LA GENERACIÓN DE 1927 Nómina Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Luis Cernuda y Rafael Alberti son los principales componentes de la Generación del 27, entre otros (habría que añadir, como mínimo, a Emilio Prados y a Manuel Altolaguirre). Origen del término El término de Generación del 27 es el más aceptado, al ser 1927 la fecha en la que se reunieron para celebrar el tricentenario de la muerte de Góngora. Con esta reunión buscaban una doble reivindicación: la del poeta cordobés (por afinidad estética) y la de ellos mismos como grupo. Características e influencias Los integrantes de la Generación del 27 tuvieron la pretensión común de renovar el lenguaje literario, algo que logrará amortizando tradición y vanguardia. Así, si, por una parte no se puede negar la influencia de las vanguardias (fundamentalmente, Ultraísmo, Creacionismo y Surrealismo) y las teorías de la deshumanización del arte de Ortega y Gasset, por otra resulta imprescindible tener en cuenta el regreso a nuestra rica tradición oral y escrita (los cancioneros de los siglos XV y XVI, Garcilaso, San Juan de la Cruz, Góngora…). Etapas 19201928 En estos años se establecen los contactos personales entre los distintos integrantes del grupo gracias, fundamentalmente, a la Residencia de Estudiantes de Madrid y a sus colaboraciones en las distintas revistas literarias de la época, al tiempo que van publicando sus primeras obras (reseñables son Marinero en tierra de Alberti y Versos humanos de Gerardo Diego, galardonadas con el Premio Nacional de Literatura de 1925). En estos primeros años, se nota la influencia de Bécquer, pero también el influjo de las vanguardias y de Juan Ramón Jiménez, que orienta a muchos hacia la ―poesía pura‖. Domina en el grupo el frenesí por la imagen y el afán de novedades temáticas y experimentales, con tendencia a un cierto elitismo y deshumanización. 19291936 Esta segunda etapa está marcada por la irrupción del Surrealismo, el cual provoca un cisma que separa a Salinas y a Guillén de Lorca, Alberti, Cernuda y Aleixandre (Gerardo Diego flota en la indecisión y Dámaso Alonso por entonces no escribe poesía). Actitudinalmente, el cisma deriva hacia posiciones neorrománticas en el caso de Salinas y Guillén y el seguimiento de los postulados surrealistas en el caso de los demás (aunque nunca llegaron a practicar la escritura automática ni cayeron en la frivolidad a la que llegaron los surrealistas franceses), lo que les llevó a un compromiso social y político, a una poesía ―impura‖, ―rehumanizada‖. 19391977 La tercera etapa empieza tras la Guerra Civil y culmina en 1977, con la concesión del Nobel a Vicente Aleixandre, que para muchos supuso, implícitamente, un reconocimiento a todo el grupo que, tras la Guerra Civil, se dispersó y ya nunca volvió a reunirse: Lorca fue asesinado; Alberti, Cernuda, Salinas y Guillén partieron al exilio; Aleixandre, Dámaso Alonso y Gerardo Diego se quedaron en España. Esto nos permite hablar de a) la poesía de los exiliados (marcada por la nostalgia, la amargura y el desarraigo, como puede observarse en el Clamor de Guillén, los Retornos de lo vivo lejano de Alberti o laDesolación de la quimera, de Cernuda) b) y la poesía de los que se quedan (orientada hacia la angustia y el existencialismo de los Hijos de la ira de Dámaso Alonso, cuando no reflejará el destierro interior y la elegía por la juventud y el tiempo arrasados, como en Sombra del Paraíso, de Aleixandre. Tendencias A pesar de todo lo que comparten, la Generación del 27 es un grupo caracterizado sobre todo por la diversidad de actitudes y tendencias estéticas, que muchas veces les hará coincidir, pero otras muchas alejarse y transitar por rutas diferentes. La poesía de vanguardia responde al ánimo de romper con convenciones literarias anteriores, buscando nuevas formas de expresión caracterizadas a grandes rasgos por la incorporación de elementos de la vida moderna, la acumulación ilógica de imágenes, la carencia de puntuación, el verso libre (que basa su ritmo más que en la reiteración fónica, en la de ideas, palabras, Poesía de estructuras sintácticas…) y cierta propensión al diseño caligramático (aquí destaca