CONTRIBUCIONES DIAGNÓSTICAS DEL ‘CASO MONTESINOS’ César Sparrow RESUMEN Se formula una apreciación clínica del ex-asesor presidencial Vladimiro Montesinos desde los puntos de vista psicológico, psiquiátrico y psicoanalítico. Son analizados aspectos publicados de su historia personal, sus antecedentes y biografía, su ascenso al poder y los mecanismos de que se valió para concentrarlo de manera casi absoluta. Se coteja sus características de personalidad con diversos cuadros de la nosología psiquiátrica. Se realiza un estudio psicoanalítico del caso fundamentado en la teoría sobre las perversiones y la criminalidad. Finalmente se propone esquemáticamente la dinámica inconsciente de su estructura en términos formales y lógicos. Palabras clave: Vladimiro Montesinos, trastornos de la personalidad, perversiones, superyó, ética, Ley, goce. ABSTRACT It is formulated a clinical apreciation on the Peruvian Government ex-assessor Vladimiro Montesinos from the psychological, psychiatric and psychoanalytical points of view. Are analyzed published material about his personal history, his antecedents, his biography, his raise to power and the mechanisms he used to concentrated it whole in an almost absolute manner. Also are contrastated his personality characteristics and traits to the diverse diagnosis of psychiatric nosology. It is made a psychoanalytical study of the case regarding the theory of perversions and criminality. Finally, it is proposed schematically the unconscious dynamics of his structure in formal and logical terms. Keywords: Vladimiro Montesinos, disorders of personality, perversions, superego, ethics, Law, jouissance. “Entonces respondió Jehová: Si hallare en Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, perdonaré a todo este lugar por amor a ellos. Y Abraham replicó y dijo: He aquí ahora que he comenzado a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza. Quizá faltarán de cincuenta justos cinco; ¿destruirás por aquellos cinco toda la ciudad?...” Génesis 18:26-28 Los acontecimientos políticos traumáticos en el Perú durante los últimos años nos dejan, aparte de los estragos conocidos por todos y repetidos hasta la saciedad, una brillante oportunidad de examinar desde el punto de vista psicológico a uno de los personajes más singulares de nuestra Publicado en la Revista de Psicología de la UNMSM (2001). Año V, No. 1 – 2. 0 insipiente historia republicana; oportunidad muy desaprovechada sobre todo por los psicoanalistas en nuestro medio, preocupados más en preconizar sus tesis acerca de la moralidad, la decencia, la democracia y las buenas costumbres, que en un examen medianamente riguroso del fenómeno. Teniendo en cuenta que no es frecuente encontrar en la práctica clínica al tipo de sujetos conocidos bajo el rótulo genérico de “perversos”, o de los más mentados “psicópatas”, es precioso contar con la vasta información de un caso particular, de dominio público, para extraer deducciones actuales adicionales a lo aportado por la teoría al respecto. Un único caso es, desde luego, insuficiente, pero avengámonos a que se trata de uno extraordinario y ejemplar por el conjunto de circunstancias kafkianas que se conflagraron en su despliegue y que le sirvieron de abigarrado telón de fondo. Recordamos, asimismo, precedentes célebres de personajes que supieron maniobrar las vicisitudes del poder político a la sombra del ojo público, como Maquiavelo, Fouché, Goebbels o Hoover. No pretenderemos generalizar nuestras conclusiones sino tan sólo indicar patrones individuales privativos en torno de Un caso, el que nos ocupa. Perfil psicológico Vladimiro Illich Montesinos Torres, hijo mayor del escribano Francisco Montesinos y Montesinos y de Elsa Torres Vizcarra, primero de cinco que el matrimonio tuvo en común, nace en un hospital estatal de la ciudad de Arequipa en 1945. Proviene de una familia arequipeña de abolengo, destacada en su región más bien por su activa participación en los ámbitos político, artístico y de las humanidades que por su opulencia y fortuna. Una tía suya, Adela, era poeta; un hermano de su padre, José Benito, era músico talentoso, profesor y director de un colegio nocturno; otro, Domingo, fue médico pediatra y dirigente del Partido Comunista, siendo encarcelado en la década de 1930 debido a su militancia política. Pero fue aun otro hermano de su padre quien tendría mayor influencia sobre el joven Vladimiro: el abogado Alfonso Montesinos, quien llegaría a senador de la República por el partido Acción Popular en 1956. Se trataba de un hombre hecho al hábito de adquirir y conservar toda clase de papeles, documentos, expedientes y recortes periodísticos que pudieran eventualmente redituarle beneficios políticos; en su archivo podía hallarse gran diversidad de información seleccionada sobre los personajes más importantes de su entorno. Algunos otros familiares de Vladimiro, dos hijos de la tía Adela, adhirieron también al Partido Comunista, al igual que otro primo con quien tuvo especial cercanía y confianza, Gustavo Espinoza Montesinos, quien además de miembro del Partido fue líder del órgano sindical Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP). El padre de Vladimiro era un marxista fanático, sin mayor relieve, talento o brío como los de sus hermanos y varios de sus parientes. Subrayamos la elección del nombre de Lenin (Vladimir Illich) para su primogénito a fin de intentar establecer su actitud y animosidad para con el socialismo y la izquierda en lo por venir. El padre de Vladimiro era un provinciano de ascendencia aristocrática pero caído en desgracia, fracasado y pobre. Francisco Loayza, principal biógrafo y antiguo amigo de Vladimiro, cuenta que el padre solía levantar a sus hijos muy temprano en la mañana obligándolos a cantar el himno de la Internacional Socialista. Muchos rumores sostienen que era un hombre excéntrico que acostumbraba atormentar a su familia tanto física como psicológicamente. Se dice que se solazaba colocándose al interior de un ataúd en la puerta de su casa a la vista de los transeuntes durante horas. Los más afectados por el acoso permanente de Francisco Montesinos serían su hijo Vladimiro y su esposa Elsa, madre de todos sus hijos, quien murió tempranamente, habiendo sido por largo tiempo víctima de aquél. En una oportunidad, narra Loayza, durante la segunda mitad de la década de 1970, le pidió Vladimiro, siendo ya militar y encontrándose en un estado de extraña turbación y sobresalto, que lo acompañase, pero sin darle mayores explicaciones; en su automóvil lo condujo a Balconcillo, un barrio de Lima, llegando a una habitación en un edificio viejo donde yacía el cadáver todavía fresco de su padre. Aparentemente se había suicidado por sobredosis de pastillas. Vladimiro 1 le pregunta a Loayza: “¿Tú crees que la muerte de este hijo de puta afecte mi carrera?”; Loayza le respondió, conteniendo la gran sorpresa que le producía situación tan insólita, que evitara un escándalo de la prensa, recomendándole además la conveniencia de que un médico del Ejército certificara el deceso. Francisco Montesinos fue velado en el Hospital Militar, no obstante las circunstancias que rodearon su muerte permanecen oscuras. Loayza, por esta época, era su único amigo y confidente, como los tuvo poquísimos Vladimiro; habría sido el testigo clave para su coartada en caso fuera él mismo acusado por la muerte de su padre. De cualquier modo, nos queda clara la naturaleza de la relación habida entre ambos hombres, padre e hijo. Desafortunadamente no disponemos de mayor información sobre la infancia de Montesinos sino aquella filtrada a través de rumores de dudosa pero no improbable veracidad. Pero sabemos que fue infeliz y tortuosa. En su vida escolar, tanto en primaria como en secundaria, fue un alumno mediocre, manteniendose en la primaria, por lo general, con un promedio de 13 en sus asignaturas. La secundaria la llevó en un colegio militar y no