DOCUMENTO PARA LA REFLEXIÓN Y EL DEBATE “Nos guste o no, los movimientos políticos que tienen poder son las fuerzas motrices del currículum, son las fuerzas motrices que impulsan la escuela.” (Apple, Sevilla 2003). Corren tiempos de ofensiva, o -para ser más exactos- de victorias y derrotas. El tratamiento y ordenación que la LOCE hace de la enseñanza de la Religión en la Escuela viene a colmar las expectativas por las que la Iglesia Católica ha estado luchando de modo incansable y nada sordo desde el comienzo de la transición. Con toda la ironía que se quiera, pero con total realismo, hemos de reconocer que el asunto se ha puesto de tal modo que sólo cabe imaginar un escenario peor: que la catequesis católica sea obligatoria para todos. Afortunadamente, los “Acuerdos sobre Enseñanza y Asuntos Culturales” del 79 entre el Estado español y la Santa Sede hacen inviable tal posibilidad, pues el artº. II establece que “por respeto a la libertad de conciencia, dicha enseñanza no tendrá carácter obligatorio para los alumnos”. (Lástima que esa libertad de conciencia y las demás libertades no merecieran respeto en las cuatro décadas anteriores...) Hubiera sido deseable y menos vergonzante poder decir, con pleno convencimiento, que tal amparo jurídico lo proporciona ante todo la Constitución (artº 16 y 27), pero, por razones que es urgente analizar, en lo tocante a la Religión la Carta Magna ampara poco. Suele ocurrir cuando se permite la existencia de “fueros” que campan al margen o por encima de ésta. Lo cierto es que la recién aprobada LOCE configura el siguiente panorama: 1º.- Se crea una única asignatura llamada“Sociedad, Cultura y Religión” con dos opciones de desarrollo: una, de carácter confesional; la otra, de carácter no confesional. 2º.- La oferta de dicha asignatura por parte de los Centros es obligatoria; también lo es la elección de una de las dos opciones por parte del alumnado. 3º.- La presencia de la asignatura “Sociedad, Cultura y Religión” en el currículo de la Enseñanza Obligatoria se establece del siguiente modo: 9 horas semanales durante la etapa de Primaria y 6 horas semanales durante la ESO. También estará presente en la Educación Infantil y en Bachillerato (1 hora en 1º) 4º.- En cumplimiento del artº II de los Acuerdos del 79: “Los planes educativos (...) incluirán la enseñanza de la religión católica en todos los Centros de educación, en condiciones equiparables a las demás disciplinas fundamentales.” , dicha asignatura computa a los efectos de promoción de curso, titulación, expediente académico y obtención de becas. 5º.- Esa única asignatura -y, por tanto, la opción confesional de ésta- queda integrada por adscripción preferente en el Área de Ciencias Sociales durante la Enseñanza Obligatoria y en los Departamentos de Geografía e Historia y Filosofía durante el Bachillerato. Es decir, se otorga pleno status académico a la catequesis. Si alguna duda cupiera sobre la no linealidad de los procesos históricos el tema que nos ocupa debería disolverla. No está de más recordar los hitos por los que ha transcurrido -ya nos gustaría decir, evolucionado- el asunto: 1º.- Tras la larga noche del franquismo (aquéllos tiempos tan oscuros que impidieron a la Iglesia vislumbrar la “libertad de conciencia”), bajo el gobierno de la UCD, y en el brevísimo tiempo que transcurre entre la aprobación de la Constitución -6 de diciembre del 78- y la firma de los Acuerdos entre España y la Santa Sede -3 de enero del 79- la Iglesia Católica es capaz de actualizarse e incorporar en su discurso la fraseología constitucional; seguimos a la espera de que incorpore su espíritu. Se pactó nada menos que abandonar la catequesis obligatoria para todos y sustituirla opcionalmente por el estudio de la Ética; en lo que al extinto BUP se refiere la presencia de esta materia era de 6 horas semanales. (Al día de hoy, en todo el periodo de enseñanza no universitaria, sólo se imparte como asignatura común en 4º de ESO con dos horas semanales). 2º.- Ya bien entrados en la etapa de gobierno del PSOE, una sentencia del Tribunal Supremo en la que se dicta de forma taxativa que “la alternativa a la Religión no puede ser una materia académica evaluable ni tratar contenidos curriculares”, vino a exigir una modificación sustancial del asunto. En esa situación estábamos y en esa hemos permanecido hasta el día de hoy, ya en la segunda legislatura del PP. 3º.