¿QUÉ CATEQUESIS OFRECEMOS? PONENCIA III ¿CÓMO CELEBRAMOS LA FE? Gregorio Martínez Sacristán Presentación Q uienes hemos participado en la elaboración de esta ponencia (Carlos Aguilar, Mari Paz Domínguez, Pilar García, Ignacio Jordán y Gregorio Martínez) deseamos iniciarla dando gracias a Dios, nuestro Señor, por el trabajo de reflexión, de oración, de discernimiento a la luz de su Palabra y de búsqueda de propuestas, llevado a cabo en los grupos presinodales, sobre las cuestiones relacionadas con la iniciación cristiana, la celebración de los sacramentos y la oración cristiana. Somos conscientes de que las propuestas que han llegado a la secretaría del Sínodo son tan solo la punta de un profundo iceberg, que esconde muchas y muy interesantes reuniones, largos diálogos intensos que, luego, han sido muy difíciles de sintetizar en unos pocos puntos, y, por tanto, no siempre se ha podido plasmar todo lo que ha acontecido en los grupos. Teniendo en cuenta todo lo anterior, la ponencia ha sido construida de este modo: en un primer momento, se ofrece una visión sintética de los grandes acentos propuestos por los grupos de consulta; en un segundo momento, se presentan a la asamblea sinodal algunas reflexiones teológico-pastorales que podrán servir para enmarcar las propuestas que van a ser objeto de reflexión en los grupos, y que aparecen en la tercera y última parte. Después de haber reflexionado en las ponencias anteriores sobre cómo estamos acogiendo y viviendo la fe, y cómo anunciamos el Evangelio a los alejados y a los no creyentes, ahora nos toca discernir, con la ayuda del Espíritu, lo que el propio Espíritu sugiera a nuestra Iglesia en Madrid, para saber qué es lo que tenemos que hacer y cómo, para hacer hoy nuevos discípulos del Señor, para celebrar mejor los sacramentos, y para orar continuamente sin desfallecer. Hemos intentado ser fieles, lo más posible, al hilo conductor del Sínodo diocesano, que es la transmisión de la fe. Por eso, en función y al servicio, sobre todo, de esta preocupación de nuestra Iglesia en Madrid, presentamos esta Relación. I. Propuestas ofrecidas por los grupos de consulta 1. Sobre la iniciación cristiana Las propuestas presentadas por los grupos presinodales a propósito de la iniciación cristiana nos permiten deducir que nuestra Diócesis es consciente de que, en estos momentos, para responder a la misión evangelizadora propia de la Iglesia, esta tarea de la iniciación resulta esencial y prioritaria; así pues, los grupos han puesto el acento en los siguientes puntos: Atención a los catequistas: √ Mejorar la formación de los catequistas: Los grupos de consulta han insistido mayoritariamente en la necesidad de cuidar la formación de todos los catequistas, tanto de los más veteranos como de los que están dando sus primeros pasos. √ Cuidar la vida espiritual de los catequistas: Se percibe que, en la formación de los catequistas, el acento primordial ha de estar en cuidar su vida de fe, su oración personal, el modo de celebrar y participar en los sacramentos, especialmente en la eucaristía y en el sacramento de la reconciliación, y, cómo no, en su coherencia de vida; además de la capacitación pedagógica y didáctica para desarrollar las sesiones de catequesis y animar y acompañar la vida del grupo. Para responder a todas estas demandas, los grupos presinodales recuerdan el papel insustituible de los sacerdotes, ya que, por razón de su ministerio, son los responsables más directos de la catequesis. √ Asegurar la identidad cristiana de los catequistas: Los grupos han insistido en que los catequistas no renuncien a caminar y aspirar a la santidad, y que no se acomoden en la mediocridad. En función de esto, se pide el establecimiento de unos criterios básicos y mínimos exigibles a aquellos que se sienten llamados a ser catequistas. √ Afianzar el equipo de catequistas: Los grupos han visto necesario cuidar el grupo de catequistas para que sea un verdadero germen de vida eclesial, en el que ellos encuentran, de ordinario, la realidad más profunda de la vida de la Iglesia y de su misión. Además, se insiste en que el testimonio de la unión y amor fraterno que los catequistas puedan dar ante los catequizandos y catecúmenos, y también ante la propia comunidad eclesial, será un factor decisivo a la hora de transmitir la fe. Coordinación diocesana √ Los grupos presinodales piden que haya un proyecto global diocesano de iniciación cristiana, articulado y coherente, que responda a las verdaderas necesidades de los fieles y que sea asumido convenientemente en la programación pastoral de cada comunidad cristiana. √ Se pide, asimismo, que los párrocos garanticen, en sus respectivas parroquias, la vinculación de la catequesis con el proyecto diocesano común y, al mismo tiempo, una coordinación eficaz con las demás instituciones eclesiales (comunidades religiosas, colegios, movimientos) que dentro del territorio parroquial evangelizan y contribuyen a la iniciación y formación cristianas. Transmisión fiel de los contenidos y la pedagogía catequética √ Se quiere evitar que la catequesis se reduzca a puro adoctrinamiento. Pero también se percibe con preocupación el que se haya caído en un olvido peligroso de los contenidos básicos y esenciales de la fe. √ Se ve muy positivamente la incorporación de nuevos métodos pedagógicos y didáctico s a la catequesis y se ha insistido en la conveniencia de aprender a utilizar estos instrumentos para saber aplicados convenientemente. √ Se percibe asimismo como algo urgente que la metodología y la pedagogía catequéticas no dejen de beber de las fuentes de la Revelación y de la pedagogía de la fe. Acompañamiento pastoral de las familias √ Esta propuesta es casi unánime en los grupos, que han sido muy sensibles al respecto; ven muy necesario potenciar una pastoral de acompañamiento de los esposos y padres cristianos, que no se han de sentir solos a la hora de cumplir con la tarea de educar en la fe a los hijos. Catecumenado de adultos √ Destinado no solo a los propiamente catecúmenos, sino también a los que recibieron en su momento los sacramentos de iniciación, pero que no hicieron un verdadero y auténtico proceso de iniciación cristiana. √ Necesario para ayudar a los cristianos a vivir su fe en una situación cultural como la nuestra, que se califica abiertamente como de increencia y neopaganismo. Papel de la comunidad cristiana en la catequesis e importancia de los padrinos en el itinerario de la iniciación cristiana √ La comunidad cristiana ha de sostener y favorecer la catequesis, siendo un punto de referencia insustituible en el camino de fe y conversión iniciado por los catecúmenos y catequizandos. √ La comunidad cristiana ha de preocuparse por la catequesis orando e intercediendo constantemente por cuantos participan en ella. √ La comunidad cristiana ha de ser acogedora y estar abierta para ir insertando en su seno a los catecúmenos y catequizandos que terminan la iniciación cristiana. √ El tiempo del catecumenado tiene que ser también un tiempo para ir asumiendo responsabilidades en las diferentes tareas de la evangelización. √ Se ha insistido en que son los padrinos quienes, en nombre de la comunidad cristiana (o de los padres, en el caso de los niños que se bautizan al poco tiempo de nacer), han de ayudar a los catecúmenos o catequizandos en su formación y su vida cristianas. Los grupos, consecuentemente, han insistido en la conveniencia de que los catecúmenos y catequizandos (o los padres de los niños que van a ser bautizados al poco tiempo de nacer) se tomen muy en serio la elección de quién o quiénes serán sus padrinos, procurando huir de cualquier formalismo o compromiso social. 