hubo acceso a sus notas, pero presumiblemente no remontaría su rendimiento habitual. La determinación ferrea del padre era convertirlo en militar a como dé lugar, y Vladimiro jamás se atrevió a objetar su voluntad. A los 19 años llega a Lima e ingresa a la Escuela Militar de Chorrillos. Quienes lo conocieron en este período lo recuerdan como un muchacho retraído, poco sociable, flojo para el ajetreo físico y el entrenamiento de maniobras militares, pero ávido de la lectura aunque de un rendimiento académico regular bajo. Tenía más bien fama de tener “muy buenas amigas”, como dice el anuario de su promoción (1966). La verdadera vocación de Montesinos, según su propia confesión a un oficial con quien entabló breve confidencia, eran las letras y, más específicamente, el derecho. Quería ser abogado como su tío Alfonso. Se dio un intento por pedir su baja, pero fue frustro, y Montesinos llegaría hasta el puesto de capitán antes de ser pasado al retiro deshonrosamente, acusado de los delitos de desobediencia y falsedad agravada en 1976, al reconocérsele imputable de espionaje, por vender documentos secretos a organismos de inteligencia extranjeros. Finalmente consiguió el título de abogado en la Universidad de San Marcos, pero por medios fraudulentos. Desde entonces el prontuario criminal de Montesinos ha ascendido a una cantidad pasmosa de delitos cometidos, incrementada de manera muy significativa desde su control omnímodo del poder político en el Perú en 1992, en complicidad del presidente Fujimori. Entre varios, principalmente: asesinato, genocidio, tortura y secuestro (crímenes de lesa humanidad); negociaciones ilícitas, lavado de dinero, narcotráfico y contrabando de armas; corrupción activa, pasiva y de funcionarios públicos; fraude, coacción, extorsión y chantaje; enriquecimiento ilícito y robo, falsedad material, ideológica y genérica; quebrantamiento del orden constitucional, destrucción de las instituciones del Estado y fraude electoral; amenaza e intimidación de funcionarios públicos y violación del fuero parlamentario; ocultamiento de pruebas de delitos, simulación de comisión de delitos, tráfico de influencias, encubrimiento de delitos; abuso de autoridad; peculado, malversación, concusión y exacciones ilegales; calumnia y difamación a través de la prensa; espionaje, interceptación de comunicaciones, violación de la libertad de expresión y de la intimidad individual; lesiones graves, conspiración, terrorismo, felonía y traición a la patria; además de inducir a jueces y magistrados a prevaricato, detenciones ilegales, denegación de la jusiticia y omisión de debido proceso y de aplicación de acciones penales; etc. Con la asunción de Fujimori de la Presidencia de la República en 1990, Montesinos toma el comando oficioso del Sistema de Inteligencia Nacional (SIN). Todo país del mundo cuenta con sus propios servicios secretos de información, porque sobre la base de dicha información puede el Estado tomar decisiones cruciales para su integridad, protección y defensa contra posibles contratiempos o peligros tanto externos como internos. Muchas veces las naciones han utilizado medios reñidos con sus propias leyes para acceder a tal información, y muchas veces el empleo de tal información ha sido, asimismo, ilegal. Montesinos consiguió centralizar todo el poder político de la 2 nación valiéndose de una diestra utilización y manipulación de información selecta que le permitió entablar alianzas secretas con la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) y otros órganos internacionales de índole similar con quienes ya había tenido vínculos pretéritos también. Pero el frente interno pudo conquistarlo suplantándose al poder oficial detentado por Fujimori. Ello lo consiguió, básicamente, mediante una estrategia conocida en Inteligencia como “de copamiento”. Montesinos había tenido experiencia “copando” o “trabajando” a otros superiores en circunstancias análogas, siendo un subordinado, con los resultados más convenientes a sus ambiciones. Dicho copamiento consiste en suministrar valiosa información política a determinado superior cercano de quien se pretende usufructuar poder, ayudándole a encontrar soluciones a sus problemas y resolviéndoselos con el fin de ir ganándose paulatinamente su confianza. Luego, por ejemplo, se le advierte de algún atentado o complot urdido en su contra (el cual puede ser inventado) proporcionándole indicios que se lo hagan verosímil, presentándole además alternativas de solución, de modo que más tarde el superior vea desvanecerse sus temores de supuestos peligros. Progresivamente el “copador” ve incrementada su injerencia sobre el superior y busca por el medio de sembrar intrigas y diseminar rumores hacérsele imprescindible por la información valiosa que provee. Por ejemplo puede fabricar pruebas que involucren seriamente a sus allegados procurando deshacerse de ellos y asumir él todas las funciones centrales. Esta característica en Montesinos es particularmente importante porque nos dice de cómo adquirió tanto poder, y por eso la señalamos en detalle. Otro medio es el chantaje directo y la cooptación. Fabricar o hallar supuestas pruebas contra el superior a fin de obligarlo a someterse a su libérrima voluntad, o bien forzarlo a abdicar de su poder en favor propio haciéndolo a la vez cómplice y rehén. El fin último de acumular y monopolizar el poder es el de disponer de acceso libre para la consecución de todo lo que se quiere sin el menor obstáculo ni rendición de cuentas. El motivo principal de la ambición de poder es el dinero. También lo es el de la concentración del poder por el poder en sí mismo como fin y por todo lo que representa, en cuyo caso dicha fetichización del poder es un carácter patológico. Las principales inquietudes de Montesinos en el ámbito intelectual siempre fueron las relacionadas con la política y el manejo del poder en su dimensión estratégica, es decir, no de la política como una ciencia sino como un ejercicio del poder. Su avidez de conocimiento a este respecto se da en razón directa de su ambición de poder, y es equiparable a sus habilidades naturales para el espionaje y la recopilación de información fundamental que comprometa a sus probables rivales y superiores de quienes absorbería el poder. La clave para convertirse en el eje real del poder fue su acceso a información privilegiada sobre la vida, antecedentes y vulnerabilidades de quienes entiende como competidores. Por ejemplo: sobre el estatuto de las relaciones de parentesco con su familia y los seres que los rodean, sus ingresos económicos, relaciones extraconyugales si las hubiesen, hábitos, debilidades, tendencias, reacciones ante situaciones críticas, etc. Montesinos parecía comprender muy bien que a todo hombre es posible encontrársele debilidades y defectos de los cuales se avergonzaría ante los demás y que incluso podrían comprometerlo seriamente en los planos emocional, económico y legal. Montesinos es un experto en materia de acoso psicológico y para lograr sus intenciones se vale tanto de la observación metódica y paciente como de seguimientos escrupulosos que evitan, en la medida de lo posible, dejar cabos sueltos aun cuando puedan aparecer como detalles insignificantes o indiferentes. Montesinos sabe reconocer y evaluar la información que le es útil y trascendente. Sin embargo la historia de la humanidad nos ha enseñado que no existe el crímen perfecto aun cuando éste no pague en definitiva. Pongamos el ejemplo más clamoroso de su destreza en la táctica del copamiento psicológico y la cooptación, el del presidente Fujimori. Durante la fase de la segunda vuelta electoral para la Presidencia de la República librada entre Vargas Llosa y Fujimori en 1990, el asesor de campaña de Fujimori, Francisco Loayza, le presenta a éste a Montesinos como un abogado brillante que podría resolver ciertos inconvenientes legales surgidos que ponían en grave riesgo la