"El Motor Fundamental es Desarrollar en Nuestra Vida la Capacidad de Amar con Profundidad y Decisión" Entrevista a la doctora Sarah María Vega Sánchez, integrante de la XII Promoción de Medicina Homero Silva Diaz, egresada en 1974, Médica pediatra y neonatóloga, Doctora en Medicina, egresada de la Maestría de Gobierno y Gerencia en Salud de la Facultad de Salud Pública de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, diplomada en Gestión de Instituciones de Salud, en la Universidad de Chile. Postgrado en Administración de Sistemas de Atención de la Salud, en el Centro Interamericano de Estudios en Seguridad Social CIESS/México. Actualmente es Jefa del Departamento de Pediatría del Hospital Nacional Guillermo Almenara Irigoyen y desde hace pocos días Directora General de la Familia y la Comunidad, dependencia del Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social. ¿Cuáles fueron sus motivaciones para estudiar medicina? No tengo una respuesta precisa para mis motivaciones específicas. Pero no fue una decisión sencilla. En mi época a partir de tercero de media y con apenas 13 años teníamos que optar entre “ciencias o letras”. Y yo no pude hacerlo; felizmente en el Colegio Pestalozzi donde estudiaba aceptaron que siguiera las materias de ambos. Mi hermana mayor Elena es médica y de la prestigiosa Promoción Werner de San Marcos. Recuerdo haberla admirado mucho toda mi vida. Sin embargo me gustaban el Derecho, la Literatura y la Medicina. Desde niña me gustó escribir poemas, pero también jugar a que a mis muñecas se les rompía una pierna y yo se las arreglaba. Al final luego de darle infinitas vueltas a tan trascendente decisión de vida, opté por presentarme a la Cayetano pensando en que siempre quedaba abierta la posibilidad de cultivar la poesía, pero si no sacaba el título de médica jamás iba poder ejercer como tal. Sólo me presenté a Cayetano Heredia, fuimos 916 postulantes e ingresamos 61, porque dos empataron el puesto 60. Había que ir a Belén para averiguar resultados pero mi madre, con su poder de convencimiento logró sacarle el dato a la persona que le contestó el teléfono. Recuerdo exactamente, como si fuera ayer la emoción y alegría inefable que me embargaron, parada en la sala de mi casa en Miraflores. Me preparé en La Sorbona, una academia que quedaba cerca de mi casa, y era famosa porque mi asistencia era irregular. Mi ingreso fue una noticia bomba para ellos, pero yo tenía una gran responsabilidad ante mi familia y mi colegio, pues siempre ocupé los primeros puestos. La vida está llena de supuestas coincidencias que superan lo que acontece en las novelas. Inicialmente quise inscribirme en el curso de verano en la academia famosa de aquel entonces (no digo su nombre porque los de “mi época” saben perfecto a cual me refiero). Pero tuve la suerte, sí la suerte que la secretaria llegó tarde y tuve oportunidad de escuchar parada en la puerta una clase de anatomía. Trataba sobre el hueso frontal. Cuando terminó, me retiré y nunca más volví, convencida de que en los escasos dos meses que tenía para prepararme y si quería ingresar, jamás iba poder detenerme tanto en estudiar las materias a ese nivel de profundidad. Y regresé a La Sorbona, sus separatas más o menos sencillas y mis libros y apuntes del colegio. Antes de ingresar al examen un postulante que ingresó al año siguiente y que era la tercera vez que se presentaba me emplazó y me preguntó si sabía la fórmula de la Vitamina A, casi muero pues siempre me he puesto muy tensa antes de cualquier examen, y por supuesto le dije que no; él sacó una hoja y me la hizo completa. Yo me dí ánimos internamente, repitiéndome que ese tipo de preguntas no me iban a hacer. Al salir, recuerdo que comentamos sobre las preguntas, entre ellas, nos habían puesto un fémur para reconocerlo, pero un montón decían que había sido superdifícil la pregunta porque “era demasiado fácil”. Me acordé de la clase sobre el hueso frontal y de un pensamiento que suelo compartir con los internos y alumnos ¿cómo construyes la casa si no haces bien los cimientos y usas buenos ladrillos? ¿Puede señalarnos algunas vivencias de su vida universitaria? Estábamos iniciando una de las clases de Biología con el doctor Ishiyama, en el segundo piso en Belén. Comenzaron a repartir sapos y todos los muchachos hacían comentarios fuertes y burlones sobre las reacciones de las chicas que éramos poquitas, cada vez que recibían al animal. “Para que se ponen a estudiar medicina si ni siquiera pueden agarrar un sapo”; de inmediato decidí esforzarme para no traslucir en mi conducta el asco y escalofrío que me producía la sola idea de tocarlo. Hasta que llegaron a mi apellido Vega y lo apreté tan pero tan fuerte que el doctor Ishiyama me dijo “Afloje la mano un poco señorita Vega que lo va a asfixiar”. Del doctor Luis León Herrera inefable, encantador, cultísimo, mi Director de la obra “Ante el Espejo” monólogo