2. Sobre la Eucaristía del domingo Lo prioritario que se señala parece indicar que se ha de ayudar a que los fieles cristianos comprendan mejor el conjunto de la celebración de la eucaristía y puedan celebrada más dignamente. Cuidar bien la acogida, la proclamación de las lecturas, la homilía, los cantos, las moniciones, el modo mismo de celebrar y ejercer la presidencia y los distintos ministerios litúrgicos, la colocación de la asamblea, etc. Utilizar un lenguaje apropiado y sencillo. Saber conectar el espíritu y la letra de la celebración litúrgica con la vida de los que participan en ella; y, al mismo tiempo, los que acuden a la celebración han de ir con una actitud de verdadera participación activa y consciente, tal y como exige el sacerdocio común de los fieles. Ofrecer cursillos de formación litúrgica. Fomentar los ministerios litúrgicos confiados a los laicos. Cuidar y preparar bien las celebraciones en las que participan personas alejadas de la fe. 3. Sobre los otros sacramentos La penitencia √ Se percibe la necesidad de formar bien la conciencia de los fieles sobre el misterio del pecado y del perdón. √ Se insiste en que los sacerdotes han de cuidar su formación espiritual y humana para ejercer bien este ministerio, y han de estar disponibles para celebrarlo. √ Se insiste en que la celebración tanto individual como comunitaria del sacramento no puede ser un momento aislado, sino parte integrante de un proceso de conversión continua. Y, al mismo tiempo, se ve como muy necesario redescubrir y visualizar mejor la dimensión eclesial de este sacramento. √ Se recuerda que la catequesis (y todo el itinerario) de iniciación cristiana debe ayudar a que los fieles descubran el sentido y el valor de este sacramento y lo puedan celebrar con pleno sentido. El Matrimonio √ Potenciar una verdadera pastoral de la familia. √ Fomentar la formación de grupos de matrimonios. √ Cuidar la acogida de los novios y el cursillo prematrimonial. √ Cuidar la celebración del sacramento del matrimonio, ayudando a los novios a que se centren en los aspectos más importantes y esenciales, y pongan en un segundo término las cuestiones de tipo más formal o social. La Unción de los enfermos √ Potenciar la atención a los enfermos y a las personas mayores, así como a sus familiares o a las personas que les cuidan. √ Cuidar la formación espiritual y humana de los agentes de pastoral que atienden y cuidan a los enfermos; y favorecer, asimismo, la coordinación de todos ellos. √ Situar y potenciar la celebración del sacramento de la unción dentro de una adecuada pastoral de los enfermos. Las Exequias √ Formar a los cristianos para que afronten, desde la fe, la realidad de la enfermedad grave y, por supuesto, de la muerte. √ Cuidar, por parte de los sacerdotes y de los miembros de la comunidad cristiana, los momentos finales de la vida de los bautizados, acompañando al enfermo y también a los familiares. √ Se constata la importancia que tiene para la evangelización, el testimonio de cercanía de los sacerdotes y de la comunidad cristiana, cuando muere una persona. 4. Sobre la oración cristiana Para que los cristianos sean personas orantes se pide que la catequesis esté imbuida, toda ella, de un clima espiritual adecuado, y que los catecúmeno s y catequizando s sean iniciados y formados en la oración y en la espiritualidad cristianas. Se ha insistido en la necesidad de que las familias se tomen muy en serio la labor de iniciar en la oración a los más pequeños. Se ha de facilitar la organización de cursillos y talleres de oración, sin olvidar que la mejor escuela de oración es la práctica. Se sugiere participar en tandas de ejercicios espirituales, tener una adecuada dirección o acompañamiento espiritual y recurrir con la necesaria frecuencia a la celebración del sacramento de la reconciliación. Se ha pedido que se cuiden los lugares de oración y que las iglesias estén abiertas más tiempo, y que en ellas se pueda orar con comodidad, sin prisas y sin ruidos. II. Reflexiones Teológico- Pastorales 1. La iniciación cristiana En estos últimos años, los planes pastorales de nuestra Iglesia diocesana nos han puesto de manifiesto la necesidad de impulsar una vigorosa pastoral evangelizadora, que asuma entre sus prioridades la iniciación cristiana. Nuestra preocupación, como Iglesia del Señor, es que en el contexto actual de la vida de los hombres podamos seguir ofreciendo las razones de nuestra esperanza, el testimonio de una vida según el Evangelio, y la propuesta de un camino de incorporación a la nueva vida, que nace de Cristo muerto y resucitado y que continúa en la comunión de la Iglesia. Inserción en el misterio de Cristo, vinculación a la Iglesia Una de las respuestas a esta gran tarea tiene, desde los tiempos apostólicos, un nombre propio: iniciación cristiana (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica [en adelante: CCE] 1229). La iniciación cristiana, "que es la inserción de un candidato en el misterio de Cristo muerto y resucitado y en la Iglesia, por medio de la fe y de los sacramentos" (Conferencia Episcopal Española, La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, [en adelante: IC] 19), está íntimamente vinculada a la Iglesia particular y al ministerio apostólico, y constituye la expresión más significativa de su misión maternal de engendrar a la vida a los hijos de Dios. La Iglesia recibe en su seno maternal a los que han aceptado el anuncio del Evangelio y los inserta en el misterio de Cristo y en la propia vida eclesial, verdadera participación en la comunión trinitaria. El verdadero responsable de la iniciación cristiana y de la catequesis es el Obispo. En efecto, el Obispo "dirige la celebración del Bautismo, con el cual se concede la participación del sacerdocio real de Cristo; es ministro ordinario de la Confirmación y preceptor de toda la iniciación cristiana, la cual realiza ya sea por sí mismo, ya por sus presbíteros, diáconos y catequistas" (IC 16; cfr. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium [en adelante: LG] 26). A través de la catequesis y la liturgia Desde los tiempos apostólicos, la iniciación cristiana se realiza a través de dos mediaciones pastorales íntimamente relacionadas entre sí: la catequesis y la liturgia, y comprende siempre algunos elementos esenciales: "el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo y el acceso a la comunión eucarística" (CCE 1229). Todas estas realidades guardan una íntima y profunda relación entre sí, porque conducen a una misma finalidad: introducir a los hombres en el misterio de Cristo y de la Iglesia (cfr. IC 39-40). La iniciación cristiana, como participación de la naturaleza divina, "se realiza mediante el conjunto de tres sacramentos: el Bautismo que es el comienzo de la vida nueva, la Confirmación que es su afianzamiento, y la Eucaristía que alimenta al discípulo con el cuerpo y la sangre de Cristo para ser transformado en Él" (CCE 1275). Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana, Dios acoge y salva al hombre en Cristo y le hace partícipe de su victoria sobre el pecado y la muerte, introduciéndole en la comunión trinitaria y en la Iglesia, inaugurando así una nueva existencia. Los sacramentos de la iniciación cristiana ponen los fundamentos de toda la vida cristiana, y por ello son considerados fuente y cima de la iniciación, guardan entre sí una íntima unidad y se reclaman mutuamente para llevar a su plenitud la iniciación cristiana (cfr. CCE 1212). La catequesis sigue un itinerario Esta inserción en el misterio de Cristo y de la Iglesia ha estado siempre unida a un itinerario catequético, que precede o sigue al Bautismo, como parte integrante de la iniciación cristiana y está estrechamente vinculado a los sacramentos de la iniciación. El eslabón que une a la catequesis con los sacramentos de la iniciación, especialmente con el Bautismo, es la profesión de fe, "que es elemento interior de este sacramento y meta de la catequesis". Por ello, la catequesis, que parte de la confesión de fe de la Iglesia, entrega la fe de la Iglesia para facilitar "una viva, explícita y operante profesión" de la misma (Sagrada Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, [en adelante: DGC] 66). Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, "muy pronto se llamó catequesis al conjunto de los esfuerzos realizados en la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios, a fin de que, por la fe, tenga la vida en su nombre, y para educados e instruidos en esta vida nueva y construir así el cuerpo de Cristo" (CCE 4). El Magisterio más reciente sobre la catequesis dice de ella "que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático, con miras a una iniciación en la plenitud de la vida cristiana" (Juan Pablo n, Exhortación apostólica postsinodal Catechesi tradendae, [en adelante: CT] 18; cfr. DGC 67). Aprendizaje de la totalidad de la vida cristiana Considerado como "noviciado prolongado de la vida cristiana" (Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes divinitus [en adelante: AG] 14), el itinerario catequético es mucho más que una simple enseñanza: es un aprendizaje de toda la vida cristiana, "una iniciación cristiana integral" (CT 21), que debe garantizar siempre una formación básica y sistemática en el conocimiento de la fe, en la vida litúrgica y sacramental, en la formación moral, en la oración, y en la vida y misión de la Iglesia (cfr. DGC 8586). De este modo, la catequesis, al mismo tiempo que transmite a los catecúmenos la fe que profesa la Iglesia, los inicia en la celebración de los sacramentos y en la oración, y les enseña progresivamente a vivir como discípulos del Señor en la Iglesia y en el mundo. Este camino catequético, que precede, acompaña o sigue a la celebración de los sacramentos de iniciación cristiana, es el que permite a los catecúmenos y catequizandos contemplar el rostro de Cristo y adherirse a él con todo el corazón, adoptar su estilo de vida, celebrar su presencia en los sacramentos, vivir en la comunión de la Iglesia, participar como testigos y apóstoles en su envío misionero y esperar su venida gloriosa, ayudado por la gracia de Dios y la presencia de los catequistas y de toda la comunidad eclesial (cfr. Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, La Catequesis de la Comunidad [en adelante: CC], 24). Así es como el camino de la vida de cada cristiano se convierte en una experiencia de salvación para él y en un signo de testimonio misionero para los demás hombres (cf. Jn 1, 39). Para que el camino catequético de la iniciación cristiana pueda llegar a ser "verdadera escuela preparatoria de toda la vida cristiana", se propone el catecumenado bautismal como lugar para este proceso formativo de la fe, y el Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos (en adelante: RICA) como el itinerario típico de la iniciación cristiana, que debe inspirar también la catequesis postbautismal (cfr. DGC 88-91. 256). Dos modalidades El itinerario de la iniciación cristiana se puede recorrer de dos modos distintos: el de quienes son incorporados en los primeros momentos de su vida al misterio de Cristo y a la Iglesia por el bautismo, y se continúa posteriormente con un itinerario catequético exigido por el propio Bautismo y con la recepción de los sacramentos de la Confirmación y la Eucaristía, a lo largo de la infancia y la adolescencia; y el de los no bautizados, que se lleva a cabo mediante la participación en un catecumenado bautismal propiamente dicho (cfr. RICA), y que culmina en la celebración de los tres sacramentos de la Iniciación. "Lugares" de la catequesis La Iglesia particular, presidida por el Obispo, ejerce su función maternal, realizando la iniciación cristiana en diferentes "lugares": la parroquia, como ámbito propio y principal, "realiza la iniciación cristiana en todas sus facetas catequéticas y litúrgicas del nacimiento y del desarrollo de la fe" (IC33); la familia cristiana, como "Iglesia doméstica" nacida del sacramento del matrimonio, "transmite la fe, hace posible el despertar religioso de sus hijos y lleva a cabo la responsabilidad que se corresponde en la iniciación cristiana de sus miembros", (IC 34); la Acción Católica y los movimientos y asociaciones laicales son "espacios y medios subsidiarios y complementarios" (cfr. IC 35); la escuela católica, que por su carácter específico, "la convierte en una comunidad cristiana, en constante referencia a la Palabra de Dios y al encuentro siempre renovado con Jesucristo..., puede ser también una mediación eclesial para la iniciación cristiana de sus alumnos, colaborando en coordinación con los planes pastorales diocesanos" (IC 36); la enseñanza religiosa escolar "parte indispensable de su tarea educativa y fundamento de su propia existencia" (DCG 74), contribuye, junto con la catequesis de iniciación, y cada una según su carácter propio, a la educación cristiana de niños, adolescentes y jóvenes" (DCG 76). Es fundamental que el proyecto de iniciación cristiana establecido por el Obispo diocesano sea asumido como propio por los "lugares" eclesiales mencionados, de manera que todos asuman sus propias peculiaridades y se coordinen mutuamente, dado que es la Iglesia particular como tal la que ejerce la misión maternal como sujeto de la iniciación cristiana (cfr. IC 32-38). El itinerario de la iniciación cristiana pone las bases de la vida cristiana y se termina cuando se ha ofrecido la catequesis, se ha profesado la fe, y se han recibido los tres sacramentos: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Sin embargo, el proceso de educación de la fe va más allá de lo que proporciona la catequesis de iniciación. Educación permanente de la fe Terminada la iniciación cristiana, es necesaria también la educación permanente de la fe en el seno de la comunidad eclesial. "La educación permanente de la fe se dirige no sólo a cada cristiano, para acompañarle en su camino hacia la santidad, sino también a la comunidad cristiana en cuanto tal, para que vaya madurando tanto en su vida interna de amor a Dios y de amor fraterno, cuanto en su apertura al mundo como comunidad misionera" (DGC 78). Esta educación permanente, junto con la catequesis de iniciación, ha de formar parte del proyecto catequético global de la Iglesia particular, y se ha de ofrecer teniendo en cuenta las aportaciones específicas de la pastoral de infancia y juventud, de la Acción Católica, de los movimientos eclesiales... (cfr. DGC 69-70.274; IC 21). Una situación como la nuestra, en la que nos "espera la tarea de la nueva evangelización" (cfr. Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa [en adelante: EE] 45), nos pide a todos, de forma particular a los sacerdotes y catequistas, educadores cristianos y familias cristianas, una conversión pastoral que nos sitúe en dirección al centro mismo de la misión recibida: el anuncio explícito de Jesucristo como único Señor y Redentor del hombre y el servicio de la iniciación cristiana para hacer discípulos suyos (cfr. EE 44-51). Con el único propósito de facilitar esta reflexión entre todos los miembros de esta asamblea sinodal, enumero algunos puntos que puedan ayudarnos como Iglesia diocesana a "cultivar más y, si fuera el caso, relanzar el ministerio de la catequesis "como educación y desarrollo de la fe transmitida con el Bautismo" (EE 51). Acción de la Iglesia La iniciación cristiana tiene su lugar específico en la Iglesia particular. Constituye una acción evangelizadora básica y es un servicio eclesial indispensable para el crecimiento de la propia Iglesia. No es una acción que pueda realizarse a título privado o por iniciativa puramente individual, sino en nombre y en virtud de la misión confiada por la Iglesia, constituyéndose así como un servicio unitario, dentro de los diferentes lugares eclesiales de la diócesis y realizada conjuntamente por los presbíteros, religiosos y laicos, en comunión con el Obispo, verdadero responsable de la iniciación cristiana. Formación cristiana fundamental y básica La catequesis, situada cada vez más en el corazón mismo de la misión evangelizadora de la Iglesia, debe ser ofrecida y realizada dentro de un proyecto más global de verdadera iniciación cristiana, donde ocupe el lugar que le corresponde como formación cristiana básica, de carácter sistemático e integral, que se proponga la confesión de la fe en la comunión de la Iglesia, según las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica, íntimamente relacionada con los sacramentos de la Iniciación Cristiana, e inspirada en el Catecumenado bautismal para su estructura y desarrollo. Estando la catequesis al servicio de la fe y de la vida cristiana, se ha de considerar siempre como uno de los principales cimientos del edificio cristiano, que otras acciones educativas de la fe posteriores permitirán levantar completamente. Orientada a la profesión de fe La catequesis de la iniciación cristiana debe favorecer el encuentro y la experiencia de Dios como Dios, y de su designio salvador en favor de los hombres. Quizá sea éste el primer anuncio que tiene que hacer la catequesis hoy en día: ayudar a descubrir, reconocer y confesar al solo Dios y Padre, cuyo camino de acceso y encuentro no es otro que su Hijo Jesucristo, por medio de su Espíritu, en la comunión de la Iglesia. Como nos recuerdan los obispos españoles en el último plan pastoral: "Es preciso poner a Dios como centro de nuestro anuncio y de toda la pastoral; hablar de Dios no como un aspecto o un tema de la fe, sino como el objeto central, el principio y fin de toda la creación, el sentido, fundamento, plenitud y felicidad del hombre", (Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal Española 2002-2005, Una Iglesia esperanzada. Mar adentro, 29). La catequesis, que hace madurar la fe