III Domingo de Cuaresma Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera Lucas 13, 1-9 ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 24, 15-16) Tengo los ojos puestos en el Señor, porque el saca mis pies de la red. Mírame, oh Dios, y ten piedad de mi, que estoy solo y afligido. o bien (Ez 36, 23-26) Cuando os haga ver mi santidad os reuniré de todos los países; derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Y os infundiré un espíritu nuevo — dice el Señor. ORACIÓN COLECTA Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, que aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros pecados, mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas. PRIMERA LECTURA (Ex 3,1-8a.13-15) «Yo soy», me envía a vosotros Lectura del Libro del Éxodo En aquellos días, pastoreaba Moisés el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño transhumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. Moisés se dijo «Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza.» Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: «Moisés, Moisés.» Respondió él: «Aquí estoy.» Dijo Dios: «No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado.» Y añadió: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.» Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios. El Señor le dijo: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.» Moisés replicó a Dios: «Mira, Yo iré a los israelitas y les diré: el Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntan cómo se llama este Dios, ¿qué les respondo?» Dios dijo a Moisés: «Soy el que soy». Esto dirás a los israelitas: «Yo–soy» me envía a vosotros. Dios añadió: «Esto dirás a los israelitas: Yahvé (Él es) Señor Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación.» SALMO RESPONSORIAL (Sal102, 1-2. 3-4. 6-7. 8 y 11) R/. El Señor es compasivo y misericordioso. Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. R/. El perdona todas tus culpas, y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. R/. El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos; enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel. R/. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles. R/. SEGUNDA LECTURA (Cor 10, 1-6. 10-12) La vida del pueblo con Moisés en el desierto se escribió para escarmiento nuestro Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron nuestros padres. No protestéis como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos del Exterminador. Todo esto les sucedía como un ejemplo: y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado! no caiga. ACLAMACIÓN AL EVANGELIO (Mt 4,17) Convertíos, dice el Señor, porque está cerca el Reino de los Cielos EVANGELIO (Lc 13,1-8) Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. Lectura del santo Evangelio según San Lucas En una ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.» Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?” Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás”.» Se dice: «Credo» ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS Te pedimos, Señor, que la celebración de esta eucaristía perdone nuestras ofensas y nos ayude a perdonar a los que nos ofenden. PREFACIO La Samaritana En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno por Cristo nuestro Señor. Quien al pedir agua a la Samaritana, ya había infundido en ella la gracia de la fe, y si quiso estar sediento de la fe de aquella mujer fue para encender en ella el fuego del amor divino. Por eso, Señor, te damos gracias y proclamamos tu grandeza cantando con los ángeles: Santo, Santo, Santo. ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Sal 83, 4-5) Hasta el gorrión ha encontrado una casa, y la golondrina un nido, donde colocar sus polluelos; tus altares, Señor Rey de los Ejércitos. Rey y Dios mío. Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre. Lectio Oremos “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta, cu bierto de rocío, pasas las noches del invierno a oscuras? ¡Oh, cuanto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío si de mi ingratitud el hielo frío secó las llagas de tus plantas puras! ¡Cuántas veces el ángel me decía: «Alma, asóma te ahora a la ventana, verás con cuánto amor llamar porfía!» Y ¡cuántas, hermosura soberana: «Mañana le abriremos», respondía para lo mismo responder mañana!” Amén. (De la Liturgia de las Horas) Introducción Después de haber recorrido la etapa inicial de la cuaresma, en la cual pusimos nuestra atención en el misterio de pasión y gloria (evangelio de las “tentaciones en el desierto” y la “transfiguración en la montaña”), paradoja que despejó la ruta del caminar cuaresmal, a partir de hoy comenzamos una serie de tres domingos que nos traen de nuevo a la escuela en la que se aprende a ser discípulo: la escuela del perdón. El Señor nos invita a renovar nuestra vida volviendo a las aguas bautismales donde se muere al pecado y brota el hombre nuevo en Cristo Jesús. El orden de los evangelios en estos tres domingos, siguiendo la pista del evangelista de la misericordia, constituye un camino educativo que la Iglesia nos propone para que entremos seriamente y más a fondo en el misterio de la reconciliación. En realidad se trata de dos caminos que se encuentran y se funden como en un gran abrazo:1) el camino de la conversión, por parte del hombre, y 2) el camino de la misericordia, por parte de Dios; si bien, el camino de la misericordia es el que marca la pauta. Se configuran así tres itinerarios de la conversión-misericordia: 1) El llamado a la conversión que invita a un examen de conciencia que parte del discernimiento de la propia historia (Lc 13,1-9): Tercer Domingo de Cuaresma. 