caso de Montesinos - Salud y Psicologia

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CONTRIBUCIONES DIAGNÓSTICAS DEL ‘CASO MONTESINOS’
César Sparrow
RESUMEN
Se formula una apreciación clínica del ex-asesor presidencial Vladimiro Montesinos desde los
puntos de vista psicológico, psiquiátrico y psicoanalítico. Son analizados aspectos publicados de su
historia personal, sus antecedentes y biografía, su ascenso al poder y los mecanismos de que se
valió para concentrarlo de manera casi absoluta. Se coteja sus características de personalidad con
diversos cuadros de la nosología psiquiátrica. Se realiza un estudio psicoanalítico del caso
fundamentado en la teoría sobre las perversiones y la criminalidad. Finalmente se propone
esquemáticamente la dinámica inconsciente de su estructura en términos formales y lógicos.
Palabras clave:
Vladimiro Montesinos, trastornos de la personalidad, perversiones, superyó, ética, Ley, goce.
ABSTRACT
It is formulated a clinical apreciation on the Peruvian Government ex-assessor Vladimiro
Montesinos from the psychological, psychiatric and psychoanalytical points of view. Are analyzed
published material about his personal history, his antecedents, his biography, his raise to power and
the mechanisms he used to concentrated it whole in an almost absolute manner. Also are
contrastated his personality characteristics and traits to the diverse diagnosis of psychiatric nosology.
It is made a psychoanalytical study of the case regarding the theory of perversions and criminality.
Finally, it is proposed schematically the unconscious dynamics of his structure in formal and logical
terms.
Keywords:
Vladimiro Montesinos, disorders of personality, perversions, superego, ethics, Law, jouissance.
“Entonces respondió Jehová: Si hallare en Sodoma cincuenta justos dentro de la
ciudad,
perdonaré a todo este lugar por amor a ellos. Y Abraham replicó y dijo:
He aquí ahora que he comenzado a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza.
Quizá faltarán de cincuenta justos cinco; ¿destruirás por aquellos cinco toda la
ciudad?...”
Génesis 18:26-28
Los acontecimientos políticos traumáticos en el Perú durante los últimos años nos dejan,
aparte de los estragos conocidos por todos y repetidos hasta la saciedad, una brillante oportunidad
de examinar desde el punto de vista psicológico a uno de los personajes más singulares de nuestra
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Publicado en la Revista de Psicología de la UNMSM (2001). Año V, No. 1 – 2.
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insipiente historia republicana; oportunidad muy desaprovechada sobre todo por los psicoanalistas
en nuestro medio, preocupados más en preconizar sus tesis acerca de la moralidad, la decencia, la
democracia y las buenas costumbres, que en un examen medianamente riguroso del fenómeno.
Teniendo en cuenta que no es frecuente encontrar en la práctica clínica al tipo de sujetos conocidos
bajo el rótulo genérico de “perversos”, o de los más mentados “psicópatas”, es precioso contar con la
vasta información de un caso particular, de dominio público, para extraer deducciones actuales
adicionales a lo aportado por la teoría al respecto. Un único caso es, desde luego, insuficiente, pero
avengámonos a que se trata de uno extraordinario y ejemplar por el conjunto de circunstancias
kafkianas que se conflagraron en su despliegue y que le sirvieron de abigarrado telón de fondo.
Recordamos, asimismo, precedentes célebres de personajes que supieron maniobrar las vicisitudes
del poder político a la sombra del ojo público, como Maquiavelo, Fouché, Goebbels o Hoover. No
pretenderemos generalizar nuestras conclusiones sino tan sólo indicar patrones individuales
privativos en torno de Un caso, el que nos ocupa.
Perfil psicológico
Vladimiro Illich Montesinos Torres, hijo mayor del escribano Francisco Montesinos y
Montesinos y de Elsa Torres Vizcarra, primero de cinco que el matrimonio tuvo en común, nace en
un hospital estatal de la ciudad de Arequipa en 1945. Proviene de una familia arequipeña de
abolengo, destacada en su región más bien por su activa participación en los ámbitos político,
artístico y de las humanidades que por su opulencia y fortuna. Una tía suya, Adela, era poeta; un
hermano de su padre, José Benito, era músico talentoso, profesor y director de un colegio nocturno;
otro, Domingo, fue médico pediatra y dirigente del Partido Comunista, siendo encarcelado en la
década de 1930 debido a su militancia política. Pero fue aun otro hermano de su padre quien tendría
mayor influencia sobre el joven Vladimiro: el abogado Alfonso Montesinos, quien llegaría a senador
de la República por el partido Acción Popular en 1956. Se trataba de un hombre hecho al hábito de
adquirir y conservar toda clase de papeles, documentos, expedientes y recortes periodísticos que
pudieran eventualmente redituarle beneficios políticos; en su archivo podía hallarse gran diversidad
de información seleccionada sobre los personajes más importantes de su entorno. Algunos otros
familiares de Vladimiro, dos hijos de la tía Adela, adhirieron también al Partido Comunista, al igual
que otro primo con quien tuvo especial cercanía y confianza, Gustavo Espinoza Montesinos, quien
además de miembro del Partido fue líder del órgano sindical Confederación General de Trabajadores
del Perú (CGTP). El padre de Vladimiro era un marxista fanático, sin mayor relieve, talento o brío
como los de sus hermanos y varios de sus parientes. Subrayamos la elección del nombre de Lenin
(Vladimir Illich) para su primogénito a fin de intentar establecer su actitud y animosidad para con el
socialismo y la izquierda en lo por venir.
El padre de Vladimiro era un provinciano de ascendencia aristocrática pero caído en
desgracia, fracasado y pobre. Francisco Loayza, principal biógrafo y antiguo amigo de Vladimiro,
cuenta que el padre solía levantar a sus hijos muy temprano en la mañana obligándolos a cantar el
himno de la Internacional Socialista. Muchos rumores sostienen que era un hombre excéntrico que
acostumbraba atormentar a su familia tanto física como psicológicamente. Se dice que se solazaba
colocándose al interior de un ataúd en la puerta de su casa a la vista de los transeuntes durante
horas. Los más afectados por el acoso permanente de Francisco Montesinos serían su hijo Vladimiro
y su esposa Elsa, madre de todos sus hijos, quien murió tempranamente, habiendo sido por largo
tiempo víctima de aquél. En una oportunidad, narra Loayza, durante la segunda mitad de la década
de 1970, le pidió Vladimiro, siendo ya militar y encontrándose en un estado de extraña turbación y
sobresalto, que lo acompañase, pero sin darle mayores explicaciones; en su automóvil lo condujo a
Balconcillo, un barrio de Lima, llegando a una habitación en un edificio viejo donde yacía el cadáver
todavía fresco de su padre. Aparentemente se había suicidado por sobredosis de pastillas. Vladimiro
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le pregunta a Loayza: “¿Tú crees que la muerte de este hijo de puta afecte mi carrera?”; Loayza le
respondió, conteniendo la gran sorpresa que le producía situación tan insólita, que evitara un
escándalo de la prensa, recomendándole además la conveniencia de que un médico del Ejército
certificara el deceso. Francisco Montesinos fue velado en el Hospital Militar, no obstante las
circunstancias que rodearon su muerte permanecen oscuras. Loayza, por esta época, era su único
amigo y confidente, como los tuvo poquísimos Vladimiro; habría sido el testigo clave para su
coartada en caso fuera él mismo acusado por la muerte de su padre. De cualquier modo, nos queda
clara la naturaleza de la relación habida entre ambos hombres, padre e hijo.
Desafortunadamente no disponemos de mayor información sobre la infancia de Montesinos
sino aquella filtrada a través de rumores de dudosa pero no improbable veracidad. Pero sabemos
que fue infeliz y tortuosa. En su vida escolar, tanto en primaria como en secundaria, fue un alumno
mediocre, manteniendose en la primaria, por lo general, con un promedio de 13 en sus asignaturas.