inicial hasta hacer de ella una viva, explícita y operante confesión de fe, ha de estar referida siempre a la profesión de fe en el Dios vivo y verdadero, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta, y no otra, es la fe bautismal que la Iglesia se gloría de profesar y de transmitir a todos los hombres. Esta es la decisiva entrega y es el verdadero empeño que tiene que hacer la catequesis, tanto si se realiza antes como después de recibir el Bautismo. Al servicio del crecimiento y la madurez personal La catequesis debe proponer siempre y desarrollar convenientemente la vocación cristiana bautismal, o lo que es lo mismo, la novedad y singularidad del hombre creado por Dios Padre, redimido por su Hijo Jesucristo, santificado por el Espíritu Santo, y destinado a la comunión de vida eterna con Dios. Esto inseparablemente recibido y vivido desde la Madre Iglesia, ya que, como dice San Agustín, la Iglesia es Madre por los hijos que engendra en las aguas del Bautismo. Una catequesis que acompañe el camino bautismal y proponga la vocación nacida del Bautismo, es siempre una catequesis que muestra lo que es el hombre: su dignidad de hijo de Dios, su vocación a la comunión con Él y su destino a la vida eterna, su responsabilidad en la vida presente y su fraternidad con todos los hombres. La validez de la vocación cristiana como servicio a la verdad y a la dignidad del hombre en el mundo es el servicio más propio y singular que la fe puede prestar al hombre, porque sólo así puede alcanzar su verdadera vocación y el fundamento de su verdad y dignidad: el conocimiento de la salvación de Dios y la comunión con Él (cfr. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes [en adelante: GS] 3 Y 22). En la fe de la Iglesia La catequesis debe facilitar también la confesión de la fe de la Iglesia y como Iglesia. La fe cristiana es esencialmente eclesial y es esta fe la que nos une con los cristianos de todos los tiempos, con los apóstoles y con el mismo Jesucristo. La confesión de fe de la Iglesia, meta de la catequesis, es como una gran melodía donde ningún instrumento puede tocar por su cuenta. Todos son invitados a unir sus sonidos a este gran coro de hermanos que han creído antes que nosotros y están creyendo alrededor nuestro. La fe es un don de Dios que se recibe de la Iglesia y se confiesa en la comunión de la Iglesia. Siendo un acto personal, no es un acto solitario y aislado. Nadie puede creer solo como tampoco nadie se ha dado la fe a sí mismo. La fe es transmitida por la Iglesia y de ella se recibe. Decir yo creo, equivale a decir yo creo en la fe de la Iglesia (cfr. CCE 166-167). Transmitida con fidelidad En la transmisión de la fe, la fidelidad al mensaje revelado recibido de los Apóstoles está asegurada por la asistencia constante del Espíritu Santo y del ministerio apostólico. Esta fidelidad es garantía de fecundidad evangelizadora, al mismo tiempo que es un servicio al hombre concreto, a quien por amor se le transmite esa misma fe apostólica y salvífica (cfr. Antonio María Rouco Varela, Plan Pastoral La Transmisión de la fe: Ésta es nuestra fe, ésta es la fe de la Iglesia, [en adelante: ENF] 16). Para que la catequesis transmita de forma fiel y completa la fe de la Iglesia, "el Catecismo de la Iglesia Católica es obviamente un punto de referencia fundamental" (EE 51): en él se nos ofrece una exposición completa de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica atestiguadas e iluminadas por la Sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio eclesiástico (cfr. Depositum Fidei). Y es, por tanto, "la medida segura para que la transmisión de la fe sea verdaderamente apostólica" (ENF 17). Como recordaba el cardenal J. Ratzinger, a los diez años de su promulgación, el Catecismo "es proclamación de fe,... no es un libro de teología, sino un libro de fe, es decir, un texto para la enseñanza de la fe,... destinado en primer lugar a los pastores y fieles, en particular a aquellos miembros de la Iglesia comprometidos con la catequesis; luego, a todos los creyentes, y finalmente a todo hombre que nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros (cfr. 1 Pe 3, 15) y que quiere conocer lo que cree la Iglesia católica" (Caminos de Jesucristo, 140-142). Creer, celebrar, vivir, orar Cimentada en los cuatro pilares sobre los que descansa el Catecismo: el Símbolo de la fe, los Sacramentos, el Decálogo y el Padrenuestro, la catequesis de la iniciación encuentra todo lo necesario para que la fe pueda ser creída, celebrada, vivida y orada, permitiendo de este modo que su transmisión sea íntegra y fiel y hecha con un lenguaje común, vivo y actual, en el que nos reconocemos todos los miembros de la Iglesia (cfr. DCG 122.128.130; ENF 17). La transmisión de la fe a las nuevas generaciones tiene una importancia decisiva para la Iglesia en el actual contexto social y cultural, en el que muchos factores confluyen para hacer más difícil y, a veces, a "contracorriente", el camino de convertirse en auténticos discípulos del Señor. Por ello todos los itinerarios de iniciación cristiana deben garantizar una propuesta clara y firme de la fe católica y apostólica, con sus motivaciones, certezas y comportamientos fundamentales, de modo adecuado a la edad de cada destinatario. Las certezas de la fe, confesada (Credo), celebrada (sacramentos), vivida (mandamientos) y orada (Padrenuestro) no pueden aparecer como algo contrapuesto a la verdadera vocación y experiencia de la vida cristiana, sino algo necesario y fundamental para la misma. La formación de catequistas En el intento de ofrecer un verdadero camino de fe a través de la iniciación cristiana, se debe formar y fortalecer, sobre todo, la fe de los educadores cristianos: catequistas, profesores de religión, miembros de las familias... Los educadores cristianos transmiten la fe a otros, no solo por lo que dicen, sino también por lo que son, por cómo viven y por lo que hacen. La catequesis, en concreto, necesita catequistas dotados de una profunda fe y de una clara identidad cristiana y eclesial (cfr. DGC 237), que transmitan fielmente la Palabra de Dios recibida de la Iglesia y sean verdadera palabra viva de Dios para los catequizandos. Como el justo, también el catequista vive sobre todo de la fe (cfr. Rom 1,17). En este momento importa, sobre todo, que los catequistas sean sencillamente esto: "catequistas-testigos" en primera persona de la fe que han recibido de la Iglesia y que a su vez tienen que transmitir a otros; verdaderos" catecismos vivientes" para todo el itinerario de la iniciación cristiana; "evangelizadores creíbles, en comunión con la cruz y la resurrección de Cristo", en los que resplandece "la belleza del Evangelio" ( EE 49). La pedagogía de la fe Además de testigo, el catequista es también "maestro y educador" de la fe (cfr. DCG 237). La fe es siempre un don de Dios. No es un don que hace el educador al educando, o que éste consigue por su esfuerzo o sus capacidades naturales. No es consecuencia sólo de una buena pedagogía, aunque ésta la favorezca. En cuanto don de Dios ha de disponerse uno para recibirla con la escucha de la Palabra, con la sencillez y la humildad del corazón (cfr. Mt 11,25-26), Y con la oración. En cuanto propuesta ofrecida al educando, ha de ser realizada dejándose guiar por la pedagogía que Dios y la Iglesia han utilizado con los hombres: la pedagogía original de la fe (cfr. DCG 144). Esta pedagogía, que "no tiene un método propio ni único" (DCG 148), ni tampoco debe ser identificada sin más ni confundida con la pedagogía propia de la escuela, necesita, sin embargo, de las ciencias de la educación, que los catequistas deben conocer y cultivar. Los catequistas, "para poder animar eficazmente un itinerario catequético" (DCG 235), han de hacerlo convencidos de que el principio inspirador de toda obra catequética y de los que la realizan es Dios por medio de su Espíritu (cfr. CT 72; DCG 288); deben igualmente asumir los rasgos fundamentales de la "pedagogía de Jesús", verdadero formador de discípulos (cfr. DGC 140); y en medio de su pequeño grupo deben tener la profunda convicción de que "ejercen un acto de Iglesia y su gesto se enlaza, mediante vínculos invisibles y raíces escondidas del orden de la gracia, a la actividad evangelizadora de toda la Iglesia" (EN 60). En la entraña misma del catequista estará siempre la convicción profunda de que es Dios quien hace que la semilla de la fe, que él deposita en tierra labrada con amor, paciencia y