2) El regreso del hijo pródigo al encuentro de la excesiva misericordia de su Padre (Lc15,11-32): Cuarto Domingo de Cuaresma. 3) La experiencia del perdón de la mujer condenada a muerte (Juan 8,1-11). Si en el domingo anterior se enfatizaba el perdón de Dios, en éste se acentúa el perdón que debe provenir de los demás. En estos tres itinerarios el rostro misericordioso de Jesús va apareciendo cada vez con mayor claridad y grandiosidad. Tenemos, entonces, hoy, el primer itinerario de conversión. Su finalidad es despertar las conciencias adormecidas y acomodadas en su estilo de vida. Tal como se predicó desde el comienzo del evangelio de Lucas, por boca de Juan, la conversión cristiana es una conversión en la historia, teniendo en cuenta la vida cotidiana y con hechos (“frutos”) concretos. La conversión es una cuestión de responsabilidad y cada uno está llamado a asumir la parte que le corresponde. En esta línea sigue la enseñanza de Jesús en Lc 13,1-9, pero teniendo en la mira además la misericordia de un Dios que no solamente pide conversión sino que ayuda a que ella sea. En el pasaje anterior a éste, Jesús educa a la gente en la importancia de hacer la lectura de los “signos de los tiempos” (ver Lc 12,54-56) y enseguida muestra que el tiempo que hay que discernir es el del juicio divino (ver Lc 12,57-59). Jesús ahora ejercita el análisis de acontecimientos que ponen a su consideración. Aparecen dos casos tremendos: el incidente de la represión político-militar por parte de Pilatos en el Templo (vv.1-3) y la calamidad de un grupo de obreros en la construcción de la torre de Siloé (vv.4-5). Hoy no tenemos información precisa sobre los acontecimientos referidos. El caso de la masacre de Galileos protagonizada por Pilato: “cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios” podría tratarse del incidente de Cesarea en el año 26 dC; el tumulto cuando la construcción del acueducto; el ataque de Pilato a los Samaritanos en el 36 dC; o el caso, menos probable, la matanza de 3000 judíos por parte de Arquelao durante la Pascua del 4 aC. Diversas hipótesis tenemos hoy también sobre el accidente de trabajo en la torre de Siloé que dejó 18 víctimas. Pero lo importante es que Jesús no se queda en los acontecimientos en sí, sino que descubre dentro de ellos la voz de Dios que le advierte a cada uno sobre la inseguridad de su propio destino. Si los galileos asesinados y los jerosolimitanos accidentados no eran menos pecadores que el resto de los de su tierra y generación, entonces no hay nadie que no necesite o esté exento de la conversión, todos la necesitamos. Una oportunidad más para nuestra conversión Todos somos pecadores, nuestra existencia con frecuencia es estéril, no da fruto, pero Dios nos ama y tiene con nosotros una paciencia infinita. No obstante nuestros propósitos, que a veces en eso solo se quedan, Dios está a nuestro lado, cuenta con nosotros. La conversión cristiana es una transformación en la propia historia concreta teniendo en cuenta la misericordia de un Dios que no solamente pide conversión sino que ayuda para que se haga realidad. Tal como se dice en la parábola de la higuera estéril: “cavaré a su alrededor y echaré abono”. El que murieran en el desierto o aplastados por la torre de Siloé o en el atentado del 11-M –hoy precisamente es el tercer aniversario- no hay que considerarlo como castigo a esas personas, ni mucho menos pensar que no agradaron a Dios, como llega a decir S. Pablo. El apóstol nos quiere poner en alerta para que no nos confiemos, por el hecho de llevar muchos años de vida cristiana o religiosa, o incluso consagrada, que lo que prevalece siempre es la misericordia de Dios manifestada en Cristo, y la gracia que Él nos da para sacar provecho de esa situación. Y como Moisés sentirnos enviados, Él nos dará palabras y fuerzas y allanará el camino. Las desgracias son una invitación a la conversión. Nos lo enseñó Jesús hace 2000 años y todavía no lo hemos aprendido. Dios nos exige, sigue esperando y dándonos oportunidades. Es comprensivo y misericordioso (Salmo). Nos lleva a todos tatuados en sus palmas. Porque Dios es Amor nos exige, nos urge, quiere vernos crecer y multiplicar, como el señor de los talentos, como la Vid y los sarmientos, como la viuda pobre. Hay que sacar lo mejor que llevamos dentro. Corremos el riesgo de quedarnos en la mediocridad y por tanto de ocupar inútilmente el terreno. El Evangelio de hoy no nos desalienta, al contrario, nos llama a la esperanza de que las cosas pueden verse de otro modo y pueden cambiar. Sí, también en cada uno de nosotros para llevar a cabo su plan amoroso. “Danos una oportunidad”, ¡otro año más! Pero tampoco podemos “dormirnos en los laureles”. Es hora de desperezarnos y comenzar a dar fruto. No basta con no hacer nada malo, hay que hacer mucho bueno, frutos de bondad y de justicia, la cesta llena de frutos, la higuera llena de dulces higos: “He venido para que deis fruto y vuestro fruto