VOLVER A PARTIR DEL BAUTISMO PARA CREAR CULTURA CRISTIANA Michelina Tenace Centro Aletti INTRODUCCIÓN «Sean santos, porque yo, el Señor, su Dios, soy santo» (Lv 19,1). El punto de arranque que quisiera proponer a su atención estimo sea el llamado a la santidad de Dios, y, en esto, quizás, vamos contra una praxis que en los decenios pasados, en algunos ambientes, veía la reflexión más bien «puestas sobre temas sicológicos y moralizantes, preocupados más de describir el estado subjetivo de quien busca a Dios y se une a él y, mucho menos, de poner en luz el contenido y la profundización objetiva de lo que Dios ha revelado o revela»1 de sí y de nosotros. No es una pregunta teórica. La fe está fundada en la revelación de Otro. Está fundada en la escucha de una palabra que viene del cielo, ver a Hijo, creer en el Padre, acoger al Espíritu que es amor que hace vivir. La fe es luz que hace ver, porque «quien cree ve» con aquella luz que es Cristo mismo2. Se trata de la mentalidad y de lo específico del cristianismo: una fe que escucha para obedecer siguiendo; una fe que se deja mirar para ser creída, un Dios encarnado que se deja tocar y que de resucitado continúa tocándonos en el corazón. «Con su Encarnación, con su venida entre nosotros, Jesús nos ha tocado y, a través de los sacramentos, también hoy nos toca; de este modo, transformando nuestro corazón, nos ha permitido y nos sigue permitiendo reconocerlo y confesarlo como Hijo de Dios. Con la fe, nosotros podemos tocarlo, y recibir la fuerza de su gracia»3. La cuestión es muy seria. La experiencia cristiana es el ámbito de la revelación del rostro de Dios y de la vocación de la Iglesia en el mundo. «La calidad de la religión es realmente y sólo es símbolo histórico-social de aquella relación vital (con Dios): ninguna cuestión es de vida o de muerte, como lo es la relativa a la certeza de una feliz relación con Dios»4. La caridad (visibilidad del gesto), la verdad (el dogma y la palabra), el testimonio (eclesialidad y comunión) de los cristianos, han llevado aquella novedad extraordinaria en la historia de la humanidad también desde el punto de vista cultural. Esta reflexión, por tanto, es «urgente si pensamos que el testimonio del amor de Dios y de la salvación ha sido cada vez más necesaria en el mundo»5, si nos damos cuenta que «es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo»6. En la vida de la Iglesia, el bautismo ha significado el inicio de esta “gozosa relación con Dios”, un encuentro con el Dios vivo, pues todos los sacramentos han sido lugares de transmisión de una experiencia determinante. «Para transmitir un contenido meramente doctrinal, una idea, quizás sería suficiente un libro, o la reproducción de un mensaje oral. Pero lo que se comunica en la Iglesia, lo que se transmite en su Tradición viva, es la luz nueva que nace del encuentro con el Dios vivo, una luz que toca la persona en su centro, en el corazón, implicando su mente, su voluntad y su afectividad, abriéndola a relaciones vivas en la comunión con Dios y con los otros. Para transmitir esta riqueza hay un medio particular, que pone en juego toda la persona, cuerpo y espíritu, interioridad y relaciones. Este medio son los sacramentos, celebrados en la liturgia de la Iglesia. En ellos se comunica una memoria encarnada, ligada a los tiempos y lugares de la vida, 1 G. Tanzella-Nitti, Il mistero trinitario ed economia della grazia. Il personalismo soprannaturale de M. Scheeben, Roma 1997, p. 113. 2 Papa Francisco, encíclica Lumen fidei [LF], 1 3 Cf. LF, 31 4 P. Sequeri, Il timore di Dio, Vita e Pensiero, Milano 1983, p. 85. 5 L. Ladaria, Introduzione alla antropologia teologica, ed.Piemme, Casale Monferrato, 1992, p. 147. 6 LF, 4. 2 asociada todos los sentidos; implican a la persona, como miembro de un sujeto vivo, de un tejido de relaciones comunitarias»7. Quien ama a Cristo hace las obras porque «ha vendido todo lo que es terrestre, no opone ningún odio al amor, este ve a Cristo que habita en él por la gracia del santo bautismo» y cumple las obras8. Los bautizados eran llamados “iluminados”: con el bautismo, de hecho, se pone el fundamento de la novedad del cristianismo y la autenticidad de la salvación dada en el paso de la muerte a la vida. 7 8 LF, 40. Cfr. Massimo il Confessore, Centurie sulla carità, IV, 7o. 3 LA EXPERIENCIA CRISTIANA FUNDADA SOBRE EL BAUTISMO La experiencia cristiana tiene las coordinadas del bautismo porque nos convertimos en cristianos sólo a través del bautismo, y la misma comprensión de la cultura cristiana supone aferrar las coordinadas teológicas9 inscritas en el sacramento del bautismo. «En el bautismo el hombre recibe (…) una doctrina que profesar y una forma concreta de vivir que implica a toda la persona y la pone en el