TENDENCIAS | LATERCERA | Sábado 7 de septiembre de 2013 destinos que sorprenden //T33 Emei, el monte del gigantesco Buda chino El Gran Buda de Leshan, con más de 70 metros de altura, es la estatua de Buda más alta del mundo. Esculpida en una ladera frente al monte Emei, al centro de China, recibe a miles de turistas que también llegan a conocer la tierra de los osos panda. TEXTO: Pedro Arraztio ICHUAN ES CONOCIDA por sus bosques verdes aunque, más específicamente, por quienes los habitan. Los osos panda son la gran carta de presentación de esta provincia china de más de 87 millones de habitantes. Tanto así, que aquí nació el primer hotel dedicado a los panda lovers, el Panda Inn, donde llevan al extremo eso de los objetos “pandaiformes”: camas panda, lámparas panda y, cómo no, personal disfrazado de osos panda... Y aunque la “pandamanía” es el principal motivo de la llegada de turistas a Sichuan, también hay otras causas más espirituales. El monte Emei es una de las cuatro montañas sagradas de China. Se encuentra en la parte sur de la provincia donde, en el siglo I, se erigió el primer monasterio budista del país. Sus 3.099 m.s.n.m. resguardan monasterios, escaleras, caminos sinuosos y poderosas leyendas de fe. La más grande de todas la envuelve su principal atractivo: el Gran Buda de S Leshan, una gigantesca estatua de más de 70 metros de altura, tallado en la piedra de un acantilado que se encuentra en la confluencia de los ríos Minjiang, Dadu y Qingyi. Algo así como el monte Rushmore estadounidense, aunque “made in China” (y mucho más antiguo, claro). Pero ¿por qué tallar el más grande de los budas en las laderas de una montaña? Según cuenta la historia, un monje llamado Haitong tenía a su cargo la construcción del Buda, cuya misión sería proteger a los barcos, hacer las fluctuaciones de mareas más pequeñas y evitar que se inundara una aldea vecina, ya que las turbulentas aguas de los tres ríos solían destrozar las embarcaciones y causar estragos en la comunidad. Con la fe como herramienta principal, se comenzó el monumento, cuya finalización nunca pudo contemplar el pobre Haitong. Recién luego de 90 años de arduo trabajo de sus discípulos estuvo terminado el colosal Buda. Y, tal vez, la interpretación del dicho “la fe mueve montañas” nunca fue más literal que en el caso del Buda de Leshan: los escombros de roca resultantes de su construcción se fueron depositando paulatinamente en el río, alterando su corriente y haciéndolo efectivamente más calmo. La gran figura mira hacia el monte Emei desde el otro lado del río, en la ladera oeste de la montaña Lingyun. Ha soportado estoica el paso del tiempo (su construcción se inició en el año 713) en gran parte gracias a su sistema de drenaje, que reduce la erosión causada por las lluvias. Hoy es visitado por una mezcla de fieles y turistas que, como pequeñas hormigas, pueden observar al Buda desde diferentes ángulos. El monte Emei es como un gran santuario de 200 km de extensión. Son 17 los monasterios que se emplazan a diferentes alturas. Recorrerlo completo por sus senderos lleva a lo menos un par de días, pero afortunadamente cuenta con dos líneas de teleféricos que facilitan bastante las cosas. En la parte más alta del cerro se encuentra la “cima de oro” en la que se emplaza el templo Puguang, construido durante la dinastía Han del Este, desde el cual se obtienen las mejores vistas de esta montaña, que se caracteriza por estar casi siempre cubierta por una espesa niebla. Y cuando el clima es favorable, puede observarse el fenómeno llamado “luz de Buda”, que se produce por la refracción de la luz sobre las nubes. El protector de Emei es Samantabhadra, el Buda originario. Muchas imágenes de él pueden verse en los templos, como en el monasterio Wannian, que posee una de bronce de más de 70 toneladas, que fue fundida en el año 960. Tanto por sus templos como por el Gran Buda de Leshan, el monte Emei es considerado Patrimonio de la Humanidad desde 1960. Pero no sólo eso, también es conocido como Museo de la Naturaleza por sus más de 3.000 especies diferentes de plantas y animales. Entre ellos los macacos tibetanos, monos que a primera vista parecen simpáticos, pero cuidado: ante el menor descuido, no dudarán en arrebatarle su comida en un santiamén.T