AUGUSTO GUERRA ORACIÓN CRISTIANA Sociología - Teología - Pedagogía EDITORIAL DE ESPIRITUALIDAD Triana, 9 - 28016 MADRID www.editorialdeespiritualidad.com editorial@editorialdeespiritualidad.com Contenido Págs INTRODUCCIÓN................................................................................. 7 SOCIOLOGíA DE LA ORACIÓN........................................................... 11 I. AMBIGüEDAD DE NUESTRA ORACIÓN......................................................... 13 TEOLOGíA DE LA ORACIÓN.............................................................. 43 II. JESUS, ORANTE DEL REINO DE DIOS........................................................... 45 III. ORACIÓN CRISTIANA, ExPERIENCIA DE GRATUIDAD............................... 57 IV. ENTRE LA GARANTíA DEL ESPíRITU y LA OSCURIDAD DEL MISTERIO.... 75 V. LOS CAMINOS POR LOS qUE DIOS NOS ORA............................................... 86 PEDAGOGíA DE LA ORACIÓN............................................................ 127 VI. BASES fUNDAMENTALES PARA UNA PEDAGOGíA DE LA ORACIÓN......... 129 VII. PROCESO ORACIONAL............................................................................... 155 VIII. PRINCIPALES DIfICULTADES EN LA ORACIÓN........................................ 167 25 AñOS DE ANDADURA ORACIONAL................................................ 179 INTRODUCCIÓN........................................................................................ 181 I. LOS SIGNOS DE NUESTRO TIEMPO......................................................... 182 II. SOCIOLOGíA DE LA ORACIÓN............................................................... 183 III. TEOLOGíA DE LA ORACIÓN................................................................. 189 IV. ANTROPOLOGíA DE LA ORACIÓN......................................................... 197 V. ECOSOfíA DE LA ORACIÓN CRISTIANA................................................. 200 VI. PEDAGOGíA ORACIONAL.................................................................... 202 VII. DISCERNIMIENTO ORACIONAL........................................................... 206 CONCLUSIÓN CRíTICA............................................................................. 208 BIBLIOGRAfíA COMENTADA............................................................... 213 Introducción No orar no es un pecado, es una desgracia (J. MARTíN VELASCO, Invitación a orar, Narcea, Madrid 1993, p. 7) El ejercicio de la oración entre los cristianos ha sido casi siempre una paradoja, que ha basculado –y bascula- entre el ditirambo teórico y la negligencia práctica. Desde sus primeros pasos en la experiencia de los seguidores de Jesús, con pocas ganas de rezar (aunque quisieran sacar pecho pidiendo al Maestro que les enseñase a orar, Lc 11,1) y dormidos a las primeras de cambio (Mc 14,37), hasta nuestros días, la historia certifica polémicas sonadas entre los cristianos (tanto del pueblo llano como, sobre todo, de las elites: religiosos y teólogos) a causa de la oración, sobre todo de la oración que, por llamarla de alguna manera, llamaremos oración mental. Con frecuencia esa tensión se vivió y se vive también en el interior de los orantes individuales y comunitarios, una tensión entre el quiero y no puedo. El siglo xx no fue una excepción, aunque hay que distinguir dos partes en este siglo: la previa al Concilio Vaticano II y la que siguió al Concilio. Los primeros cincuenta años fueron aparentemente “tranquilos” para la oración. La tradición mantenía un tono oracional no discutido y la observancia, religiosa y cristiana, proporcionaban unas estructuras rígidas, que escondían cualquier escapatoria. y cuando una teología y pastoral que abrían nuevos caminos a favor de la acción (teología de las realidades creadas, del trabajo, del progreso y de la acción) parecía ser una cuña para la oración, y sin negar que esta cuña rasgase troncos muy fuertes, los mentores de estas teologías eran hombres –varones casi todos- contemplativos por encima de cualquier sospecha. 8 INTRODUCCIÓN Baste recordar sólo a P. Teilhard de Chardin y a M.