camino del bien»10. Somos demasiado preocupados de hacer apología para demostrar la verdad de la doctrina, mientras hoy estamos interpelados para hacer ver, mostrar la forma mentis y el estilo de vida que constituye la novedad cristiana. ¿En qué consiste esta forma mentis o experiencia fundante? La forma mentis del encuentro personal que hace asumir la vida de otro La fe cristiana no es la aceptación de una idea, sino – a través del bautismo – el encuentro con una persona divina de rostro humano, Jesucristo11. Este encuentro se vuelve una participación recíproca y un intercambio de vida. El bautizado es totalmente uno con Cristo (Gal 3,28). Hasta tiene, de algún modo, las facciones, los rasgos, al punto que si Cristo es la luz del mundo (Jn 1,9) también el cristiano puede ser definido luz del mundo y sal de la tierra, porque, como el apóstol Pablo, todo bautizado puede decir: «ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi» (Gal 2,20). «El bautismo es un nacimiento espiritual: revistiendo Cristo, el hombre “natural” muere con su pecado original, y nace el hombre nuevo, por apropiación del poder salvífico de la obra redentora de Cristo»12. A través del bautizado, la vida misma de Dios vivifica la tierra. En otros términos, la vida divina no es incompatible con la vida humana, sino solamente con su contrario. Lo contrario de Dios no es el hombre, sino el pecado. « ¡Bienaventurado sacramento el de nuestro bautismo! ¿Cuál es el efecto que produce? Cancela la mancha de nuestros pecados pasados, nos hace hijos de Dios, y nos abre la entrada a la vida eterna»13. La forma mentis del bautismo es vida capaz de enfrentar con realismo la no-vida Hay dos tradiciones teológicas que nos han llevado a desarrollar diferentes aspectos de la cultura del bautismo14. La tradición más cercana a san Juan habla del bautismo como regeneración (Jn 3). La tradición más inspirada en los escritos de san Pablo releva en el bautismo la importancia de la participación a la muerte de Cristo (Rom 6 y Col 2,12) para resucitar a la vida nueva. En 9 «Teológico» en el sentido de más cerca del misterio divino de la condición humana. «La condición humana es una condición teológica. Es esto lo proprio del hombre: no se trata del reír, ni de lágrimas, ni de mentiras, ni del pensar según las categorías generales (…) Lo proprio del hombre es el pensamiento teológico». N. Steinhardt, Journal de la félicité, tr. fr., éd. Arcantère-Unesco, París 1995, p. 162. 10 LF, 41. 11 «Dios no se esconde detrás de las nubes de un misterio impenetrable, sino que ha abierto los cielos, se ha mostrado, habla con nosotros, vive con nosotros, nos ayuda en nuestra vida». Homilía de Benedicto XVI durante los bautismos en la Capilla Sistina el 8 de enero de 2006. 12 S. Boulgakov, L’orthodoxie, L’Âge d’Homme, Lausanne 1980, p. 127. 13 Tertulliano, Sul battesimo, I. 14 Una exposición del tema se encuentra en G. Kretschmar, Nouvelles recherches sur l’initiation chrétienne, en “La Maison Dieu” 132 (1977) 7-32. 4 ambos enfoques, se trata, de un mismo misterio en referencia a un único sacramento15. No se puede ser nueva criatura sino según la modalidad de quien era el primogénito de todas las criaturas. El que era Dios se ha hecho vencedor del mal enfrentando la muerte. Así la forma mentis del bautismo es la victoria de la vida sobre la muerte, es decir la Pascua16. Liberado del pecado (la muerte), el hombre se reconcilia con Dios, con los otros hombres y con la vida. En el bautismo se renuncia al mal que produce la muerte, se entra en el agua del nuevo nacimiento o regeneración, y se sale, por lo tanto, como una nueva criatura que Dios ama como a un hijo, criatura que llama a Dios “Padre”17. La forma mentis del bautismo abruma la lógica común: perder (la vida del pecado) es ganar (la vida de la gracia); morir (al egoísmo) es nacer (a la comunión)18. El bautismo es todo esto, la actualización de la Pascua19, corazón de la cristiandad. «Pascua es la señal de reconocimiento de la persona liberada que vive gracias al Espíritu»20. «El bautismo es lo que representa»21, es decir, es el ingreso en un amplio horizonte de sentido, de vida, de relaciones. Un horizonte cuyas raíces están en el futuro más que en el pasado22. Se dice que el bautismo marca un tiempo «escatológico»23. ¿Qué significa? En el bautismo aprendemos a mirar la existencia humana desde el punto de vista de su orientación, de su dirección o, si lo queremos decir con las palabras de la fe, aprendemos a ver nuestra vida desde el punto de vista de su vocación, de su cumplimiento. La inteligencia de la fe mira el tiempo de otra manera: es a través de la eternidad que podemos tener acceso a la comprensión del tiempo histórico. El tiempo es experimentado al máximo en la liturgia, porque mientras se celebra en el presente, se participa en los beneficios de las cosas pasadas y se gustan ya los futuros24. Así la novedad de la esperanza cristiana se funda en esta mentalidad que considera todo como un paso (es el sentido de la palabra “pascua”): si se puede pasar de ser pecadores a ser hijos de Dios, se si puede pasar de la no-vida, entonces todo es posible, porque la pascua es el todo hecho posible: todo puede atravesar la no “atraversabilidad” de la tumba. 