de Sebastián Salazar Bondy que escenifiqué en el Colegio Santa Ursula y en Puno cuando tuve la dicha y fortuna de acompañar a La Tuna Universitaria, que en una época convocó a varias compañeras; fui una de las lloronas, y hasta canté. El doctor Enrique Fernández, que siempre sabía hacernos sentir especiales para él, tan franco y directo, tan maestro de vida, el doctor Fernando Porturas, super exigente Almirante de todos los Cruceros, pero al mismo tiempo con un corazón de oro. Mi queridísimo doctor Alberto Cazorla, que me conoce como “la poetisa”, a quien le debo ser médica, porque supo guapearme y hacerme reaccionar, pues los males de amor, me habían hecho sacar cero, sí cero en las dos primeras pruebas de Bioquímica. Fue una conversación fuerte, pero gracias a ella, comencé de buena manera el aprendizaje vivo de sacar garra, de levantarse por sobre las tristezas y los desengaños, para salir adelante. Me encargué un Niemeyer, el texto clave para Bioquímica y por esas coincidencias insondables de la vida ese mismo día me encontré en el microbús de vuelta con mi querida compañera Luz Violeta Noriko Dodobara, que sin preguntarme nada, sin saberlo, de puro buena que es, se convirtió en mi Lazarillo de Tormes para esa materia, pues se avino a estudiarla juntas. Acabé con 17 de promedio final y con la moral en alto. El doctor Raúl León Barúa, con quién hice mi tesis de Bachiller, ha sido y lo sigue siendo modelo de persona y paradigma de lo que un médico debe ser. Cuando tengo duda sobre alguna acción o conducta lo traigo a mi mente y me pregunto cómo hubiera actuado él, para centrarme, su magnífica sencillez, su grandeza de espíritu, su bonhomía son modelo de vida para mí. La doctora Lucy Jefferson es un modelo como mujer y maestra, y luego de que egresé, una entrañable amiga; profesional honesta, íntegra y valiente para defender con firmeza sus convicciones y principios. Con ternura recuerdo su tensión cuando dimos examen final de Ginecología en el Hospital Loayza. Al terminar, su genuino interés por saber cómo nos había ido, fue una pequeña muestra de toda la amistad sincera que sabe cultivar y ofrecer y que luego varios de nosotros hemos podido gozar. Párrafo aparte para Homero Silva Díaz, nuestro Padrino de Promoción, yo hice el externado e internado con él. Fue la mejor decisión que tomé para mi formación. Aprendí de su paciencia, me contagié de su vocación docente. Me precio de ser su discípula, de las lecciones de "oro" que me dio para mi vida profesional y personal futura. Para muestra una. En una de las salas enormes para pacientes hospitalizados del Hospital Dos de Mayo, había uno de 20 años, con diagnóstico de tifoidea complicada, que estaban presentando en la visita. Yo era externa y de pronto llegó el padre que no era de Lima y tuve que salir a informarle. Me desesperé cuando me dijo que se lo querían llevar, comencé a tratar de convencerlos de que lo dejarán internado. El doctor Silva se percató y me llamó aparte y me dijo“¿Sarita qué está usted haciendo?” Y cuando lo puse al tanto, me dijo “Yo sé que usted actúa con toda buena intención. Pero cuando le pidan un retiro voluntario, ponga alfombra de oro y facilítelo al máximo. Tenga presente que si el paciente se queda y muere, lo cual es muy probable por su gravedad, no vacilarán en echarle la culpa, y si se salva no es seguro que le lleguen a dar las gracias”. Recuerdo las rondas y la presentación de casos, largas y minuciosas hasta que llegáramos al diagnóstico y al plan de trabajo. Alguna vez le pregunté “Doctor ¿por qué usted que sabe mucho más que nosotros, nos pregunta y pregunta en vez de explicarnos y enseñarnos, no se aburre con nosotros?” El me respondió “Yo no quiero que ustedes me escuchen, porque rápido se van a olvidar y de lo único que va a servir es para inflar mi propia vanidad escuchándome. Yo lo que quiero y logro con las preguntas que les voy haciendo es que ustedes se den cuenta que los conocimientos los tienen, pero que deben ejercitarse en integrarlos para hacer el diagnóstico y tomar la mejor decisión de tratamiento. Cuando se reciban y marchen ya no voy a estar para orientarlos”. ¿Algunos comentarios sobre su experiencia profesional y docente? Estudié toda la carrera con la idea de ser psiquiatra. Mi electivo lo hice con el doctor Javier Mariátegui en la Clínica Psiquiátrica de Día, por la Urbanización Elio, leí a Freud y a otros psiquiatras famosos. Pero el amor hizo que me casara terminando el externado y acabé , apenas recibida, contratada en el Hospital General de Ayacucho, donde permanecí tres años y donde nadie quería psiquiatras en ciernes, necesitaban pediatras y así empezó mi compromiso con la salud infantil y materna. Fui docente en la Universidad de Huamanga y hasta ahora me encuentro con Enfermeras y Obstetrices que ya han llegado a ejercer Jefaturas y me recuerdan con cariño y respeto. El espíritu herediano lo tengo