también, de la UE. Esto requiere una preparación ideológica, una reorganización económica y la participación
democrática; pero, ahora mismo, "no hay alternativa" para Grecia. Para el resto de los países europeos, si no parece
razonable esperar una victoria electoral semejante a la de Syriza el 25 de enero en los próximos años, al menos se
puede plantear claramente el dilema entre un programa de transición democrática y la pertenencia a la UE. ¿Hace
falta -como lo hace abiertamente Podemos tras la debacle griega- revisar a la baja las ambiciones de justicia, de
democracia y de emancipación debido a que no se contempla la ruptura con las instituciones europeas, o bien es
necesario, como lo plantea ahora un número creciente de electores, militantes y dirigentes de la izquierda radical
griega, poner en cuestión la pertenencia a estas instituciones y preparar la ruptura para iniciar, en el terreno
económico, ecológico y político, un proceso de transición democrática? Esta es, a mi parecer, la segunda
enseñanza de la derrota de Syriza: la izquierda tiene que elegir entre la pertenencia, cueste lo que cueste, a la
Unión económica y monetaria y la puesta en pie de un proyecto de emancipación económica y política; no hay
tercera vía: Syriza sólo se pudo mantener unos pocos meses sobre los dos pies de "ni salida del euro, ni
memorándum".
Si no responde democráticamente a esta cuestión, existe un gran riesgo de que la izquierda europea continúe
participando, a pesar de ella, a la deserción de la política y abra una vía real a la extrema derecha, dejando a las
fuerzas populares, como actualmente en Grecia, sin ningún arma eficaz en la guerra desarrollada contra ellas por el
poder financiero y la Europa neoliberal. Pero si logramos hacerlo, y reconocemos que la derrota de Syriza no es
ajena a nuestras propias debilidades y surge del impasse al que conducen algunas de nuestras posiciones políticas,
entonces, la esperanza nacida en Grecia el 25 de enero y el 5 de julio podrá abrir el camino, tanto en Francia como
en otros países de Europa, a la construcción y la victoria de una izquierda verdaderamente radical y, por fin, realista.
Atenas, 5/08/2015
Alexis Cukier
https://www.ensemble-fdg.org/content/grece-reflexions-apres-la-defaite
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Traducción: VIENTO SUR
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