Gerardo Diego, saltando del Ultraísmo al vanguardia Creacionismo con Limbo, Imagen o Manual de espumas; Pedro Salinas combina en sus inicios temas y formas propias de la poesía juanramoniana con rasgos genuinamente vanguardistas; y Rafael Alberti conectará con los referentes característicos del mundo moderno en no pocos poemas de Cal y Canto y Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos). La poesía pura, caracterizada por la abstracción, la esencialidad, la trascendencia y la eliminación de lo anecdótico, queda Poesía pura ejemplificada, sobre todo, a través de las sucesivas ediciones del Cántico de Guillén. Lorca, Alberti, Gerardo Diego y Dámaso Alonso inician su quehacer literario en contacto con los tonos de la poesía tradicional Neopopularismo (Edad Media y Siglos de Oro). La recepción de esta poesía se convierte en recreación (sirva como ejemplo el complejo simbolismo que concentran muchos poemas lorquianos bajo el ropaje de los moldes tradicionales en el Romancero gitano). En lo tocante la poesía surrealista, renueva la relación con las vanguardias, desplaza la imagen hacia el ámbito onírico e implica la sugestiva participación del lector. Destacan aquí Alberti (Sobre los Ángeles y Sermones y Moradas), Cernuda (Un río, un amor y Los placeres prohibidos), Lorca (Poeta en Nueva York) y, por encima de todos ellos, Vicente Aleixandre el más cualificado Surrealismo adaptador de esta tendencia, con cuya estética alcanza su más alta expresión poética en Espadas como labios o La destrucción o el amor, que reflejan su deseo de ―fusión cósmica (…) en la plenitud amorosa‖, como medio de superar su yo individual, y que tendrán una feliz continuidad en Sombra del paraíso. En Bécquer se inspiraron los poetas del 27 para la poetización del tema amoroso (tendencia neorromántica). Y uno de los grandes poetas amorosos de la generación es, sin duda, Pedro Salinas, y como tal lo confirman La voz a ti debida, Razón de amor y Largo Neorromanticismo lamento, trilogía que conforma una especie de cancionero amoroso con poemas que son fragmentos de un todo. Le siguen de cerca Cernuda (Donde habite el olvido), Lorca (en quien los reproches, las quejas y el secretismo que a la voz se imponen darán lugar a los apasionados Sonetos del amor oscuro). La instrumentalización de la poesía y los temas sociales se intensificarán durante la Guerra Civil y después de ella con poetas Poesía como Miguel Hernández, Alberti, Cernuda, Prados... que dejarán a un lado el verso libro y la imaginería surrealista a favor de la rehumanizada métrica y los tonos populares. ANEXO 1 ANTOLOGÍA DE TEXTOS DEL 27 [EL MAR. LA MAR] El mar. La mar. El mar. ¡Sólo la mar! ¿Por qué me trajiste, padre, a la ciudad? ¿Por qué me desenterraste del mar? Rafael Alberti, Marinero en tierra (1925) SI MI VOZ MURIERA EN TIERRA Si mi voz muriera en tierra llevadla al nivel del mar y dejadla en la ribera. Llevadla al nivel del mar y nombradla capitana de un blanco bajel de guerra. Oh mi voz condecorada con la insignia marinera: sobre el corazón un ancla y sobre el ancla una estrella y sobre la estrella el viento y sobre el viento una vela! Rafael Alberti, Marinero en tierra (1925) AMARANTA … calzó de viento… GÓNGORA Rubios, pulidos senos de Amaranta, por una lengua de lebrel limados pórticos de limones desviados por el canal que asciende a tu garganta. Rojo, un puente de rizos se adelanta e incendia tus marfiles ondulados. Muerde, heridor, tus dientes desangrados, y corvo, en vilo, al viento te levanta. La soledad, dormida en la espesura calza su pie de céfiro y desciende del olmo alto al mar de la llanura. Su cuerpo en sombra, oscuro, se le enciende, y gladiadora, como un ascua impura entre Amaranta y su amador se tiende. Rafael Alberti, Cal y canto (1929) LOS ÁNGELES MUERTOS Buscad, buscadlos: en el insomnio de las cañerías olvidadas, en los cauces interrumpidos por el silencio de [las basuras. No lejos de los charcos incapaces de guardar una [nube, unos ojos perdidos, una sortija rota o una estrella pisoteada. Porque yo lo he visto: en esos escombros momentáneos que aparecen [en las neblinas. Porque yo los he tocado: en el destierro de un ladrillo