- Para el curso próximo, por debilidad ante y / o connivencia con los intereses de la Conferencia Episcopal, y por desprecio a la Constitución y al poder legislativo, el gobierno del PP nos impone la regulación descrita al inicio. Tampoco estaría de más preguntarse si tiene sentido y ha merecido la pena la política de negociación conciliadora, el recurso al bálsamo del posibilismo... cuando quien se tiene enfrente es maximalista en sus objetivos e incansable en su consecución. (La ofensiva en marcha para que la Constitución Europea recoja “la identidad cristiana de Europa” no es ajena al tema que nos ocupa y debería hacer sonar más de una alarma) Por otra parte, no deberíamos correr un tupido velo sobre el hecho de que, cuando se aprobó la LOCE y el PSOE manifestó públicamente su disconformidad con el tratamiento de la enseñanza de la Religión, el representante eclesiástico en las reuniones tripartitas preparatorias le espetó que había salido de ellas convencido de que el partido de la oposición era conforme con lo acordado. Seguimos a la espera de la réplica. El balance de esta nueva “guerra de la religión” es tan demoledor que ha llegado a preocupar -no por el signo de la contienda, sino por lo abultado del resultado- a los propios jesuitas, quienes en el editorial de su revista Mensajero del Corazón de Jesús manifestaban que "...puede que las posturas sean poco conciliables, pero hubiera sido mucho mejor llegar a un consenso, por insatisfactorio que fuera, que imponer esta reforma por la fuerza de una mayoría coyuntural en el Parlamento”; la objeción no pretende otra cosa que evitar "cambios y tal vez nuevos conflictos cuando varíe la actual correlación de fuerzas políticas". ¡Lección condensada de “jesuitismo”! La verdad es que no se oyen voces críticas en el seno de la Iglesia, y los débiles ecos que llegan proceden más de la periferia o quizás del extrarradio de la institución. El silencio es comprensible si tenemos presente que estaba en juego el inmenso poder que da el disponer anualmente de 18.000 contratos laborales, que los respectivos ordinarios diocesanos adjudican discrecionalmente, y que les permite repartir entre los afortunados 60.000 millones de pesetas procedentes -faltaría más- del erario público. El número y cuantía superaba ya en el año 2.002 al de toda la enseñanza concertada. Toda pugna ideológica es una pugna por controlar e imponer el lenguaje con el que pensamos el ámbito de la realidad en cuestión. El efecto no es otro que “naturalizar” las representaciones mentales de la realidad, hasta el punto de hacer casi impensable que las cosas puedan ser de otro modo. El lenguaje mediatiza, no cómo pensamos, sino qué pensamos. A este respecto: 1º.- Hablar del enfoque confesional de una asignatura de Religión, evaluable académicamente... es una pura contradicción. De lo que se trata se llamaba y se llama “catequesis”. 2º.- Con el debido respeto a quienes realizan esa actividad, hemos de decir de la figura del “profesor de religión” es una entelequia. Las analogías formales con el profesorado no alcanzan a ocultar que su actividad carece de la conditio sine quae non para ser profesoral: ésta trata de conocimientos sujetos al canon de la racionalidad, no de creencias sujetos al canon de la fe. Por su competencia como catequistas son propuestos anualmente por el ordinario diocesano para que sean inexcusablemente designados por la autoridad académica; también por su falta de competencia, a juicio del mismo ordinario, dejan de ser propuestos para el curso próximo (Artº. III de los Acuerdos del 79). 3º.- Presentar como alternativa a la catequesis católica o de otra confesión el conocimiento del “hecho religioso” en su vertiente histórica, artística, sociológica, filosófica.... es una falacia. No discutimos que esos conocimientos deben formar parte del bagaje cultural de una persona, pero recordamos que ya se atiende a ello en el lugar epistemológico y académico que le corresponde: en las asignaturas de Historia, Literatura, Arte, Filosofía... En cambio, es más que discutible que el conocimiento del “hecho religioso” merezca un tratamiento académico diferenciado y magnificado en su tiempo lectivo. Las razones que se aduzcan valdrían igualmente para el “hecho económico” o cualquiera de esa índole. Y no parece que nadie se rasgue las vestiduras por la ausencia de un tratamiento diferenciado para ellos. Si no nos llamamos a engaño, hemos de advertir que la opción no confesional de la asignatura “Sociedad, Cultura y Religión” que contempla la LOCE no tiene otra finalidad que otorgar carta de naturaleza académica a la opción confesional y dotar a ésta de un larvado pero eficaz mecanismo coercitivo con el que -por muy diversos motivos, incluidos los espurios- nutrir sus filas. Por último, hemos de preguntarnos qué hacer ante esta situación. Posiblemente lo que estamos haciendo sea, no la respuesta, pero sí, al menos, parte de ella. Hay que seguir en la tarea de la reflexión y la crítica, en la de la clarificación del lenguaje y los conceptos. En resumen, no desistir de la pedagogía de las ideas. Práxedes Caballero Rísquez Sevilla, Noviembre de 2003