ERS04-Concepcion2003.. - Cursillos de cristiandad de Valparaíso

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Movimiento Cursillos de Cristiandad
Secretariado Arquidiocesano de la
Santísima Concepción
4º Encuentro Regional Sur
Concepción
8 al 10 Agosto 2003
1ª Ponencia: Formación del Dirigente – Escuela
Preámbulo
Puesto que la formación de dirigentes del MCC está establecida en IFMCC en el Capítulo 8 Las
Estructuras Operacionales del MCC: La Escuela y los Secretariados, estimamos que todo dirigente
actual debe mantener la fidelidad y unidad a dichas premisas aceptadas por el MCC. En efecto, tanto el
origen, definición y naturaleza de la Escuela, que están establecido entre los Números 530 al 555,
como la organización que se dé en las diferentes realidades geográficas del MCC, la finalidad última
de la Escuela, su Estrategia, los criterios de integración y las aptitudes y actitudes de los dirigentes, que
comprende los Números 556 al 573, son lo suficientemente claros y directos como para materializarlos
por los diferentes Secretariados Diocesanos del país, por lo que no necesitan ser revisados ni
acomodados puesto que, probados ya en el mundo por más de treinta años, han demostrado su certera
valía y eficacia.
Lo que sí es oportuno poner en vigencia son, precisamente, las aptitudes y actitudes de los propios
dirigentes cursillistas, nosotros mismos, que tenemos la tarea de formar a los hermanos que vienen
ingresando según el carisma del Movimiento, dentro de las orientaciones plasmadas en Ideas
Fundamentales. Por esto, creemos necesario presentar esta Ponencia dirigida al hombre común y
corriente, dirigente de nuestro movimiento, en su persona íntegra que, al ir viviendo lo fundamental
cristiano, refleje en su vida el carisma de los fundadores de nuestro Movimiento.
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Concepto
Dirigente es todo cristiano que, responsabilizado de los compromisos de su bautismo, por sentirse
incorporado a la Iglesia, se corresponsabiliza de la misión de la misma, dentro de su carácter secular.
(IFMCC, 407)
Atendida esta definición es que todos nosotros debiéramos asumir una responsabilidad más directa en
la misión de la Iglesia. A todos se nos dijo en nuestro Cursillo que de una u otra manera éramos
dirigentes, y que, como tales, debíamos ser como levadura en la masa, locomotora que arrastre,
vértebra que sostenga, etc. Pero con el paso del tiempo nos hemos dado cuenta que son pocos los que
se esmeran por fermentar su ambiente en forma audaz y confiada, porque han olvidado el significado
del “Cristo y yo, mayoría aplastante”, que no es otra cosa que lo que dijo San Pablo: “Todo lo puedo
en Aquél que me conforta”. (Fil 4, 13)
No olvidemos que son dirigentes los que con su conducta y su persona influyen en el pensamiento y la
acción de los demás, porque orientan, dirigen y rigen. Por lo tanto, todos somos dirigentes porque
todos influimos en algo o en algunos. (Mons. Juan Hervás)
De acuerdo a Ideas Fundamentales (cf. IFMCC 539, 567) podríamos expresar el siguiente concepto del
dirigente del MCC:
Dirigente del MCC es toda persona que se siente llamada por Dios a centrar su vida en la realización
de lo esencial del cristianismo, comprometiéndose a fermentar de evangelio los ambientes, realizando
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así el Reino de Dios en el mundo con el talante del nuevo evangelizador, y para ello se conjunta con
otros para desarrollar su apostolado desde el MCC en sus estructuras operacionales, siguiendo
fielmente la mentalidad, esencia y finalidad del mismo.
De esta definición encontramos tres metas esenciales a cumplir para ser auténtico dirigente del MCC:
a. debe centrar su vida en la realización de lo esencial del cristianismo. Dicho en lenguaje
cursillista: en la vivencia y convivencia de lo fundamental cristiano;
b. debe estar comprometido en la fermentación evangélica de sus ambientes, realizando así la
extensión del Reino de Dios en el mundo;
c. debe hacerlo desde el MCC en sus estructuras operacionales y con fidelidad a la mentalidad,
esencia y finalidad del mismo.
