Tema VI. Destinos de la líbido Psicólogos católicos / Freud Por: . | Fuente: Opus libros Tema VI. Destinos de la líbido Como ya hemos señalado, la descarga erótica generadora del placer sexual, reviste diversas formas en las distintas fases del desarrollo. El mayor placer debiera residir en la relación sexual madura, si ésta aconteciera en la plenitud de sus condiciones gratificantes, esto es, si abarcara todo el vasto campo de la sensualidad. Cuando la libido no se libera mediante la relación sexual, permanece retenida y puede servir como fuerza propulsora de múltiples actividades humanas: el estudio, la investigación científica, la creación artística, etc. En todos estos casos la libido despliega gran parte de su carga energética en actividades creadoras que producen, además, un cierto placer. Nos hallamos ante el fenómeno de la sublimación. Esta teoría parece significar que cualquier actividad humana, que no sea el ejercicio orgánico de la sexualidad, tiene el sentido de un sucedáneo, de algo accidental, un subproducto de la libido. Incluso el deseo de saber es una traducción proyectiva del afán posesivo, del ansia de dominio típica del sadismo infantil. Originariamente, el hombre no estaría solicitado por otra finalidad que la del ejercicio orgánico de su tendencia sexual. Las operaciones espirituales figuran como formas sustitutivas, con un placer análogo, pues la sublimación es el desvío de la energía erótica hacia fines secundarios. "El desarrollo humano hasta el presente me parece no necesitar explicación distinta del de los animales, y lo que de impulso incansable a una mayor perfección se observe en una minoría de individuos humanos, puede comprenderse sin dificultad como consecuencia de la represión de los instintos, proceso al que se debe lo más valioso de la civilización humana. El instinto reprimido no cesa nunca de aspirar a su total satisfacción, que consistiría en la repetición de un satisfactorio suceso primario. Todas las formaciones sustitutivas o reactivas y las sublimaciones, son insuficientes para hacer cesar su permanente tensión"[35]. "La interdicción ejerce una influencia patógena, provocando el estancamiento de la libido y sometiendo al individuo a una prueba, consistente en ver cuánto tiempo podrá resistir un tal incremento de la tensión psíquica y qué caminos elegirá para descargarse de ella. Ante la interdicción real de la satisfacción, no existen sino dos posibilidades de mantenerse sano: transformar la tensión psíquica en una acción orientada hacia el mundo exterior, que acabe por lograr de él una satisfacción real de la libido, o renunciar a la satisfacción libidinosa, sublimar la libido estancada y utilizarla para alcanzar fines distintos de los eróticos y ajenos, por lo tanto, a la prohibición"[36]. Freud reconoce que si no se restringiera el fin primario e inmediato de la sexualidad, si no se retuviera la libido para emplearla en otras actividades, no habría desarrollo social ni cultura. Sin embargo, para Freud no existe un universo superior, de naturaleza específicamente espiritual, que suministre una fundamentación sólida a los valores y que justifique el esfuerzo en pro de la civilización. "Una cierta parte de los impulsos libidinosos reprimidos tiene derecho a una satisfacción directa, y debe hallarla en la vida. Nuestras aspiraciones civilizadoras hacen demasiado difícil la existencia a la mayoría de las organizaciones humanas, coadyuvando así al apartamiento de la realidad y a la formación de la neurosis sin conseguir un aumento de civilización por esta exagerada represión sexual. No debíamos engreírnos tanto como para descuidar por completo lo originariamente animal de nuestra naturaleza, ni debemos tampoco olvidar que la felicidad del individuo no puede ser borrada de entre los fines de nuestra civilización"[37]. No siempre la sujeción de la libido aporta el beneficio de la creatividad, con el consiguiente placer sustitutivo; muchas veces es fuente de alienaciones, de múltiples desequilibrios y penalidades, que podemos abarcar con el término amplio de "neurosis". "El neurótico ha perdido por sus represiones muchas fuentes de energía anímica, cuyo caudal le hubiese sido muy valioso para la formación de su carácter y para su actividad en la vida. Conocemos otro más apropiado proceso de evolución, la llamada sublimación, por la cual no queda perdida la energía de los deseos infantiles, sino que se hace utilizable dirigiendo cada uno de los impulsos hacia un fin más elevado que el inutilizable y que puede carecer de todo carácter sexual. Precisamente los componentes del instinto sexual se caracterizan por esta capacidad de sublimación, de cambiar su fin sexual por otro más lejano y de un mayor valor social. A las aportaciones de energía conseguidas de este modo para nuestras funciones anímicas, debemos probablemente los más altos éxitos civilizadores"[38] . Pareciera que Freud sólo conoce la alternativa entre la satisfacción sexual orgánica, inmediata, o la creación de mundos ilusorios. Dentro de esta segunda posibilidad caben los sueños más gratificantes, productos logrados de la cultura, y los delirios, fantasías, que alejan al enfermo de sus mejores posibilidades vitales. "Se reconoció que el reino de la fantasía era un dispositivo creado con ocasión de la dolorosa transición desde el principio del placer al de la realidad, para permitir la constitución de un sustitutivo de la satisfacción instintiva, a la cual se había tenido que renunciar en la vida real". "El artista se habría refugiado, como el neurótico, en este mundo fantástico, huyendo de la realidad poco satisfactoria, pero a diferencia del neurótico, supo hallar el camino de retorno desde dicho mundo de la fantasía hasta la realidad"[39]. Las neurosis se contraen por insatisfacción de la libido, a causa de una simple interdicción, o por la incapacidad de adaptarse