60 – Historia de la Iglesia PIO VII Y NAPOLEON BONAPARTE Pero a pesar de que los revolucionarios están convencidos de que los cardenales no se atreverán a elegir un nuevo Papa, el cónclave se reúne en Venecia. El día 14 de marzo de 1800 la Iglesia tiene un nuevo jefe en la tierra: Pío VII. La coronación tiene lugar en la iglesia de San Jorge. Toda Venecia exulta de alegría y esperanza. Muchos se van dando cuenta que la mayor parte de las ideas que divulgan los revolucionarios son equivocadas. El 2 de diciembre de 1804 se celebra en la catedral de Notre-Dame la solemne coronación. Los cañones resuenan —pacíficamente esta vez y con sones de fiesta— para anunciar al mundo que Francia tiene un nuevo emperador. La noticia llega a Roma de un modo verdaderamente insólito: por vía aérea. La noche del 16 de diciembre, se eleva al cielo un aerostato con un mensaje. Veintidós horas más tarde este globo cae en un lago cercano a Roma. En Francia ya no hay tanto desorden. Es primer cónsul Napoleón Bonaparte, quien ha conseguido restablecer el clero. Después de su gran victoria de Marengo, Napoleón hace cantar un solemne Te Deum en la catedral de Milán. Napoleón quiere reconciliarse con la Iglesia. Las negociaciones concluyen con el concordato de 1801, que sin embargo, continúa considerando al clero francés como dependiente del gobierno. Pero pronto surgen los desacuerdos entre el Papa y el emperador. Pío VII no puede obtener lo que justamente desea y hace todo lo posible para volver a Roma. Pero Napoleón quiere que permanezca en París. El 4 de abril de 1805. Pío VII retorna por fin a la ciudad eterna y funda, la congregación de los asuntos eclesiásticos extraordinarios, que tratará las cuestiones de política eclesiástica con los varios gobiernos. Su director será el cardenal secretario de Estado. Napoleón es un gran jefe. Pero tiene sus lados débiles. Cree que restaurando el imperio resucitará en su persona la figura de Carlomagno, que —durante los difíciles años del alto medioevo— había sido el árbitro del papado. Cuando Napoleón expresa sus deseos de ser coronado emperador por el Papa, Pío VII está de acuerdo, ya que espera obtener a cambio la supresión de las leyes sobre el clero francés. Parte sin más para París, después de haber orado largamente en el altar de san Pedro. Mientras tanto Napoleón sigue sus campañas militares. Pero no todo son victorias. En España los ejércitos franceses logran apoderarse de varias regiones. Todo parece sonreír para los soldados de Napoleón. Hasta que el pueblo español, harto de las humillaciones francesas, se decide a defender su independencia. Y el 2 de mayo de 1808, en Madrid, se inicia la guerra de la independencia. Las cosas van mal para los ejércitos franceses y Napoleón firma un tratado reconociendo a Fernando VII rey de España. 244 245 EL CALVARIO DE PIO VII Un grande escritor francés del siglo XIX, escribió esta frase a propósito de Pío VII y de Napoleón: «En la sombra del palacio romano, un sacerdote de setenta años, sin tan siquiera un soldado, tenía en jaque a todo el imperio». Pero Napoleón parece decidido a terminar con las medias medidas. El 17 de mayo de 1809 emite un decreto en el que declara que el Estado pontificio queda unido al imperio. Quiere hacer abdicar al Papa. EL OCASO DE NAPOLEON Cuando recupera su salud, Pío VII se da cuento que ha concedido demasiadas cosas. V consciente del grave daño que derivaría para la Iglesia la aplicación del nuevo concordato, lo anula escribiendo de su propio puño una carta al emperador. Pero ya la «estrella de la victoria» ha desaparecido del cielo napoleónico. El 20 de abril el emperador parte para la isla de Elba. Estamos en el año 1814. Treinta días más tarde, el santo padre entra nuevamente en Roma, entre el júbilo de todo9 los fieles. Naturalmente, Pío VII no acepta. La noche del 6 de julio, los franceses asaltan el palacio papal y el general Radet ordena que el Papa, en compañía del cardenal Pacca, abandone la ciudad eterna. Cuando el general francés se interesa por la salud del santo padre. Pío VII responde con gran dignidad: «Me siento bien. Nuestro Señor ha sufrido mucho más...» La carroza del Papa vuelca en la ciudad de Poggibonsi. Por verdadero milagro, el santo padre salva su vida. Para restablecer el orden político después de la caída de Napoleón, se reúne en Viena el congreso europeo. El Estado pontificio está representado por el cardenal Consalvi. Pero Pío VII piensa exclusivamente en la restauración religiosa y civil de su estado. En primer lugar restablece la Compañía de Jesús y prohíbe el servicio militar obligatorio. Pese a todo, consciente de las condiciones de la nueva sociedad, mantiene las instituciones francesas que cree convenientes para la humanidad. Finalmente, tras atravesar los Alpes, el Papa llega a Fointenebleau. Está muy cansado y enfermo. Ya al pasar por Cenisio, los religiosos del hospicio donde se albergó le dieron los últimos sacramentos pues parecía estar a las puertas de la muerte. Cuando vuelve de Rusia. Napoleón se entrevista con el Papa prisionero y consigue un nuevo concordato. En él se reconoce al emperador el derecho de confirmar el nombramiento de los obispos, mientras el Papa renuncia implícitamente a la soberanía temporal. Verano de 1823. Un verano sofocante en Roma. El sol quema implacable y el Tíber se convierte en un cuchillo incandescente. El anciano Papa está muy cansado. Un día, al levantarse de su escritorio, cae de mala postura. No se levantará más del lecho. Durante casi un mes agonizará para dejar finalmente la tierra. Pocos días antes de su muerte un colosal incendio destruye casi totalmente la basílica de San Pablo. Ya hacía dos años que había muerto Napoleón, desterrado, en la isla de Santa Elena. 246 247