Los platos rotos del servicio universal

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Los platos rotos del servicio universal
Gonzalo Moreno Muñoz
Ingeniero de Telecomunicación
D
ecía Nicholas Negroponte,
gurú mundial de las telecos desde su best-seller El
Mundo Digital, que sería obsceno
hacer llegar las redes de fibra al
corazón del África negra antes
que las cañerías de agua. Los servicios, como las instituciones, los
hábitos de consumo, los derechos
políticos, y hasta la vestimenta
son progresivos y no se puede
hacer trampa en su provisión.
Encontrar y racionalizar la jerarquía que guardan entre ellos es
diagnosticar el problema para
apuntar una solución.
En la Escuela nos enseñaron
que el método nos proporcionaba la herramienta con independencia de la tecnología, que en
las TIC cambia a velocidad de
crucero, de forma que siempre
se podría encontrar una fórmula
que se abstrajera lo suficiente del
caso concreto para buscar una
forma común de razonar. Cuando hablamos de regulación
podemos aproximarnos usando
una técnica similar y detectar
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similitudes y trayectorias. El artículo 22 de la Ley General de
Telecomunicaciones de 2003
define al servicio universal como
un conjunto definido de servicios cuya prestación se garantiza
para todos los usuarios finales
con independencia de su localización geográfica, con una calidad determinada y a un precio
asequible. Este artículo se asemeja más a un preámbulo constitucional que una ley técnica
emitida por el regulador. Y es
que las declaraciones de intenciones son eso: una aspiración.
Porque cuando esa aspiración
quiere ejecutarse y hacer se efectiva es cuando hay que decidir
quién baila con la más fea.
La vocación social de la
Unión Europea le lleva a diseñar
los idílicos escenarios de provisión de servicios a los usuarios,
en todo el territorio comprendido entre los fiordos y la valla de
Melilla, aunque de momento no
se sepa quién paga la cuenta. Y
la misma indefinición política,
que se ha manifestado hace unos
días en Irlanda, toma forma en
las políticas regulatorias, donde
se pasa de la fijación de precios
a las tendencias liberales. Cuando no se es ni una cosa ni la otra,
es decir, ni economía de libre
mercado ni proteccionista, sino
el tan buscado sistema mixto, se
corre el riesgo de hacer una cosa
para hacer la contraria al día
siguiente.
Como muestra, un botón. La
Comisión Europea para la SI multa
a una operadora que hace una
oferta a precio reducido de ADSL
por perjudicar al mercado y a los
usuarios a largo plazo, ya que está
claro que a corto plazo los beneficia. La misma institución unos
meses más tarde propone que el
usuario pague por llamada recibida en el terminal móvil porque les
beneficia a largo plazo y les perjudica en el corto. La argumentación es idéntica y las medidas
opuestas.
Y la complejidad
del problema, como
casi siempre, al final
se reduce a una cuestión de esencia, de
identidad; lo que se
quiere ser y a donde
marchar. En EE.UU.
funciona de forma
aplastante el libre
mercado y jamás el
Estado asegurará la
provisión ubicua de
servicios. Japón rebosa literalmente de tecnología y cablear con
fibra tan pocos kilómetros y tan densos es
fácilmente asumible
por la industria. Sin
embargo Europa pierde su sitio y busca en
el azul comunitario,
una especie de Camelot, donde no falte
una sola conexión a
internet y empresas y
consumidores vivan
en perfecta simbiosis,
aquellas
ganando
mucho y estos pagando poco. Pero la realidad es que la lista de
disconformidades por
las muchas intervenciones en tan poco
tiempo está en la hoja
de servicios de la UE.
Y cada vez es uno distinto el que paga los
platos rotos, en función de lo que queramos ser.
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