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Objetivos
Es verdad confirmada por la experiencia que los progresos de cualquier instrucción dependen
principalmente de quien la dirige y rige (Pío XI). Por consecuencia, el éxito de cualquier actividad que
se emprenda va a depender de la capacidad y diligencia de sus dirigentes. Cualquiera es o puede ser
“dirigente” en alguna esfera o zona de influencia, porque “todos pueden y deben hacer algo”, con
sentido de responsabilidad, como miembros activos del Cuerpo Místico de Cristo. (Mons. Juan
Hervás)
Desde que salimos del Cursillo se ha producido un cambio en nosotros, una mayor conversión hacia
Dios. Entonces, si en esa oportunidad hubo personas desconocidas para nosotros rogando al Padre para
que diéramos el paso decisivo a la conversión, ahora que ya formamos parte de ese Cuerpo Místico de
Cristo que es la Iglesia, somos nosotros los que no podemos “quitarle el hombro” a nuestra
responsabilidad de Dirigentes Cristianos.
No debemos olvidar que nuestra misión se va a desarrollar permanentemente en tres campos:
 Nuestra propia conquista: Porque se trata de avanzar cada día más, de crecer y desarrollarnos
alimentándonos de Doctrina y de los Sacramentos. Y en esto debemos poner mucha ILUSIÓN,
pues de ese modo podremos darle mayor sentido a la vida.
 La conquista de los demás: Pues el grito de Cristo en la cruz “Tengo sed...” (Jn 19, 28) aún
está vigente. Es Su Iglesia, el Cuerpo Místico, que tiene sed de justicia, de comprensión, de
pan, de espectáculos, de CARIDAD.
 La conquista del ambiente: Ese ambiente tan frío como antes, tan poco preocupado de las
cosas de Dios, con tan poco sentido de Iglesia como siempre.
Si ganamos estos tres frentes podremos conseguir que definitivamente el mundo viva en Gracia.
Hemos de romper los moldes de este cristianismo silenciador, de esta Iglesia callada por nuestra propia
voluntad, por nuestra apatía. Nunca olvidemos la sentencia del Apóstol Santiago: “El que pudiendo
hacer el bien no lo hace, se le imputa pecado”. (Stgo. 4, 17)
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Características
Además del cumplimiento de las metas y objetivos señalados, no hay duda que deben existir unas
características importantes que conformen el perfil del dirigente en el MCC. El verdadero dirigente
cristiano debe esmerarse por cultivar todas esas cualidades, virtudes o valores que nos enseñaron en el
Cursillo:
 Virtudes humanas: lealtad, disciplina, alegría, iniciativa, generosidad, competencia y
responsabilidad profesional, naturalidad, perseverancia, capacidad de asombro.
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

Virtudes morales o cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, a lo cual agregamos
la humildad.
Virtudes sobrenaturales o teologales: fe, esperanza y caridad
Por otra parte, es imperativo que el dirigente cristiano deba conocer su ideal, lo que se propone,
adónde va y qué quiere conseguir. También debe conocer la realidad, el ambiente en que se mueve,
los problemas de los que le rodean, con el fin de amoldarse y adaptarse al compás de las exigencias de
la realidad humana en que vive. (Mons. Juan Hervás)
Juan Pablo II, en su reunión en la Plaza de San Pedro con los movimientos eclesiales el 30 de mayo de
1998, les decía a éstos que comenzaba una nueva etapa para todos ellos: la de la madurez cristiana. Y
esto debemos aplicarlo a la vida concreta de cada dirigente. Hoy se nos exige madurez cristiana. Y
para alcanzar esa madurez se necesitan unas actitudes de vida que vienen a conformar ese perfil del
dirigente cristiano que hoy nos está reclamando la Iglesia.