fidelidad, crezca y dé fruto (cfr. Mc 4,26-29) y también que "la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!" (Juan Pablo 11, Encíclica Redemptoris missio [en adelante: RM], 2). Los presbíteros Una de las principales tareas de los presbíteros, como cooperadores de los obispos, es la de velar para que la fe de la Iglesia sea recibida y transmitida con fidelidad en sus propias comunidades cristianas (cfr. Concilio Vaticano 11, Decreto Presbyterorum ordinis [en adelante: PO] 4). Al mismo tiempo, el presbítero está llamado a suscitar vocaciones para el servicio catequético y, sobre todo, como catequista de catequistas ha de cuidar la formación y el acompañamiento espiritual de éstos en el ámbito de las comunidades cristianas, "dedicando a esta tarea sus mejores desvelos" (DGC 225). La experiencia atestigua, por otro lado, que la calidad de la catequesis de una comunidad cristiana depende, en gran medida, “de la presencia y acción de los sacerdotes” (DGC 225). La familia La familia cristiana, nacida del sacramento del matrimonio, es llamada Iglesia doméstica (cfr. LG 11). Está llamada a ser el primer lugar en el que se comienza a escuchar el Evangelio y a conocer el estilo de vida de los discípulos de Jesús (cfr. CT 68 y Pablo VI, Exhortación apostólica postsinodal Evangelii nuntiandi [en adelante: EN], 71). En esta iglesia doméstica los padres reciben en el sacramento del Matrimonio la gracia y la responsabilidad de educar cristianamente a sus hijos. Quienes han dado la vida a sus hijos, han de enriquecer, posteriormente, ese don alimentándolo continuamente con la luz de la fe (cfr. DGC 177). Esta acción educativa es “un verdadero ministerio” (DGC 227) por medio del cual los padres se convierten en los primeros educadores de la fe de sus hijos y convierten así toda la vida familiar en un itinerario continuo de fe y en una escuela de vida cristiana (cfr. CT 68). La familia cristiana es catequista por vocación y naturaleza propias y debe ser considerada como un lugar catequético de importancia primordial y, “en cierto sentido, insustituible”, (CT 68). Por todo ello, es preciso que la comunidad cristiana preste una atención prioritaria a los padres, y les ayude a asumir y cumplir con esta tarea de educar en la fe a los hijos, que, hoy en día, es especialmente urgente. Los profesores de religión católica Los profesores de religión católica, tanto en la escuela pública y en las de iniciativa social sin ideario católico, como en las escuelas confesionales, están al servicio de la transmisión de la fe. Su cometido específico tiene como finalidad la presentación del mensaje cristiano en diálogo con la cultura en el ámbito de la escuela. Así pues, por un lado, han de presentar fielmente el mensaje del que la Iglesia es depositaria y que ha de ser transmitido íntegramente a todos; y, por otro, han de servir fielmente a los destinatarios, para que puedan conocer cuanto al Iglesia enseña a propósito de la fe y de la moral cristiana (cfr. ENF 27). 2. La celebración de los sacramentos Desde los tiempos apostólicos la Iglesia no ha dejado de reunirse para “la enseñanza de los apóstoles, la comunión, la fracción del pan y las oraciones” (Hch 2, 42). Como nos recuerda el concilio Vaticano II (cfr. LG 17), las grandes mediaciones de la misión evangelizadora de la Iglesia son: la Palabra, la Liturgia y la Diaconía. Estas tres mediaciones forman una unidad que brota de la única misión de Cristo confiada a la Iglesia: la Palabra proclamada se realiza en la Liturgia y se vive en el servicio de la Caridad. En los sacramentos se realiza la salvación En la liturgia la Iglesia celebra el misterio salvífico de Jesucristo y “se realiza la obra de nuestra redención” (Concilio Vaticano II, Constitución sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum concilium [en adelante: SC] 2). La liturgia es considerada por ello “la acción sagrada por excelencia, cuya eficacia no iguala ninguna otra acción de la Iglesia” (SC 7) y la “cumbre a la cual tiende su actividad y, al mismo tiempo, la fuente de donde brota toda su fuerza” (SC 10). La liturgia alcanza su culmen en la celebración de los sacramentos. Los sacramentos son “signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia, por los cuales nos es dispensada la vida divina. Los ritos visibles bajo los cuales los sacramentos son celebrados significan y realizan las gracias propias de cada sacramento; y dan fruto en quienes los reciben con las disposiciones requeridas" (CCE 1131). En los sacramentos, la Iglesia celebra, con la fuerza del Espíritu Santo, las acciones salvíficas de Cristo, verdadero Misterio de Salvación (cfr. Juan Pablo II, Carta apostólica Novo millennio ineunte [en adelante: NMI], 30-38), que se hacen eficazmente presentes en la sacramentalidad de la Iglesia, por medio de gestos, palabras y signos, en medio de situaciones y momentos significativos de la vida de los hombres. Por medio de los sacramentos, el cristiano participa de la vida de Dios en Cristo Jesús, que se expresa en las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad; y "gusta ya en la tierra los dones reservados para el cielo" (Prefacio de santas vírgenes y religiosos). La Iglesia, por medio de ellos, crece en la caridad y en su misión de testimonio en el mundo (cfr. CCE 1130.1134). Los sacramentos suponen la fe, la alimentan y la expresan La doctrina conciliar recuerda, por otro lado, que los sacramentos no sólo suponen la fe, sino que, a la vez, la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y de acciones; por eso se denominan sacramentos de la fe (cfr. SC 59). Como acciones de Cristo y de la Iglesia, orientadas a dar gloria a Dios, a la santificación de los hombres y a la edificación de la Comunidad eclesial, los Sacramentos se deben celebrar con el máximo respeto y poniendo las condiciones apropiadas para que sean vividos como acontecimientos de salvación, y con una participación consciente, activa y fructuosa (cfr. SC 11). Todo lo cual exige una acción educativa lenta, progresiva y realista, con una especial acción catequética en su preparación y celebración, de tal manera que conduzca a cada cristiano y a cada comunidad que los celebra a vividos como verdaderos sacramentos de la fe. Juan Pablo II constata en su carta apostólica Novo millennio ineunte cómo a partir del Concilio "la comunidad cristiana ha ganado mucho en el modo de celebrar los Sacramentos y, sobre todo, la Eucaristía" (NMI 35). Sin embargo, más recientemente en la carta apostólica Ecclesia in Europa, precisa a este respecto lo siguiente: "En el contexto de la sociedad actual, cerrada con frecuencia a la trascendencia, sofocada por comportamientos consumistas, presa fácil de antiguas y nuevas idolatrías y, al mismo tiempo, sedienta de algo que vaya más allá de lo inmediato, a la Iglesia de Europa le espera una tarea laboriosa y apasionante a la vez: Consiste en descubrir el sentido del "misterio"; en renovar las celebraciones litúrgicas para que sean signos más elocuentes de la presencia de Cristo, el Señor;... en volver a los Sacramentos, especialmente a la Eucaristía y a la Penitencia, como fuente de libertad y de nueva esperanza" (EE 69). Para dejamos guiar por la invitación del Papa que nos pide "reforzar la pastoral de los sacramentos, para que se reconozca su verdad profunda" (EE74), señalo algunas reflexiones referidas, sobre todo, a los sacramentos como medios de la santificación de los hombres, de la celebración de la fe de la Iglesia y de la transmisión de esta fe. Los sacramentos son acciones sagradas Los sacramentos son acciones sagradas porque es el mismo Dios quien actúa en ellos para la edificación de la Iglesia y la santificación de los hombres. Los sacramentos son legado de Cristo para su Iglesia; y, por tanto, son elementos constitutivos de su Tradición viva (cfr. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la divina revelación, Dei Verbum [en adelante: DV], 8). La Iglesia celebra los sacramentos, no los inventa; se alimenta de ellos y, por ellos, le llega la fuerza salvadora de Cristo en el Espíritu Santo. En algunas situaciones eclesiales, los sacramentos pueden perder su auténtico sentido y quedar banalizados los misterios celebrados (cfr. EE 74). Los sacramentos no pueden quedar nunca reducidos a pura celebración de la vida humana, quedarían, entonces, despojados de su carácter sagrado; es decir, no pueden dejar de ser celebraciones del misterio salvífico trinitario y acogida de sus dones, por los que se alimenta la fe, la esperanza y la caridad, se fortalece la auténtica vida espiritual y se desarrolla el testimonio misionero (cfr. EE 70-71). En otras situaciones, muchos bautizados, por costumbre y tradición, siguen recurriendo a los Sacramentos en momentos significativos de su existencia, pero sin vivir conforme a las normas de la Iglesia (cfr. EE 74). En estas situaciones, las celebraciones sacramentales deben poner de manifiesto, sobre todo, que no tienen como objeto" colmar los deseos y los temores del hombre,... resultado de una religiosidad ambigua e inconsistente" sino "proclamar que nuestra esperanza nos viene de Dios, por medio de Jesús, nuestro Señor, al que celebramos con la liturgia y con toda la existencia" (EE 71). La catequesis necesita la liturgia, la liturgia necesita la catequesis Los misterios de la fe que confesamos en el Credo, los celebramos en los sacramentos. La fe profesada por la Iglesia se entraña en la celebración litúrgica de los Misterios de la Salvación, pues es en ellos donde se realiza el acto mismo de la entrega o donación de aquello que la Iglesia invita a creer, a esperar y a amar. La celebración de los sacramentos comunica la vida teologal que la fe de la Iglesia propone, confiesa y vive (cfr. ENF 18). La catequesis y la celebración de los sacramentos son dos acciones pastorales que, lejos de contraponerse, se necesitan, implican y complementan mutuamente. La catequesis tiene como meta la confesión de la fe de la Iglesia; y la liturgia sacramental celebra la fe eclesial que nos salva. La catequesis permite que el sacramento sea celebrado como sacramento de la fe y la celebración sacramental expresa la fe de la Iglesia y alimenta y fortalece la fe de quienes la celebran. La liturgia sacramental constituye, a través de la variedad de sus ritos, textos y celebraciones, un conjunto expresivo y unitario de la fe de la Iglesia. Por ello, la liturgia es una modalidad importante de catequización y puede ser llamada "gran catecismo viviente". Al mismo tiempo, la liturgia sacramental necesita de la catequesis por la Palabra, dado su carácter simbólico-ritual y la riqueza expresiva de sus signos. La catequesis previa a un sacramento permite vivir su celebración como celebraciones confesantes de la fe y la participación en una determinada celebración sacramental es siempre, como celebración expresiva de la de, la mejor catequesis sobre el propio sacramento. Los sacramentos requieren la participación de toda la comunidad La participación "consciente, activa y fructuosa" (SC 11) en los sacramentos, en particular en la Eucaristía dominical, debe ser cuidada y fomentada según el deseo del Concilio. Esta participación, que no ha de ser confundida con el exclusivismo de unos pocos selectos ni con el activismo, se refiere a la totalidad de los miembros del Pueblo de Dios, que celebran como comunidad toda ella sacerdotal, pero ministerialmente diferenciada. La participación en la acción litúrgico-sacramental se expresa también a través de distintos ministerios laicales en la celebración: acólitos, lectores, salmistas, ministros de la comunión, etc. como servicios internos de la comunidad cristiana; y expresión de su condición de asamblea santa, reunida en el Nombre del Señor. Otro de los elementos que más directamente influyen en la participación de todos en la liturgia es, sin duda, el canto, expresión orante y proclamación de fe. El canto de la comunidad, la íntima unión de la música con la celebración y el tiempo litúrgico, son medios muy favorables y expresivos de una auténtica participación. Asimismo, el clima y el tiempo de silencio favorecen la participación y la interiorización de la comunidad cristiana que celebra. La participación de todos debe ser ayudada especialmente por equipos de animación litúrgica, que han de preparar cuidadosamente la celebración, distribuir las diferentes tareas y servir a la totalidad de la asamblea reunida. La celebración de los sacramentos necesita también la formación adecuada de todos los que participan en ellos, principalmente de los ministros, servidores de los Misterios sagrados; y de los equipos de animación litúrgica. Esta formación litúrgico-sacramental debe ayudar a comprender el verdadero sentido de las celebraciones de la Iglesia; requiere, además, una adecuada mistagogia sobre los ritos litúrgicos y debe favorecer una auténtica espiritualidad litúrgica, porque de la celebración litúrgica es, sobre todo, de donde se alimenta y se fortalece la vida espiritual y apostólica de los cristianos. El Domingo, Día del Señor La celebración cristiana tiene unos tiempos paradigmáticos que son: el domingo y el año litúrgico. El domingo es "el día de la fe, día del Señor Resucitado y del don del Espíritu, verdadera pascua de la semana" (NMI 35). Desde los tiempos apostólicos es también el día de la Eucaristía. La participación en la Eucaristía del domingo es el centro del día del Señor y la prioridad por excelencia de toda la vida cristiana, a la vez que es también signo de identidad cristiana y de pertenencia a la Iglesia. Los cristianos no pueden reducir el domingo a un simple fin de semana o a un tiempo puramente lúdico. Todos los creyentes y las comunidades cristianas deben "revalorizar el domingo como fiesta de los cristianos, día de la Eucaristía y lugar primero y fundamental de la asamblea cristiana, y como día de "descanso lleno de fraternidad y de regocijo cristiano" (EE 82). El significado del domingo para los cristianos hace necesario "defenderlo contra toda insidia y esforzarse por salvaguardarlo en la organización del trabajo, de modo que sea un día para el hombre y ventajoso para toda la sociedad" (EE 82). El año litúrgico es un conjunto de tiempos y de fiestas en el que la Iglesia celebra la obra de la salvación realizada por Cristo, al que se unen la conmemoración de la Virgen María y de los Santos. Como gran programa pastoral que la Iglesia propone anualmente a los fieles, debe ser el nervio de la vida de fe de cada creyente y de las comunidades cristianas. Ello exige, naturalmente, cuidar y preparar bien los tiempos litúrgicos para que los fieles y las comunidades cristianas puedan vivir el espíritu propio de cada uno de ellos. 3. La oración cristiana Las comunidades cristianas deben convocar a sus fieles no sólo para la celebración li1rgica, sino también para la oración. Cada vez son más los cristianos que sienten necesidad de silencio, oración, interioridad, diálogo con Dios, y es más frecuente encontrar espacios de oración: Liturgia de las Horas, lectio divina, encuentros de oración en los tiempos fuertes..., en las propias comunidades cristianas. En la vida cristiana, la oración es algo más que una mera necesidad del hombre de trascender se a sí mismo o de buscar lo que está más allá. Sobre todo, cuando ese más allá, resulta ser un rostro anónimo en el que cada uno proyecta su mundo interior, partiendo de los presupuestos o arquetipos culturales, sociales e históricos, en los que cada uno adquiere la cosmovisión de la realidad que lo circunda y que necesariamente tiene que interpretar. Dios nos busca, nosotros anhelamos encontramos con Él La oración cristiana es, fundamentalmente, un diálogo en el que se encuentran el Creador y el hombre, criatura suya. Un diálogo que, mientras dure la peregrinación del hombre sobre la tierra, es un encuentro en la fe, pues ahora vemos como en un espejo, en enigma (cfr. 1 Co 13,12). La oración es un encuentro entre Dios que busca y llama al hombre, y el hombre que busca y anhela encontrarse con Dios. Por eso, como dice el Catecismo, el verdadero sentido de la oración cristiana lo encontramos perfectamente resumido en el relato evangélico de la samaritana (cfr. Jn 4,3-44): "La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de El" (CCE 2560). La oración, alimento de la fe La oración es esencial para la vida de los cristianos, sea cual sea su vocación en la Iglesia. Sin oración, los cristianos" correrían el riesgo de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición" (NMI 34). La oración es un medio fundamental para penetrar e interiorizar los misterios de nuestra fe y pone los cimientos para una personalidad cristiana más santa y apostólica. Como ha recordado el Papa: "Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente de aquel Misterio..." (NMI20). También lo han dicho nuestros obispos en el Plan Pastoral: "Somos conscientes de que, para llegar a la madurez cristiana de las personas y de los grupos, es necesario que la vida se centre y se sustente en Jesucristo, tal como Él mismo nos lo dejó dicho: Sin Mí no podéis hacer nada (Jn 15,5); Y que se cultive la intimidad personal con Él, como lo han hecho siempre los santos" (Una mirada esperanzada. Mar adentro, 16). Reconocer la primacía de la gracia La oración permite situar la existencia cristiana en el nivel del ser antes que en el del hacer: "Es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del hacer por hacer. Tenemos que resistir a esta tentación, buscando ser antes que hacer. Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y, sin embargo, solo una es necesaria (Lc 10, 4142)", (NMI 15). La oración recuerda también a toda la Iglesia enviada al mundo, la necesidad de poner por encima de todo la primacía de la gracia: "Trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar" (NMI 38). Distintas formas de oración El Espíritu, que guía a la Iglesia, ha suscitado en ella a lo largo de los tiempos distintas formas de oración, tal como explica el Catecismo de la Iglesia Católica (CCE 2623-2643): la bendición y adoración, la petición, la intercesión, la acción de gracias, la alabanza. Asimismo la Iglesia ofrece una rica experiencia de santos y maestros de oración, e igualmente métodos, expresiones y lugares favorables para orar (CCE. 2683-2719). Si "Cristo está presente en su Iglesia, y principalmente en los actos litúrgicos" (SC 7), se debe promover y cuidar, sobre todo, la oración litúrgica. En ella, gracias a los signos y a los ritos sacramentales, se da el encuentro con el Señor y, por medio de Él, con el Padre y el Espíritu Santo. En nuestras celebraciones litúrgicas, es preciso cuidar todos los aspectos y elementos que favorecen y crean un clima de encuentro con la Palabra de Dios; y los que ayudan a acoger el don de Dios y de su gracia, que nos llega por medio de cada uno de los signos sacramentales, oraciones y gestos litúrgicos. Por todo ello, es necesario prestar especial atención al silencio, la oración y la contemplación, para acoger los misterios que celebramos en cada una de nuestras celebraciones litúrgicas. Dentro de la oración litúrgica, la importancia de la Liturgia de las Horas es fundamental, porque es la oración de la Iglesia, estrechamente unida al culto que ella misma ofrece por Jesucristo al Padre en el Espíritu Santo. Esta oración litúrgica es considerada la oración comunitaria por excelencia. En ella la Iglesia se une a la intercesión eterna de Cristo al Padre, y con Cristo alaba a Dios en cada momento y circunstancia del día, y permite que los hombres santifiquen el tiempo y presenten a Dios el fruto de su trabajo diario. La Liturgia de las Horas debería ser promovida con más decisión en las comunidades cristianas, sobre todo, en los tiempos litúrgicos fuertes y debería ser fuente de espiritualidad y alimento de la fe y de la misión evangelizadora de los miembros de la Iglesia. Por eso, "está quizás más cerca de lo que ordinariamente se cree el día que en la comunidad cristiana se conjuguen los múltiples compromisos pastorales y de testimonio en el mundo con la celebración eucarística, y quizás con el rezo de Laudes y Vísperas" (NMI34). Además de la oración propiamente litúrgica, hace falta promover otras diferentes formas de oración comunitaria. Estos encuentros de oración, dentro de la variedad y creatividad que los puede caracterizar, no deberían ser vividos al margen de la liturgia, sino que muchas veces deberían inspirarse, o ser, como una prolongación de 10 que se vive en la celebración litúrgica. Una forma concreta, cuya validez estamos redescubriendo, es la lectio divina que, como recuerda el Papa, "permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia" (NMI 39). También conviene destacar el culto eucarístico fuera de la Misa, que es una expresión de fe en la presencia real y permanente del Señor y una prolongación de la Eucaristía celebrada (cfr. Juan Pablo II, Carta apostólica Mane nobiscum Domine). Se ha de dedicar también una atención especial a las expresiones orantes de la religiosidad popular, para purificar los aspectos ambiguos de algunas de sus manifestaciones, y facilitar que pueda ser vivida en armonía con la liturgia de la Iglesia y vinculada con los sacramentos. Una de estas expresiones orantes es el Santo Rosario que "comprendido en su pleno significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana y ofrece una oportunidad ordinaria fecunda, espiritual y pedagógica, para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la nueva evangelización" (Juan Pablo II, Carta apostólica, Rosarium Virginis Mariae, [en adelante: RVM], 3). La oración litúrgica y comunitaria presupone la oración personal, y la oración personal necesita la oración comunitaria. En uno y otro caso, el cristiano recuerda que el culto que agrada a Dios, no es la ofrenda de cosas, sino la propia existencia entregada al cumplimiento de la voluntad de Dios, siguiendo las huellas de Cristo Jesús, que vino a dar su vida en rescate por todos. En la oración personal el cristiano pone en práctica lo esencial de la fe, que es la amistad con el Señor, según la definición de Santa Teresa: "Tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama" (Vida, 8,5). "Nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración". "Hace falta que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral. Nos han precedido grandes testigos en nuestra tradición mística española y en ellos seguiremos encontrando manantiales hondos de espiritualidad" (Una Iglesia esperanzada. Mar adentro, 16). El lugar propio de la oración litúrgica de la comunidad cristiana es el templo o iglesia (cfr.CCE 2691). Este es también un lugar privilegiado para las otras formas de oración comunitaria. Además de los templos, tienen una gran importancia, como lugares de oración, los monasterios, los santuarios y las casas de espiritualidad, que deben favorecer la participación de los fieles en la oración litúrgica y, además, asegurar el clima propicio para la oración: silencio, sosiego, paz, decoración adecuada, ornamentación etc. Se ha de procurar, por tanto, que sean lugares abiertos y asequibles para participar de la oración de la Iglesia y favorecer la oración personal y comunitaria. III. Propuestas 1. Iniciación cristiana A. La iniciación cristiana es un itinerario catequético, litúrgico y espiritual para hacer nuevos cristianos, realizado conjuntamente por los presbíteros, religiosos y laicos, en comunión con el Obispo, verdadero responsable de la iniciación cristiana en la Iglesia particular. a. Seguir desarrollando la catequesis al servicio de la iniciación cristiana, para preparar la profesión de la fe en la comunión de la Iglesia y garantizar una formación básica de toda la vida cristiana, según la pedagogía propia y original de la fe. b. La iniciación cristiana alcanza su punto culminante en la celebración de los sacramentos de iniciación, que guardan entre sí una íntima unidad y orden, y deben ser celebrados preferentemente en la Pascua o en los domingos. El sacramento de la Penitencia forma parte del itinerario de iniciación cristiana de los niños bautizados de párvulos. c. Impulsar la instauración del catecumenado bautismal diocesano, como institución catequética para los no bautizados y punto de referencia para quienes necesiten completar o rehacer su iniciación cristiana. d. Promover la catequesis de jóvenes y adultos bautizados que no recibieron una catequesis adecuada; o que no han culminado la iniciación cristiana; o que se han alejado de la fe y que pueden ser considerados cuasicatecúmenos. e. Disponer de un directorio diocesano de iniciación cristiana, al servicio de la comunión eclesial; de carácter global y unitario; vertebrado por los sacramentos de la iniciación y la catequesis al servicio de la profesión de fe; que incluya los diferentes itinerarios, señale los cometidos de las distintas personas y lugares eclesiales que intervienen, y que esté relacionado con todos los otros servicios pastorales de la educación permanente de la fe. B. La transmisión de la fe de la Iglesia debe ser una preocupación constante y una tarea fundamental de la catequesis. El Catecismo de la Iglesia Católica es la medida segura para que la transmisión de la fe sea verdaderamente católica y apostólica. a. La catequesis debe asegurar siempre el anuncio y confesión de los misterios centrales de nuestra fe, la formación moral, la iniciación litúrgica y espiritual, y la educación