La secundaria la llevó en un colegio militar y no hubo acceso a sus notas, pero presumiblemente no
remontaría su rendimiento habitual. La determinación ferrea del padre era convertirlo en militar a
como dé lugar, y Vladimiro jamás se atrevió a objetar su voluntad. A los 19 años llega a Lima e
ingresa a la Escuela Militar de Chorrillos. Quienes lo conocieron en este período lo recuerdan como
un muchacho retraído, poco sociable, flojo para el ajetreo físico y el entrenamiento de maniobras
militares, pero ávido de la lectura aunque de un rendimiento académico regular bajo. Tenía más bien
fama de tener “muy buenas amigas”, como dice el anuario de su promoción (1966). La verdadera
vocación de Montesinos, según su propia confesión a un oficial con quien entabló breve confidencia,
eran las letras y, más específicamente, el derecho. Quería ser abogado como su tío Alfonso. Se dio
un intento por pedir su baja, pero fue frustro, y Montesinos llegaría hasta el puesto de capitán antes
de ser pasado al retiro deshonrosamente, acusado de los delitos de desobediencia y falsedad
agravada en 1976, al reconocérsele imputable de espionaje, por vender documentos secretos a
organismos de inteligencia extranjeros. Finalmente consiguió el título de abogado en la Universidad
de San Marcos, pero por medios fraudulentos.
Desde entonces el prontuario criminal de Montesinos ha ascendido a una cantidad pasmosa
de delitos cometidos, incrementada de manera muy significativa desde su control omnímodo del
poder político en el Perú en 1992, en complicidad del presidente Fujimori. Entre varios,
principalmente: asesinato, genocidio, tortura y secuestro (crímenes de lesa humanidad);
negociaciones ilícitas, lavado de dinero, narcotráfico y contrabando de armas; corrupción activa,
pasiva y de funcionarios públicos; fraude, coacción, extorsión y chantaje; enriquecimiento ilícito y
robo, falsedad material, ideológica y genérica; quebrantamiento del orden constitucional, destrucción
de las instituciones del Estado y fraude electoral; amenaza e intimidación de funcionarios públicos y
violación del fuero parlamentario; ocultamiento de pruebas de delitos, simulación de comisión de
delitos, tráfico de influencias, encubrimiento de delitos; abuso de autoridad; peculado, malversación,
concusión y exacciones ilegales; calumnia y difamación a través de la prensa; espionaje,
interceptación de comunicaciones, violación de la libertad de expresión y de la intimidad individual;
lesiones graves, conspiración, terrorismo, felonía y traición a la patria; además de inducir a jueces y
magistrados a prevaricato, detenciones ilegales, denegación de la jusiticia y omisión de debido
proceso y de aplicación de acciones penales; etc.
Con la asunción de Fujimori de la Presidencia de la República en 1990, Montesinos toma el
comando oficioso del Sistema de Inteligencia Nacional (SIN). Todo país del mundo cuenta con sus
propios servicios secretos de información, porque sobre la base de dicha información puede el
Estado tomar decisiones cruciales para su integridad, protección y defensa contra posibles
contratiempos o peligros tanto externos como internos. Muchas veces las naciones han utilizado
medios reñidos con sus propias leyes para acceder a tal información, y muchas veces el empleo de
tal información ha sido, asimismo, ilegal. Montesinos consiguió centralizar todo el poder político de la
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nación valiéndose de una diestra utilización y manipulación de información selecta que le permitió
entablar alianzas secretas con la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) y otros
órganos internacionales de índole similar con quienes ya había tenido vínculos pretéritos también.
Pero el frente interno pudo conquistarlo suplantándose al poder oficial detentado por Fujimori. Ello lo
consiguió, básicamente, mediante una estrategia conocida en Inteligencia como “de copamiento”.
Montesinos había tenido experiencia “copando” o “trabajando” a otros superiores en circunstancias
análogas, siendo un subordinado, con los resultados más convenientes a sus ambiciones. Dicho
copamiento consiste en suministrar valiosa información política a determinado superior cercano de
quien se pretende usufructuar poder, ayudándole a encontrar soluciones a sus problemas y
resolviéndoselos con el fin de ir ganándose paulatinamente su confianza. Luego, por ejemplo, se le
advierte de algún atentado o complot urdido en su contra (el cual puede ser inventado)
proporcionándole indicios que se lo hagan verosímil, presentándole además alternativas de solución,
de modo que más tarde el superior vea desvanecerse sus temores de supuestos peligros.
Progresivamente el “copador” ve incrementada su injerencia sobre el superior y busca por el medio
de sembrar intrigas y diseminar rumores hacérsele imprescindible por la información valiosa que
provee. Por ejemplo puede fabricar pruebas que involucren seriamente a sus allegados procurando
deshacerse de ellos y asumir él todas las funciones centrales. Esta característica en Montesinos es
particularmente importante porque nos dice de cómo adquirió tanto poder, y por eso la señalamos en
detalle. Otro medio es el chantaje directo y la cooptación. Fabricar o hallar supuestas pruebas contra
el superior a fin de obligarlo a someterse a su libérrima voluntad, o bien forzarlo a abdicar de su
poder en favor propio haciéndolo a la vez cómplice y rehén. El fin último de acumular y monopolizar
el poder es el de disponer de acceso libre para la consecución de todo lo que se quiere sin el menor
obstáculo ni rendición de cuentas. El motivo principal de la ambición de poder es el dinero. También
lo es el de la concentración del poder por el poder en sí mismo como fin y por todo lo que representa,
en cuyo caso dicha fetichización del poder es un carácter patológico.
Las principales inquietudes de Montesinos en el ámbito intelectual siempre fueron las
relacionadas con la política y el manejo del poder en su dimensión estratégica, es decir, no de la
política como una ciencia sino como un ejercicio del poder. Su avidez de conocimiento a este
respecto se da en razón directa de su ambición de poder, y es equiparable a sus habilidades
naturales para el espionaje y la recopilación de información fundamental que comprometa a sus
probables rivales y superiores de quienes absorbería el poder. La clave para convertirse en el eje
real del poder fue su acceso a información privilegiada sobre la vida, antecedentes y vulnerabilidades
de quienes entiende como competidores. Por ejemplo: sobre el estatuto de las relaciones de
parentesco con su familia y los seres que los rodean, sus ingresos económicos, relaciones
extraconyugales si las hubiesen, hábitos, debilidades, tendencias, reacciones ante situaciones
críticas, etc. Montesinos parecía comprender muy bien que a todo hombre es posible encontrársele
debilidades y defectos de los cuales se avergonzaría ante los demás y que incluso podrían
comprometerlo seriamente en los planos emocional, económico y legal. Montesinos es un experto en
materia de acoso psicológico y para lograr sus intenciones se vale tanto de la observación metódica
y paciente como de seguimientos escrupulosos que evitan, en la medida de lo posible, dejar cabos
sueltos aun cuando puedan aparecer como detalles insignificantes o indiferentes. Montesinos sabe
reconocer y evaluar la información que le es útil y trascendente. Sin embargo la historia de la
humanidad nos ha enseñado que no existe el crímen perfecto aun cuando éste no pague en
definitiva.