El propio Juan Pablo II ya había claramente señalado dichas actitudes en una alocución dirigida a los
laicos donde indicaba que la Iglesia y el mundo necesitaban "cristianos con vocación de santidad,
sólidos en su fe, seguros en la doctrina propuesta por el magisterio auténtico, firmes y activos en la
Iglesia, cimentados en una densa vida espiritual, perseverantes en el testimonio y acción evangélica,
coherentes y valientes en sus compromisos temporales, constantes promotores de la paz y justicia
contra violencia u opresión, agudos en el discernimiento crítico de las situaciones e ideologías a la luz
de las enseñanzas sociales de la Iglesia, confiados en la esperanza del Señor". Hoy se nos reclama que
vivamos con autenticidad dichas actitudes. Ya basta de posturas mediocres y de conformidad con los
criterios del mundo.
Para santificarse, el cristiano corriente, no necesita hábito externo, ni signos distintivos: Sus signos son
internos: la presencia de Dios constante y el espíritu de mortificación. En realidad, una sola cosa,
porque la mortificación no es más que la oración de los sentidos. (San Josemaría Escribá)
Con relación a las características del dirigente cristiano, San Pío X ha dicho: “Han de ser católicos
macizos, convencidos de su fe, sólidamente instruidos en las cosas de la religión, sinceramente adictos
a la Iglesia y, en particular, a esta Suprema Cátedra Apostólica y al Vicario de Cristo en la tierra;
personas de piedad genuina, de varoniles virtudes, de costumbres puras, de vida tan intachable que
sirvan a todos de eficaz ejemplo”.
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Vertientes
Tenemos que alcanzar esa madurez cristiana. Y para ello tenemos que fundamentar la vida del
dirigente del MCC en estas tres dimensiones o vertientes: santidad, formación y protagonismo laical.
a) El verdadero dirigente cristiano debe aspirar a la santidad, desarrollando la inagotable
potencialidad del Bautismo. (Mons. Juan Hervás). Dios nos llama a vivir en comunión con Él, a
configurarnos con Cristo. Esta es nuestra primera y fundamental vocación: la vocación a la santidad.
La vida según el Espíritu, cuyo fruto es la santificación, suscita y exige de todos y de cada uno de los
bautizados el seguimiento y la imitación de Jesucristo, lo que implica que tenemos que asumir su
pensamiento, sus criterios y actitudes, la raíz de sus decisiones, sus propios sentimientos. En cuanto
laicos, debemos vivir esa santidad encontrando al Señor en las realidades temporales con las que
nuestra vida está entretejida (cfr. LG 31), en el estado de matrimonio, soltería o viudez, en la vida
familiar y social, y en el encuentro misericordioso con el prójimo. De allí que es tan importante la
profundización en una espiritualidad más apropiada a nuestra condición de laicos. En esa misión tan
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llena de tensiones, el laico debe buscar renovar su identidad cristiana en el contacto con la Palabra de
Dios, en la intimidad con el Señor por la Eucaristía, en los Sacramentos y en la oración.
Hoy se hace imperiosa la coherencia entre fe y vida. Hoy se nos reclama transparencia para poder
testimoniar a ese Señor que ocupa el centro de nuestras vidas. Necesitamos dirigentes santos en toda su
conducta. Por eso, es que debe haber conducta santa en la convivencia de nuestra realidad familiar y
matrimonial; esposas y esposos que cultiven una profunda espiritualidad conyugal y familiar; padres
que sean los primeros educadores de la fe de sus hijos por el testimonio de vida cristiana dentro y fuera
del hogar; hogares que sean verdaderas "Iglesias domésticas"; conducta santa en nuestra vida
profesional y del trabajo; honestidad a toda prueba en todas nuestras actuaciones; conducta santa en
nuestras relaciones con los demás; conducta santa en nuestra inserción en las realidades temporales y
en nuestra participación en las actividades terrenas.
Teniendo siempre en cuenta las palabras de San Pablo: "Todo cuanto hagáis, de palabra o de obra,
hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre" (Col 3, 17). El
mismo San Pablo no se cansa de amonestarnos para que vivamos "como conviene a los santos" (Ef 5, 3).