licitud de su 3 candidatura. Un congresista consiguió evidencia que implicaba a Fujimori en los delitos de subvaluación de propiedades y evasión tributaria. Si la denuncia era aceptada por la Justicia, se abriría proceso penal contra Fujimori, quedando invalidado constitucionalmente para seguir compitiendo en las elecciones generales. Fujimori invoca, pues, consternado, ayuda para remontar la amenaza que se cernía contra su candidatura y su libertad, y Loayza decide presentarle al abogado Montesinos con las mejores referencias del caso. Desde su primera entrevista Montesinos se mostró muy solícito a Fujimori, diciéndole que “se olvide del problema” y que “ya estaba resuelto”. Señaló que tenía amigos en la Fiscalía que impedirían que la denuncia prosperara y la archivarían; para cuando acaso se reabriera ya habrían pasado meses de las elecciones. De inmediato Fujimori, muy suspicaz, interroga a Loayza sobre la competencia y habilidades de Montesinos, a lo que éste responde tranquilizándolo y citando su exitosa trayectoria. Durante la década de 1980, Montesinos había sido un tenaz defensor de narcotraficantes, librando a varios de ellos de largas condenas penitenciarias. Y aunque fue acusado por traición a la patria, el caso había sido sobreseído por la Justicia militar. También defendió exitosamente a un general acusado por la célebre “matanza de Cayara”, consiguiendo su absolución. Pero no es sino hasta que el caso de Fujimori queda realmente resuelto, siendo archivado, que Montesinos logra su simpatía y confianza. Al poco tiempo Montesinos señala la conveniencia de contar con un ambiente físico independiente, cerrado y de acceso restringido para sus reuniones estratégicas de campaña. Los únicos que podrían reunirse con el candidato serían Loayza y él mismo. Ello lo propuso porque explicaba haberse enterado –mediante intereceptación telefónica del SIN– que la casa de Fujimori estaba “sembrada” de micrófonos con los que oficiales de la Marina lo espiaban para Vargas Llosa. Había una antena parabólica próxima a la casa de Fujimori desde la que, decía, se captaban sus conversaciones. Fujimori accede a sus sugerencias de cautela. Más adelante el congresista que presentó la denuncia contra Fujimori insiste en su petitorio y sufre un atentado terrorista en su domicilio, el cual fue atribuido a Sendero Luminoso. En la siguiente reunión, Montesinos, en tono casual, desliza el comentario de que había sido él mismo quien había preparado el atentado. Fujimori lo miró fugazmente de soslayo e hizo como si no hubiera oído nada; lo propio hizo Loayza, y Montesinos tuvo que cambiar rápidamente de conversación. Esta actitud incriminatoria de Montesinos explica los medios de chantaje y extorsión que ejerciera más adelante cuando pudo concentrar suficiente poder. El día que Fujimori gana finalmente las elecciones se celebra en un chifa una comida a la que están invitados sus colaboradores más cercanos con quienes comparte el triunfo. Pero aquella noche el presidente recién electo no prueba bocado alguno porque Montesinos le había advertido que la comida que le servirían estaba envenenada. Ya a este punto podría decirse que Fujimori estaba “copado” por Montesinos. Le restaba deshacerse de su colaborador de máxima confianza. Con una justificación conveniente –una conspiración para matarlo– envía a Loayza a los Estados Unidos y durante su ausencia va convenciendo a Fujimori con documentos fabricados que Loayza lo está traicionando en una causa ilícita cuyos réditos no comparte. Así se deshace finalmente de su antiguo amigo para siempre. Este patrón sería repetido con los principales directores de Inteligencia y con los sucesivos altos mandos de las Fuerzas Armadas. Por ejemplo, colocando en el Ejército a compañeros de su promoción militar, quienes estarían en deuda con él, volviéndolos luego sus cómplices en actividades ilegales por las que dispondría de medios de coacción y extorsión. Un círculo vicioso. También espiando su intimidad, hallándoles “rabos de paja”. Durante el gobierno militar de Velasco se proclamaba a sí mismo un comunista ortodoxo, adepto al “gobierno revolucionario” de izquierda que manejaba el poder, pero al mismo tiempo era un espía de la CIA que vendía información secreta a los Estados Unidos. De muchas maneras se manifestó en él lo que Loayza llama “un odio ventral” por todo lo que oliera a marxismo. Por ejemplo, fue el principal partidario de asesinar a Abimael Guzmán, cabecilla de Sendero Luminoso, tras su captura en 1992. Aunque no pudo lograr su cometido, entabló con él lo que denominó una “lucha de mentes”, lo cual se tradujo en conseguir 4 someterlo a un proceso de “ablandamiento”. Esto quiere decir vencerlo en una forma, no tanto militar o física, sino moral y psicológica –constreñirlo a la capitulación. Abimael es de una personalidad idealista, fanática, inescrupulosa y cruel muy semejante a la de su progenitor. En cuanto a la personalidad de Montesinos, Loayza la califica de “gélida”. Es un hombre de mentalidad fría, con ambición desmesurada de poder y control, muy persuasivo –con suficientes medios para serlo–, tenaz, en extremo reservado, discreto y cuidadoso aunque en apariencia tales atributos pudieran parecer contradictorios en virtud de toda la evidencia delictuosa que legó intencionalmente. Más allá de su tendencia incriminatoria y vengativa que ya mencionamos, está un especial goce perverso radicado en la preservación de “sorpresas” destinadas en el momento más inesperado a desconcertar a sus rivales o competidores, induciéndolos a caer en trampas o “creando paranoias”, como hiciera con Fujimori, un individuo ya de por sí muy suspicaz. Valoramos, asimismo, como perversa la relación cuajada entre ambos. El juego perverso particular de estos dos personajes se empata como el de dos medias naranjas; consiste en la duplicidad sometimiento-complicidad, que puede implicar incluso un vínculo más firme y sólido que el de muchas relaciones heterosexuales a través del tiempo. Es parecido al juego sadomasoquista. Digamos, simplificando, que la función del sádico es la de someter, en general, en todas las reverberaciones que el término entraña. Del otro lado, el masoquista opta por ser sometido por él y en complicidad suya. Esta relación no se diferenciaría demasiado del resto de las relaciones amorosas si no fuera porque ninguno de ambos agentes tiene muy claro dónde y cómo termina el juego. ¿Cómo puede serse cómplice si se está realmente sometido? El sometido no necesita acordar nada para ser oprimido contra su voluntad. Y el que sojuzga y somete ¿cómo puede coludirse en ello con su propia víctima? El sádico no tiene que pedir permiso para usar al otro, y si lo hace desvirtúa su función sádica. Y el masoquista tiene que sufrir realmente, no impostar. Entonces ¿están ambos de acuerdo o no? No obstante, sí. Por eso ambas posiciones aunque no necesariamente complementarias del todo, son perversas. Como decimos, algo muy parecido a la distribución de roles sostenido entre Fujimori y Montesinos. Al último lo calificaríamos, con mayor precisión de sádico moral. En cambio, el masoquismo moral no es su contrapartida ni tampoco es aplicable a Fujimori, porque se supedita a motivaciones diversas (sentimiento inconsciente de culpa, necesidad de castigo). Considerando la procedencia pobre, marginal y postergada de ambos personajes, nos sería más sencillo adscribir su criminalidad a tal origen, argumentando “sentimientos de inferioridad” o “baja autoestima”; pero no vamos tan lejos, y estimamos más bien lo contrario. Ambos dueños de una peculiar megalomanía y de un intenso amor al dinero; el uno va por el autoritarismo y la figuración y el otro por la concentración real del poder y la manipulación. Pero admitimos, aunque no como un factor determinante o prevalente el ciclo privación-frustración-hipercompensación reactiva criminal por supuestas injusticias socioeconómicas cometidas contra ellos, lo que implica lesiones narcisistas consiguientes. En los términos mecánicos de acción-reacción lo plantearíamos con la declaración «¿Por qué a mí?»