metido hasta la médula. Donde estoy me exijo, no me quedo conforme, trato de superarme de renovar mis conocimientos y haceres, así como de convocar, apoyar o estimular a los que me rodean para que se superen también. Reflexionar y preguntarme si lo que parece bien por muchísimos años, seguirá siendo bueno y lo mejor para los pacientes a los cuales sirvo, es una inquietud, que me ha llevado a buenos puertos. Me formé en México como Pediatra y siempre que he salido fuera he tenido muy presente a mi país y a mi querida Universidad, para tratar de dejar su nombre en alto, no con palabras sino con acciones. La vida profesional, es para mi una pasión y un amor entrañable. He aprendido a trabajar en equipo multidisciplinario, pero lo que es más importante he aprendido a sentir esa forma de trabajo como la más productiva y enriquecedora. Soy una convencida y practicante de decidir con el paciente y no por el paciente, de que tener los oídos y el sentimiento abierto a captar sus miradas, su tono de voz, actitudes y emociones con amor y respeto, son claves para hacer de la práctica profesional un permanente motivo de asombro y una posibilidad de aprendizaje. Tengo una vocación docente que desde que me recibí me ha llevado a participar activamente en la vida académica de mi institución y de las sociedades y organizaciones a las que pertenezco o me convocan. Desde mucho antes que se pusiera de moda, hago saber a los muchachos que no me crean, que vayan a buscar la información para buscar la mejor evidencia en bien de los pacientes que tendrán a su cargo. ¿Qué piensa de la UPCH y su futuro? Qué me encanta cuando ciertas mamás o abuelas al terminar la consulta me preguntan “Doctora, dígame usted es de la Cayetano, ¿no?” “Sí” les digo, cómo se dio cuenta “Ay, no sé pero es que los de la Cayetano tienen algo especial que los distingue”. Yo quisiera que ese “algo”se mantenga siempre para bien de los pacientes y de la sociedad en que vivamos, y que tenga así mismo, el sello indeleble del trato profundamente humano aunado a la práctica profesional comprometida con la excelencia académica. Además, me siento feliz de que mi hijo Juan Antonio haya podido formarse en ella. A las pruebas me remito y está cursando su especialidad de gastroenterología, en el 12 de Octubre, un hospital de mucho prestigio en Madrid donde se ha sabido ganar el aprecio de profesores y alumnos. Sin embargo, creo que la apertura de tantas facultades, exige no olvidar a sus autoridades que la Facultad de Medicina que le dio origen, tiene que ser cuidada en cuanto a su orientación y a la calidad personal y profesional de sus docentes. Que sería bueno que escucharan las voces de peruanos de buena voluntad que la quieren y viven aquí o en el extranjero para repensar sobre lo que están haciendo y escuchar con apertura ideas y sugerencias. Casi siempre resulta positivo escuchar a los que servimos o queremos servir en este caso a la sociedad peruana y al mundo globalizado, en ese orden, pensando en la responsabilidad social de las instituciones. La idea es fortalecer lo bueno, desactivar lo negativo y si es posible innovar. ¿Qué consejos les daría a los jóvenes estudiantes? Con los años que tengo, que no se los voy a decir pero saquen su cuenta que son bastantes y vividos con plenitud, mi consejo va para las mujeres médicas. Somos capaces de cosas increíbles. Y sí es posible tener una vida profesional activa y una vida personal llena de satisfacciones. El asunto es creer en nosotras mismas y en lo que defendemos. Demanda un esfuerzo grande, paciencia, perseverancia y fe en nuestras convicciones, es cierto, pero es un reto apasionante equilibrar nuestros amores y nuestra vida. Para ello debemos tener la convicción de que sí podemos conjugar con esfuerzo pero con alegría y muchas satisfacciones nuestros roles de médica, esposa y madre. Como médica, actualmente soy Jefa del Departamento de Pediatría del Hospital Nacional Guillermo Almenara y una de las pioneras en la defensa y promoción de la Lactancia Materna en el Perú , como madre entre otras muestras, en su momento cada uno de mis hijos me propuso ante sus compañeros -y me seleccionaron para acompañarlos en sus viajes de promoción-, lo cual no es nada fácil, es como ganarse un premio- y como esposa, Dios me dio su bendición. Para ello el motor fundamental es desarrollar en la vida nuestra capacidad de amar con profundidad y decisión. Ser honestos e íntegros, excelentes amigos. Para alegrarnos genuinamente no sólo con nuestros esfuerzos y éxitos sino con los de los otros y otras, para compartir lo que sabemos, para aceptar - no sólo “tolerar”- a los que piensan y sienten diferente, para que llevados por nuestro amor a los pacientes, nuestra vida profesional se desarrolle siempre con sentido de responsabilidad y por ello inmersos en un proceso activo de permanente aprendizaje. Doctora Sarah Vega muchas gracias por su entrevista.