15 Es lo que desarrolla en su libro M. Campatelli, Il battesimo. Ogni giorno alle fonti della vita nuova, ed. Lipa, Roma 2007. 16 Se podría describir la cultura cristiana como «cultura de la Pascua». Se vea el libro de M.I. Rupnik, Dire l’uomo, vol. I, Per una cultura della Pasqua, ed. Lipa, Roma 1997. 17 Como en el caso del bautismo de Cristo, la voz de Dios Padre revela al Hijo, así gracias al bautismo cristiano el Espíritu que desciende de lo alto sobre la naturaleza humana cela en el bautizado su adopción como hijo de Dios. 18 Sobre la misma pista de pensamiento se sitúa la importancia del martirio que es confesado como acto de nacimiento. «El momento de nacer para mí ha llegado», confiesa Ignacio de Antioquía en la L Carta a los Romanos, VI, 1. Hay, pues, una identificación entre el ser cristiano y el ser mártir, ya que se trata de manifestar la vida nueva a través de la «fuerza interior y exterior» de la fidelidad al poder de Dios. La fe cristiana no es «una obra de persuación, sino poder de Dios» que se manifiesta en las situaciones en las cuales la debilidad del hombre es extrema. Cf. Ignacio de Antioquía Lettera ai Romani, III, 1. 19 En el bautismo están unidos el misterio de Pascua y de Pentecostés, el misterio de la muerte-resurrección del Señor y el misterio de la bajada del Espíritu sobre el bautizado, que hace activa su participación en la vida nueva. «El día solemne el bautismo es el día de Pascua, cuando el tiempo de la pasión de nuestro Señor, en el cual nosotros hemos sido bautizados, está cumplido… Otro día solemne del bautismo es Pentecostés». Tertulliano, Sul battesimo, XIX. 20 A. Scrima, L’apophase et ses connotations selon la tradition spirituelle de l’Orient chrétien, in Aa. Vv., Le vide, expérience spirituelle en Occident et en Orient, Bruxelles, “Hermes” 1969, p. 169. 21 A. Schmemann, Of Water and the Spirit, Crestwood, NY, 1995, p. 56. 22 Cf. Bruno Forte, Annuncio, dialogo e testimonianza di fronte alle sfide della secolarizzazione in Europa. Prospettive culturali e pastorali per l’avvenire, Discorso a Sibiu il 5 maggio 2007. Parágrafo de conclusión. 23 «La escatología no es una doctrina, un aspecto, una dimensión y aún menos un capítulo – el último generalmente – en los manuales de teología, sino el contenido mismo de la experiencia cristiana, experiencia donada, recibida, compartida y vividas en la liturgia”. A. Schmemann, Aspects historiques du culte orthodoxe, “Irénikon” 46 (1973) 9. 24 Sobre la noción de tiempo litúrgico, cf. D. Staniloae, Teologia dogmaticã ortodoxã, vol. I, Bucarest 1978, p. 177-204. 5 He aquí, pues, que si la vida cristiana subraya tanto la conversión, lo hace porque se necesita toda una vida para “pasar”, para entrar en la pascua, para aprender a vivir de acuerdo con el bautismo, en la renuncia al mal, en la aceptación de la vida divina, en el disfrutar de los bienes de la creación como en un paraíso. «Muriendo al pecado, gracias al divino bautismo, tenemos que vivir para Dios»25 por esto, cada conversión, cada acto de arrepentimiento26 se celebra como un pequeño bautismo, ya que siempre es una victoria sobre la muerte, una manifestación de la pascua, del encuentro con el Señor Resucitado. Por lo tanto, para un cristiano, perder la fe del bautismo es como perder la conciencia de la propia identidad, vivir una especie de coma, que es el último “stop” antes de la muerte. De estos bautizados en estado comatoso ¡no puede surgir ninguna vida! Dado que la responsabilidad del cristiano consiste en custodiar la orientación del bautismo y no en la búsqueda de una salvación abstracta, no se pueden buscar los frutos culturales del bautismo en aquellos bautizados que no se adhieren a la forma mentis del bautismo, que es la muerte (al pecado) y la resurrección (a la vida), que es la adhesión personal a una persona divina27, Cristo quien, en cuanto Hijo resucitado28, es encontradizo y encontrado, dona la salvación de Dios. También podemos entender que la pérdida del sentido del bautismo ha llevado a una degradación del sentido de la vida, de la persona, de la comunión29 y al colapso de aquellos valores que crean cultura: libertad, creatividad, solidaridad. La persona es libre solo para el amor. En una cultura que no tiene el sentido de la dignidad de la persona humana, la