Pongamos el ejemplo más clamoroso de su destreza en la táctica del copamiento psicológico
y la cooptación, el del presidente Fujimori. Durante la fase de la segunda vuelta electoral para la
Presidencia de la República librada entre Vargas Llosa y Fujimori en 1990, el asesor de campaña de
Fujimori, Francisco Loayza, le presenta a éste a Montesinos como un abogado brillante que podría
resolver ciertos inconvenientes legales surgidos que ponían en grave riesgo la licitud de su
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candidatura. Un congresista consiguió evidencia que implicaba a Fujimori en los delitos de
subvaluación de propiedades y evasión tributaria. Si la denuncia era aceptada por la Justicia, se
abriría proceso penal contra Fujimori, quedando invalidado constitucionalmente para seguir
compitiendo en las elecciones generales. Fujimori invoca, pues, consternado, ayuda para remontar la
amenaza que se cernía contra su candidatura y su libertad, y Loayza decide presentarle al abogado
Montesinos con las mejores referencias del caso. Desde su primera entrevista Montesinos se mostró
muy solícito a Fujimori, diciéndole que “se olvide del problema” y que “ya estaba resuelto”. Señaló
que tenía amigos en la Fiscalía que impedirían que la denuncia prosperara y la archivarían; para
cuando acaso se reabriera ya habrían pasado meses de las elecciones. De inmediato Fujimori, muy
suspicaz, interroga a Loayza sobre la competencia y habilidades de Montesinos, a lo que éste
responde tranquilizándolo y citando su exitosa trayectoria. Durante la década de 1980, Montesinos
había sido un tenaz defensor de narcotraficantes, librando a varios de ellos de largas condenas
penitenciarias. Y aunque fue acusado por traición a la patria, el caso había sido sobreseído por la
Justicia militar. También defendió exitosamente a un general acusado por la célebre “matanza de
Cayara”, consiguiendo su absolución. Pero no es sino hasta que el caso de Fujimori queda
realmente resuelto, siendo archivado, que Montesinos logra su simpatía y confianza.
Al poco tiempo Montesinos señala la conveniencia de contar con un ambiente físico
independiente, cerrado y de acceso restringido para sus reuniones estratégicas de campaña. Los
únicos que podrían reunirse con el candidato serían Loayza y él mismo. Ello lo propuso porque
explicaba haberse enterado –mediante intereceptación telefónica del SIN– que la casa de Fujimori
estaba “sembrada” de micrófonos con los que oficiales de la Marina lo espiaban para Vargas Llosa.
Había una antena parabólica próxima a la casa de Fujimori desde la que, decía, se captaban sus
conversaciones. Fujimori accede a sus sugerencias de cautela. Más adelante el congresista que
presentó la denuncia contra Fujimori insiste en su petitorio y sufre un atentado terrorista en su
domicilio, el cual fue atribuido a Sendero Luminoso. En la siguiente reunión, Montesinos, en tono
casual, desliza el comentario de que había sido él mismo quien había preparado el atentado.
Fujimori lo miró fugazmente de soslayo e hizo como si no hubiera oído nada; lo propio hizo Loayza, y
Montesinos tuvo que cambiar rápidamente de conversación. Esta actitud incriminatoria de
Montesinos explica los medios de chantaje y extorsión que ejerciera más adelante cuando pudo
concentrar suficiente poder. El día que Fujimori gana finalmente las elecciones se celebra en un chifa
una comida a la que están invitados sus colaboradores más cercanos con quienes comparte el
triunfo. Pero aquella noche el presidente recién electo no prueba bocado alguno porque Montesinos
le había advertido que la comida que le servirían estaba envenenada. Ya a este punto podría decirse
que Fujimori estaba “copado” por Montesinos. Le restaba deshacerse de su colaborador de máxima
confianza. Con una justificación conveniente –una conspiración para matarlo– envía a Loayza a los
Estados Unidos y durante su ausencia va convenciendo a Fujimori con documentos fabricados que
Loayza lo está traicionando en una causa ilícita cuyos réditos no comparte. Así se deshace
finalmente de su antiguo amigo para siempre.
Este patrón sería repetido con los principales directores de Inteligencia y con los sucesivos
altos mandos de las Fuerzas Armadas. Por ejemplo, colocando en el Ejército a compañeros de su
promoción militar, quienes estarían en deuda con él, volviéndolos luego sus cómplices en actividades
ilegales por las que dispondría de medios de coacción y extorsión. Un círculo vicioso. También
espiando su intimidad, hallándoles “rabos de paja”. Durante el gobierno militar de Velasco se
proclamaba a sí mismo un comunista ortodoxo, adepto al “gobierno revolucionario” de izquierda que
manejaba el poder, pero al mismo tiempo era un espía de la CIA que vendía información secreta a
los Estados Unidos. De muchas maneras se manifestó en él lo que Loayza llama “un odio ventral”
por todo lo que oliera a marxismo. Por ejemplo, fue el principal partidario de asesinar a Abimael
Guzmán, cabecilla de Sendero Luminoso, tras su captura en 1992. Aunque no pudo lograr su
cometido, entabló con él lo que denominó una “lucha de mentes”, lo cual se tradujo en conseguir
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someterlo a un proceso de “ablandamiento”. Esto quiere decir vencerlo en una forma, no tanto militar
o física, sino moral y psicológica –constreñirlo a la capitulación. Abimael es de una personalidad
idealista, fanática, inescrupulosa y cruel muy semejante a la de su progenitor.
En cuanto a la personalidad de Montesinos, Loayza la califica de “gélida”. Es un hombre de
mentalidad fría, con ambición desmesurada de poder y control, muy persuasivo –con suficientes
medios para serlo–, tenaz, en extremo reservado, discreto y cuidadoso aunque en apariencia tales
atributos pudieran parecer contradictorios en virtud de toda la evidencia delictuosa que legó
intencionalmente. Más allá de su tendencia incriminatoria y vengativa que ya mencionamos, está un
especial goce perverso radicado en la preservación de “sorpresas” destinadas en el momento más
inesperado a desconcertar a sus rivales o competidores, induciéndolos a caer en trampas o “creando
paranoias”, como hiciera con Fujimori, un individuo ya de por sí muy suspicaz. Valoramos, asimismo,
como perversa la relación cuajada entre ambos. El juego perverso particular de estos dos personajes
se empata como el de dos medias naranjas; consiste en la duplicidad sometimiento-complicidad, que
puede implicar incluso un vínculo más firme y sólido que el de muchas relaciones heterosexuales a
través del tiempo. Es parecido al juego sadomasoquista. Digamos, simplificando, que la función del
sádico es la de someter, en general, en todas las reverberaciones que el término entraña. Del otro
lado, el masoquista opta por ser sometido por él y en complicidad suya. Esta relación no se
diferenciaría demasiado del resto de las relaciones amorosas si no fuera porque ninguno de ambos
agentes tiene muy claro dónde y cómo termina el juego. ¿Cómo puede serse cómplice si se está
realmente sometido? El sometido no necesita acordar nada para ser oprimido contra su voluntad. Y
el que sojuzga y somete ¿cómo puede coludirse en ello con su propia víctima? El sádico no tiene
que pedir permiso para usar al otro, y si lo hace desvirtúa su función sádica. Y el masoquista tiene
que sufrir realmente, no impostar. Entonces ¿están ambos de acuerdo o no? No obstante, sí. Por
eso ambas posiciones aunque no necesariamente complementarias del todo, son perversas. Como
decimos, algo muy parecido a la distribución de roles sostenido entre Fujimori y Montesinos. Al
último lo calificaríamos, con mayor precisión de sádico moral. En cambio, el masoquismo moral no
es su contrapartida ni tampoco es aplicable a Fujimori, porque se supedita a motivaciones diversas
(sentimiento inconsciente de culpa, necesidad de castigo).
Considerando la procedencia pobre, marginal y postergada de ambos personajes, nos sería
más sencillo adscribir su criminalidad a tal origen, argumentando “sentimientos de inferioridad” o
“baja autoestima”; pero no vamos tan lejos, y estimamos más bien lo contrario. Ambos dueños de
una peculiar megalomanía y de un intenso amor al dinero; el uno va por el autoritarismo y la
figuración y el otro por la concentración real del poder y la manipulación. Pero admitimos, aunque no
como un factor determinante o prevalente el ciclo privación-frustración-hipercompensación reactiva
criminal por supuestas injusticias socioeconómicas cometidas contra ellos, lo que implica lesiones
narcisistas consiguientes. En los términos mecánicos de acción-reacción lo plantearíamos con la
declaración «¿Por qué a mí?»-«¡Ahora me toca!». Más adelante desarrollamos elaboraciones sobre
la estructura íntimamente perversa de Montesinos.