Hace falta una vida de exigencia personal continua y profunda. Hace falta mucha vida interior. La
mortificación es la sal de nuestra vida. Y la mejor mortificación es la que combate – en pequeños
detalles durante todo el día – la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia
de la vida. Mortificaciones que no mortifiquen a los demás, que nos vuelvan más delicados, más
comprensivos, más abiertos a todos. Tú no serás mortificado si eres susceptible, si estás pendiente sólo
de tus egoísmos, si avasallas a los otros, si no sabes privarte de lo superfluo y, a veces, de lo necesario;
si te entristeces cuando las cosas no salen según las habías previsto. En cambio, eres mortificado si
sabes hacerte todo para todos, para ganar a todos.
b) La formación es un continuo proceso personal y responsable de maduración humana y en la fe para
configurarse con Cristo. Esa formación de los laicos tiene un objetivo fundamental: el descubrimiento
cada vez más claro de la propia vocación y la disponibilidad siempre mayor para vivirla en el
cumplimiento de la propia misión (cfr. Ch.L 58).
El cristiano ha de tener hambre de saber. Desde el cultivo de los saberes más abstractos hasta las
habilidades artesanas, todo puede y debe conducir a Dios. Porque no hay tarea humana que no sea
santificable, motivo para la propia santificación y ocasión para colaborar con Dios en la santificación
de los que nos rodean. La luz de los seguidores de Jesucristo no ha de estar en el fondo del valle, sino
en la cumbre de la montaña, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que
está en el Cielo (Mt 5,16).
Para que esa formación sea auténticamente transformadora de nuestra vida, debemos seguir estos pasos
señalados por Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi: dejarse interpelar por el mensaje cristiano,
aceptarlo, asimilarlo tan hondamente que haga nacer en quien lo ha recibido una adhesión de corazón.
(cfr. EN 23). La formación del laico debe tener también la otra finalidad de la adquisición de una
mentalidad eclesial. Somos parte integrante de la Iglesia y le debemos fidelidad. Por eso es tan
importante el conocimiento y la vivencia de nuestra realidad de Iglesia, que es "signo e instrumento de
la unión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí" (LG 1). La verdad de la Iglesia debe ser
parte integrante de nuestra verdad.
En su existencia no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida "espiritual" con
sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida "secular", es decir, la vida de familia, del
trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura (cfr. Ch.L 59). El Concilio
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Vaticano II advierte que uno de los errores más graves de nuestro tiempo es la separación entre fe y
vida. Necesitamos por lo tanto una formación integral para vivir en la unidad.
La formación espiritual debe ocupar un puesto privilegiado en la vida de cada uno. Ella es
imprescindible para crecer en nuestra configuración con Cristo, para ir descubriendo la voluntad del
Padre y para la entrega a los hermanos en la caridad y la justicia. Hoy también se hace cada vez más
urgente una formación en lo doctrinal. Frente a la terrible confusión de ideas reinante, es
imprescindible tener criterios sólidos doctrinales que nos permitan ser luz del mundo frente a esas
situaciones y además poder dar razón de nuestra esperanza cristiana. Ante los graves problemas
existentes en el campo socioeconómico y político, es absolutamente indispensable una formación en la
Doctrina Social de la Iglesia. Es necesaria la formación de una conciencia social y para ello
necesitamos los principios de reflexión, los criterios de juicios y las directrices prácticas que nos ofrece
la doctrina social. En el contexto de la formación integral y unitaria de los laicos, es fundamental el
crecimiento personal en los valores humanos, (cfr. Apostolicam Actuositatem 4), sin prescindir de
ciertas técnicas gerenciales que empleamos en nuestros ambientes.
Trabajar así es oración. Estudiar así es oración. Investigar así es oración. Todo trabajo honrado puede
ser oración; y todo trabajo, que es oración, es apostolado.
Finalmente, debemos formarnos para conocer en profundidad la mentalidad, esencia, finalidad y
método del MCC. Es fundamental esta fidelidad al MCC para quien quiere ser dirigente del mismo.