libertad y la creatividad se agotan en proyectos que generan la muerte. Si la verdadera libertad coincide con el amor, solo Dios es libre, porque solo él es amor. Pero entonces es solamente ante Dios que el hombre es libre. El bautismo, de hecho, indica la fuente de la libertad: liberado del mal para ser libre ante Dios, el hombre puede amar con un amor liberador. Si procede del amor, la libertad no se convierte en un pretexto para satisfacer el egoísmo, sino que se manifiesta como libertad de amar30, y así nos hacemos capaces «mediante el amor de estar al servicio los unos de los otros» (Gal 5,13). Se llega a ser cristianos mientras se aprende a permanecer en la libertad, al servicio del amor31. La libertad significa reconocer el amor del que procede. Por esto la sabiduría de los monjes invitaba a no preferir nada al amor de Cristo. Nihil amori Christi praeponere. Es decir, ninguna complacencia, ninguna inversión de la prioridad, incluso aquella que podría justificarse con el celo por el trabajo a realizar. Por el contrario: zelum non habere dice san Benito en su regla32. 25 Gregorio Palamas, Omelia LIX, ibid., p. 57. «El arrepentimiento es principio, etapa intermedia y cumplimiento del arte de vivir de los cristianos: es por esto que antes, durante y después el santo bautismo, se busca el arrepentimiento y se es deudor.” Gregorio Palamas, Omelia LIX, “Ritos realizados durante el santo bautismo; sobre el arrepentimiento, y sobre lo que de éste ha dicho Juan Bautista: pronunciado en la ceremonia de las luces”, en Homélies, tr. fr., Ymca-Press Paris 1987, p. 53. 27 Siempre actuales sobre este tema las reflexiones de H. I. Marrou, Fondements d’une culture chrétienne, Paris 1934. 28 En el bautismo «la tranquilidad estancada de las relaciones pacíficas acordadas a los males del mundo se hace pedazos de manera ruda y brutal». No solamente es necesario aceptar que exista ruptura, pero es en el carácter radical de esta ruptura donde se mide la sinceridad del arrepentimiento precursor de la transformación apocalíptica» desde el momento que «Jesús no es solamente un animador, sino un transfigurador». G. Bastide, Les grands thèmes moraux de la civilisation occidentale, Bordas, Paris 1958, p. 59 et p. 61. 29 Cardenal Caffarra, Conferencia tenida en Bolonia, viernes 1 de junio para el 750° aniversario del “Liber Paradisus”, acto a través del cual en el 1257 la ciudad de Bolonia decidió rescatar a sus esclavos. El cardinal Caffarra recordaba cómo la acción política puede ser inspirada por principios cristianos y cómo el Evangelio hace nacer una «civitas verdadera y justa, ya que la liberación de la libertad es el amor, y la libertad sólo por sí misma, al final, sería insoportable». 30 La libertad «se basa, pues, en la verdad del hombre y está finalizada a la comunión». Juan Pablo II, Veritatis splendor, 1993, n. 86. 31 Benedicto XVI, Deus caritas est, 2005, n. 9-10 et 12. 32 Regla de san Benito en el capítulo 72. 26 6 Esta afirmación ilumina otro aspecto: el bautismo pone al cristiano en la historia con una distancia hasta de lo que él mismo ha creado. El espíritu de discernimiento de todo lo que es bueno «verdadero, noble, justo, puro, amable, honorable» (Flp 4,8) constituye para el cristiano como «signo de contradicción» (Lc 2,43) en la historia misma. Come signo de contradicción y espíritu de discernimiento, los cristianos tienen en la Tradición, «una realidad viva» que no puede ser cristalizada dentro las características de una cultura humana particular, ya que todas las civilizaciones humanas son fatales por naturaleza». La libertad del cristiano proviene de un continuo discernimiento para «no anteponer nada a Cristo». El precio de esta libertad es, a menudo, la persecución. El estilo típico de esta libertad es la no-fuerza, la “kenosi”. ¿Cómo podría confundirse el amor en el poder, si este, en definitiva es el rechazo del poder a favor de otro, y se comporta necesariamente con un desposeimiento? « ¿Cómo podría haber suficiencia desde el momento que es el sentimiento de una falta y el llamado de un ser amado? Su victoria, si hay, es completamente diversa de aquella que se alcanza a través del fierro y del fuego. El deseo del crecimiento de otro pasa por la disminución de sí. No reconozco otra fuerza al amor que esta, tan claramente anunciada por Juan Bautista, llamado el Precursor, y ello era por así decir»33. El bautismo nos revela la lógica del amor, nos introduce en la ciencia de la salvación “ciencia de la Cruz”, “huella”, “forma viva”, “fuerza escondida del alma” que tiene su sello en el bautismo y crece con la vida del Espíritu34. Aunque no existe una interacción entre la historia y el cristianismo (que se somete a los movimientos de decadencia de la historia35), sin embargo