Cotejo psiquiátrico
El material biográfico reunido y la abundante documentación histórica incriminatoria
disponible, que incluye testimonios y evidencias como “cuerpos del delito” y grabaciones de audio y
video, nos permite aventurar algunos diagnósticos psiquiátricos para Montesinos en concordancia
con el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV) vigente a nivel
internacional desde 1995.
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1. El trastorno antisocial de la personalidad (denominado también “psicopatía” o
“sociopatía”), se caracteriza por un “patrón general de desprecio y violación de los derechos
de los demás”. En el caso de Montesinos, se manifiesta en por lo menos 3 ítems, suficientes
para su diagnóstico:
a) (ítem 1) “fracaso para adaptarse a las normas sociales en lo que respecta al
comportamiento legal, como lo indica el perpetrar repetidamente actos que son [o
“deberían ser”, acotamos] motivo de detención”;
b) (ítem 2) “deshonestidad, indicada por mentir repetidamente, utilizar un alias, estafar a
otros para obtener un beneficio personal o por placer”;
c) (ítem 7) “falta de remordimientos, como lo indica la indiferencia o la justificación del
haber dañado, maltratado o robado a otros”.
Sobre sólo uno de los cuatro criterios para el diagnóstico de trastorno antisocial de la personalidad
no disponemos de información corroborativa o confirmatoria. El criterio C: “Existen pruebas de un
trastorno disocial que comienza antes de la edad de 15 años”. El trastorno disocial es un equivalente
del trastorno antisocial de la personalidad en la infancia. No obstante es muy probable que dicho
trastorno se haya presentado en el caso de Montesinos, y nos damos por satisfechos con los datos
disponibles, reiterando nuestra presunción diagnóstica.
Las características principales de la personalidad antisocial son la reincidencia persistente en
conductas de engaño y manipulación en las relaciones sociales, donde los derechos básicos de los
demás son atropellados y violentados seriamente. En estos individuos existe un profundo desprecio
hacia los deseos, derechos o sentimientos de los demás, y la razón de su comportamiento está
ligada a la consecución de provecho y placer personales. Sus justificaciones suelen ser superficiales
y cínicas, culpando a sus víctimas de ser tontos, débiles o de merecer su suerte, menospreciando el
perjuicio que causan o, simplemente, mostrando una indiferencia absoluta. También pueden
expresar una visión negativa y pesimista o nihilista de las relaciones humanas y del mecanismo del
mundo en general (“Todo es una cochinada y por eso todo vale”, “Sólo es el más vivo el que triunfa”,
etc.). Se observa en ellos, de manera pronunciada, carencia de empatía, insensibilidad y cinismo.
Pueden ser, asimismo, arrogantes, engreídos, autosuficientes, obstinados, persuasivos y
fanfarrones; mostrar labia, encanto superficial y adaptabilidad camaleónica a las diversas
situaciones, simulando familiaridad y confianza hacia interlocutores a quienes pretenden explotar,
manipular, estafar o engañar. El maltrato en la infancia y el comportamiento inestable o voluble de
los padres son factores demostrados que potencializan la posibilidad de la gestación de un trastorno
antisocial para la vida adulta. Como es también el caso de Montesinos, el trastorno antisocial de la
personalidad se asocia con frecuencia a la procedencia de un “bajo status” socioeconómico y al
medio urbano.
La escuela psiquiátrica alemana clásica consideraba al “psicópata perverso”, además de
impedido de juicio moral (moral insanity dirían los ingleses), como desprovisto de todo sentimiento
social o altruista de solidaridad, compasión, fraternidad y de respeto hacia los derechos de los
demás. El psicópata parece no comprender el valor y sentido de su subordinación al orden legal y la
civilidad, guiándose en cambio por motivaciones egoístas prescindentes de toda otra consideración,
buscando únicamente su completa y perentoria satisfacción. También se observa en el llamado
psicópata perverso, una inversión de los afectos y la ética convencionales y socialmente aceptados,
en virtud de lo cual todo cuanto pueda ser capaz de producir sufrimiento, repugnancia, horror,
indignación o vergüenza en los demás, es apreciado por él como fuente de placer y regocijo. Dicha
constante puede ser reconocida como morbosa por el propio perverso, en cuyo caso los
actos que practica no obedecen tanto al deseo de satisfacerse en su ejecución, cuanto al
goce que le proporciona subvertir el orden y la moralidad como parámetros establecidos.
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Diremos algo más respecto de esta constelación psicológica cuando nos refiramos al sadismo y a
otras perversiones.
2. El trastorno narcisista de la personalidad se caracteriza por “un patrón general de
grandiosidad (en la imaginación o en el comportamiento), una necesidad de admiración y
una falta de empatía, que empiezan al principio de la edad adulta y que se dan en diversos
contextos”. Para dicho diagnóstico se requiere de por lo menos 5 ítems de 9, de los cuales los
aplicables a Montesinos serían los siguientes:
a) (ítem 1) “tiene un grandioso sentido de autoimportancia (por ejemplo, exagera los
logros y capacidades, espera ser reconocido como superior, sin unos logros
proporcionados)”;
b) (ítem 2) “está preocupado por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o
amor imaginarios”;
c) (ítem 3) “cree que es «especial» y único y que sólo puede ser comprendido por, o sólo
puede relacionarse con otras personas (o instituciones) que son especiales o de alto
status”;
d) (ítem 6) “es interpersonalmente explotador, por ejemplo, saca provecho de los demás
para alcanzar sus propias metas”;
e) (ítem 7) “carece de empatía: es reacio a reconocer o identificarse con los sentimientos
y necesidades de los demás”;
La personalidad narcisista asume con naturalidad la obsecuencia incondicional y las
alabanzas por supuestos dones o talentos singulares, pudiendo reaccionar airadamente cuando se
percibe privada de ellas. Esta actitud conlleva a los sujetos narcisistas (en el sentido patológico del
término) a infravalorar o despreciar los méritos ajenos, sintiéndose, en cambio, entusiasmados por
fantasías de éxito ilimitado, poder y admiración que deberían reflejarse en la adquisición de gollerías
y privilegios excepcionales. Se sienten superiores al resto, autosuficientes y omnipotentes, y esperan
ser ampliamente reconocidos por ello, arrogándose atribuciones que no les corresponden,
inconsultamente, mediante la violencia o la manipulación. Estos rasgos implican que toda demanda o
exigencia debe serles cumplida bajo el riesgo de una reacción brusca y desproporcionada en el caso
de ser contrariados. Al igual que en el trastorno antisocial, la personalidad narcisista carece de la
capacidad de empatía, mostrándose indolente ante el sufrimiento y el daño que causa. Tienden a
disertar extensa y detalladamente sobre sus verdaderos o supuestos logros, proyectos e intereses,
experimentando frialdad o desprecio ante las preocupaciones de los demás. Se tornan muy
susceptibles a cualquier imaginado ultraje o a toda crítica, pudiendo, en tales circunstancias, actuar
de manera querulante y vengativa.