c) El protagonismo laical lo sintetiza el Papa Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica "La Iglesia
en América”, afirmanado categóricamente que: "La renovación de la Iglesia en América no será
posible sin la presencia activa de los laicos. Por eso, en gran parte, recae en ellos la responsabilidad del
futuro de la Iglesia". Los ámbitos en los que se realiza la vocación de los laicos son dos:
-
-
El primero y más propio de su condición laical, es el de las realidades temporales, que están
llamados a ordenar según la voluntad de Dios. La secularidad es la nota característica y propia del
laico que lo lleva a evangelizar la vida familiar, social, laboral, cultural y política. Se deben llevar
los valores del Evangelio al corazón de nuestra sociedad. En la misma Exhortación "La Iglesia en
América" nos dice el Papa: "En un Continente en el que aparecen la emulación y la propensión a
agredir, la inmoderación en el consumo y la corrupción, los laicos están llamados a encarnar
valores profundamente evangélicos como la misericordia, el perdón, la honradez, la transparencia
de corazón y la paciencia en las condiciones difíciles. Se espera de los laicos una gran fuerza
creativa en gestos y obras que expresen una vida coherente con el Evangelio". Los laicos deben,
por tanto, penetrar los ambientes socioculturales y ser en ellos protagonistas de la transformación
de la sociedad a la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia. Desde la fundación del
MCC, ésta es su finalidad esencial.
El segundo ámbito donde los laicos están llamados a trabajar es dentro de la institución eclesial.
Se trata de que los laicos ocupen el lugar preciso que les corresponde al "interior" de la Iglesia,
aportando sus talentos y carisma en la construcción de la comunidad eclesial. Esto corresponde a
otros movimientos que son impulsados por el Espíritu Santo con carismas propios para la
renovación y la mayor expansión de la Iglesia. (cfr. LG, 12).
La finalidad última del MCC es la fermentación evangélica de los ambientes, pero debemos
reconocer que falta mucho por hacer para lograr este cometido. Los cursillistas hemos trabajado mucho
en el interior de nuestra Iglesia, y esto es importante, pero hemos descuidado ese primer ámbito, el
propio de nuestra condición laical, y en esto tenemos una grave responsabilidad.
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Gracias a Dios hay signos evidentes de que esto empieza a cambiar. Hay una mayor toma de
conciencia en nuestros dirigentes por asumir ese protagonismo dentro de nuestras realidades terrenas.
El protagonismo laical se debe realizar en el ámbito personal, con el testimonio de vida que mana de la
santidad y de la formación cristiana y con el apostolado de la palabra anunciando a Cristo y su
Evangelio; y en el ámbito comunitario a través de los Grupos Naturales del MCC que deben ser
fermento de Evangelio en su medio.
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Estructuras
Para llevar a cabo la misión indicada en la finalidad última del MCC, y como es característico en el
Movimiento desde sus inicios, no se requiere más estructura interna que la simple organización básica
que se da para su Secretariado Diocesano, es decir, Vocalías donde los dirigentes asuman un área de
responsabilidad de acuerdo a las proyecciones y metas en la obtención de los fines del MCC en dicho
Secretariado, dejando claramente establecido que el MCC, como lo hace la Iglesia, sabe que el objeto
primario de la evangelización es el hombre; y el secundario, las estructuras e instituciones de la
sociedad, puesto que, primeramente, debe haber una conversión de corazón y mente por parte de
quienes viven es esas estructuras o las rigen (cfr. IFMCC, 144).
Por lo anterior, de la esencia y la finalidad del MCC se derivan postulados esenciales para orientar el
trabajo que debe tener una Vocalía encargada de fermentar de Evangelio los ambientes: que en el
Precursillo sea capaz de ayudar a detectar a aquellos candidatos que sean fermentos, con madurez
cristiana para captar el mensaje evangélico; y que en el Poscursillo ayude a mantener vivo el espíritu
de conversión en el cursillista que convive en el mundo donde realiza su misión cotidiana como laico y
pueda llegar “a ser la sal de la tierra y luz del mundo” (cfr. IFMCC, 153)
Como estructuras e instituciones de la sociedad, se señalan aquellas áreas o sectores de la sociedad
clasificados según criterios económicos o políticos administrativos, como por ejemplo, Salud, Justicia,
Educación, Defensa, Parlamento, Gobierno Interior, Telecomunicaciones, Transportes, Minería, etc., y
dentro de los cuales se pueden encontrar diferentes ambientes sociales, es decir, grupos humanos que
giran en torno a actividades comunes de diferente envergadura que le dan una particular características
de funcionalidad., como es el caso de universidades, institutos profesionales, centros de formación
técnica, liceos públicos, colegios privados, centros de enseñanza básica y preescolar, etc., dentro de la
institución Educación del país. Por su parte, dentro de cada uno de esos ambientes sociales
encontramos al individuo y grupos de individuos que realizan su actividad profesional, técnica o de
trabajo personal y que son los objetivos concretos y específicos de los miembros del MCC para que
en ellos y con ellos vayan fermentando de Evangelio el ambiente donde realizan su vocación personal,
es decir, el cursillista debe impregnar de Evangelio haciendo que el pedagogo, el médico, el
parlamentario, el abogado, el policía o militar, el ingeniero, el campesino, el pescador, el oficinista, el
enfermero, la asesora del hogar, el periodista, el deportista, el taxista, el obrero, e incluso, el juez,
vuelvan su mirada hacia Dios y no sigan dándole la espalda como lo están haciendo en la actualidad.