podemos decir que el cristianismo es trascendente» incluso para el mismo cristiano que de ninguna tradición humana lo puede monopolizar36. La forma mentis de un sacramento La fe toda, tiene una estructura sacramental37. Sin la comprensión del sacramento, la misma experiencia de fe es imposible aceptar. El sacramento es «acto sagrado en el que, a través del signo visible, se confiere invisiblemente un don específico del Espíritu santo»38. El signo sacramental utiliza, implica, involucra toda la creación: el agua, la luz, el aceite, el pan, el vino, el cuerpo y los sentidos en general. Antes hemos dicho que la vida humana no es incompatible con Dios. Ahora añadimos que la creación no es incompatible con la vida divina, la creación no es maldecida, no es un impedimento para la realización de la vocación divina del hombre. Es el espacio en el cual la vocación se realiza y el modo de realizarla. Ella es «símbolo», es decir, realidad que se refiere a otra realidad sin 33 F. Quéré, La leçon de mes âges, in Christus 143 (1989) 279. Edith Stein habla así de la ciencia de la Cruz, «verdad viva, real y activa. Esta verdad está enraizada en el alma como una semilla de trigo que hace brotar sus raíces y crece. Él imprime en el alma su especial huella que la determina en su conducta hasta el punto que el alma se irradia al externo y se hace conocer a través de todo su comportamiento… De esta forma viviente, de esta forma escondida en lo más profundo del alma, nace una manera de ver la vida, una cierta imagen que el hombre se hace de Dios y del mundo». Edith Stein, La science de la Croix, Nauwelaerts, Louvain 1957, p. 3-4 35 Cf. Y.M. Congar, L’influence de la société et de l’histoire sur le développement de l’homme chrétien, in Nouvelle Revue Théologique 106/107 (1974) 674-675. 36 J. Meyendorff, La Tradition et les traditions, in Orthodoxie et Catholicité, Ed. du Seuil, Paris, 1965, p. 96. 37 «La fe tiene una estructura sacramental. El dspertar de la fe pasa por el despertar de un nuevo sentido sacramental de la vida del hombre y de la existencia cristiana, mostrando cómo lo visible y lo material se abren hacia el misterio de lo eterno». LF, 40. 38 S. Boulgakov, L’orthodoxie, L’Âge d’Homme, Lausanne 1980, p. 125. 34 7 separarse del todo, y como todo símbolo, la tierra «hace pensar»39. La tierra no es la decoración al interno de la cual se desarrolla nuestra vida y no es tampoco una reserva de energías. La tierra participa de una verdad sacramental: en la eucaristía, la materia sometida al Espíritu se convierte en principio de comunión entre los hombres. El destino de la tierra está ligado al destino del hombre40. Dios es Padre creador, pero la creación es dependiente del hombre hijo. Ella resplandece como paraíso cuando el hombre vive como hijo. Ella es infierno y principio de conflicto cuando el hombre se pone como dominador del mundo, ignorando la propia trascendencia de hijo. Si la vida del bautizado se recibe y se manifiesta como vida del Espíritu, es porque «el Señor ha establecido una relación entre su vida y el universo natural» a través del Espíritu que santifica. «Esta santificación de los elementos y de las cosas corresponde a la idea general que la acción del Espíritu santo, a través de la mediación de la Iglesia, se extiende sobre toda la naturaleza, desde el momento que sus suerte dependen de las del hombre: hecha enferma por él, la naturaleza espera también la sanación»41. El Espíritu no espiritualiza sino que sigue el movimiento de descendimiento (de kenosi) típico de la encarnación y de la sanación: transforma desde el interior lo que toca del externo. Una vez santificada a través de la bendición espiritual, la materia nos hace entrar en comunión con Dios. «La bendición natural está ligada a la santificación spiritual y así nosotros mismos somos santificados consumando la materia bendita, como el pan o el agua, del mismo modo que la gran santificación que nos ha sido donada por Cristo en el pan y en el vino, la divina Eucaristía»42. San Efrén escribe: «Al pan, lo ha llamado su cuerpo vivo, lo ha llenado de sí mismo y de su Espíritu. […] Y el que lo come con fe come el Fuego y el Espíritu […]. Tomen y coman todos, y coman el Espíritu santo. Es verdaderamente mi cuerpo y el que lo come vivirá para siempre»43. Es impresionante esta intervención cultural propia de todo sacramento: revela las verdaderas potencialidades de la creación en vista del fin de los tiempos, en vista – según el lenguaje teológico – del octavo día. ¿Qué significa el octavo día? Al interno del orden de la creación, el sexto día representa una novedad. En Génesis 1,26-28, el hombre y la mujer son creados a imagen de Dios. Génesis 2,7 ayuda a comprender que en cuanto “arcilla” creada, el ser humano recibe en dono el soplo divino. El sexto día introduce así a otro nivel y a otro camino dentro de la creación: la economía del soplo a la arcilla está llamado a transformarse en cuerpo de resurrección. La libertad que es propia del soplo divino está al servicio de la caridad que es la más alta vocación del hombre, querido por Dios a imagen y semejanza de sí mismo. Asemejarnos a Dios es el llamado del hombre, que el pecado ha escondido y que el Hijo manifestará en la historia de la salvación justamente como octavo día44. 