difunto, venido a la nada desde una torre o un carro. Nunca más allá de las chimeneas que se [derrumban ni de esas hojas tenaces que se estampan en los [zapatos. En todo esto. Mas de esas astillas vagabundas que se [consumen sin fuego, en esas ausencias hundidas que sufren los [muebles desvencijados, no a mucha distancia de los nombres y signos [que se enfrían en las paredes. Buscad, buscadlos: debajo de la gota de cera que sepulta la palabra [de un libro o la firma de uno de esos rincones de cartas que trae rodando el polvo. Cerca del casco perdido de una botella, de una suela extraviada en la nieve, de una navaja de afeitar abandonada al borde de [un precipicio. Rafael Alberti, Sobre los ángeles (1929) ROMANCE DE LA PENA NEGRA Las piquetas de los gallos cavan buscando la aurora, cuando por el monte oscuro baja Soledad Montoya. Cobre amarillo, su carne huele a caballo y a sombra. Yunques ahumados sus pechos, gimen canciones redondas. — Soledad, ¿Por quién preguntas sin compaña y a estas horas? — Pregunte por quien pregunte, dime: ¿a ti qué se te importa? Vengo a buscar lo que busco, mi alegría y mi persona. — Soledad de mis pesares, caballo que se desboca, al fin encuentra la mar y se lo tragan las olas. — No me recuerdes el mar, que la pena negra, brota en las tierras de aceituna bajo el rumor de las hojas. — ¡Soledad, qué pena tienes! ¡Qué pena tan lastimosa! Lloras zumo de limón agrio de espera y de boca. — ¡Qué pena tan grande! Corro mi casa como una loca, mis dos trenzas por el suelo, de la cocina a la alcoba. ¡Qué pena! Me estoy poniendo de azabache, carne y ropa. ¡Ay, mis camisas de hilo! ¡Ay, mis muslos de amapola! — Soledad: lava tu cuerpo con agua de alondras, y deja tu corazón en paz, Soledad Montoya. ♦♦♦ Por abajo canta el río: volante de cielo y hojas. Con flores de calabaza, la nueva luz se corona. ¡Oh pena de los gitanos! Pena limpia y siempre sola. ¡Oh pena de cauce oculto y madrugada remota! F. G. Lorca, Romancero gitano (1928) VUELTA DE PASEO Asesinado por el cielo, entre las formas que van hacia la sierpe y las formas que buscan el cristal, dejaré crecer mis cabellos. Con el árbol de muñones que no canta y el niño con el blanco rostro de huevo. Con los animalitos de cabeza rota y el agua harapienta de los pies secos. Con todo lo que tiene cansancio sordomudo y mariposa ahogada en el tintero. Tropezando con mi rostro distinto de cada día. ¡Asesinado por el cielo! F. G. Lorca, Poeta en Nueva York (1929) LA AURORA La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean en las aguas podridas. La aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras buscando entre las aristas nardos de angustia dibujada. La aurora llega y nadie la recibe en su boca porque allí no hay mañana ni esperanza posible. A veces las monedas en enjambres furiosos taladran y devoran abandonados niños. Los primeros que salen comprenden con sus [huesos que no habrá paraísos ni amores deshojados: saben que van al cieno de números y leyes, a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. La luz es sepultada por cadenas y ruidos en impúdico reto de ciencia sin raíces. Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes como recién salidas de un naufragio de sangre. F. G. Lorca, Poeta en Nueva York (1929) MIENTRAS EL AIRE ES NUESTRO Respiro, Y el aire en mis pulmones Ya es saber, ya es amor, ya es alegría, Alegría entrañada Que no se me revela Sino como un apego Jamás interrumpido — De tan elemental — A la gran sucesión de los instantes En que voy respirando, Abrazándome a un poco De la aireada claridad enorme. Vivir, vivir, raptar — de vida a ritmo — Todo este mundo que me exhibe el aire, Ese — Dios sabe cómo — preexistente Más Allá Que a la meseta de los tiempos alza Sus dones para mí porque respiro, Respiro instante a instante, En contacto acertado Con esa realidad que me sostiene, Me encumbra, Y a través de estupendos equilibrios Me supera, me asombra, se me impone. Jorge Guillén, Aire nuestro (1968) 35 BUJÍAS Sí. Cuando quiera yo la soltaré. Está presa aquí arriba, invisible. Yo la veo en su claro castillo de cristal, y la vigilan - cien mil lanzas – los rayos - cien mil rayos – del sol. Pero de