-D. Chenu. Incluso los últimos años de esta cincuentena veían aparecer libros de oraciones que sintonizaban con la nueva mentalidad que se iba abriendo, dando así cauce a una forma encarnada de orar en la vida diaria. Aunque con distinta suerte editorial hay que citar aquí los libros de M. quoist, Oraciones para rezar por la calle (1954) y de L. J. Lebret, Súplicas al Señor (1954). Uno de andar por la calle y otro de andar metido en harina, ambos, que serían traducidos al castellano años después, enseñaron a orar la vida a muchos cristianos, vidas bastante distintas, desde luego, pero no contrarias. No puede ignorarse, sin embargo, que ya en los años previos al Concilio se percibía un movimiento de cansancio oracional. En 1958 José María González Ruiz, no pocas veces pájaro solitario, “que siempre tiene vuelo el pico donde viene el aire” (Cántico espiritual: 1424), escribía este librito: La oración del publicano (Para los que se van cansando de orar). El subtítulo es claro. El Concilio Vaticano II levantó anclas, no tanto en la oración cuanto en las estructuras que externamente la aseguraban, lo que, lógicamente, incidió también en todo lo que rodeaba al ejercicio de la oración mental en esas mismas elites que la habían tenido como santo y seña. Al mismo tiempo, e influenciados por D. Bonhoeffer, se cuestionaron tanto las estructuras de la oración, como su sentido en la comunidad cristiana, como si “la palabra oración” “fuera una clase especial de actividad para tiempos especiales y en lugares especiales”1. Laicos, sacerdotes y religiosos confesaban su abandono, malestar y deseos, al mismo tiempo, de estudiar el sentido de la misma, a fin de reencontrar, en caso de que tuviera sentido, la presencia y vivencia de la oración tanto en la comunidad cristiana como en la vida privada2. y hubo un gran desconcierto manteniendo la tensión: por una parte, notable abandono práctico, frágil y presuntuoso, y, por otra, hondura teórica. Durante los 15 primeros años que siguieron al Concilio Vaticano II se movieron las aguas oracionales en las rías literarias y experienciales. Para la historia queda suficiente documentación que lo certifica. Ese movimiento de las aguas oracionales formaba remolinos a distancia unos de otros; los había de todos los colores. 1 D. RhyMES, La oración en la ciudad secular, Sígueme, Salamanca 1969, 14-15. Estaba naciendo la oración puramente horizontal. 2 Ib., 11-15. INTRODUCCIÓN 9 Prevalecieron, sin embargo, dos remolinos llamativos: el descenso cuantitativo del ejercicio de la oración (no pocas veces jaleado por una literatura de escasos quilates, pero deseada por quienes soportaban y sufrían el rigor de las estructuras3) y la revalorización teológica de la misma4. Llamó más la atención lo primero que lo segundo. fue más importante lo segundo que lo primero. y es que en aquellos años de ausencia se escribieron excelentes páginas de oración (con frecuencia esparcidas en circulares, revistas, diccionarios y libros no monográfica ni explícitamente de oración). Aparecieron también los primeros movimientos de oración, entre los que sobresalió, allá por 1966-1967, el movimiento de Renovación carismática y los primeros pasos serios en la relación Occidente-Oriente, concediendo a la oración silenciosa y al cuerpo un lugar importante. “Cuerpo e interioridad” (diría después J. Sudbrack5), comenzaron entonces un camino, que no estaría por entonces exento de polémica, pero que debe ser reconocido como novedoso. La situación oracional posconciliar, por paradójica que parezca, fue más “teológica” que “pastoral”. Sólo en la década de los ochenta aparecieron, entre nosotros, publicaciones de corte pedagógico-pastoral que antes habían sido muy pobres: presencia de la oración bíblica, comunitaria, “oriental” y los primeros brotes de una oración relacionada directamente no sólo con “la propia vida” (orar la vida –expresión también ella ambigua- se convirtió en clásica), sino con los “signos de los tiempos”. Cuadernos para orar (1982) y Orar (1983) fueron dos revistas pioneras en este acercamiento pastoral de la oración a la masa común de los cristianos. Todo ello recreaba un ambiente que unos bautizaban con el sustantivo despertar, mientras que otros no dudaron en describirlo con el adjetivo ambiguo. Parecería que esa dinámica de la teoría a la práctica había puesto fin a unos tiempos de sequedad y frialdad oracional que atería a muchos y daba la estampida de no pocos. La verdad no parece que fuera ésta. La oración entraba en una confrontación teórico-práctica 3 L. EVELy, Enséñanos a orar, Ediciones Ariel, Barcelona 1965 (seis ediciones en castellano en menos de cuatro años). 4 J. Mª. CASTILLO, Oración y existencia cristiana, Sígueme, Salamanca 1969. 5 J. SUDBRACk, El Espíritu es concreto. La espiritualidad desde una perspectiva cristiana, Mensajero, Bilbao 2004, 383 ss. 10 INTRODUCCIÓN que no acababa de aclararse. Cuando se buscó una categoría para reflejar lo que estaba sucediendo en el mundo de la oración aparecieron y desaparecieron como por encanto las más diversas categorías. Las categorías de la crisis y la revisión fueron quizá las más frecuentes en los primeros años postconciliares. Posteriormente la categoría del renacer tuvo no pocos partidarios. Personalmente prefería la categoría de la ambigüedad. y ahí lo dejamos en aquel momento (1984).