para la vida comunitaria y la misión. b. El Catecismo de la Iglesia Católica, los catecismos de la Conferencia Episcopal Española y los materiales catequéticos diocesanos "deben ser considerados como textos oficiales para la catequesis de la iniciación cristiana en nuestra diócesis" (cfr. Boletín Oficial de la Provincia Eclesiástica de Madrid, abril, 2003), y para la formación de los catequistas en cualquiera de sus niveles y lugares. C. Si la iniciación cristiana necesita educadores cristianos, sobre todo, dotados de una profunda fe y de una clara identidad eclesial: a. Fortalecer e intensificar la formación básica, y asegurar el desarrollo de la vida cristiana de los catequistas, acompañándoles, humana y sobre todo espiritualmente, a ellos y al grupo de los catequistas en el ámbito de las comunidades cristianas. En esta tarea es esencial la ayuda de los sacerdotes, verdaderos catequistas de los catequistas. b. Promover y formar nuevas vocaciones para el ministerio catequético. Por ejemplo, catequistas para los encuentros con los padres con ocasión del bautismo de sus hijos o durante la catequesis de infancia; así como catequistas para los cursillos prematrimoniales. c. Incorporar y acompañar a las familias, como iglesia doméstica, para que puedan ser las responsables primigenias de la educación en la fe de sus miembros, y estar más atentos a los abuelos, que, en muchos casos, son quienes asumen la tarea de la transmisión de la fe en la familia y en la catequesis. d. Asegurar la formación y el acompañamiento, humano y sobre todo espiritual, de los profesores de religión católica en la escuela. 2. La celebración de los sacramentos D. Los sacramentos, como acciones sagradas, son fuente y culmen de la vida de la Iglesia y de la vida cristiana. a. Potenciar la liturgia como cumbre a la que tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. b. Promover la pastoral litúrgico-sacramental para que acentúe la gloria de Dios y la santificación de los hombres, la celebración y la transmisión de la fe, y la edificación de la comunidad eclesial, como misterio de comunión y misión. c. Todos los sacramentos deben ser celebrados según el necesario marco de referencia que son los libros litúrgicos: Misal, Leccionarios, Rituales. Habrá que ayudar a todos los miembros de la Iglesia a que profundicen en las riquezas que contienen los libros litúrgico s y a que conozcan las posibilidades que ofrecen para la celebración. E. Las celebraciones sacramentales deben ser evangelizadoras para todos los que participan en ellas a. Favorecer, en las celebraciones sacramentales, la necesaria relación de la acción litúrgica con la vida de la Iglesia: la misión evangelizadora, el crecimiento de la fe y las exigencias del testimonio de la caridad. b. Incorporar en la programación pastoral las orientaciones y propuestas diocesanas para la acogida y acompañamiento de los alejados que se acercan ala Iglesia con motivo de los sacramentos: bautismo, catequesis de infancia, matrimonio, exequias; y desarrolladas más ampliamente (cfr. Antonio María Rouco Varela, Acogida y acompañamiento de los alejados que se acercan a la Iglesia con motivo de los sacramentos, Orientaciones pastorales para la Archidiócesis de Madrid). F. La participación consciente, activa y fructuosa en la celebración de los sacramentos debe ser cuidada y fomentada. a. Favorecer la acogida y la conciencia comunitaria y fraterna de todos los participantes en las asambleas litúrgicas. b. Preparar cuidadosamente las celebraciones sacramentales con todos los elementos que las integran y los servicios litúrgicos que se deben prestar. c. Promover la formación y la espiritualidad litúrgicas de los sacerdotes y de las comunidades cristianas y disponer de equipos para el servicio litúrgico de las celebraciones. G. La eucaristía del domingo es el centro y la prioridad por excelencia de toda la vida de la Iglesia y del cristiano. a. Revitalizar el domingo como día del Señor, día de la Iglesia y de la Eucaristía; y revalorizar el domingo como fiesta de los cristianos y día de descanso. b. Cuidar la celebración de la Eucaristía dominical como centro de la celebración del domingo y expresión de la comunión eclesial, prestando atención a todos sus elementos litúrgicos, catequéticos y comunitarios: acogida, proclamación de la Palabra, homilía, cantos, clima de oración, etc. H. El sacramento de la Penitencia debe ser especialmente cuidado, celebrado e integrado en el camino de la conversión cristiana, que debe ser una actitud permanente en la vida de los bautizados. Es muy importante que todos los fieles descubramos la celebración del sacramento de la Reconciliación como fuente de crecimiento y de maduración en la libertad de los hijos de Dios, adquirida con el bautismo; y, también, de aumento de nuestra esperanza mientras peregrinamos, en medio de tentaciones, aquí en la tierra, anhelando alcanzar la libertad plena en la gloria futura. a. Formar bien la conciencia de los cristianos sobre el misterio del pecado y del perdón, y ayudar a descubrir y a valorar la necesidad de la celebración sacramental de la Penitencia y la Reconciliación para el crecimiento de la vida cristiana. b. Favorecer la celebración individual y comunitaria del sacramente de la Penitencia, sobre todo, en los tiempos litúrgicos penitenciales y, también, con ocasión de algunas de las fiestas del año litúrgico. c. Tener en cuenta que en nuestra diócesis no se dan las condiciones para celebrar la reconciliación de los penitentes con absolución general sin confesión individual. I. El Matrimonio Orientar la formación prematrimonial como base del proyecto de familia cristiana, que garantice un testimonio público y creíble de la defensa del matrimonio y de la familia, del respeto a la vida, de la educación cristiana de los hijos y de espiritualidad propia del matrimonio cristiano. J. La Unción de los enfermos La pastoral de los enfermos y de atención a las personas mayores en las comunidades cristianas se ha de considerar una prioridad pastoral y una necesidad para que las celebraciones del sacramento de la Unción adquieran su verdadero sentido. K. Las Exequias Favorecer el acompañamiento espiritual y pastoral de los cristianos en su última enfermedad, así como de sus familiares o personas que les cuidan. Recuperar y redescubrir el sentido del Viático como última comunión y desarrollar todos los elementos del rito litúrgico de las exequias. 3. La oración cristiana L. Las comunidades cristianas deben reunirse no solo para la celebración litúrgicosacramental, sino también para la oración. a. Educar en la oración y en la contemplación, como parte integrante de toda programación pastoral, a través de cursillos, escuelas de oración u otras modalidades. b. Impulsar la celebración de la Liturgia de las Horas en las comunidades cristianas; facilitar el culto eucarístico fuera de la Misa; ofrecer la Lectio divina y otras modalidades de oración personal y comunitaria. c. Ofrecer en los templos de la diócesis espacios y momentos para la oración personal y comunitaria, debiendo garantizar su apertura para prestar este servicio. Siglas utilizadas en este trabajo AG: Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes divinitus. CC: Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, La catequesis de la comunidad. CCE: Catecismo de la Iglesia Católica. CT: Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Catechesi tradendae. DGC: Sagrada Congregación para el Clero, Directorio General para la catequesis. DV: Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la divina revelación, Dei Verbum. EE: Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa. EN: Pablo VI, Exhortación apostólica postsinodal Evangelii nuntiandi. ENF: Antonio María Rouco Varela, Plan Pastoral La transmisión de la fe: Ésta es nuestra fe, ésta es la fe de la Iglesia. GS: Concilio Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes. IC: Conferencia Episcopal Española, La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones. LG: Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium. NMI: Juan Pablo II, Carta apostólica Novo millennio ineunte. PO: Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum ordinis. RICA: Ritual de la iniciación cristiana de adultos. RM: Juan Pablo II, Encíclica Redemptoris missio. RVM: Juan Pablo II, Carta apostólica, Rosarium Virginis Mariae. SC: Concilio Vaticano II, Constitución sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum concilium.