-«¡Ahora me toca!». Más adelante desarrollamos elaboraciones sobre la estructura íntimamente perversa de Montesinos. Cotejo psiquiátrico El material biográfico reunido y la abundante documentación histórica incriminatoria disponible, que incluye testimonios y evidencias como “cuerpos del delito” y grabaciones de audio y video, nos permite aventurar algunos diagnósticos psiquiátricos para Montesinos en concordancia con el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV) vigente a nivel internacional desde 1995. 5 1. El trastorno antisocial de la personalidad (denominado también “psicopatía” o “sociopatía”), se caracteriza por un “patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás”. En el caso de Montesinos, se manifiesta en por lo menos 3 ítems, suficientes para su diagnóstico: a) (ítem 1) “fracaso para adaptarse a las normas sociales en lo que respecta al comportamiento legal, como lo indica el perpetrar repetidamente actos que son [o “deberían ser”, acotamos] motivo de detención”; b) (ítem 2) “deshonestidad, indicada por mentir repetidamente, utilizar un alias, estafar a otros para obtener un beneficio personal o por placer”; c) (ítem 7) “falta de remordimientos, como lo indica la indiferencia o la justificación del haber dañado, maltratado o robado a otros”. Sobre sólo uno de los cuatro criterios para el diagnóstico de trastorno antisocial de la personalidad no disponemos de información corroborativa o confirmatoria. El criterio C: “Existen pruebas de un trastorno disocial que comienza antes de la edad de 15 años”. El trastorno disocial es un equivalente del trastorno antisocial de la personalidad en la infancia. No obstante es muy probable que dicho trastorno se haya presentado en el caso de Montesinos, y nos damos por satisfechos con los datos disponibles, reiterando nuestra presunción diagnóstica. Las características principales de la personalidad antisocial son la reincidencia persistente en conductas de engaño y manipulación en las relaciones sociales, donde los derechos básicos de los demás son atropellados y violentados seriamente. En estos individuos existe un profundo desprecio hacia los deseos, derechos o sentimientos de los demás, y la razón de su comportamiento está ligada a la consecución de provecho y placer personales. Sus justificaciones suelen ser superficiales y cínicas, culpando a sus víctimas de ser tontos, débiles o de merecer su suerte, menospreciando el perjuicio que causan o, simplemente, mostrando una indiferencia absoluta. También pueden expresar una visión negativa y pesimista o nihilista de las relaciones humanas y del mecanismo del mundo en general (“Todo es una cochinada y por eso todo vale”, “Sólo es el más vivo el que triunfa”, etc.). Se observa en ellos, de manera pronunciada, carencia de empatía, insensibilidad y cinismo. Pueden ser, asimismo, arrogantes, engreídos, autosuficientes, obstinados, persuasivos y fanfarrones; mostrar labia, encanto superficial y adaptabilidad camaleónica a las diversas situaciones, simulando familiaridad y confianza hacia interlocutores a quienes pretenden explotar, manipular, estafar o engañar. El maltrato en la infancia y el comportamiento inestable o voluble de los padres son factores demostrados que potencializan la posibilidad de la gestación de un trastorno antisocial para la vida adulta. Como es también el caso de Montesinos, el trastorno antisocial de la personalidad se asocia con frecuencia a la procedencia de un “bajo status” socioeconómico y al medio urbano. La escuela psiquiátrica alemana clásica consideraba al “psicópata perverso”, además de impedido de juicio moral (moral insanity dirían los ingleses), como desprovisto de todo sentimiento social o altruista de solidaridad, compasión, fraternidad y de respeto hacia los derechos de los demás. El psicópata parece no comprender el valor y sentido de su subordinación al orden legal y la civilidad, guiándose en cambio por motivaciones egoístas prescindentes de toda otra consideración, buscando únicamente su completa y perentoria satisfacción. También se observa en el llamado psicópata perverso, una inversión de los afectos y la ética convencionales y socialmente aceptados, en virtud de lo cual todo cuanto pueda ser capaz de producir sufrimiento, repugnancia, horror, indignación o vergüenza en los demás, es apreciado por él como fuente de placer y regocijo. Dicha constante puede ser reconocida como morbosa por el propio perverso, en cuyo caso los actos que practica no obedecen tanto al deseo de satisfacerse en su ejecución, cuanto al goce que le proporciona subvertir el orden y la moralidad como parámetros establecidos. 6 Diremos algo más respecto de esta constelación psicológica cuando nos refiramos al sadismo y a otras perversiones. 2. El trastorno narcisista de la personalidad se caracteriza por “un patrón general de grandiosidad (en la imaginación o en el comportamiento), una necesidad de admiración y una falta de empatía, que empiezan al principio de la edad adulta y que se dan en diversos contextos”. Para dicho diagnóstico se requiere de por lo menos 5 ítems de 9, de los cuales los aplicables a Montesinos serían los siguientes: a) (ítem 1) “tiene un grandioso sentido de autoimportancia (por ejemplo, exagera los logros y capacidades, espera ser reconocido como superior, sin unos logros proporcionados)”; b) (ítem 2) “está preocupado por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios”; c) (ítem 3) “cree que es «especial» y único y que sólo puede ser comprendido por, o sólo puede relacionarse con otras personas (o instituciones) que son especiales o de alto status”; d) (ítem 6) “es interpersonalmente explotador, por ejemplo, saca provecho de los demás para alcanzar sus propias metas”; e) (ítem 7) “carece de empatía: es reacio a reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás”; La personalidad narcisista asume con naturalidad la obsecuencia incondicional y las alabanzas por supuestos dones o talentos singulares, pudiendo reaccionar airadamente cuando se percibe privada de ellas. Esta actitud conlleva a los sujetos narcisistas (en el sentido patológico del término) a infravalorar o despreciar los méritos ajenos, sintiéndose, en cambio, entusiasmados por fantasías de éxito ilimitado, poder y admiración que deberían reflejarse en la adquisición de gollerías y privilegios excepcionales. Se sienten superiores al resto, autosuficientes y omnipotentes, y esperan ser ampliamente reconocidos por ello, arrogándose atribuciones que no les corresponden, inconsultamente, mediante la violencia o la manipulación. Estos rasgos implican que toda demanda o exigencia debe serles cumplida bajo el riesgo de una reacción brusca y desproporcionada en el caso de ser contrariados. Al igual que en el trastorno antisocial, la personalidad narcisista carece de la capacidad de empatía, mostrándose indolente ante el sufrimiento y el daño que causa. Tienden a disertar extensa y detalladamente sobre sus verdaderos o supuestos logros, proyectos e intereses, experimentando frialdad o desprecio ante las preocupaciones de los demás. Se tornan muy susceptibles a cualquier imaginado ultraje o a toda crítica, pudiendo, en tales circunstancias, actuar de manera querulante y vengativa. 