39 «Il simbolo fa pensare». P. Ricoeur, Finitude et culpabilité, II, La symbolique du mal, Aubier, Paris 1960, p. 323. 40 En la encíclica Ecclesia de Eucharistia (n. 22) leemos: «La incorporación a Cristo, realizada a través del bautismo, se renueva y se consolida continuamente con la participación al Sacrificio eucarístico, sobre todo con la plena participación al que se tiene en la comunión sacramental. Podemos decir que no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros. Él estrecha su amistad con nosotros: “Ustedes son mis amigos” (Jn 15,14). Nosotros, más aún, vivimos gracias a Él: “El que come de mí vivirá por mí” (Jn 6,57). En la comunión eucarística se renueva y se realiza de modo sublime el “permanecer” el uno en el otro de Cristo y del discípulo: “Permanezcan en mí y yo en ustedes” (Jn 15,4)». 41 S. Boulgakov, L’orthodoxie, L’Âge d’Homme, Lausanne 1980, p. 152. 42 S. Boulgakov, L’orthodoxie, L’Âge d’Homme, Lausanne 1980, p. 153. 43 Efrem il Siro, Omelia IV per la Settimana Santa, in E. Beck, Ephraem Syrus, Sermones in Hebdomadam Sanctam, CSCO 413,/ Syr. 182, 55, Louvain 1979. 44 «La energía divina que ha creado el mundo está a la obra y se realiza plenamente en nosotros a través del sexto, el séptimo y el octavo día. El hombre es el coronamiento de la creación en el sexto día porque le ha dado de pasar del sexto, al séptimo, de la creación a la hesychia, y del séptimo al octavo, de la hesychia a la deificación». J. Touraille, Notice de présentation à Maxime le Confesseur, Philocalie, volume I, tr. fr., Desclée De Brouwer-Jean Claude Lattès, Paris 1995, p. 372. 8 El bautizado tiene la forma mentis del octavo día y si se quisiera ocupar de la creación viviendo solamente desde el punto de vista de los primeros cinco días, en efecto él sería un impedimento para la obra del Creador que ha querido al hombre “mucho más” respecto a todo el resto. Los santos son un ejemplo de esta grandeza: gracias a la santidad del octavo día, han llevado la paz en el mundo, han creado obras de belleza, han inventado estructuras de caridad, han sembrado las semillas de la cultura cristiana que han madurado a la luz del octavo día. «Los que han sido bautizados en Cristo, han sido bautizados en su muerte. Se sumergen en su vida para llegar a ser los miembros vivos de su cuerpo, para sufrir y morir así con él, pero también para resucitar con él a la vida eterna, a la vida divina… La fe en Cristo que ha muerto por nosotros, para darnos la vida, es la fe que nos permite llegar a ser una cosa sola con él, como los miembros con la cabeza, y que abre nuestras almas a la efusión de su vida; también la fe al crucifijo – la fe viva que va junto al sacrificio del amor – es para nosotras también el ingreso en la vida y el inicio de la gloria futura»45. Recordamos que el sacramento cristiano no es un rito mágico. No es «una transacción entre lo sagrado y profano». Refiriéndose a la liturgia, Schmemann comenta: «El Señor no instituía un culto, ni siquiera un culto nuevo. Él más bien abría el Reino de Dios: y se trata de una vida nueva y no de una nueva religión»46. La diferencia es que la religión se establece, mientras que la vida se desarrolla. La vida del bautizado se desarrolla y crece hacia la comunión entre las personas, hacia relaciones nuevas que abren a todos el corazón de misericordia del Padre. Constituimos un solo cuerpo como humanidad, somos “consubstanciales” los unos a los otros como hijos. No se trata de algo abstracto, ni de algo de sicológico: el don de la vida tiene su propia fuente en la Trinidad y se radica en la misma substancia divina, en el soplo dado a la arcilla. Es gracias a la relación unificadora de las Personas divinas que nosotros existimos y sobre el fundamento de la unidad, podemos desarrollar una diversidad en la caridad. La forma mentis del bautismo es la eclesialidad «La fe tiene una configuración necesariamente eclesial, se confiesa dentro del cuerpo de Cristo, como comunión real de los creyentes. Desde este ámbito eclesial, abre al cristiano individual a todos los hombres»47. De este modo, con el bautismo «la existencia del creyente se convierte en existencia eclesial». «El bautismo es lo que representa». La forma mentis del bautismo muestra una coincidencia