3. El trastorno paranoide de la personalidad se caracteriza por “desconfianza y suspicacia
general desde el inicio de la edad adulta [el criterio de inicio no se ha podido identificar con
certeza en Montesinos], de forma que las intenciones de los demás son interpretadas como
maliciosas, que aparecen en los diversos contextos”. Se manifiestan en por lo menos 4 de 7
ítems. Los correspondientes a Montesinos vendrían a ser:
a) (ítem 1) “sospecha, sin base suficiente, que los demás se van a aprovechar de ellos,
les van a hacer daño o les van a engañar”;
b) (ítem 2) “preocupación por dudas no justificadas acerca de la lealtad o la fidelidad de
los amigos o socios”;
c) (ítem 3) “reticencia a confiar en los demás por temor injustificado a que la información
que compartan vaya a ser utilizada en su contra”;
d) (ítem 5) “alberga rencores durante mucho tiempo, por ejemplo, no olvida los insultos,
injurias o desprecios”;
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Las personalidades paranoides son muy poco dúctiles a intimar o confiar en los demás porque
temen que la información que compartan sea utilizada en su contra. Pueden negarse a contestar
preguntas personales, argumentando que ello no es asunto de los demás o que no tiene importancia,
manteniendo en su vida, en general, una actitud de recelo y un culto por lo secreto, interpretando los
movimientos de quienes los rodean con intención de trampa y traición. El menor desaire les suscita
una enorme hostilidad y ojeriza muy persistentes a través del tiempo, por lo que saben defenderse
con rapidez y astucia de los supuestos ataques inferidos. Pueden ser, además, patológicamente
celosos, reuniendo “pruebas” o “indicios” que respalden sus sospechas y comprometan al supuesto
culpable, pretendiendo mantener control total y vigilancia cercana de aquellas personas relacionadas
con ellos y llevando “reglajes” y mecanismos de espionaje que los mantenga en situación de
vigilancia y ventaja contra sus enemigos. Son muy cautelosos y atentos a las posibles amenzas,
llevando una actitud de reserva y pareciendo fríos, calculadores, desapasionados, “objetivos” y
carentes de compasión. Se vuelven, por necesidad, autónomos, autosuficientes y controladores. A
menudo culpan a individuos próximos a ellos de sus propios desaciertos, asumiendo con velocidad
su vindicación. Tienen la fuerte tendencia a inmiscuirse en asuntos políticos, legales, de poder y
jerarquía, donde pueden desplegar sus aptitudes para la intriga y la truculencia, analizando a las
personas con quienes se interrelacionan según patrones estereotipados y rígidos (buenos/malos,
cooperador/obstructor, aliado/enemigo, etc.). Les atrae las formulaciones simplistas y elementales
del mundo y su organización, llegando al fanatismo y a creencias y posiciones radicalizadas y
extremistas en complicidad de quienes comparten sus opiniones. En el caso de Montesinos,
mencionamos, el partenaire era Fujimori. Pueden, también, presentar episodios psicóticos aislados y
de corta duración en torno a temas de grandeza, persecución, celos o envidia, por ejemplo. Existen
antecedentes en la infancia y la adolescencia que pueden prefigurar la aparición de la personalidad
paranoide, como comportamientos solitarios tendientes al aislamiento y actitudes poco sociables e
incluso autísticas, escasas relaciones con los compañeros, bajo rendimiento escolar, susceptibilidad
exagerada y pensamientos peculiares o “raros”.
Los trastornos de la personalidad a que hemos hecho referencia son trastornos mentales
caracterizados por patrones rígidos y permanentes de sentimientos, pensamientos y conductas
desviados substancialmente de la norma convencional en la cultura a la que pertenece el sujeto. Muy
a menudo una persona es diagnosticable de más de un trastorno de la personalidad al mismo
tiempo, sin embargo, como lo indica la experiencia, es raro que los sujetos que los padecen acudan
de motu propio a la consulta clínica o que puedan ser persuadidos por otros para que lo hagan,
porque, en general, su trastorno sólo los afecta en la medida en que su repercución sobre los demás
les es motivo de perturbación. Igual es el caso de las perversiones sexuales o “parafilias”. No
obstante, no se trata de un trastorno de la personalidad si la conducta y experiencia interna, sea ésta
antisocial, paranoide, narcisista, etc., responde a la transcurrencia de otra enfermedad médica
general o mental como una psicosis (esquizofrenia, trastorno bipolar), una demencia, o bajo el influjo
temporal de sustancias psicoactivas como drogas o alcohol.
Ahora bien, con relación a la apreciación clínica del caso Montesinos, éste califica para otros
caracteres patológicos, pero tomados en un sentido menos ortodoxo al espíritu de los catálogos
psiquiátricos descriptivos vigentes. Por ejemplo, nosotros aventuraríamos para Montesinos un
diagnóstico de sadismo; sin embargo en el DSM-IV no está contemplado y sólo hallamos
especificado el de sadismo sexual dentro del rubro de las parafilias y los trastornos sexuales. Hay
sólo dos criterios para el diagnóstico de sadismo sexual: “A) Durante un período de al menos 6
meses, fantasías sexuales recurrentes y altamente excitantes, impulsos sexuales o comportamientos
que implican actos (reales, no simulados) en los que el sufrimiento psicológico o físico (incluyendo la
humillación) de la víctima es sexualmente excitante para el individuo. B) Las fantasías, los impulsos
sexuales o los comportamientos provocan malestar clínicamente significativo o deterioro social,
laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo.” Veamos cómo si omitimos toda
8
referencia “sexual” a los criterios citados, Montesinos calza a la perfección dentro de nuestra
nominación de sadismo, a secas:

Sadismo
a) Durante un período de al menos 6 meses, fantasías recurrentes y altamente excitantes,
impulsos o comportamientos que implican actos (reales, no simulados) en los que el
sufrimiento psicológico o físico (incluyendo la humillación) de la víctima es excitante para el
individuo.
b) Las fantasías, los impulsos o los comportamientos provocan malestar clínicamente
significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del
individuo.
Seremos mucho menos rigurosos en cuanto a la nosografía al atribuirle además el
merecimiento de los rótulos de exhibicionismo, voyeurismo y fetichismo si los despojamos del
sentido vulgarmente asignado a lo “sexual”. El psicoanálisis extiende los límites de lo comprendido
en lo sexual más allá de las funciones genitales y reproductivas. Debería ser suficiente el que las
perversiones que mencionamos nos exima de mayores explicaciones en cuanto a ello, pero no tiene
por qué serlo. Decimos que para el caso de Montesinos, también se trata de tales perversiones en
toda su connotación sexual, pero no a la manera usualmente entendida. Es decir, que la naturaleza
del goce que genera la actividad perversa es sexual aunque no impliquen acciones que conlleven o
puedan conllevar al coito o a la satisfacción genital. Hay mayor sutilidad en la perversión, donde
además de la intervención de la esfera emocional en la obtención del placer, se han incorporado las
percepciones y el cuerpo, en su dimensión tanto total como parcial, así como objetos externos
normalmente inapropiados para el contacto sexual.
Analicemos conforme a lo expuesto los criterios para el diagnóstico de exhibicionismo según
la psiquiatría: “A) Durante un período de por lo menos 6 meses, fantasías sexuales recurrentes y
altamente excitantes, impulsos sexuales o comportamientos que implican la exposición de los
propios genitales a un extraño que no lo espera. B) Las fantasías, los impulsos o los
comportamientos provocan malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras
áreas importantes de la actividad del sujeto.” Lo único que variaríamos para definir al
exhibicionismo como perversión, en términos amplios y que no involucren en exclusividad a
los genitales, sería, justamente tal factor genital, como lo hicimos con el sadismo en cuanto a
lo “sexual”: ¿Qué sustituiríamos a “la exposición de los propios genitales a un extraño que
no lo espera”? Algo que, quizá mantenga afinidad con los genitales en su función de sorpresa
ante su exposición. Notemos que el exhibicionista parafílico hace intervenir a sus genitales de
una manera impropia, a saber, mostrándolos. ¿Qué querría demostrar con ello? En primer
lugar, una reafirmación, que los tiene; en segundo, que puede mostrarlos, es decir que puede
usarlos para algo diferente de excretar, copular y reproducirse. Dejamos ahora pendiente el
asunto del exhibicionista.