3. El trastorno paranoide de la personalidad se caracteriza por “desconfianza y suspicacia general desde el inicio de la edad adulta [el criterio de inicio no se ha podido identificar con certeza en Montesinos], de forma que las intenciones de los demás son interpretadas como maliciosas, que aparecen en los diversos contextos”. Se manifiestan en por lo menos 4 de 7 ítems. Los correspondientes a Montesinos vendrían a ser: a) (ítem 1) “sospecha, sin base suficiente, que los demás se van a aprovechar de ellos, les van a hacer daño o les van a engañar”; b) (ítem 2) “preocupación por dudas no justificadas acerca de la lealtad o la fidelidad de los amigos o socios”; c) (ítem 3) “reticencia a confiar en los demás por temor injustificado a que la información que compartan vaya a ser utilizada en su contra”; d) (ítem 5) “alberga rencores durante mucho tiempo, por ejemplo, no olvida los insultos, injurias o desprecios”; 7 Las personalidades paranoides son muy poco dúctiles a intimar o confiar en los demás porque temen que la información que compartan sea utilizada en su contra. Pueden negarse a contestar preguntas personales, argumentando que ello no es asunto de los demás o que no tiene importancia, manteniendo en su vida, en general, una actitud de recelo y un culto por lo secreto, interpretando los movimientos de quienes los rodean con intención de trampa y traición. El menor desaire les suscita una enorme hostilidad y ojeriza muy persistentes a través del tiempo, por lo que saben defenderse con rapidez y astucia de los supuestos ataques inferidos. Pueden ser, además, patológicamente celosos, reuniendo “pruebas” o “indicios” que respalden sus sospechas y comprometan al supuesto culpable, pretendiendo mantener control total y vigilancia cercana de aquellas personas relacionadas con ellos y llevando “reglajes” y mecanismos de espionaje que los mantenga en situación de vigilancia y ventaja contra sus enemigos. Son muy cautelosos y atentos a las posibles amenzas, llevando una actitud de reserva y pareciendo fríos, calculadores, desapasionados, “objetivos” y carentes de compasión. Se vuelven, por necesidad, autónomos, autosuficientes y controladores. A menudo culpan a individuos próximos a ellos de sus propios desaciertos, asumiendo con velocidad su vindicación. Tienen la fuerte tendencia a inmiscuirse en asuntos políticos, legales, de poder y jerarquía, donde pueden desplegar sus aptitudes para la intriga y la truculencia, analizando a las personas con quienes se interrelacionan según patrones estereotipados y rígidos (buenos/malos, cooperador/obstructor, aliado/enemigo, etc.). Les atrae las formulaciones simplistas y elementales del mundo y su organización, llegando al fanatismo y a creencias y posiciones radicalizadas y extremistas en complicidad de quienes comparten sus opiniones. En el caso de Montesinos, mencionamos, el partenaire era Fujimori. Pueden, también, presentar episodios psicóticos aislados y de corta duración en torno a temas de grandeza, persecución, celos o envidia, por ejemplo. Existen antecedentes en la infancia y la adolescencia que pueden prefigurar la aparición de la personalidad paranoide, como comportamientos solitarios tendientes al aislamiento y actitudes poco sociables e incluso autísticas, escasas relaciones con los compañeros, bajo rendimiento escolar, susceptibilidad exagerada y pensamientos peculiares o “raros”. Los trastornos de la personalidad a que hemos hecho referencia son trastornos mentales caracterizados por patrones rígidos y permanentes de sentimientos, pensamientos y conductas desviados substancialmente de la norma convencional en la cultura a la que pertenece el sujeto. Muy a menudo una persona es diagnosticable de más de un trastorno de la personalidad al mismo tiempo, sin embargo, como lo indica la experiencia, es raro que los sujetos que los padecen acudan de motu propio a la consulta clínica o que puedan ser persuadidos por otros para que lo hagan, porque, en general, su trastorno sólo los afecta en la medida en que su repercución sobre los demás les es motivo de perturbación. Igual es el caso de las perversiones sexuales o “parafilias”. No obstante, no se trata de un trastorno de la personalidad si la conducta y experiencia interna, sea ésta antisocial, paranoide, narcisista, etc., responde a la transcurrencia de otra enfermedad médica general o mental como una psicosis (esquizofrenia, trastorno bipolar), una demencia, o bajo el influjo temporal de sustancias psicoactivas como drogas o alcohol. Ahora bien, con relación a la apreciación clínica del caso Montesinos, éste califica para otros caracteres patológicos, pero tomados en un sentido menos ortodoxo al espíritu de los catálogos psiquiátricos descriptivos vigentes. Por ejemplo, nosotros aventuraríamos para Montesinos un diagnóstico de sadismo; sin embargo en el DSM-IV no está contemplado y sólo hallamos especificado el de sadismo sexual dentro del rubro de las parafilias y los trastornos sexuales. Hay sólo dos criterios para el diagnóstico de sadismo sexual: “A) Durante un período de al menos 6 meses, fantasías sexuales recurrentes y altamente excitantes, impulsos sexuales o comportamientos que implican actos (reales, no simulados) en los que el sufrimiento psicológico o físico (incluyendo la humillación) de la víctima es sexualmente excitante para el individuo. B) Las fantasías, los impulsos sexuales o los comportamientos provocan malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo.” Veamos cómo si omitimos toda 8 referencia “sexual” a los criterios citados, Montesinos calza a la perfección dentro de nuestra nominación de sadismo, a secas: Sadismo a) Durante un período de al menos 6 meses, fantasías recurrentes y altamente excitantes, impulsos o comportamientos que implican actos (reales, no simulados) en los que el sufrimiento psicológico o físico (incluyendo la humillación) de la víctima es excitante para el individuo. b) Las fantasías, los impulsos o los comportamientos provocan malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo. Seremos mucho menos rigurosos en cuanto a la nosografía al atribuirle además el merecimiento de los rótulos de exhibicionismo, voyeurismo y fetichismo si los despojamos del sentido vulgarmente asignado a lo “sexual”. El psicoanálisis extiende los límites de lo comprendido en lo sexual más allá de las funciones genitales y reproductivas. Debería ser suficiente el que las perversiones que mencionamos nos exima de mayores explicaciones en cuanto a ello, pero no tiene por qué serlo. Decimos que para el caso de Montesinos, también se trata de tales perversiones en toda su connotación sexual, pero no a la manera usualmente entendida. Es decir, que la naturaleza del goce que genera la actividad perversa es sexual aunque no impliquen acciones que conlleven o puedan conllevar al coito o a la satisfacción genital. Hay mayor sutilidad en la perversión, donde además de la intervención de la esfera emocional en la obtención del placer, se han incorporado las percepciones y el cuerpo, en su dimensión tanto total como parcial, así como objetos externos normalmente inapropiados para el contacto sexual. Analicemos conforme a lo expuesto los criterios para el diagnóstico de exhibicionismo según la psiquiatría: “A) Durante un período de por lo menos 6 meses, fantasías sexuales recurrentes y altamente excitantes, impulsos sexuales o comportamientos que implican la exposición de los propios genitales a un extraño que no lo espera. B) Las fantasías, los impulsos o los comportamientos provocan malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del sujeto.” Lo único que variaríamos para definir al exhibicionismo como perversión, en términos amplios y que no involucren en exclusividad a los genitales, sería, justamente tal factor genital, como lo hicimos con el sadismo en cuanto a lo “sexual”: ¿Qué sustituiríamos a “la exposición de los propios genitales a un extraño que no lo espera”? Algo que, quizá mantenga afinidad con los genitales en su función de sorpresa ante su exposición. Notemos que el exhibicionista parafílico hace intervenir a sus genitales de una manera impropia, a saber, mostrándolos. ¿Qué querría demostrar con ello? En primer lugar, una reafirmación, que los tiene; en segundo, que puede mostrarlos, es decir que puede usarlos para algo diferente de excretar, copular y reproducirse. Dejamos ahora pendiente el asunto del exhibicionista. Para el voyeurismo se nos dice: “A) Durante un período de al menos 6 meses, fantasías sexuales recurrentes y altamente excitantes, impulsos sexuales o comportamientos que implican el hecho de observar ocultamente a personas desnudas, desnudándose o que se encuentran en plena actividad sexual. B) Las fantasías, los impulsos sexuales o los comportamientos provocan malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo.” En el caso de Montesinos no se trata de observar ocultamente a personas desnudas o en actividad sexual, sino de observar a personas en actividades que deberían permanecer ocultas, como se supone deberían serlo las relaciones sexuales. (Sabemos que el voyeur se complace también viendo a otras personas excretando, lo cual, se supone, tampoco debería ser público) Ahora, no tanto en actividades que deberían permanecer ocultas, si no que por lo sabido, deberían 9 no realizarse –actos ilícitos o moralmente reprobables. Esto es a lo que ha sido llamado por el psicoanálisis ex-profesamente para el perverso el goce de la transgresión. Es decir, algo que identifica a lo sexual con lo prohibido, que debe ser abolido derribando una norma. Los criterios psiquiátricos para el fetichismo son 3: “A) Durante un período de al menos 6 meses, fantasías sexuales recurrentes y altamente excitantes, impulsos sexuales o comportamientos ligados al uso de objetos no animados (por ejemplo, ropa interior femenina). B) Las fantasías, los impulsos sexuales o los comportamientos provocan malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo. C) Los fetiches no deben ser únicamente artículos de vestir femeninos como los utilizados para trasvestirse (fetichismo trasvestista) o aparatos diseñados con el propósito de estimular los genitales (por ejemplo, vibrador).” Para nosotros el fetichismo será la perversión por excelencia porque aunque las fantasías y los impulsos que involucra son sexuales, el fetiche puede parecer no tener nada que ver con lo sexual. ¿Dónde estaría entonces lo sexual objetivo en esta parafilia? En una función que suple al pene por desplazamiento, vamos a decir primero, y nos extenderemos a continuación. La ética de Montesinos Para construir hipótesis factibles en la explicación dinámica y estructural inconsciente de Montesinos, requerimos primero exponer algunos parámetros en la teoría psicoanalítica sobre las perversiones, aunque ello nos demande más espacio que el esperado destinado a nuestro desarrollo final. Es ya un hecho corrientemente aceptado en Occidente la existencia de la actividad sexual infantil. Para Freud, la sexualidad infantil de la cual deriva la adulta definitiva es polimorfa y perversa. El cuerpo infantil es inicialmente cargado o catectizado de libido por la madre, privilegiando tal erogeneidad determinadas regiones corporales como la boca, el ano y los genitales así como todo borde colindante de la superficie del cuerpo con su interior. A su vez, puede observarse en el niño las tendencias conocidas en la vida adulta como “perversas”, como por ejemplo el placer en la contemplación de los genitales de otros, la exhibición de los propios o de acciones fisiológicas, la crueldad y el regodeo en la suciedad, en tanto en cuanto valores como la vergüenza, la compasión y la repugnancia no se han instalado social y culturalmente lo suficiente aún. Esta sexualidad infantil que da una impresión caótica está en realidad organizada en lo que se llaman pulsiones parciales con relación a la fuente de su demanda erógena (oral, anal, genital), al tipo de la actividad pulsional (escópico-exhibicionista, sádico-masoquista), o al objeto (autoerotismo, bisexualidad, zoorastia, coprofilia, etc.). Pero en términos globales, las pulsiones parciales pueden distribuirse en pulsiones de vida (Eros) y pulsiones de muerte, las cuales están siempre imbricadas y yuxtapuestas en magnitudes indistintas. De esta manera, las pulsiones de muerte pueden reconocerse en algunas variedades que combinadas de ciertas cantidades de libido dan lugar a la pulsión destructiva y la de aprehensión o voluntad de poderío. En tal sentido, la pulsión destructiva en su modalidad oral se revela como sadismo canibalístico y ansias de devorar y triturar; en una modalidad sádico-anal, como el deseo de maltratar analmente tanto activa como pasivamente, y en una modalidad fálica, como la fantasía de castrar para privar de la satisfacción genital. Para remontar estas tendencias primitivas es necesario que se forme una barrera, como dique de contención, que las reprima confinándolas al inconsciente. La instancia psíquica encargada de velar por el cumplimiento de la prohibición de tales tendencias antisociales es el superyó, instaurado por la ley paterna que regula las vías del modo de goce futuras. Vemos que algo anómalo ha tenido lugar en el superyó del individuo perverso adulto. 10 En su trabajo El problema económico del masoquismo, Freud estipula la existencia de tres tipos de masoquismo: el masoquismo sexual o erótico (y el masoquismo como perversión), el masoquismo femenino y el masoquismo moral. Nosotros invertiremos la fórmula para el masoquismo moral, denominándolo sadismo moral, pero advirtiendo que no es su contraparte ni que ambos son recíprocos o complementarios por necesidad. El sadismo moral supondría una sexualización del superyó en virtud de lo cual una fusión o mezcla de pulsiones (eróticas y agresivas) son proyectadas al mundo exterior y descargadas en él. Es decir que se produce una destrucción objetiva con satisfacción libidinal concomitante. Ya antes habíamos atribuido tal cualidad a Montesinos, a lo que ahora añadiríamos que se trata allí de una identificación con el superyó sexualizado, con sus características típicas de expresión de poder, rigor, vigilancia y castigo. Para el sádico el objeto de la satisfacción es lo más lábil e indiferente; lo importante es la inflexión de sufrimiento, dolor y humillación por sí mismos. Para decirlo en otras palabras, las de Melanie Klein, en cuanto a la criminalidad y el comportamiento antisocial, no se trata de una debilidad, laxitud o ausencia de superyó o de conciencia moral, como pudiera imaginarse, sino de todo lo contrario. De una extraordinaria severidad y sadismo del superyó. Asimismo, cuando se le atribuye al psicópata el ser carente de remordimientos o sentimientos de culpa; bueno, hasta la fecha no sabemos de nadie tan feliz como para desconocer tales sentimientos. Según Klein, el ciclo (1)culpa-(2)comisión es una constante en los niños con rasgos prefigurativos de criminalidad. Sólo en apariencia se invierte el orden temporal de causa y efecto. Sería así (1)persecución-(2)comisión. Un perverso es, más bien, alguien comprometido y consecuente en cuerpo y alma con la causa de un goce; un goce que imagina dependiente de sí mismo, pero que sin embargo – correspondiendo al adagio del nadie sabe para quien trabaja– lo sacrifica al goce de un Otro. El Otro es lo que el perverso encuentra de su universo externo, de un anónimo o de lo más relevante en él, el non plus ultra de la autoridad, el Padre real, Dios –que para el marqués de Sade era nada menos que el “Ser-Supremo-en-Maldad”. Leamos una sentencia sadiana que lo resume: “Tengo derecho a gozar de tu cuerpo, puede decirme quienquiera, y ese derecho lo ejerceré, sin que ningún límite me detenga en el capricho de las exacciones que me venga en gana saciar en él”. De este lado vamos viendo una salida a la paradoja sometimiento-complicidad sadomasoquista: que lo que repugna al sádico es justamente una repartición coordinada del goce, la equidad y reciprocidad cristiana. El sádico monopoliza el goce del dolor para obsequiarlo como ofrenda oblativa al Otro. Indicaremos cuál es la razón del goce del Otro en función de la cual se mueve todo perverso. Adelantamos que se trata de un goce fálico destinado a tapar un hueco que es una ausencia. Pero de un goce fálico muy monótono y aburrido como lo sería todo material pornográfico que se