entre el contenido (la vita divina trinitaria) y la modalidad de su transmisión (la vida eclesial). Cuando el Espíritu reposa sobre el bautizado, no da la vida a un hombre, a un individuo que deberá cultivar solo su pequeño huerto para alcanzar una felicidad aislada. El Espíritu del bautismo nos constituye miembros de un organismo vivo (la humanidad redimida), de un cuerpo vivo (el cuerpo de Dios que se ha hecho hombre y ha resucitado), de un cuerpo histórico (la Iglesia cuerpo histórico del misterio de la salvación)48. La Iglesia es el cuerpo de Cristo y nos comunica la gracia de Cristo a través del bautismo. De este modo la forma mentis del bautismo abre a la comunión, a la capacidad de hacer cuerpo, de acoger, de perdonar, de sanar, de edificar, de iluminar. Aquellas realizaciones que nosotros llamamos obras de caridad son la expresión de esta verdad: el bautismo es un ingreso en la vida de Dios como vida de comunión, por lo tanto un ingreso en la Iglesia. 45 Edith Stein, La science de la Croix, Nauwelaerts, Louvain 1957, p. 17. A. Schmemann, Aspects historiques du culte orthodoxe, “Irénikon” 46 (1973) 11 e 9. 47 LF, 22. 48 «La Iglesia es el Cuerpo de Cristo en razón de su Inhumanización: ella es la naturaleza humana universal del segundo Adán, de la Sabiduría creada, unida sin separación ni confusión en él con su natura divina». S. Boulgakov, La Sagesse de Dieu, L’Âge d’Homme, Lausanne 1983, p. 89. 46 9 Por esto, de por sí, la belleza del cristianismo no se manifiesta ante todo por las obras (de caridad) sino por la mentalidad de la comunión, es decir, por el sentido de responsabilidad hacia el otro, por la búsqueda de una autenticidad del amor, desde el momento que el Espíritu Santo – que posee el bautizado – es llamado también amor (Rom 5,5). El Espíritu, fiel a su propia identidad de amor, educa al don de sí y al sacrificio por el otro, es decir que la «banalidad sofocante del mundo quiere quitar al cristianismo»49, afirmaba Berdiaev. El sacrificio es la fuerza del amor que no se detiene ante nada, es el esplendor de la caridad que anuncia la resurrección50. No se puede separar la dimensión sacrificial del amor de su dimensión de fiesta celebrada en la alegría, así como no se puede separar la resurrección de Cristo de su muerte, así como no se pueden separar las lágrimas de arrepentimiento de la alegría del perdón. El amor tiene sus implicaciones culturales infinitas porque se trata de una fuerza absoluta: «no hay nada que pueda matar el amor»51. Mandamiento viejo porque indica el origen trinitario de la vida, mandamiento nuevo porque es el principio de la vida nueva del bautismo, el mandamiento del amor de Dios, del prójimo y de sí mismos, contiene toda la revelación y para todos. El amor nos genera, nos renueva y nos hace libres. La fuerza creadora del amor que incluye el sacrificio nos hace participar a la gloria de Dios. Por esto, quizás, el testimonio del bautizado debería pasar de la apología verbal a la fascinación de la epifanía divina como belleza, bondad y verdad. Parafraseando al pensador ruso Vladimir Soloviev, quien sostenía que la belleza fuese la transfiguración de la materia52 gracias a la encarnación en un principio espiritual, podremos decir que la profecía del bautismo es de «espiritualizar y transustanciar nuestra vida real»53 a través del amor. El cristiano cree que «el esfuerzo del hombre para una perfección individual es un esfuerzo para transfigurar la materia gracias a la orientación de su alma a Dios... El hombre espiritual es el hombre que… permite la transformación del mundo de la materia de modo ordenado a Dios»54. La vida espiritual está cerca de la categoría de lo bello como a la del bien, «La vida espiritual, ya que procede del yo y el yo tiene el eje, es la Verdad; percibida como acción inmediata del otro es el Bien; contemplada objetivamente desde el tercero como irradiación al externo es la Belleza. La verdad manifestada es amor. El amor realizado es la Belleza»55. Esta es la belleza del hombre transfigurado que los discípulos han contemplado en el Monte Tabor56, y el bautismo admite precisamente esta transfiguración57. «El bautismo es el más bello y el más extraordinario de los dones de Dios… Yo lo llamo don, gracia, unción, iluminación, veste de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo que hay de más precioso. Don, porque se da a los que no tienen nada; gracia, porque es donado también a los culpables; bautismo, porque el pecado está sepultado en el agua; unción, porque es sagrado y real (tales son aquellos son ungidos); iluminación, porque es luz radiosa; veste blanca, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque lava; sello, porque nos custodia y porque es signo de la soberanía de Dios58. 