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Programas
En el V Encuentro Mundial de Dirigentes del MCC, realizado en Seoul, Korea en el año 1997, se
proclamó la validez actual que posee nuestro Carisma Fundacional por las siguientes razones:
- Está basado en el amor de Dios al hombre.
- Cristo sigue siendo la única respuesta válida para el hombre y el mundo.
- Sigue siendo un regalo del Espíritu Santo
- El mundo continúa de espaldas a Dios.
- En la vida de muchos cristianos existe el divorcio entre fe y vida.
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Es probable que el avance tecnológico de las comunicaciones (Internet) haya acentuado la inversión de
los valores y el deterioro de la moral. El permisivismo y el relativismo se han instalado como unas
verdaderas lacras dentro de nuestra sociedad, deteriorando nuestra voluntad y nuestra conciencia. A
esta realidad y a este mundo debemos cristianizar nuevamente, poniendo todo nuestro empeño en
conseguir las metas propuestas. Debemos cuidar que en nuestros Cursillos no haya una dulcificación
del Mensaje; que nuestros Dirigentes den realmente testimonio de vida antes, durante y después de
participar en un Cursillo; que la Escuela de Dirigentes forme integralmente a sus miembros; y que las
Ultreyas y Reuniones de Grupo impulsen eficazmente la transformación de las realidades temporales.
Formarse cristianamente implica necesariamente un proceso continuo de conversión para que las
verdades conocidas reformen nuestros criterios y nos lleven a un cambio de vida cuando no estamos en
sintonía con el modelo de Cristo. Aquí probablemente radica una de las mayores fallas en la formación
de nuestros dirigentes. Si las verdades que estudiamos se quedan sólo en el conocimiento intelectual es
muy probable que al poco tiempo se olviden, pues no marcan huellas en nuestro corazón. Recordemos
lo que se afirma en el rollo de Estudio: "La religión no es una asignatura más. La religión es vida".
Todos, en mayor o menor grado, aceptamos al salir de nuestro Cursillo que una de nuestras grandes
fallas era la tremenda ignorancia religiosa que teníamos. ¿Por qué entonces tan pocos esfuerzos para
superarla?
Debemos, por tanto, reflexionar cuáles líneas de acción debemos tomar para potenciar esta formación
integral de nuestros dirigentes. Recordemos además que lo dirigencial debe tener dos dimensiones: una
genérica, pues todo cursillista, por su carisma en el Movimiento, debe ser un dirigente cristiano, y otra
específica, con una formación en lo propio de Cursillos y de su funcionamiento interno. Así mismo
aprendamos a poner en práctica muchas de las técnicas y orientaciones de la moderna gerencia que
pueden ser de una gran utilidad para la eficacia del apostolado. Cosas como habilidades persuasivas y
motivadoras, conocimientos teóricos y prácticos de relaciones humanas y funcionamientos grupales,
así como técnicas de gestión nos pueden ser muy útiles en nuestro trabajo apostólico.
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Importancia
Ya se dijo anteriormente que el éxito de cualquier actividad que se emprenda va a depender de la
capacidad y diligencia de sus dirigentes, por lo que, si nos consideramos dirigentes cristianos, somos
responsables de nuestra oración, pues, a través de ella podemos mover al mundo.