Para el voyeurismo se nos dice: “A) Durante un período de al menos 6 meses, fantasías
sexuales recurrentes y altamente excitantes, impulsos sexuales o comportamientos que implican el
hecho de observar ocultamente a personas desnudas, desnudándose o que se encuentran en plena
actividad sexual. B) Las fantasías, los impulsos sexuales o los comportamientos provocan malestar
clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del
individuo.” En el caso de Montesinos no se trata de observar ocultamente a personas desnudas o en
actividad sexual, sino de observar a personas en actividades que deberían permanecer ocultas,
como se supone deberían serlo las relaciones sexuales. (Sabemos que el voyeur se complace
también viendo a otras personas excretando, lo cual, se supone, tampoco debería ser público)
Ahora, no tanto en actividades que deberían permanecer ocultas, si no que por lo sabido, deberían
9
no realizarse –actos ilícitos o moralmente reprobables. Esto es a lo que ha sido llamado por el
psicoanálisis ex-profesamente para el perverso el goce de la transgresión. Es decir, algo que
identifica a lo sexual con lo prohibido, que debe ser abolido derribando una norma.
Los criterios psiquiátricos para el fetichismo son 3: “A) Durante un período de al menos 6
meses, fantasías sexuales recurrentes y altamente excitantes, impulsos sexuales o comportamientos
ligados al uso de objetos no animados (por ejemplo, ropa interior femenina). B) Las fantasías, los
impulsos sexuales o los comportamientos provocan malestar clínicamente significativo o deterioro
social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo. C) Los fetiches no deben ser
únicamente artículos de vestir femeninos como los utilizados para trasvestirse (fetichismo
trasvestista) o aparatos diseñados con el propósito de estimular los genitales (por ejemplo,
vibrador).” Para nosotros el fetichismo será la perversión por excelencia porque aunque las fantasías
y los impulsos que involucra son sexuales, el fetiche puede parecer no tener nada que ver con lo
sexual. ¿Dónde estaría entonces lo sexual objetivo en esta parafilia? En una función que suple al
pene por desplazamiento, vamos a decir primero, y nos extenderemos a continuación.
La ética de Montesinos
Para construir hipótesis factibles en la explicación dinámica y estructural inconsciente de
Montesinos, requerimos primero exponer algunos parámetros en la teoría psicoanalítica sobre las
perversiones, aunque ello nos demande más espacio que el esperado destinado a nuestro desarrollo
final.
Es ya un hecho corrientemente aceptado en Occidente la existencia de la actividad sexual
infantil. Para Freud, la sexualidad infantil de la cual deriva la adulta definitiva es polimorfa y perversa.
El cuerpo infantil es inicialmente cargado o catectizado de libido por la madre, privilegiando tal
erogeneidad determinadas regiones corporales como la boca, el ano y los genitales así como todo
borde colindante de la superficie del cuerpo con su interior. A su vez, puede observarse en el niño
las tendencias conocidas en la vida adulta como “perversas”, como por ejemplo el placer en la
contemplación de los genitales de otros, la exhibición de los propios o de acciones fisiológicas, la
crueldad y el regodeo en la suciedad, en tanto en cuanto valores como la vergüenza, la compasión y
la repugnancia no se han instalado social y culturalmente lo suficiente aún. Esta sexualidad infantil
que da una impresión caótica está en realidad organizada en lo que se llaman pulsiones parciales
con relación a la fuente de su demanda erógena (oral, anal, genital), al tipo de la actividad pulsional
(escópico-exhibicionista, sádico-masoquista), o al objeto (autoerotismo, bisexualidad, zoorastia,
coprofilia, etc.). Pero en términos globales, las pulsiones parciales pueden distribuirse en pulsiones
de vida (Eros) y pulsiones de muerte, las cuales están siempre imbricadas y yuxtapuestas en
magnitudes indistintas. De esta manera, las pulsiones de muerte pueden reconocerse en algunas
variedades que combinadas de ciertas cantidades de libido dan lugar a la pulsión destructiva y la de
aprehensión o voluntad de poderío. En tal sentido, la pulsión destructiva en su modalidad oral se
revela como sadismo canibalístico y ansias de devorar y triturar; en una modalidad sádico-anal,
como el deseo de maltratar analmente tanto activa como pasivamente, y en una modalidad fálica,
como la fantasía de castrar para privar de la satisfacción genital. Para remontar estas tendencias
primitivas es necesario que se forme una barrera, como dique de contención, que las reprima
confinándolas al inconsciente. La instancia psíquica encargada de velar por el cumplimiento de la
prohibición de tales tendencias antisociales es el superyó, instaurado por la ley paterna que regula
las vías del modo de goce futuras. Vemos que algo anómalo ha tenido lugar en el superyó del
individuo perverso adulto.
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En su trabajo El problema económico del masoquismo, Freud estipula la existencia de tres
tipos de masoquismo: el masoquismo sexual o erótico (y el masoquismo como perversión), el
masoquismo femenino y el masoquismo moral. Nosotros invertiremos la fórmula para el masoquismo
moral, denominándolo sadismo moral, pero advirtiendo que no es su contraparte ni que ambos son
recíprocos o complementarios por necesidad. El sadismo moral supondría una sexualización del
superyó en virtud de lo cual una fusión o mezcla de pulsiones (eróticas y agresivas) son
proyectadas al mundo exterior y descargadas en él. Es decir que se produce una destrucción
objetiva con satisfacción libidinal concomitante. Ya antes habíamos atribuido tal cualidad a
Montesinos, a lo que ahora añadiríamos que se trata allí de una identificación con el superyó
sexualizado, con sus características típicas de expresión de poder, rigor, vigilancia y castigo.
Para el sádico el objeto de la satisfacción es lo más lábil e indiferente; lo importante es la
inflexión de sufrimiento, dolor y humillación por sí mismos.
Para decirlo en otras palabras, las de Melanie Klein, en cuanto a la criminalidad y el
comportamiento antisocial, no se trata de una debilidad, laxitud o ausencia de superyó o de
conciencia moral, como pudiera imaginarse, sino de todo lo contrario. De una extraordinaria
severidad y sadismo del superyó. Asimismo, cuando se le atribuye al psicópata el ser carente
de remordimientos o sentimientos de culpa; bueno, hasta la fecha no sabemos de nadie tan
feliz como para desconocer tales sentimientos. Según Klein, el ciclo (1)culpa-(2)comisión es una
constante en los niños con rasgos prefigurativos de criminalidad. Sólo en apariencia se invierte el
orden temporal de causa y efecto. Sería así (1)persecución-(2)comisión.
Un perverso es, más bien, alguien comprometido y consecuente en cuerpo y alma con la
causa de un goce; un goce que imagina dependiente de sí mismo, pero que sin embargo –
correspondiendo al adagio del nadie sabe para quien trabaja– lo sacrifica al goce de un Otro. El Otro
es lo que el perverso encuentra de su universo externo, de un anónimo o de lo más relevante en él,
el non plus ultra de la autoridad, el Padre real, Dios –que para el marqués de Sade era nada menos
que el “Ser-Supremo-en-Maldad”. Leamos una sentencia sadiana que lo resume: “Tengo derecho a
gozar de tu cuerpo, puede decirme quienquiera, y ese derecho lo ejerceré, sin que ningún límite me
detenga en el capricho de las exacciones que me venga en gana saciar en él”. De este lado vamos
viendo una salida a la paradoja sometimiento-complicidad sadomasoquista: que lo que
repugna al sádico es justamente una repartición coordinada del goce, la equidad y
reciprocidad cristiana. El sádico monopoliza el goce del dolor para obsequiarlo como ofrenda
oblativa al Otro. Indicaremos cuál es la razón del goce del Otro en función de la cual se mueve todo
perverso. Adelantamos que se trata de un goce fálico destinado a tapar un hueco que es una
ausencia. Pero de un goce fálico muy monótono y aburrido como lo sería todo material pornográfico
que se precie de tal. En esto nos parecemos todos al perverso; en la monotonía del fantasma
que retorna siempre y de continuo a los mismos cauces de relación con el objeto (“ahora me
chupa”, “ahora yo lo chupo”, “ahora me muerde”, “lo que quiere es que lo muerda”, “ahora
me come”, “ahora me caga”, “me mira”, “lo oigo”, etc.), sólo que el perverso no coloca ese
goce en el otro semejante, sino en el Otro universal que no existe.
