Desconfianza Álvaro Bracamonte Sierra* La falta de confianza entre los políticos, trabajadores y empresarios, ciudadanos y servidores públicos y entre la población en general, es un pasivo que frena el desarrollo de la sociedad. Hasta hace unos años, cuando un funcionario en materia económica anunciaba que el dólar no se devaluaría todos sabíamos que una devaluación era inminente; cuando esa misma autoridad indicaba que la inflación se ubicaría alrededor de determinado porcentaje todos sabíamos que eso no se cumpliría. Cómo creerle a Felipe Calderón de sus buenas intenciones si tiene un origen dudoso. Cómo creerle al gobernador Marín que está comprometido con el Estado de Derecho si la evidencia lo condena como un sistemático violador de las libertades constitucionales y como quien no se tentaría el alma para afianzarse en el poder. Cómo creerle a Ulises Ruiz que es un gobernador progresista, si su conducta en los últimos años lo aleja de esa condición. Cómo creerle a los empresarios que buscan la prosperidad para todos, si por lo que se distinguen es por la defensa de sus particulares intereses. Las declaraciones del dueño de TV Azteca denostando la reforma electoral han caído en el vacío pues nadie en su sano juicio puede darle crédito a alguien que ha demostrado que para él lo único que vale son sus negocios personales. Los mismos empresarios, con frecuencia, no se animan a apostarle a México con inversiones y empleos, pues tienen profunda desconfianza. No es para menos, ya que en varias ocasiones las autoridades han hecho las cosas al revés en cuanto a promoción de inversiones: Cierto que no se vale que a los empresarios les sean confiscados sus bienes con el argumento de que actúan en contra de los intereses nacionales; ahí está el caso de la nacionalización bancaria. Pero también es cierto que no propicia confianza que el propio Gobierno, después de nacionalizar, reprivatice y enseguida vuelva a adquirir empresas saneadas con recursos públicos. La desconfianza es natural cuando actúa de esa forma. La confianza es una condición medular para elevar la cantidad y el alcance de los intercambios económicos y con ello el desarrollo económico. Un prestigiado economista, Kenneth Arrow, ha sostenido que la clave para que se geste un ambiente económico apropiado radica esencialmente en que predomine la confianza entre la sociedad. Por ejemplo, dice Arrow, si no se tuviera confianza en que el dinero puede ser intercambiado por productos, entonces no habría posibilidad de mercado. Asunto similar sería si no se tuviera confianza en que un amigo lo seguirá siendo mañana; la amistad no existiría. La confianza es la base de la interacción entre los individuos. De hecho, la teoría económica, cuando habla de las transacciones comerciales, supone que no existe desconfianza entre compradores y vendedores. Si el consumidor duda de la calidad ofrecida del producto entonces empiezan las dificultades y la transacción no se concreta. La relación de intercambio se daría únicamente cuando el vendedor y el comprador firman un contrato donde queda aclarada la calidad del producto. Sin la confianza los intercambios se dificultan y en esas condiciones el progreso de la sociedad se detiene, incluso podría propiciarse un proceso involutivo en el cual la desconfianza llegara a tal extremo que las transacciones sólo se efectúen mediante el trueque. En Sonora, la desconfianza parece ser la divisa prevaleciente. Quizá sea el inminente proceso electoral o quizá sean los excesos de los políticos y de los empresarios lo que ha generado un ambiente de escasa confianza entre dichos actores de la sociedad sonorense. No hay claridad respecto a qué se debe que las declaraciones del Gobernador, de un político de oposición, sean rápidamente descalificadas sólo porque lo dijo alguien que a su consideración no merece el menor crédito. En tal sentido, estamos en un callejón sin salida aparente. Pero es por lo mismo indispensable restaurar la confianza y el buen entendimiento entre todos los que tienen una mínima responsabilidad en el acontecer cotidiano de Sonora. Es urgente contar con eso que los especialistas llaman capital social para desatar los amarres que ahora impiden el desarrollo de la comunidad. El capital social no es otra cosa que la confianza que le tengamos a nuestro vecino, o a nuestro representante político, o al empresario nativo; es, dicho de otra manera, un activo similar al capital fijo o al capital humano. Los países que cuentan con ese activo, es decir, con la confianza mayoritaria entre los distintos segmentos de la población, está comprobado que pueden potencializar su capacidad de desarrollo económico y social.