por qué me has abandonado?

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Una Buena Noticia
para la semana
SUMMA
Aldapeta
Año II Nº 70
Asterako berri ona
¿por qué me has abandonado?
Jesús sufriente exclama: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Hay experiencias humanas
extremadamente negativas, que algunos han calificado de “contraste” y que parecen incluso negar la existencia de
Dios. Y, sin embargo, en Auswitz y entre muchos horrores, se oró a Dios, a Yahvé y al Padre de Jesús. Incluso el
poeta alemán Paul Celan (1920-1970), para hablar del exterminio de gitanos y judíos en hornos crematorios, dice en
términos poéticos que en Auswitz Dios se convirtió en “Nadie”, a quien se le invocaba. El teólogo Javier Vitoria concluye que “hoy se puede seguir hablando de Dios en contemporaneidad con los campos de exterminio actuales porque en sus ‘barracones’ se sigue invocando y practicando al Dios de la Vida”.
También hoy muchos siguen preguntándose dónde está Dios y hasta cuándo su silencio ante tanto sufrimiento. Paradójicamente han encontrado la respuesta “en su Presencia tiernamente vulnerable, en esos rincones
oscuros o en las cruces de la historia. No le percibieron como un Dios omnipotente, sino como un Dios amenazado,
un Dios con un riesgo propio”. Como dice el matemático y filósofo inglés Alfred North Whitehead (1861-1947), quienes han encontrado a Dios en la oscuridad de la noche y han saboreado la sabiduría que encierra la locura de su
amor, lo han experimentado como “el compañero de viaje, el colega de sufrimiento que por ello nos entiende”.
Una víctima de Auswitz, Dietrich Bonhoeffer (1906-1945), afirmaba que “solo el Dios sufriente puede ayudarnos”. Es “un Dios que llora, suda y sangra haciendo suyo el dolor, el miedo y la desesperación de quienes comparten con Él la condición de víctimas de la tierra; un Dios que no vive a costa de otros, sino que muere para que
otros puedan tener vida en abundancia; un Dios que no solo opta por hacerse hombre, sino que se asocia en la manera de vivir y de morir con las personas socialmente degradadas” (A. Pieris)
Pero la experiencia de Dios de los crucificados no se encuentra solo en los infiernos de los grandes genocidios, en que el ser humano muestra lo peor de sí mismo y, al mismo tiempo, provoca, en medio de la angustia, la
invocación dolorida al Dios de la misericordia. Aparecen también testimonios de la experiencia de Dios en los lados
oscuros de la existencia o en situaciones insoportables de sufrimiento de personas con problemas de enfermedad,
paro, muerte de los suyos o que luchan admirablemente, contra viento y marea, a favor de la justicia.
Todo esto no es sostener una mentalidad dolorista de la vida, incapaz de gozar y hacer disfrutar. Al contrario, “solo el que es capaz de felicidad puede dolerse de los padecimientos propios y ajenos. Quien puede reír, puede
también llorar. Quien tiene esperanza es capaz de aguantar con el mundo y sentir sus dolores” (Jürgen Moltmann)
Ignacio Otaño SM
Se puede leer el texto evangélico completo de este
domingo en una Biblia: Marcos 14,1 a 15.47
Se puede leer el texto abreviado (Marcos 15,1-39)
en las páginas siguientes
Emailgelio 70 del 29 de marzo de 2015
Domingo de Ramos (B)
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SUMMA
Aldapeta
Año II Nº 70
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Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 15,1-39
Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los letrados y el sanedrín en pleno,
prepararon la sentencia; y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
Pilato le preguntó:
¿Eres tú el rey de los judíos?
Él respondió:
Tú lo dices.
Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas.
Pilato le preguntó de nuevo:
¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan.
Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.
Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los
revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de
costumbre.
Pilato les preguntó:
¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?
Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia.
Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás.
Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?
Ellos gritaron de nuevo:
Crucifícalo.
Pilato les dijo:
Pues ¿qué mal ha hecho?
Ellos gritaron más fuerte:
Crucifícalo.
entregó para que lo crucificaran.
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Año II Nº 70
SUMMA
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Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para
que lo crucificaran.
Los soldados se lo llevaron al interior del palacio – al pretorio – y reunieron a toda la compañía: lo vistieron de
púrpura, le pusieron una corona de espinas que habían trenzado y comenzaron a hacerle el Saludo:
¡Salve, rey de los judíos!
Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron y, doblando las rodillas, se postraron ante él.
Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que
pasaba de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz.
Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de “La Calavera”) y le ofrecieron vino con mirra; pero él
no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte para ver lo que se llevaba cada uno.
Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice:
“Lo consideraron como un malhechor”.
Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días: sálvate a ti mismo bajando de la cruz.
Los sumos sacerdotes se burlaban también de él diciendo:
A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.
También los que estaban crucificados con él lo insultaban. Al llegar el mediodía toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:
Eloí, Eloí, lamá sabactaní (que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?)
Y algunos de los presentes, al oírlo, decían:
-
Mira, está llamando a Elías.
Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo:
- Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.
Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:
Realmente este hombre era Hijo de Dios.
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