También somos responsables de nuestra acción. No vamos a contestar a Dios como Caín cuando le
preguntó: “¿Qué es de tu hermano?, y él le dijo: “Y qué me va a mí de mi hermano?... ¿Acaso soy el
guardián de mi hermano?... (Gen 4, 9)
Somos responsables porque la Iglesia ya no crece, no por sus enemigos, sino porque hay pocos
cristianos que vivan y actúen en cristiano. Y esta responsabilidad nos hace ser de los escogidos por
Cristo para salvar tu familia, tus padres, tus hermanos, tu esposa, tus hijos... Recuerda que Abraham no
pudo salvar Sodoma y Gomorra porque no había diez justos. (Gen 18, 20-32)
Tenemos la misma misión que Cristo confió a su Iglesia: la salvación del mundo. Una misión clara y
acuciante: animar, convencer, entusiasmar a los demás, prender fuego. Y todo esto lo lograremos sólo
si nos mantenemos en contacto con Cristo:
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Contacto permanente por la vida de la Gracia: “Sin Mí nada podéis hacer” (Jn 15,5)
Contacto con Cristo por la oración, la liturgia y los Sacramentos.
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Contacto con Cristo Sacerdote: a través de la dirección espiritual.
Con Cristo Evangelio: a través del Estudio.
Con Cristo Iglesia: a través de nuestra relación con la Jerarquía.
Si el contacto con Cristo es primordial, también lo es el contacto con los hermanos. No podemos vivir
aislados... Al compartirlas, las penas se dividen y las alegrías se multiplican. “¡Ay del solo, si cae
¿quién lo levantará?” (Eclesiastés 4, 10)
El contacto con los hermanos queda asegurado con la Reunión de Grupo y la Ultreya, las cuales abren
nuevos horizontes apostólicos, estimulan en la tarea, sostienen en los momentos de vacilación,
levantan en las caídas, vigorizan nuestro espíritu de caridad para emplearlo eficazmente en la extensión
del Reino de Dios y descubren todas nuestras posibilidades y potencialidades.
Entonces, el dirigente ha de ser testigo de Cristo, continuador de su obra y con sus procedimientos. En
todo caso, no nos extrañemos que en nuestro apostolado ocurra lo que le sucedió al Maestro: un
pequeño grupo de incondicionales, que a la hora de la prueba se reduce; un grupo más numeroso, que
sigue a cierta distancia; un grupo mayor, que fluctúa (“Hosanna” o “Crucifícale”, según las
circunstancias); escribas y fariseos..., que tienden lazos, rasgan sus vestiduras y piden milagros. (Mons.
Juan Hervás)
En todo caso, lo que siempre ha de saber el dirigente es:
- Que la dimensión apostólica no es igual en todos. No todos sirven para todo; pero todos pueden
y deben hacer algo
- Que el cristiano ha de tropezar con prejuicios e incomprensiones, porque no somos de mejor
condición que el Maestro.
- Que ha de vivir la Gracia divina con el máximo de gracia humana. La conciencia de nuestra
vida en Gracia y de nuestro destino debe ser fuente de alegría y optimismo.
- Que no perdamos el verdadero concepto de santidad. Santificarse no es destruir ni
empequeñecerse, sino acrecentar al máximo la propia vida.
Hemos de amar el mundo, el trabajo, las realidades humanas. Porque el mundo es bueno; fue el pecado
de Adán el que rompió la divina armonía de lo creado, pero Dios Padre ha enviado a su Hijo Unigénito
para que reestableciera esa paz.
Cada situación humana es irrepetible, fruto de una vocación única que se debe vivir con intensidad,
realizando en ella el espíritu de Cristo. Así, viviendo cristianamente entre nuestros iguales, de una
manera ordinaria pero coherente con nuestra fe, seremos Cristo presente entre los hombres.
Debemos procurar ser en cada uno de nuestros ambientes fermento vivo, que dé vida a la masa.
Cuando consigamos esto, la vida cristiana no será “cualquier cosa”, sino lisa y llanamente será lo que
debe ser: VIDA CRISTIANA, SENTIDA CON PROFUNDIDAD, VIVIDA CON NORMALIDAD,
PROPAGADA CON AMOR.
