//T05 TENDENCIAS | LATERCERA | Sábado 14 de abril de 2012 SIMULACRO Por razones que no se conocen, el capitán Smith canceló un simulacro de botes salvavidas programado para el 14 de abril. lescente de Main Line, uno de los pocos pasajeros sacados del agua, recordó que el sonido emitido por los cientos de personas que caían a las aguas de 2,2° C, ahogándose o congelándose hasta morir, era como el ruido de langostas merodeando el campo de Pennsylvania en una noche de verano. Lo más cerca que Una noche para recordar está de generar drama es un recuento, repartido astutamente en la narración, de lo realizado por las dos naves que se volverían íntimamente asociadas con el desastre. Una era el pequeño navío Carpathia, que esa noche se hallaba en ruta desde Nueva York al Mediterráneo. Estaba a 93 km del Titanic cuando captó las primeras llamadas de auxilio; fue la única nave que se desplazó rápidamente a rescatar al gran transatlántico, revirtiendo su curso. La otra, el pequeño barco a vapor Californian, que había parado a unos 16 km del Titanic (a diferencia de la fatídica nave, había hecho caso a las advertencias de icebergs) y que se quedó ahí toda la terrible noche, ignorando las frenéticas llamadas del Titanic, vía radio inalámbrica, lámparas con código morse y, finalmente, cohetes. No es inexplicable como parece: no tenía un operador nocturno de radio. Pero nadie ha explicado lo suficiente por qué el capitán, los oficiales y la tripulación del Californian no respondieron a lo que parecían señales obvias de angustia. El segundo oficial sólo pensó que era extraño que una nave disparara cohetes de noche. Si Lord se hubiera adentrado en interpretaciones mayores, tal vez habría visto en una nave un símbolo de la urgente necesidad humana por sobrevivir y en la otra, la inamovible resistencia de la estupidez pura. Casi a la mitad de Una noche para recordar , Lord interrumpe su narración con algunas páginas de reflexiones. Los temas que encuentra se caracterizan por una cautivante combinación de nostalgia y escepticismo. Una noción es que el hundimiento marcó “el fin de los antiguos días” de la confianza tecnológica del siglo XIX y de la “nobleza obliga”. Otra es una sensación de que la gente se comportaba mejor en ese entonces, ya fuera la nobleza, los pasajeros de tercera clase o la tripulación. Cuando un oficial fue finalmente recogido de su bote salvavidas, plegó cuidadosamente las velas y el mástil antes de subir a bordo del barco de rescate. Pero ensombreciendo todo está el problema del dinero y la clase. La historia del Titanic se lee de forma irresistible como una parábola sobre una era dorada, en la cual la muerte no era para nada democrática, como queda claro en una notoria estadística: entre los hombres de primera clase (que pagaron hasta 4.350 dólares, en una época en que el ingreso promedio para un hogar de EE.UU. era de 800 dólares), el porcentaje de supervivientes fue casi el mismo que el de los niños de tercera clase. A pesar de su sentimentalismo sobre la caballerosidad, Lord no se aparta de lo que el hundimiento y sus repercusiones revelaron sobre los prejuicios y privilegios de la época. El libro traza un condenatorio arco que va desde el tratamiento especial disfrutado por las mascotas hasta la forma en que los pasajeros de tercera clase eran “ignorados, abandonados, olvidados”. Aún así, mantuvo sus sermones al mínimo. Termina con una nota elegante: el joven de 17 años Jack Thayer subiendo a una litera en el Carpathia, que salvó a 706 de las 2.223 almas del Titanic, y quedándose dormido tras beber el primer vaso de brandy de su vida. John Maxtone-Graham, en su libro La tragedia del Titanic: una nueva mirada al transatlántico perdido, cambia al enfoque tecnológico, destacando el rol crucial de la comunicación inalámbrica. El Titanic fue uno de los primeros barcos en la historia en emitir un SOS (“Envíen SOS”, le dijo Harold Bride –el operador aprendiz del Titanic y quien sobrevivió- al oficial de 25 años Jack Phillips, quien murió. “Es el nuevo código”). Y el hundimiento estuvo entre las primeras noticias en ser cubiertas globalmente, gracias a la radio inalámbrica, de forma más o menos simultánea con los eventos. Uno de los primeros titulares que apareció mientras la nave de rescate llevaba a los supervivientes a Nueva York (Observadores furiosos por el silencio del Carpathia) sugiere cuán rápi- HACINAMIENTO En la tercera clase del Titanic sólo había dos bañeras que eran compartidas por 700 personas. do nos acostumbramos al acelerado ciclo de las noticias. El libro retrata acertadamente a los chicos inalámbricos de hace cien años como los geeks de la computación de su era, desde su extrema juventud a su sorprendentemente familiar forma de hablar. What es the matter with you (¿Qué ocurre con ustedes?) fue una de las respuestas a la llamada de auxilio del Titanic. En Titanic: La última noche de un pueblo pequeño, John Welshman se esfuerza por “re-balancear la narrativa” sobre el privilegio, mirando más allá del glamour de la primera clase, el dramatismo de los pasajeros de tercera clase y las historias de los pasajeros de segunda clase. Su técnica de entregar pequeñas biografías de todos sus personajes probablemente pone a prueba los límites del interés humano, pero ofrece detalles maravillosamente idiosincráticos. Un professor de ciencia británico sintió una extraña “sensación de seguridad” una vez que el barco se detuvo, “como si estuviera parado en una gran roca en el medio del océano”; otro superviviente, un niño de nueve años, se dio cuenta mucho después que no soportaba ir a los juegos de los Detroit Tigers, porque los clamores tras cada anotación le recordaban los gritos de quienes murieron. El impulso por reevaluar no es nuevo. La mejor disección del origen del mito del Titanic es el libro Abajo con la vieja canoa: una historia cultural del desastre del Titanic, publicado por primera vez en 1996 y que acaba de ser actualizado. Biel, historiador de Harvard, mostró cómo la historia del Titanic ha sido usada para servir a los propósitos de todos, desde antisufragistas hasta el movimiento laboral y los republicanos. El plantea que si bien el hundimiento no fue “ni el catalizador ni la causa, sí expuso y representó las ansiedades sobre la modernidad”. Una de éstas fue la raza: un asalto sobre uno de los operadores inalámbricos durante los últimos minutos de la nave fue atribuido a un tripulante negro inexistente. La afluencia de nuevos inmigrantes no anglo sajones fue otra. Reportes de la tripulación y la cobertura de prensa revelaron un prejuicio tan fuerte contra los europeos del sur que el embajador italiano en EE.UU. se vio obligado a presentar una queja formal. Una razón de que el Titanic atrape la imaginación incluso hoy es que presenta grandes interrogantes: como escribe Nathaniel Philbrick en la introducción a la nueva edición del libro de Lord, ¿Quién sobrevivirá? y ¿Qué habría hecho yo? Estas preguntas se ciernen también sobre el libro Cómo sobrevivir al Titanic, de Frances Wilson, o en El hundimiento de J. Bruce Ismay, una biografía de una de las figuras más controvertidas: el hombre que era el director de la empresa propietaria de la nave. Ismay fue despreciado ampliamente por haber entrado a un bote salvavidas en lugar de hundirse con la nave y haber presionado al experimentado capitán del Titanic, E.J. Smith, a mantener una velocidad relativamente alta aun cuando la nave había recibido advertencias de iceberg. Wilson confirma y también minimiza la familiar caricatura de Ismay. Aún así permanece una sensación de conveniencia. “No puedo sentir que haya hecho algo malo y no puedo culparme por el SIGUE EN PAG 6