noche, cerradas las ventanas para que no la vean - guiñadoras espías – las estrellas, la soltaré. (Apretar un botón.) Caerá toda de arriba a besarme, a envolverme de bendición, de claro, de amor, pura. En el cuarto ella y yo no más, amantes eternos, ella mi iluminadora musa dócil en contra de secretos en masa de la noche - afuera – descifraremos formas leves, signos, perseguidos en mares de blancura por mí, por ella, artificial princesa, amada eléctrica. Pedro Salinas, Seguro azar (1929) PARA VIVIR NO QUIERO... Para vivir no quiero islas, palacios, torres. ¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres! Quítate ya los trajes, las señas, los retratos; yo no te quiero así, disfrazada de otra, hija siempre de algo. Te quiero pura, libre, irreductible: tú. Sé que cuando te llame entre todas las gentes del mundo, sólo tú serás tú. Y cuando me preguntes quién es el que te llama, el que te quiere suya, enterraré los nombres, los rótulos, la historia. Iré rompiendo todo lo que encima me echaron desde antes de nacer. Y vuelto ya al anónimo eterno del desnudo, de la piedra, del mundo, te diré: «Yo te quiero, soy yo». Pedro Salinas, La voz a ti debida (1933) QUÉ ALEGRÍA VIVIR... Qué alegría vivir sintiéndote vivido. Rendirse a la gran certidumbre, oscuramente, de que otro ser, fuera de mí, muy lejos me está viviendo. Que cuando los espejos, los espías, azogues, almas cortas, aseguran que estoy aquí, yo, inmóvil, con los ojos cerrados y los labios, negándome al amor de la luz, de la flor y de los nombres, la verdad transmisible es que camino sin mis pasos, con otros allá lejos, y allí estoy besando flores, luces, hablo. Que hay otro ser, por el que miro el mundo, porque me está queriendo con sus ojos. Que hay otra voz con la que digo cosas no sospechadas por mi gran silencio; y sé que también me quiere con su voz. La vida - ¡qué transporte ya! -, ignorancia de lo que son mis actos, que ella hace, en que ella vive, doble, suya y mía. Y cuando ella me hable de un cielo oscuro, de un paisaje blanco, recordaré estrellas que no vi, que ella miraba, y nieve que nevaba allá en su cielo. Con la extraña delicia de acordarse de haber tocado lo que no toqué sino con esas manos que no alcanzo a coger con las mías, tan distantes. Y todo enajenado podrá el cuerpo descansar, quieto, muerto ya. Morirse en la alta confianza de que este vivir mío no era solo mi vivir: era el nuestro. Y que me vive otro ser de la no muerte. Pedro Salinas, La voz a ti debida (1933) HORIZONTAL, SÍ, TE QUIERO Horizontal, sí, te quiero. Mírale la cara al cielo, de la cara. Déjate ya de fingir un equilibrio donde lloramos tú y yo. Ríndete a la gran verdad final, a lo que has de ser conmigo, tendida ya, paralela, en la muerte o en el beso. Horizontal es la noche en el mar, gran masa trémula sobre la tierra acostada, vencida sobre la playa. El estar de pie, mentira: sólo correr o tenderse. Y lo que tú y yo queremos y el día - ya tan cansado de estar con su luz, derecho es que nos llegue, viviendo y con temblor de morir, en lo más alto del beso, ese quedarse rendidos por el amor más ingrávido, al peso de ser de tierra, materia, carne de vida. En la noche y la trasnoche, y el amor y el transamor, ya cambiados en horizontes finales, tú y yo, de nosotros mismos. Pedro Salinas, La voz a ti debida (1933) ¿Serás, amor, un largo adiós que no se acaba? Vivir, desde el principio, es separarse. En el primer encuentro con la luz, con los labios, el corazón percibe la congoja de tener que estar ciego y sólo un día. Amor es el retraso milagroso de su término mismo: el prolongar el hecho mágico, de que uno y uno sean dos, en contra de la primer condena de la vida. Con los besos, con la pena y el pecho se conquistan, en afanosas lides, entre gozos parecidos a juegos, días, tierras, espacios fabulosos, a la gran disyunción que está esperando, hermana de la muerte, o muerte misma. Cada beso perfecto aparta el tiempo, le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve donde puede besarse todavía. Ni en el llegar, ni en el hallazgo tiene el amor su cima: es en la resistencia a separarse en donde se le siente, desnudo, altísimo, temblando. Y la separación no es el