49 «La belleza del cristianismo no puede coincidir con la monotonía sofocante del mundo: ella vive de sacrificio». N. Berdiaev, Le sens de la création, Paris 1955, p. 427. 50 «El amor nos eleva y de las alturas vertiginosas hace alcanzar la perfección. Esta perfección del amor es tal que no podemos explicarla». Clemente Alessandrino, Stromati, IV,18, 111,1. 51 Papa Juan Pablo II, Orientale Lumen [OL], 1995, 15. 52 V. Soloviev, La beauté dans la nature, in Le sens de l’amour, Paris 1985, p. 183. 53 V. Soloviev, Le sens général de l’art, in Le sens de l’amour, Paris 1985, p. 251. 54 V. Soloviev, Les fondements spirituels de la vie, Bruxelles 1932, p. 110. 55 P.A. Florenskij, La colonna e il fondamento della verità. Saggio di teodicea ortodossa in dodici lettere, a cura di N. Valentini, San Paolo, Cinisello Balsamo 2010, p. 85. 56 OL, 15. 57 Cfr. M. Tenace, L’homme transfiguré par l’Esprit. Lumière de l’Orient sur la vie consacrée, éd. Lessius, Bruxelles, 2005. 58 Gregorio di Nazianzo, Or. 40,3-4. PG 36, 361C. 10 Síntesis y conclusión COMO FUNDAMENTO DE LA URGENCIA DEL TESTIMONIO CREÍBLE: ¡LA CARIDAD DE LA VERDAD! «Con fe audaz y profética hacemos a todos la caridad de la verdad»: tema de este 10° Capítulo general. «La pregunta por la verdad, de hecho, es una cuestión de memoria, de memoria profunda, porque se dirige a algo que nos precede y, de este modo, puede conseguir unirnos más allá de nuestro “yo” pequeño y limitado. Es la pregunta sobre el origen de todo, en cuya luz se puede ver la meta y, con esa también el sentido del camino común»59. La caridad de la verdad del bautismo, fundamento de la vida cristiana y por lo tanto de la vida consagrada, podría dar frutos de renovación personal y eclesial. A través del bautismo, la fe cristiana introduce en el mundo una propia forma mentis que tiene implicaciones culturales; esto quiere decir que el bautismo lleva consigo una comprensión de la vida humana, un estilo de vida y de pensamiento, una visión de la persona, de la sociedad humana, de la creación y de la historia. 1) La vida no se limita a su manifestación biológica e histórica. El bautismo revela que la vida tiene fundamentos espirituales y que la existencia se realiza según la verdad del don de Dios que la constituye. La vida divina en nosotros no es un sueño, sino una realidad, ella comienza con el bautismo La vocación religiosa es la manifestación pública. 2) El bautismo afirma el valor de lo que es creado a través de la mediación de los elementos que constituyen el sacramento (agua, aceite) y a través de la mediación eclesial que la trasmite. A la persona humana se comprende como «proveniente de la» y «realizada en la» comunión. La vida del bautizado, que procede de una comunión de personas, da el fruto en la comunidad humana dentro de la historia60. La comunidad religiosa explicita el dinamismo de esta comunión de modo sacramental, es decir, de transfiguración continua. 3) De la comunión con Dios nace la cultura cristiana como cultura de la comunión en la cual antropocentrismo, cosmocentrismo y teocentrismo se funden en el mismo misterio: Dios hecho hombre que se comunica en un sacramento. El carisma de una comunidad hace dinámica esta transformación del mundo en Reino en el cual Dios está presente. 4) Reflexionar sobre las implicaciones culturales del bautismo nos lleva a pensar en profundidad al sentido de la intervención de Dios en lo que se refiere al contenido de la revelación, pero también en cuanto a lo que se refiere a su modalidad. La novedad absoluta de Jesucristo en la historia continúa en la novedad absoluta del bautizado en la sociedad. Cada vez que un bautizado vive la verdad de su bautismo, introduce en el mondo un germen de cultura de resurrección y de «beatitud» en la comunión. El desafío de la vida consagrada para el futuro se manifestará como felicidad y creatividad en el amor… Los consagrados son testigos de la vida futura, porque «ellos ven la veste de su deificación, siendo su inteligencia glorificada y colmada, gracias al Verbo, del esplendor 59 LF, 25 No nos damos solos el bautismo, lo recibimos; esto nos indica que cada persona realiza su vocación gracias a los otros y con los otros. Cf. Y. Congar, La Tradition et les traditions, vol. II, Paris 1963, p. 19. 60 11 extraordinario de su belleza, como la divinidad del Verbo en el Tabor glorificó con luz divina el cuerpo que lo unía»61. En cuanto son transfigurados ven, en cuanto ven hablan. En cuanto hacen ver la imagen de Dios cumplida por ser hijos, permiten creer en la palabra del Padre. Esta es la más alta forma de caridad: permitir a los hombres que vean al Padre y de creer en aquel que él ha mandado, su Hijo Jesucristo. 61 Gregorio Palamas, Difesa dei santi esicasti, ed. Meyendorf, Louvain, 1959, p. 114. 12