precie de tal. En esto nos parecemos todos al perverso; en la monotonía del fantasma que retorna siempre y de continuo a los mismos cauces de relación con el objeto (“ahora me chupa”, “ahora yo lo chupo”, “ahora me muerde”, “lo que quiere es que lo muerda”, “ahora me come”, “ahora me caga”, “me mira”, “lo oigo”, etc.), sólo que el perverso no coloca ese goce en el otro semejante, sino en el Otro universal que no existe. Antes de seguir planteamos la siguiente acotación a todo lo expuesto: Para comprender la perversión no nos es realmente lo más importante la parte corporal puesta en juego, es decir su naturaleza “sexual”, sino su compromiso al nivel del goce para obtenerlo. Hablar simplemente de “perversión sexual” para el caso de Montesinos nos sería no sólo vano sino insulso. La esencia de las perversiones como componente básico de la sexualidad infantil no fue reconocida por Freud a través de la observación clínica de perversos, ni tampoco de niños, sino de neuróticos. En general es común la recurrencia a actividades perversas por parte de los neuróticos, y ninguna persona en su intimidad sexual deja de presentar alguno de aquellos rasgos (tocamiento, contemplación, exposición, convergencia de cierta dosis de agresión y de resistencia, así como de pasividad, 11 detención temporal preparatoria en determinados órganos, uso alterno de ciertos órganos de finalidad diversa, etc). Dicho lo cual propondremos que el núcleo real perverso en Montesinos es el fetichismo. Pero el fetichismo en un sentido generalizado, en el sentido del “coleccionista” de objetos suplementarios preventivos de la castración, lo que significa que el conjunto de objetos configura una identidad fálica que representa a Una sola Cosa. Así cualquier forma de fetichismo es un revelado del negativo de la fobia, por la angustia de la pérdida. El fetichista cree asegurarse de que “lo tiene” adjudicándole a la Madre la tenencia fálica. Para Freud, en el fetichismo concurre un desplazamiento de la pulsión escoptofílica o voyeurista hacia objetos externos fijados, así como el sadismo aisla un componente de la actividad sexual –la crueldad y la agresión– y lo exclusiviza. El exhibicionismo estáría motivado por el miedo a la amenaza de castración y es la contraparte del voyeurismo, así como el sadismo lo es del masoquismo, siendo ambas pulsiones parciales reversibles; es decir que ambos agentes, los del fin activo (maltratar, ver) y los del fin pasivo (ser maltratado, ser visto) pueden intercambiarse. El sadismo “sexual” responde a una interpretación infantil violenta del acto sexual de los padres y, en general, las perversiones son efecto de una inhibición sexual del desarrollo, es decir que el perverso no se ha vuelto sino que ha quedado como tal. El fetichismo es en particular importante para comprender la dinámica de las perversiones por su carácter radical de poder prescindir de todo objeto animado o de ser vivo para el alcance de la satisfacción. La exploración psicoanalítica nos dice que el fetiche ocupa el lugar y cobra el valor del pene de la madre: es un sustituto de su pene que garantiza la conservación del propio negando la castración en ella. Entonces el falo materno se desplaza por horror a la castración a un objeto externo. Sin embargo esta solución es paradojal, porque al mismo tiempo que se niega la castración de la madre se asume de manera implícita su inexorabilidad al colocar su falo fuera. Podría decirse que esta contradicción se expresa inconscientemente en los siguientes términos: “la madre conserva el pene y el padre la ha castrado”. El fetichismo ha acaecido además como una reacción al voyeurismo prohibido: el niño no puede ver el coito de los padres y no quiere ver la castración en la madre y mira a otra parte. Por ejemplo a sus zapatos o sus ropas íntimas, etc. En tal sentido la erogeneidad se halla lejos de los genitales y ya ni siquiera en el ojo, sino en un objeto externo, completamente extraño al cuerpo. Lo que el fetichista busca es la relación con una falta de objeto por fuera de la vía humana. Para él la situación es satisfactoria porque es enteramente dominable y controlada. Lacan en su seminario La relación de objeto introduce el siguiente esquema para el perverso fetichista: El fetichista es el sujeto; el objeto es lo que se supone que busca más allá del símbolo de su fetiche dibujado sobre el velo de la cortina, por ejemplo: ropa valiosa , relojes rolex , control y vigilancia (cuentas, videos) mamá con pene mamá sin pene papá que castra 12 En el lugar de “nada” está el falo materno que no puede no estar: Fetiche El fetiche ocupa el lugar de lo que no está, un objeto fuera, ilusorio. (En rigor, hablamos del objeto transicional de Winnicott, el indicador genético del fetichismo.) Ha habido una detención en la imagen y su perennidad, como una película detenida justo antes de la escena donde pueda aparecer el falo materno. A este dispositivo visual Freud lo llama RECUERDO-PANTALLA (“Deckerinnerung”), y es no sólo la instantánea de un momento sino la interrupción –pause– de la historia en suspenso. Para Montesinos la pantalla es más preciosa que la realidad porque sobre su superficie puede representar su proyección imaginaria. En esto es función de velo el fetiche, una condición de la que pende el deseo. Pero en Montesinos se manifiesta además con gran énfasis la pulsión escópica. Por eso el objeto pasa de ser mera falta a algo más específico: a ser mirada (a). Entonces la historia representada prosigue sucediéndose ad infinitum. Pero sostenemos que en su estructura el nódulo es el factor fetichista (fetiche proviene del portugués factiço que significa facticio). La dimensión de voyeur corresponde a una impotencia del ojo a ver lo que transcurre más allá por el lado del goce por estar supeditado al deseo del Otro, ergo conságrase con denuedo a ser un objeto de goce fálico para el Otro. Aquí reside la esencia perversa según Lacan. El perverso se propone a sí mismo como un devoto “defensor de la fe”, que el Otro obtenga un goce fálico a través suyo, entregándose a obturar su agujero de falta. Si notamos la función del Otro en el voyeur contaremos con su inclusión 3 agentes: el que mira (“visualiza” o “visiona”, como se puso de moda decir a propósito de Montesinos y sus videos) – activo–, el que es mirado –pasivo–, y el testigo que mira al que mira sancionando que no debería mirar –el Otro–. El perverso, voyeur o exhibicionista, requiere de una sanción del Otro como condición para el goce; a través de su mirada como objeto que tapa o de su agresividad como efecto que satisfaga, se esfuerza en la Misión vana de demostrar que el Otro existe. Ambas pulsiones visuales no son simétricas sino paralelas, porque mientras una busca demostrar que tiene algo bajo el fondo de que no lo tiene, bajo la realidad de su impotencia, la otra muestra realmente su impotencia de tener porque el ojo es impotente y su goce radica sólo en la violación de una prohibición en el acto de fisgonear y espiar, y nada más. Ahora vamos a revisar lo dicho sobre los momentos de la pulsión parcial. Basándonos en Freud, extendemos la fórmula de los tiempos del masoquismo a la pulsión escópica. Hay (1) la voz activa “ver”, (2) la voz refleja “verse” a sí mismo y (3) la voz pasiva “ser visto” por otro. Freud dice 13 que es recién en el tercer momento, el de la voz pasiva, donde emerge un nuevo sujeto para la pulsión ya que en los anteriores ésta es autoerótica. Lacan lo reformula planteando que la voz es activa en los tres tiempos: (1) “ver” y (2) “verse”, donde todavía no hay una posición definida del sujeto, y (3) no tan sólo “ser visto” por otro sino “hacerse ver” por el Otro. Éste último es el momento de la perversión escoptofílica, cuando el sujeto pasa a ser objeto, procurando responderse a la pregunta sobre el deseo del Otro “¿Qué quiere?”