momento cuando brazos, o voces, se despiden con señas materiales. Es de antes, de después. Si se estrechan las manos, si se abraza, nunca es para apartarse, es porque el alma ciegamente siente que la forma posible de estar juntos es una despedida larga, clara. Y que lo más seguro es el adiós. Pedro Salinas, Razón de amor (1936) LA MEMORIA EN LAS MANOS Hoy son las manos la memoria. El alma no se acuerda, está dolida de tanto recordar. Pero en las manos queda el recuerdo de lo que han tenido. que un amor debe estarse quizá quieto, muy [quieto, soltar las falsas alas de la prisa, y derrotar así su propia muerte. Recuerdo de una piedra que hubo junto a un arroyo y que cogimos distraídamente sin darnos cuenta de nuestra ventura. Pero su peso áspero, sentir nos hace que por fin cogimos el fruto más hermoso de los tiempos. A tiempo sabe el peso de una piedra entre las manos. En una piedra está la paciencia del mundo, madurada despacio. Incalculable suma de días y de noches, sol y agua la que costó esta forma torpe y dura que acariciar no sabe y acompaña tan sólo con su peso, oscuramente. Se estuvo siempre quieta, sin buscar, encerrada, en una voluntad densa y constante de no volar como la mariposa, de no ser bella, como el lirio, para salvar de envidias su pureza. ¡Cuántos esbeltos lirios, cuántas gráciles libélulas se han muerto, allí a su lado por correr tanto hacia la primavera! Ella supo esperar sin pedri nada más que la eternidad de su ser puro. Por renunciar al pétalo, y al vuelo, está viva y me enseña También recuerdan ellas, mis manos, haber tenido una cabeza amada entre sus [palmas. Nada más misterioso en este mundo. Los dedos reconocen los cabellos lentamente, uno a uno, como hojas de calendario: son recuerdos de otros tantos, también innumerables días felices, dóciles al amor que los revive. Pero al palpar la forma inexorable que detrás de la carne nos resiste las palmas ya se quedan ciegas. No son caricias, no, lo que repiten pasando y repasando sobre el hueso: son preguntas sin fin, son infinitas angustias hechas tactos ardorosos. Y nada les contesta: una sospecha de que todo se escapa y se nos huye cuando entre nuestras manos lo oprimimos nos sube del calor de aquella frente. La cabeza se entrega. ¿Es la entrega absoluta? El peso de nuestras manos lo insinúa, los dedos se lo creen, y quieren convencerse: palpan, palpan. Pero una voz oscura tras la frente, - ¿nuestra frente o la suya? – nos dice que el misterio más lejano, porque está allí tan cerca, no se toca con la carne mortal con que buscamos allí, en la punta de los dedos, la presencia invisible. Teniendo una cabeza así cogida nada se sabe, nada, sino que está el futuro decidiendo o nuestra vida o nuestra muerte, tras esas pobres manos engañadas por la hermosura de lo que sostienen. Entre unas manos ciegas que no pueden saber. Cuya fe única está en ser buenas, en hacer caricias sin casarse, por ver si así se ganan cuando ya la cabeza amada vuelva a vivir otra vez sobre sus hombros, y parezca que nada les queda entre las palmas, el triunfo de no estar nunca vacías. Pedro Salinas, Largo lamento (1975) DIRÉ CÓMO NACISTEIS Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos, como nace un deseo sobre torres de espanto, amenazadores barrotes, hiel descolorida, noche petrificada a fuerza de puños, ante todos, incluso el más rebelde, apto solamente en la vida sin muros. Corazas infranqueables, lanzas o puñales, todo es bueno si deforma un cuerpo; tu deseo es beber esas hojas lascivas o dormir en ese agua acariciadora. No importa; Ya declaran tu espíritu impuro. No importa la pureza, los dones que un destino levantó hacia las aves con manos imperecederas; no importa la juventud, sueño más que hombre, la sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad de un régimen caído. Placeres prohibidos, planetas terrenales, miembros de mármol con sabor de estío, jugo de esponjas abandonadas por el mar, flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre. Soledades altivas, coronas derribadas, libertades memorables, manto de juventudes; quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua, es vil como un rey, como sombra de rey arrastrándose a los pies de la tierra para conseguir un trozo de vida. No sabía los límites impuestos, límites de metal o papel, ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta, adonde no llegan realidades vacías, leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos. Extender entonces la mano es hallar una montaña que prohíbe, un bosque impenetrable que niega, un mar que traga adolescentes rebeldes. Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte, ávidos dientes sin carne todavía, amenazan abriendo sus torrentes, de otro lado vosotros, placeres prohibidos, bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita, tendéis en una mano el misterio. Sabor que ninguna amargura corrompe, cielos, cielos relampagueantes que aniquilan. Abajo estatuas anónimas, sombras de sombras, miseria, preceptos de [ niebla; una chispa de aquellos placeres brilla en la hora vengativa. su fulgor puede destruir vuestro mundo. Luis Cernuda, Los placeres prohibidos (1931) DONDE HABITE EL OLVIDO Donde habite el olvido, En los vastos jardines sin aurora; Donde yo sólo sea Memoria de una piedra sepultada entre ortigas Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. Donde mi nombre deje Al cuerpo que designa en brazos de los siglos, Donde el deseo no exista. En esa gran región donde el amor, ángel terrible, No esconda como acero En mi pecho su ala, Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento. Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, Sometiendo a otra vida su vida, Sin más horizonte que otros ojos frente a frente. Donde penas y dichas no sean más que nombres, Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, Disuelto en niebla, ausencia, Ausencia leve como carne de niño. Allá, allá lejos; Donde habite el olvido. Luis Cernuda, Donde habite el olvido (1933) VEN, SIEMPRE VEN No te acerques. Tu frente, tu ardiente frente, tu encendida frente, las huellas de unos besos, ese resplandor que aún me da se siente si te acercas, ese resplandor contagioso que me queda en las manos, ese río luminoso en que hundo mis brazos, en el que casi no me atrevo a beber, por temor después a ya una dura vida de lucero. No quiero que vivas en mí como vive la luz, con ese aislamiento de estrella que se une con su luz, a quien el amor se niega a través del espacio duro y azul que separa y no une, donde cada lucero inaccesible es una soledad que, gemebunda, envía su tristeza. La soledad destella en el mundo sin amor. La vida es una vívida corteza, una rugosa piel inmóvil donde el hombre no puede encontrar su descanso, por más que aplique su sueño contra un astro apagado. Pero tú no te acerques. Tu frente destellante, carbón encendido que me arrebata a la propia conciencia duelo fulgúreo en que de pronto siento la tentación de morir, de quemarme los labios con tu roce indeleble, de sentir mi carne deshacerse contra tu diamante abrasador. No te acerques, porque tu beso se prolonga como el choque imposible de las estrellas, como el espacio que súbitamente se incendia, éter propagador donde la destrucción de los mundos es un único corazón que totalmente se abrasa. Ven, ven, ven como el carbón extinto oscuro que encierra una muerte; ven como la noche ciega que me acerca su rostro; ven como los dos labios marcados por el rojo, por esa línea larga que funde los metales. Ven, ven, amor mío; ven, hermética frente, redondez casi rodante que luces como una órbita que va a morir en mis brazos, ven como dos ojos o dos profundas soledades, dos imperiosas llamadas de una hondura que no conozco. ¡Ven, ven muerte, amor; ven pronto, te destruyo; ven, que quiero matar o amar o morir o darte todo; ven, que ruedas como liviana piedra, confundida como una luna que me pide mis rayos! Vicente Aleixandre, La destrucción o el amor (1933) AJEDREZ A Luis Zubillaga Hoy lo he visto claro Todos mis poemas son sólo epitafios Debajo de cada cuartilla siempre hay un poco de mis huesos Y aquí en mi corazón se ha cariciado el piano No sé quién habrá sido pero del reloj en vez del péndulo vivo colgaba un ancla anclada Y sin embargo todavía del paracaídas llueven los cánticos Alguna vez ha de ser La muerte me jugando y la vida están al ajedrez