Antes de seguir planteamos la siguiente acotación a todo lo expuesto: Para comprender la
perversión no nos es realmente lo más importante la parte corporal puesta en juego, es decir su
naturaleza “sexual”, sino su compromiso al nivel del goce para obtenerlo. Hablar simplemente de
“perversión sexual” para el caso de Montesinos nos sería no sólo vano sino insulso. La esencia de
las perversiones como componente básico de la sexualidad infantil no fue reconocida por Freud a
través de la observación clínica de perversos, ni tampoco de niños, sino de neuróticos. En general es
común la recurrencia a actividades perversas por parte de los neuróticos, y ninguna persona en su
intimidad sexual deja de presentar alguno de aquellos rasgos (tocamiento, contemplación,
exposición, convergencia de cierta dosis de agresión y de resistencia, así como de pasividad,
11
detención temporal preparatoria en determinados órganos, uso alterno de ciertos órganos de
finalidad diversa, etc).
Dicho lo cual propondremos que el núcleo real perverso en Montesinos es el fetichismo. Pero
el fetichismo en un sentido generalizado, en el sentido del “coleccionista” de objetos suplementarios
preventivos de la castración, lo que significa que el conjunto de objetos configura una identidad fálica
que representa a Una sola Cosa. Así cualquier forma de fetichismo es un revelado del negativo de la
fobia, por la angustia de la pérdida. El fetichista cree asegurarse de que “lo tiene” adjudicándole a la
Madre la tenencia fálica. Para Freud, en el fetichismo concurre un desplazamiento de la pulsión
escoptofílica o voyeurista hacia objetos externos fijados, así como el sadismo aisla un componente
de la actividad sexual –la crueldad y la agresión– y lo exclusiviza. El exhibicionismo estáría motivado
por el miedo a la amenaza de castración y es la contraparte del voyeurismo, así como el sadismo lo
es del masoquismo, siendo ambas pulsiones parciales reversibles; es decir que ambos agentes, los
del fin activo (maltratar, ver) y los del fin pasivo (ser maltratado, ser visto) pueden intercambiarse. El
sadismo “sexual” responde a una interpretación infantil violenta del acto sexual de los padres y, en
general, las perversiones son efecto de una inhibición sexual del desarrollo, es decir que el perverso
no se ha vuelto sino que ha quedado como tal. El fetichismo es en particular importante para
comprender la dinámica de las perversiones por su carácter radical de poder prescindir de todo
objeto animado o de ser vivo para el alcance de la satisfacción.
La exploración psicoanalítica nos dice que el fetiche ocupa el lugar y cobra el valor del pene
de la madre: es un sustituto de su pene que garantiza la conservación del propio negando la
castración en ella. Entonces el falo materno se desplaza por horror a la castración a un objeto
externo. Sin embargo esta solución es paradojal, porque al mismo tiempo que se niega la castración
de la madre se asume de manera implícita su inexorabilidad al colocar su falo fuera. Podría decirse
que esta contradicción se expresa inconscientemente en los siguientes términos: “la madre conserva
el pene y el padre la ha castrado”. El fetichismo ha acaecido además como una reacción al
voyeurismo prohibido: el niño no puede ver el coito de los padres y no quiere ver la castración en la
madre y mira a otra parte. Por ejemplo a sus zapatos o sus ropas íntimas, etc. En tal sentido la
erogeneidad se halla lejos de los genitales y ya ni siquiera en el ojo, sino en un objeto externo,
completamente extraño al cuerpo.
Lo que el fetichista busca es la relación con una falta de objeto por fuera de la vía humana.
Para él la situación es satisfactoria porque es enteramente dominable y controlada. Lacan en su
seminario La relación de objeto introduce el siguiente esquema para el perverso fetichista:
El fetichista es el sujeto; el objeto es lo que se supone que busca más allá del símbolo de su fetiche
dibujado sobre el velo de la cortina, por ejemplo:
ropa valiosa , relojes rolex , control y vigilancia (cuentas, videos)
mamá con pene mamá sin pene
papá que castra
12
En el lugar de “nada” está el falo materno que no puede no estar: Fetiche
El fetiche ocupa el lugar de lo que no está, un objeto fuera, ilusorio. (En rigor, hablamos del
objeto transicional de Winnicott, el indicador genético del fetichismo.) Ha habido una detención en la
imagen y su perennidad, como una película detenida justo antes de la escena donde pueda aparecer
el falo materno. A este dispositivo visual Freud lo llama RECUERDO-PANTALLA (“Deckerinnerung”),
y es no sólo la instantánea de un momento sino la interrupción –pause– de la historia en suspenso.
Para Montesinos la pantalla es más preciosa que la realidad porque sobre su superficie puede
representar su proyección imaginaria. En esto es función de velo el fetiche, una condición de la que
pende el deseo. Pero en Montesinos se manifiesta además con gran énfasis la pulsión escópica. Por
eso el objeto pasa de ser mera falta a algo más específico: a ser mirada (a). Entonces la historia
representada prosigue sucediéndose ad infinitum. Pero sostenemos que en su estructura el nódulo
es el factor fetichista (fetiche proviene del portugués factiço que significa facticio). La dimensión de
voyeur corresponde a una impotencia del ojo a ver lo que transcurre más allá por el lado del goce por
estar supeditado al deseo del Otro, ergo conságrase con denuedo a ser un objeto de goce fálico para
el Otro. Aquí reside la esencia perversa según Lacan. El perverso se propone a sí mismo como un
devoto “defensor de la fe”, que el Otro obtenga un goce fálico a través suyo, entregándose a obturar
su agujero de falta.
Si notamos la función del Otro en el voyeur contaremos con su inclusión 3 agentes: el que
mira (“visualiza” o “visiona”, como se puso de moda decir a propósito de Montesinos y sus videos) –
activo–, el que es mirado –pasivo–, y el testigo que mira al que mira sancionando que no debería
mirar –el Otro–. El perverso, voyeur o exhibicionista, requiere de una sanción del Otro como
condición para el goce; a través de su mirada como objeto que tapa o de su agresividad como efecto
que satisfaga, se esfuerza en la Misión vana de demostrar que el Otro existe. Ambas pulsiones
visuales no son simétricas sino paralelas, porque mientras una busca demostrar que tiene algo bajo
el fondo de que no lo tiene, bajo la realidad de su impotencia, la otra muestra realmente su
impotencia de tener porque el ojo es impotente y su goce radica sólo en la violación de una
prohibición en el acto de fisgonear y espiar, y nada más.