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Autoformación
Muchas veces nos encontramos con comentarios referidos a la autoformación que indican un grado de
dificultad en la consecución de este logro. Quizás nos falta hacernos un poco de violencia interior para
sacudirnos de la modorra que significa no tomar un libro de formación o, ni siquiera leer un trozo de la
Biblia. Este ha sido el gran desafío para los dirigentes del MCC. Muchos de los que han vivido la
experiencia de Cursillo se quedan con los conceptos que les entregaron en esos tres días, y no
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aprovechan esa verdadera hambre de Dios que provoca esta experiencia. No olvidemos que el kerygma
es un anuncio gozoso que nos debe llevar al desafío de querer ahondar mucho más en la experiencia
vivida. El kerygma nos despierta el hambre de Dios, pero esa hambre debemos aplacarla con doctrina,
con lectura, con estudio. ¿Pudiéramos afirmar que conocemos a Jesús?... ¿Lo que Él quiere para
nosotros?... ¿Lo que espera de nosotros?...
Decimos en el Cursillo que el estudio es un medio para la santidad, y que más vale ser santo que sabio.
Y además decimos que al Señor le gusta también la fe del carbonero, sólo que el carbonero no sabía a
quién miraba, en cambio, nosotros sí sabemos a quién miramos y quién nos mira.
En la época actual disponemos de un sin fin de posibilidades para auto formarnos, ya sea leyendo los
documentos de la Iglesia en las distintas bibliotecas que dispone cada Secretariado Diocesano, como
así también, a través de Internet, con un sinfín de páginas Web con los temas de Iglesia. Por último,
para el que no quiere leer ni investigar en la red, están las diferentes escuelas formativas que se dictan
en todos los Secretariados del país. Es decir, si no te has formado es porque no quieres.
Finalmente quisiera recordarles que en el accionar del dirigente existen varios peligros que debemos
tomar en cuenta para no equivocarnos:
- Acomplejarse, es decir, creer que lo que somos no basta para ser buen dirigente.
- Creerse algo, menospreciando a muchos otros hermanos que no han vivido el Cursillo y que,
sin embargo, son mejores que nosotros. (El Papa no ha vivido el Cursillo)
- No creerse nada; nunca olvides el “Cristo y yo...”
- Creerse casta. No somos casta, somos Iglesia, y como tal hemos de bañar de caridad a los
beatos, a los practicones y a los fariseos.
- Sentir nostalgia del pecado. Si nos despojamos de lo viejo pero no nos llenamos de lo nuevo,
sentiremos un vacío que querrá llenarlo la nostalgia del pecado. “Lo que no llena Dios, lo llena
el Demonio” (S. Duvauchelle)
El mundo sólo podrá ser transformado si cada uno de nosotros hacemos vida, verdaderamente, el
espíritu de las Bienaventuranzas. Ellas son el “gran programa” de la Vida Cristiana que debemos estar
dispuestos a vivir plenamente.
¡Dirigentes del Movimiento!, Que no nos diga un día nuestra generación:
“Vosotros, los que veis, ¿qué habéis hecho de la luz?” (Lc 11, 52)
¡¡¡ De Colores !!!
Para la reflexión:
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¿Qué problemas vemos entre nuestros dirigentes del Movimiento?
¿De qué manera podemos mejorar como dirigentes cristianos?
¿Por qué la formación no nos atrae?
¿Nuestras Escuelas son una instancia formativa? ¿Por qué no?
¿Es necesaria la participación del Asesor en las Escuelas? ¿Por qué?
¿Se realizan Escuelas de Dirigentes para Rectores y/o Profesores Base?
¿Se realizan Escuelas de Dirigentes para Profesores y Auxiliares?
¿Somos verdaderamente Dirigentes en nuestra Iglesia? ¿Y en el ambiente?
¿Tenemos un concepto claro del Ideal... y de la realidad?
¿Sabemos que nuestro Movimiento es Jerárquico? ¿Qué significa eso?
¿Has leído alguna vez Ideas Fundamentales del MCC? ¿Y el Nuevo Testamento?
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