Homilía en la solemnidad del Aniversario de la Coronación Pontificia de la Virgen de Itatí Itatí, 16 de julio de 2008 1. Con honda emoción celebramos un nuevo aniversario de la coronación pontificia de la Virgen de Itatí, como Reina y Señora de todo lo creado. El 16 de julio del año 1900, hace exactamente 108 años, la dulce imagen de la Limpia y Pura Concepción de Itatí fue llevada a la ciudad de Corrientes. En el atrio del templo de la Santísima Cruz de los Milagros, ante una multitud de fieles, la imagen de la Virgen de Itatí fue coronada. El obispo, mientras colocaba la corona sobre la cabeza de la imagen, dijo estas palabras: “Así como eres coronada en la tierra por nuestras manos, del mismo modo merezcamos ser coronados en el cielo de honor y gloria, por Jesucristo Nuestro Señor”. 2. Ella es la obra humana más bella que salió de las manos de Dios. Hoy contemplamos a María, Reina y Señora, que atrae multitudes de devotos. A diferencia de otras reinas y señoras que fascinan de la piel para afuera y hacen delirar a sus seguidores, María nos atrae para mostrarnos a Jesús, para reencontrarnos con nosotros mismos y con nuestros hermanos. Su estilo de reina y señora, se identifican con el reinado y señorío de Jesús, “que no vino a ser servido sino a servir” (cf. Mc 10, 45). Ella es Reina y Señora por su fe y obediencia a la voluntad de Dios y por su total disponibilidad a la acción del Espíritu Santo. Así, Dios pudo hacer en ella su propia casa y “habitar entre nosotros” (cf. Jn 1, 14). 3. María es “Casa de Dios y puerta del Cielo”. En ella cabemos todos y con ella aprendemos a incluir y atender con más amor a los más débiles, pobres y necesitados. Ella es nuestra casa y ésta es nuestra verdadera familia. Como nos dijo el Papa en Aparecida: ¡La Iglesia es nuestra casa! ¡En la Iglesia Católica tenemos todo lo que es bueno, todo lo que es motivo de seguridad y de consuelo! ¡Quien acepta a Cristo: Camino, Verdad y Vida, en su totalidad, tiene garantizada la paz y la felicidad, en esta y en la otra vida!, (Benedicto XVI, Discurso al final del rezo del Santo Rosario en el Santuario de Nuestra Señora, Aparecida, 12 de mayo de 2007). 4. Muchos de ustedes se estuvieron preparando durante todo el año para poder hacer esta peregrinación. ¡Cuánta expectativa se agita en el corazón del peregrino mientras camina hacia el Santuario! ¡Qué conmoción lo envuelve al llegar y postrarse a los pies de la Virgencita! ¡Cuántas cosas para confiarle a María! Hoy queremos entregarle nuestro corazón agradecido, y decirle gracias, gracias tiernísima Madre de Dios y de los hombres, porque miraste con ojos de misericordia por más de cuatro siglos a todos los que te han implorado, como rezamos en la bella oración a la Virgen de Itatí. ¡Qué alegría nos da creer en ella y con ella creer en Jesús y en la Iglesia! No existe Jesús sin Iglesia, ni cristiano sin comunidad. 5. En tu casa, codo a codo con tantos peregrinos, y ante ti, Madre, queremos contarte nuestros dolores y confiarte también nuestros pecados. “Te suplicamos que mires a estos hijos tuyos que hoy humildemente recurren a ti y atiendas sus necesidades que tú conoces mejor que ellos”. En tu mirada tierna nos encontramos con la infinita misericordia de Dios que nos abraza, nos purifica y nos renueva profundamente. Es muy hermoso sentirse inmerso en medio de tantos hermanos, caminando juntos hacia Dios que nos espera. Más hermoso todavía es saber que Cristo mismo se hace peregrino, y camina resucitado entre nosotros. Todo esto nos llena de alegría y de paz, de fe y de esperanza, alivia nuestro cansancio y nos da nuevas fuerzas para continuar nuestra peregrinación. 6. De la mano de María es más fácil encontrarse con Jesús y también más fácil encontrar el camino de la Iglesia. Ese espacio que forman sus dos manitas de nogal es escuela donde con ella aprendemos a ser discípulos de Jesús. Ella nos recibe en el “hueco de su mano” y nos muestra a su Hijo Jesús. Él es el enorme gozo de María. Ella, Madre y Maestra del encuentro con Dios y con los hombres, quiere compartir con nosotros el gozo que siente de estar con Jesús, para que lo vivamos también nosotros y nos convirtamos en servidores de la alegría y del consuelo para los demás. 7. Nuestra tarea es inmensa. Y si por una parte sentimos que nos supera, por otra parte confiamos en la ayuda de Dios y la compañía de María de Itatí, que nos dan fuerza para realizar la tarea de todos los días: en la familia, en el trabajo, en la calle, en el hospital, en la escuela y en los espacios públicos. El sueño de una casa común, donde nadie quede afuera, donde se cuiden especialmente los más débiles, pobres y sufrientes, no es un sueño imposible. A los cristianos y cristianas, discípulos y misioneros de Jesucristo, nos cabe una enorme responsabilidad en la construcción de una nación, “cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común”. Una nación de ciudadanos y ciudadanos que participen activa y responsablemente para que haya vida digna y plena para todos. Nuestra fe en Jesús, la devoción a la Limpia y Pura Concepción de Itatí que arde en nuestros corazones, y la experiencia de compartir en nuestras comunidades lo que somos y tenemos, tiene que despertar y promover vocaciones que se interesen y trabajen por el bien común, y se integren activa y responsablemente en la vida social, política y cultural de nuestra sociedad. 8. La ternura de María no es una burbuja de sentimientos pasajeros, sino el amor que madura tierno y vigoroso al pie de la cruz. En el abrazo a su Hijo crucificado, sin odios ni rencores, nos muestra que el verdadero encuentro entre los hombres se realiza por el sacrificio de sí mismo a favor de los demás. ¡Cuánto tenemos que aprender todavía los argentinos para “amar a todos sin excluir a nadie”! No habrá patria para todos hasta que no sintamos el irresistible deseo de reconciliarnos y perdonarnos las ofensas, disposición fundamental para trabajar con pasión por la verdad y la justicia. El camino del encuentro entre los argentinos necesita marcarse de nuevo con la señal de la Cruz. En esa señal de amor, de libertad y de servicio abnegado, brilla “la sabiduría del diálogo y la esperanza que no defrauda”. 9. Con nosotros está el madero de urunday que representa la Santísima Cruz de los Milagros: cimiento sobre el que fuimos fundados como pueblo de hermanos y hermanas. María de Itatí nos anima a seguir construyendo nuestra amistad social sobre el fundamento de esa santísima cruz, en la que contemplamos a Jesús, cuerpo entregado y sangre derramada por amor, hasta el fin, y en la que aprendemos el verdadero camino que nos lleva al encuentro con Dios, con nosotros mismos y con nuestros hermanos. 10. Ante la imagen de nuestra Reina y Señora, renovamos el firme propósito de ser “discípulos y misioneros de Jesucristo, con María de Itatí, junto a la Cruz”, y le decimos con las dulces estrofas del himno: “por eso a tu frente ceñimos corona, de Reina y Patrona con grato fervor, pidiéndote en cambio nos des en el cielo divino consuelo corona de amor”. Amén. 2