dure”. La conversión: un llamado a la vida Se nota en la parábola un constante llamado a la vida. La vida siempre está amenazada por razones que provienen de la maldad humana (represión militar de Pilato) o la incontrolable naturaleza (el accidente de Siloé). Pero también hay una forma de negación de la vida simbolizada en la esterilidad de la higuera. La conversión no es simplemente para “no perecer” sino ante todo para que, por la obra de Jesús - el viñador que nos invita a tomar en serio el tiempo de sus cuidados la fuerza escondida del Reino relance nuestra vida hacia su plenitud, desarrollando todas nuestras potencialidades en la dirección para la cual fuimos creados. En fin... El pasaje de hoy nos invita a no aplazar la conversión. La principal motivación es vivir una vida fructífera, es decir, realizar plenamente el objetivo de nuestra existencia desarrollando todas nuestras potencialidades. La invitación del Señor ha resonado, no podemos echarla en saco roto. Apéndice Por el P.Rainiero Cantalamessa “En el evangelio de hoy le llevan a Jesús la noticia de que algunos Galileos fueron mandados a matar por parte de Pilatos. Por el comentario que él hace de la noticia deducimos una enseñanza importantísima. Las desgracias no son, como algunos piensan, signo de castigo divino para la gente pecadora. Más bien, son una advertencia para los que quedamos. Es muy fácil echarle la culpa de las desgracias a los demás o aún a Dios, y evitar asumir nuestra propia responsabilidad. Y nuestra responsabilidad es no hacer mal sino más bien generar buenos frutos. Esta es una clave de lectura indispensable, para no perder la fe ante los sucesos terribles que pasan cada día sobre la tierra, frecuentemente sobre gente pobre e indefensa. Jesús quiere que veamos cómo debemos reaccionar cuando, sea ahora por la mañana, o por la noche, ante la radio, la prensa o la televisión nos enteramos de hechos dolorosos. No debemos reaccionar diciendo simplemente: Ay pobrecitos. Sino más bien tomando de ahí un punto de partida para una reflexión sobre la precariedad de la vida, sobre la necesidad de estar listos y nos apegarnos exageradamente a lo que tarde o tempranos ya no tendremos. Pero el motivo por el cual se ha escogido este pasaje para el tercer domingo de Cuaresma es otro. Es que en él se dice el nombre nuevo del éxodo y de la Pascua: LA CONVERSIÓN. En el contexto cuaresmal, la palabra “conversión” nos recuerda una cosa fundamental. Dios hace el 99.9 por ciento de nuestra salvación; pero queda faltando un uno por ciento que nos corresponde a nosotros. Una historia medieval cuenta el caso de un hombre que estaba para ser ejecutado en la plaza pública por no haber pagado sus deudas. Pasó por allí el Rey, y cuando se dio cuenta de la cosa, le pagó la mayor parte del rescate. Pero faltaba todavía algo y el verdugo ya estaba listo para ejecutar la condena. La Reina entonces hizo su ofrenda y lo mismo hizo todo su séquito. Pero faltaba todavía una monedita, una sola monedita. Pero el verdugo era inflexible: hay que proceder. Entonces el condenado revisó desesperadamente sus bolsillos y encontró una monedita, justo lo que le faltaba. Y se salvó. ¿Qué es lo que hace Dios por nosotros? Para explicar esto Jesús cuenta una parábola en la que él mismo se presenta como un viñador que intercede ante el amo para salvar una higuera. Durante años el árbol no ha dado fruto y el patrón ya rabioso quiere cortarlo. El viñador insiste para que el amo espere un poquito más y lo convence. Así, esta parábola no hace sino describir nuestra vida, que a veces no da fruto, pero es salvada por la misericordia de Jesús que se ha convertido en compañero, amigo y defensor de cada uno de nosotros. Pero él nos pide que dejemos tocar nuestro corazón. Este tiempo de la vida que hemos recibido es para nuestra conversión. Dios no pretende enviarnos desgracias para que nos arrepintamos. Pero de todas maneras se encarga de recordárnoslo frecuentemente. La conversión no es sólo un deber, es también una posibilidad para todos, casi un derecho diría yo. No lo hagamos por miedo a un castigo de Dios, más bien por el hecho de no hacernos daño, no dañemos lo que tan amorosamente ha creado Dios, no nos vayamos hacia la ruina definitiva de todas las grandes potencialidades de vida, crecimiento y felicidad que fueron puestas en nuestras manos. No olvidemos esto: Ninguna persona está excluida de la posibilidad de cambiar para ser mejor. Ninguna persona debe ser considerada como irrecuperable. Hay en la vida situaciones morales que parecen callejón sin salida: divorciados vueltos a casar, parejas que viven con hijos sin casarse, personas en la casa que arrastran problemas gravísimos, quizás algún problema de droga o de delincuencia, quizás odio entre algunos hermanos, deshonestidad o malos manejos económicos, errores de los papás que alguno de los hijos puede llegar a considerar imperdonables, en fin, condicionamientos de todo tipo. Pues también para ellos hay una esperanza, una posibilidad de cambio. Cuando Jesús dijo que era más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de los Cielos, los apóstoles reaccionaron asustados: «Y entonces ¿quién podrá salvarse?». Jesús respondió con una frase que vale también para los casos que mencioné: «Imposible para los hombres, pero no para Dios»”