Ahora vamos a revisar lo dicho sobre los momentos de la pulsión parcial. Basándonos en
Freud, extendemos la fórmula de los tiempos del masoquismo a la pulsión escópica. Hay (1) la voz
activa “ver”, (2) la voz refleja “verse” a sí mismo y (3) la voz pasiva “ser visto” por otro. Freud dice
13
que es recién en el tercer momento, el de la voz pasiva, donde emerge un nuevo sujeto para la
pulsión ya que en los anteriores ésta es autoerótica. Lacan lo reformula planteando que la voz es
activa en los tres tiempos: (1) “ver” y (2) “verse”, donde todavía no hay una posición definida del
sujeto, y (3) no tan sólo “ser visto” por otro sino “hacerse ver” por el Otro. Éste último es el momento
de la perversión escoptofílica, cuando el sujeto pasa a ser objeto, procurando responderse a la
pregunta sobre el deseo del Otro “¿Qué quiere?”. La estrategia imaginaria del fantasma es “lo que
quiere es algo para ver”. El “fin” de la pulsión parcial, como lo indica el circuito lacaniano diagramado,
adaptado por nosotros para la pulsión escópica, está en el recorrido, trayecto o viada (aim) y en su
meta (goal). La fuerza, presión o perentoriedad de la pulsión se dirige a sólo bordear al semblante
del objeto mirada, puesto que está perdido (a) y no se recupera. La “fuente” es de naturaleza
biológica y atañe a la zona erógena de la cual emana la “presión”. Es un borde que remonta esta
fuerza e involucra al ojo. Luego de conseguido el fin, la pulsión se relanza.
La mirada debe estar perdida y debe faltar para que la percepción ocular se organice. Una
mirada en lo real impediría el enfoque, la configuración de las imágenes y una desaprehensión del
goce más allá del cuerpo que se vivenciaría fragmentado. Luego la mirada estaría en todos lados,
“las cosas miran”. En ello estriba una diferenciación estructural de las psicosis y las perversiones en
lo concerniente a la mirada como objeto, en lo que se dio a llamar la esquizia del ojo y la mirada.
Tanto el exhibicionista como el voyeurista se dan a ver mostrándose como mirada para el Otro,
creyendo tener la mirada, que ella no está perdida. El exhibicionista llama a ser visto mientras que el
voyeur espera ser descubierto mirando, recibiendo la sanción de vergüenza del Otro. Ambos se
ofrecen como mirada. La pulsión se relanza porque el objeto no se encuentra sino que se revela
como un espejismo, un puro truco que frustra la divina demanda del gran Otro omnividente anónimo.
Hemos confeccionado un esquema optativo para la dinámica inconsciente estructural de
Montesinos al que llamaremos “Vladiesquema”:
Un cuaternario compuesto de dos triángulos adyacentes. A la derecha el triángulo de lo
simbólico S con 3 factores: el Otro [A], el Ideal del Yo [I(A)] y el objeto a [a]. El Otro en tanto Padre
superyoico que clama «¡Goza!» es la ética de Montesinos. Su ética está sujetada a un mandato
imperativo que identifica en una sola dos causas opuestas: la Ley con el goce, según la versión del
Padre. (Un juego de palabras lacaniano es expresivo y aleccionador: la pèreversion=perversión,
père=padre, vers=hacia, version=versión; ”versión hacia el padre”.) Que la transgresión de una ley
sea condición para el goce, deviniendo esta condición en la ética promulgada por La Ley. Por la
parte del Ideal del Yo, identificación paterna, encontramos nada menos que a la Segunda Espada de
la Revolución, Vladimir Illich Lenin. Reflexionemos en que Abimael Guzmán –subrrogado paterno–
14
se autoproclamaba la Cuarta Espada. Como a ubicamos para lo simbólico S a la voz como objeto
del sadismo, un sordo golpe de sonido procedente de lo real R. Podemos entender la Ley del Padre
como pacto simbólico o como imperativo ciego; el segundo es el caso de Montesinos. Para generar
una ética es necesaria una legalidad, un código general desprovisto de afectos y de objetos, no
buenas intenciones en el cumplimiento de ideales sino un estatuto firme de sujeción para todos. La
Ética no puede ser parcial, debe ser absoluta, estricta e inflexible.
Si despojamos a la voz de la palabra y su significación nos quedamos con un golpe, el golpe
del sádico. El significante implica a la voz, pero la voz no al significante. La voz aislada de la letra se
constituye en el superyó sádico, su conciencia moral que le ordena oír la Ley indiscriminada del
Padre «¡Goza!» con lo cual el sujeto queda alienado en el Ideal del Yo, siendo reducido a trabajar
con fervor para el Otro. El sádico pretende expropiar la facultad de palabra del Otro, inoculándole a
capricho su propia voz. Pero falla porque la voz no es suya. ¿De dónde la saca?
El otro triángulo, el triángulo imaginario I no es enteramente imaginario porque incluye al
matema
un significante fallido del Otro o un significante del Øtro castrado que no existe porque
no goza. La estrategia imaginaria fantasmática enuncia “Yo tengo el falo” para el sujeto y debajo
vemos que no lo tiene [ menos fi minúscula] y al costado que si lo tiene será una respuesta fallida
a la pregunta por el deseo del Øtro. Podríamos pensar otra vez en Lenin, pero como yo ideal [i(a)]
imaginario, como imagen especular del otro para el Otro por lo que se articula del deseo en el
fantasma –el Padre imaginario–, aunque no lo sabemos. ¿Qué implica Lenin imaginariamente?* En
el tercer vértice está a ahora como mirada que se da a ver por el truco “Yo tengo el falo”. Una
atribución fálica de la mirada por estar perdida y engañosamente reencontrada. Para completar, la
vía de lo real R se acoge en el segmento final hacia el objeto a que es lo que no podemos decir –
sobre Lenin, por ejemplo, el Otro real ¿qué quiere conmigo?
Acerca de la flecha que va del Otro al sujeto “Yo tengo el falo”, diremos con relación al objeto
a, la mirada, que la aplicación de una solución como la de Montesinos, donde la proliferación de
fetiches que hacen Una Cosa –y no La Cosa (a)– en busca de asegurarse por la pérdida fálica, no
representa a fin de cuentas sino a la propia castración, en concordancia con el reverso típico de las
soluciones neuróticas. El corolario de la castración es convenir en elidirla a la manera del mito de la
cabeza de Medusa y su mirada petrificante. Se vale entonces de los muchos artificios electrónicos y
mecanismos audiovisuales adquiribles para el control de sus “posesiones”, para lo que un buen símil
es la llamada instrumentalización sadomasoquista, perversa además a fin de cuentas.
Quizá el drama de Montesinos consista en desconocer al servicio de qué Otro consagra su
labor demostrativa de goce. ¿Quiere demostrar que no hay quien, con alicientes, pueda eximirse de
incurrir en un goce transgresor promulgado por el principio de su ética Ley=goce?, ¿que es un
hipócrita quien se piense capaz de recusarla? Por lo pronto sostendremos una contestación
afirmativa de ambas preguntas. No hay moralejas. Montesinos es un hombre de su época, pues su
vida trascurre en un tiempo canibalista signado por el imperio absoluto de la imagen, lo visual, la
informática y la fetichización de los objetos, las transacciones y las relaciones.
* Nota de junio de 2001: En favor de nuestra hipótesis sobre la situación de Lenin en el ángulo del
Ideal del Yo, como identificación simbólica paterna recusativa, hacemos constancia de las primeras
dos exigencias planteadas por Montesinos, inmediatas a su traslado a Lima tras su captura en
Venezuela en calidad de prisionero:
15
1) No permanecer recluido en la Base Naval del Callao, en el recinto que él mismo diseñó
personalmente para recluir a Abimael Guzmán y a otros terroristas (al no considerarse su
petición se declaró en huelga de hambre).
2) Que su verdadero nombre no es Vladimiro ‘Lenin’ Montesinos Torres, como se había hecho
público en la propaganda que ofrecía una recompensa por revelar datos que condujesen a su
paradero, sino simplemente Vladimiro Montesinos Torres. Consta en documentos oficiales
que su nombre original y completo es el que indicamos, Vladimiro Illich Montesinos Torres.
04/2001
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CIRCULOIMAGO@terra.com
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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15.
WINNICOTT, Donald W. “Transitional objects and transitional phenomena”
16
Londres, 1951.
17
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