. La estrategia imaginaria del fantasma es “lo que quiere es algo para ver”. El “fin” de la pulsión parcial, como lo indica el circuito lacaniano diagramado, adaptado por nosotros para la pulsión escópica, está en el recorrido, trayecto o viada (aim) y en su meta (goal). La fuerza, presión o perentoriedad de la pulsión se dirige a sólo bordear al semblante del objeto mirada, puesto que está perdido (a) y no se recupera. La “fuente” es de naturaleza biológica y atañe a la zona erógena de la cual emana la “presión”. Es un borde que remonta esta fuerza e involucra al ojo. Luego de conseguido el fin, la pulsión se relanza. La mirada debe estar perdida y debe faltar para que la percepción ocular se organice. Una mirada en lo real impediría el enfoque, la configuración de las imágenes y una desaprehensión del goce más allá del cuerpo que se vivenciaría fragmentado. Luego la mirada estaría en todos lados, “las cosas miran”. En ello estriba una diferenciación estructural de las psicosis y las perversiones en lo concerniente a la mirada como objeto, en lo que se dio a llamar la esquizia del ojo y la mirada. Tanto el exhibicionista como el voyeurista se dan a ver mostrándose como mirada para el Otro, creyendo tener la mirada, que ella no está perdida. El exhibicionista llama a ser visto mientras que el voyeur espera ser descubierto mirando, recibiendo la sanción de vergüenza del Otro. Ambos se ofrecen como mirada. La pulsión se relanza porque el objeto no se encuentra sino que se revela como un espejismo, un puro truco que frustra la divina demanda del gran Otro omnividente anónimo. Hemos confeccionado un esquema optativo para la dinámica inconsciente estructural de Montesinos al que llamaremos “Vladiesquema”: Un cuaternario compuesto de dos triángulos adyacentes. A la derecha el triángulo de lo simbólico S con 3 factores: el Otro [A], el Ideal del Yo [I(A)] y el objeto a [a]. El Otro en tanto Padre superyoico que clama «¡Goza!» es la ética de Montesinos. Su ética está sujetada a un mandato imperativo que identifica en una sola dos causas opuestas: la Ley con el goce, según la versión del Padre. (Un juego de palabras lacaniano es expresivo y aleccionador: la pèreversion=perversión, père=padre, vers=hacia, version=versión; ”versión hacia el padre”.) Que la transgresión de una ley sea condición para el goce, deviniendo esta condición en la ética promulgada por La Ley. Por la parte del Ideal del Yo, identificación paterna, encontramos nada menos que a la Segunda Espada de la Revolución, Vladimir Illich Lenin. Reflexionemos en que Abimael Guzmán –subrrogado paterno– 14 se autoproclamaba la Cuarta Espada. Como a ubicamos para lo simbólico S a la voz como objeto del sadismo, un sordo golpe de sonido procedente de lo real R. Podemos entender la Ley del Padre como pacto simbólico o como imperativo ciego; el segundo es el caso de Montesinos. Para generar una ética es necesaria una legalidad, un código general desprovisto de afectos y de objetos, no buenas intenciones en el cumplimiento de ideales sino un estatuto firme de sujeción para todos. La Ética no puede ser parcial, debe ser absoluta, estricta e inflexible. Si despojamos a la voz de la palabra y su significación nos quedamos con un golpe, el golpe del sádico. El significante implica a la voz, pero la voz no al significante. La voz aislada de la letra se constituye en el superyó sádico, su conciencia moral que le ordena oír la Ley indiscriminada del Padre «¡Goza!» con lo cual el sujeto queda alienado en el Ideal del Yo, siendo reducido a trabajar con fervor para el Otro. El sádico pretende expropiar la facultad de palabra del Otro, inoculándole a capricho su propia voz. Pero falla porque la voz no es suya. ¿De dónde la saca? El otro triángulo, el triángulo imaginario I no es enteramente imaginario porque incluye al matema un significante fallido del Otro o un significante del Øtro castrado que no existe porque no goza. La estrategia imaginaria fantasmática enuncia “Yo tengo el falo” para el sujeto y debajo vemos que no lo tiene [ menos fi minúscula] y al costado que si lo tiene será una respuesta fallida a la pregunta por el deseo del Øtro. Podríamos pensar otra vez en Lenin, pero como yo ideal [i(a)] imaginario, como imagen especular del otro para el Otro por lo que se articula del deseo en el fantasma –el Padre imaginario–, aunque no lo sabemos. ¿Qué implica Lenin imaginariamente?* En el tercer vértice está a ahora como mirada que se da a ver por el truco “Yo tengo el falo”. Una atribución fálica de la mirada por estar perdida y engañosamente reencontrada. Para completar, la vía de lo real R se acoge en el segmento final hacia el objeto a que es lo que no podemos decir – sobre Lenin, por ejemplo, el Otro real ¿qué quiere conmigo? Acerca de la flecha que va del Otro al sujeto “Yo tengo el falo”, diremos con relación al objeto a, la mirada, que la aplicación de una solución como la de Montesinos, donde la proliferación de fetiches que hacen Una Cosa –y no La Cosa (a)– en busca de asegurarse por la pérdida fálica, no representa a fin de cuentas sino a la propia castración, en concordancia con el reverso típico de las soluciones neuróticas. El corolario de la castración es convenir en elidirla a la manera del mito de la cabeza de Medusa y su mirada petrificante. Se vale entonces de los muchos artificios electrónicos y mecanismos audiovisuales adquiribles para el control de sus “posesiones”, para lo que un buen símil es la llamada instrumentalización sadomasoquista, perversa además a fin de cuentas. Quizá el drama de Montesinos consista en desconocer al servicio de qué Otro consagra su labor demostrativa de goce. ¿Quiere demostrar que no hay quien, con alicientes, pueda eximirse de incurrir en un goce transgresor promulgado por el principio de su ética Ley=goce?, ¿que es un hipócrita quien se piense capaz de recusarla? Por lo pronto sostendremos una contestación afirmativa de ambas preguntas. No hay moralejas. Montesinos es un hombre de su época, pues su vida trascurre en un tiempo canibalista signado por el imperio absoluto de la imagen, lo visual, la informática y la fetichización de los objetos, las transacciones y las relaciones. * Nota de junio de 2001: En favor de nuestra hipótesis sobre la situación de Lenin en el ángulo del Ideal del Yo, como identificación simbólica paterna recusativa, hacemos constancia de las primeras dos exigencias planteadas por Montesinos, inmediatas a su traslado a Lima tras su captura en Venezuela en calidad de prisionero: 15 1) No permanecer recluido en la Base Naval del Callao, en el recinto que él mismo diseñó personalmente para recluir a Abimael Guzmán y a otros terroristas (al no considerarse su petición se declaró en huelga de hambre). 2) Que su verdadero nombre no es Vladimiro ‘Lenin’ Montesinos Torres, como se había hecho público en la propaganda que ofrecía una recompensa por revelar datos que condujesen a su paradero, sino simplemente Vladimiro Montesinos Torres. Consta en documentos oficiales que su nombre original y completo es el que indicamos, Vladimiro Illich Montesinos Torres. 04/2001 csparrowly@hotmail.com CIRCULOIMAGO@terra.com REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 1. AMERICAN PSYCHIATRIC ASSOCIATION “Manual diagnóstico y estadístico de los trastorno mentales DSM-IV” Washington, 1994. 2. CARETAS –ilustración peruana–, Dossier “Montesinos. Toda la historia” Lima, 2000. 3. FREUD, Sigmund “Tres ensayos para una teoría sexual” Viena, 1906. 4. FREUD, Sigmund “Los instintos y sus destinos” Viena, 1915. 5. FREUD, Sigmund “El problema económico del masoquismo” Viena, 1923. 6. FREUD, Sigmund “Fetichismo” Viena, 1927. 7. KLEIN, Melanie “Sobre la criminalidad” Londres, 1934. 8. LACAN, Jacques “Kant con Sade” en Escritos II. París, 1963. 9. LACAN, Jacques “Seminario 4. La relación de objeto” París 1956-1957. 10. LACAN, Jacques “Seminario 7. La ética del psicoanálisis” París, 1959-1960. 11. LACAN, Jacques “Seminario 11. 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