Gerardo Diego, Limbo (1921) ÁNGELUS A Antonio Machado Sentado en el columpio el ángelus dormita Enmudecen los astros y los frutos Y los hombres heridos pasean sus surtidores como delfines líricos Otros más agobiados con los ríos al hombro peregrinan sin llamar en las posadas La vida es un único verso interminable Nadie llegó a su fin Nadie sabe que el cielo es un jardín Olvido El ángelus ha fallecido Con la guadaña ensangrentada un segador cantando se alejaba Gerardo Diego, Imagen (1922) EL CIPRÉS DE SILOS ROMANCE DEL DUERO Enhiesto surtidor de sombra y sueño que acongojas el cielo con tu lanza. Chorro que a las estrellas casi alcanza devanado a sí mismo en loco empeño. Río Duero, río Duero, nadie a acompañarte baja; nadie se detiene a oír tu eterna estrofa de agua. Mástil de soledad, prodigio isleño; flecha de fe, saeta de esperanza. Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza, peregrina al azar, mi alma sin dueño. Indiferente o cobarde, la ciudad vuelve la espalda. No quiere ver en tu espejo su muralla desdentada. Cuando te vi, señero, dulce, firme, qué ansiedades sentí de diluirme y ascender como tú, vuelto en cristales, Tú, viejo Duero, sonríes entre tus barbas de plata, moliendo con tus romances las cosechas mal logradas. como tú, negra torre de arduos filos, ejemplo de delirios verticales, mudo ciprés en el fervor de Silos. Vicente Aleixandre, Versos humanos (1925) ALONDRA DE VERDAD Alondra de verdad, alondra mía, ¿quién te nivela altísima y te instala en tu hamaca de música, ala y ala múltiples, locas en la aurora fría? Tu ebria gargante canta, desafía, charla líquido oro, abre una escala de jubiloso azul, tu Guatemala deshecha a borbotones de poesía. Flores de alta meseta, tus pestañas se abren en torno, incólumes y extrañas, nuevas a las avispas del sondeo. Ay, gorjeadora de mortal estilo, quémame en chispas de tu centelleo, mi de verdad alondra, alondra en vilo. Gerardo Diego, Alondra de verdad (1941) Y entre los santos de piedra y los álamos de magia pasas llevando en tus ondas palabras de amor, palabras. Quién pudiera como tú, a la vez quieto y en marcha, cantar siempre el mismo verso pero con distinta agua. Río Duero, río Duero, nadie a estar contigo baja, ya nadie quiere atender tu eterna estrofa olvidada, sino los enamorados que preguntan por sus almas y siembran en tus espumas palabras de amor, palabras. Gerardo Diego, Soria (1923) INSOMNIO Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro, y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna. Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla. Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma, por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid, por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo. Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre? ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches? Dámaso Alonso, Hijos de la ira (1944) MONSTRUOS Todos los días rezo esta oración al levantarme: Oh Dios, no me atormentes más. Dime qué significan estos espantos que me rodean. Cercado estoy de monstruos que mudamente me preguntan, igual, igual, que yo les interrogo a ellos. Que tal vez te preguntan, lo mismo que yo en vano perturbo el silencio de tu invariable noche con mi desgarradora interrogación. Bajo la penumbra de las estrellas y bajo la terrible tiniebla de la luz solar, me acechan ojos enemigos, formas grotescas que me vigilan, colores hirientes lazos me están tendiendo: ¡son monstruos, estoy cercado de monstruos! No me devoran. Devoran mi reposo anhelado, me hacen ser una angustia que se desarrolla a sí misma, me hacen hombre, monstruo entre monstruos. No, ninguno tan horrible como este Dámaso frenético, como este amarillo ciempiés que hacia ti clama con todos sus tentáculos enloquecidos, como esta bestia inmediata transfundida en una angustia fluyente; no, ninguno tan monstruoso como esa alimaña que brama hacia ti, como esa desgarrada incógnita que ahora te increpa con gemidos articulados, que ahora te dice: «Oh Dios, no me atormentes más, dime qué significan estos monstruos que me rodean y este espanto íntimo que hacia ti gime en la noche». Dámaso Alonso, Hijos de la ira (1944)