a una nueva circunstancia. Por ejemplo, cuando alguien se halla fijado a ciertos modos de satisfacer su erotismo, si no puede rendir ante una superior exigencia erótica, cae en la neurosis. Hay salud mientras haya proporción entre el montante eficiente de libido y aquella cantidad de la misma que el Yo pueda dominar, sublimar o utilizar directamente. En las neurosis de transferencia, la libido retrocede a un objeto fantástico o a un objeto satisfactorio anteriormente reprimido, perteneciente a una etapa menos evolucionada del desarrollo sexual. "Una acumulación de libido, que no logra satisfacerse en la realidad, consigue evacuarse por medio del inconsciente reprimido, gracias a la regresión a fijaciones antiguas"[40]. En la esquizofrenia, la libido reprimida se desentiende de los objetos, o simplemente se retrae al Yo narcisista, con la típica apatía y repulsa del mundo exterior. "A su vez, el estudio de la esquizofrenia nos había impuesto la hipótesis de que después del proceso represivo, no busca la libido sustraída ningún objeto, sino que se retrae al Yo, quedando así suprimida la carga de objeto y reconstituido un primitivo estado narcisista, carente de objeto. La incapacidad de transferencia de estos pacientes, dentro de la esfera de acción del proceso patológico, su consiguiente inaccesibilidad terapéutica, su singular repulsa del mundo exterior, la aparición de indicios de una sobrecarga del propio Yo y, como final, la más completa apatía; todos estos caracteres clínicos parecen corresponder, a maravilla, a nuestra hipótesis de la cesación de la carga de objeto"[41]. Dice Freud que el esquizofrénico hace un uso del lenguaje de modo que las palabras sustituyan a los objetos reales. En las neurosis de transferencia, en cambio, la represión negaba palabras para las representaciones rechazadas, puesto que una representación que no se traduce en palabras permanece en el inconsciente. En el esquizofrénico ocurre al revés: con una especie de esfuerzo curativo, pugna por recuperar lo real con la mera representación verbal del objeto, como el filósofo que se queda en el manejo de las palabras sin dirigirse a los objetos concretos, viviendo lo abstracto en lugar de lo concreto. Todos los hombres ejercitan en el sueño, realización imaginaria de deseos, la satisfacción fantástica de su libido, pero el sueño no constituye una enfermedad. De forma claramente patológica acontece la realización imaginaria de deseos en la psicosis alucinatoria, en la cual las fantasías, no reprimidas ya, invaden el campo de la conciencia; entonces, se pierde la distinción entre el mundo exterior y el mundo interior, sucumbe el examen de la realidad, y la satisfacción fantástica es vivida como real. Si la libido, como pulsión orgánica, es el único motor de todo el vivir humano, no cabe otro principio para dar cuenta de todas las dimensiones que forman parte de la existencia. Las mismas virtudes que habilitan el desenvolvimiento de la persona y configuran la fisonomía de su comportamiento, son consideradas como prolongaciones de los instintos primitivos, como simples formas sublimadas o reactivas frente al erotismo. Así, la tenacidad y la pulcritud son formaciones reactivas frente a un intenso erotismo anal de la infancia. La tenacidad, particularmente, es una sublimación que corresponde al interés por la defecación. En la antropología freudiana no hay espacio para el espíritu como dimensión específicamente distinta de la animalidad. El hombre no es un ser libre capaz de proponerse sus fines de un modo responsable. Las virtudes no son concebidas como un crecimiento de la libertad, equipamiento espiritual para obrar establemente de acuerdo a una mayor riqueza de vida. Al contrario, son estimadas por Freud como meros automatismos, tan limitantes como los vicios, y que se generan por simple reacción ante la fuerza de las pulsiones. Freud hace referencia al "impulso a la repetición" —las primeras represiones de carácter reactivo dan lugar a una continua reiteración de sí mismas cuando se presentan circunstancias análogas—, pero este impulso reviste una índole automática y uniforme, limitante, desde el primer acto represivo: no se halla abierto al progreso o a la disminución. Cuando no se comprende el sentido y la primacía de la voluntad, el hombre queda sujeto a sus deseos que a su vez, en Freud, tienen su nacimiento en la energía erótica emergente del organismo. Por lo tanto, la persona no se autodetermina, no es libre. La única instancia rectora que a medias gobierna la propia actuación, es el Yo, limitado a desempeñar el rol de guardia de tráfico de la libido. Pero tampoco se comprende en Freud el estatuto de esa instancia, porque no goza de ninguna entidad propia que le permita encarar autónomamente la realidad externa o interna. Si el único principio es la libido, no cabe la posibilidad de concebir ningún otro principio rector de la vida anímica. Notas [35] "Más allá del principio del placer", en Una teoría sexual y otros ensayos, p. 349, en Obras completas, Biblioteca nueva, Madrid 1922. [36] "Sobre los tipos de adquisición de la neurosis", en Psicología de la vida erótica, p. 292, en Obras completas, Biblioteca nueva, Madrid 1929. [37] "El psicoanálisis", en Una teoría sexual y otros ensayos, p. 215, en Obras completas, Biblioteca nueva, Madrid 1922. [38] "El psicoanálisis", en Una teoría sexual y otros ensayos, p. 214, en Obras completas, Biblioteca nueva, Madrid 1922. [39] "Apéndice", en Psicología de masas y análisis del Yo, p. 363, en Obras completas, Biblioteca nueva, Madrid 1924. [40] "Neurosis demoníaca", en Psicoanálisis aplicado, p. 274, en Obras completas, Editorial Sudamericana, Buenos Aires 1943. [41] "Metapsicología", en Psicología de masas y análisis del Yo, p. 192, en Obras completas, Biblioteca nueva, Madrid 1924. Si tienes alguna duda, escribe a nuestros Consultores